A las mujeres afganas ya las habíamos abandonado
Ann Jones The Nation 22 de agosto de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Conozco a Bibi Aisha, la joven afgana que apareció retratada en la portada de
Time el 9 de agosto, y me alegra mucho saber que van a operarla y a
reconstruirle la nariz y las orejas que le mutilaron. Pero la lógica de quienes
utilizan ahora la historia de Aisha para convencernos de que el ejército
estadounidense debe permanecer en Afganistán es algo que se me escapa [*].
Incluso Aisha se ha ido ya a Estados Unidos.
Comprendo que ese último comentario no tiene una base lógica, pero tampoco la
tiene el título de la portada de Time “Lo que sucederá si nos vamos de
Afganistán”, junto a una impactante foto simbolizando lo que le ocurrió (a esa
mujer) después de que hayamos permanecido allí ya ocho años. Escuché la historia
de Aisha de sus propios labios unas semanas antes de que la imagen de su rostro
se mostrara por todo el mundo. Me dijo que su suegro la había capturado después
de huir de la casa y que fue él quien utilizó el cuchillo; los ancianos de la
aldea aprobaron después esa mutilación, pero los talibanes no aparecieron en su
relato por ningún lado. Sin embargo, la historia de Time atribuye la
mutilación de Aisha a un marido bajo las órdenes de un comandante talibán,
transformando así una historia personal, similar a la de innumerables mujeres en
el Afganistán de hoy en día, en un presagio de lo que ocurrirá a todas las
mujeres si los talibanes vuelven al poder. Profundamente traumatizada, Aisha
podría bien haber confundido su historia, pero ¿qué excusa podrían alegar los
reporteros que inflan el papel de los talibanes con cada repetición del caso?
Algunas de las informaciones ofrecidas llegaban incluso a decir que a Aisha la
había sentenciado toda una “yirga” [consejo] talibán entera.
Los talibanes hacen cosas terribles. Pero el problema de demonizarles es que
así se desvía la atención de otros hechos, igualmente desagradables y
amenazadores. No cometamos el frecuente error de pensar que el demonio que
nosotros vemos es el único.
Consideren la progresiva talibanización de la vida afgana bajo el gobierno de
Karzai. Las restricciones a la libertad de movimiento de las mujeres, al acceso
al trabajo y a los derechos dentro de la familia han ido rápidamente
reduciéndose como consecuencia de una confluencia de factores, incluyendo el
abandono de las reformas legales y judiciales y las obligaciones de los
convenios internacionales de los derechos humanos; la legislación tipificada por
la infame Ley del Estatuto Personal Chií (SPSL, por sus siglas en inglés),
publicada oficialmente en 2009 por el mismo Presidente Karzai a pesar de las
protestas de las mujeres y del furor internacional; la intimidación y la
violencia. Las diputadas afganas comentaron a la Misión de Naciones Unidas para
la Ayuda en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés) que tenían miedo de los
señores de la guerra fundamentalistas que controlan el Parlamento. Una dijo: “La
mayor parte de las veces, las mujeres ni siquiera se atreven a decir esta boca
es mía acerca de cuestiones islámicas sensibles porque tienen miedo de que las
tilden de blasfemas” (la blasfemia es un delito capital). Mujeres periodistas
dijeron también a UNAMA que “se abstenían de criticar a los señores de la guerra
y a otras figuras poderosas, o de referirse a cuestiones consideradas polémicas,
como los derechos de las mujeres”. Una serie de asesinatos de mujeres
importantes, que comenzaron en 2005, ha llevado a que muchas mujeres se retiren
del trabajo y de la vida pública. Las mujeres que trabajan en organizaciones
para la mujer en Kabul reciben regularmente cartas amenazadoras y,
recientemente, hasta videos de alta tecnología en sus teléfonos móviles donde se
muestran violaciones de mujeres.
Los talibanes reivindican la responsabilidad de algunos, pero no de todos,
los asesinatos y amenazas, mientras que la mayoría de los miembros del gobierno
de Karzai mantiene un silencio cómplice. Todos estos desarrollos han hecho
retroceder los pequeños progresos que las mujeres habían ido consiguiendo en las
ciudades desde 2001, mientras que la mayoría de las mujeres de las zonas rurales
no habían experimentado avance alguno, y miles y miles de ellas, cifras
incalculables, se han visto perjudicadas y desplazadas por la guerra. Todo esto
ha tenido lugar bajo la mirada de Karzai y gran parte con su connivencia.
Nuestro gobierno se queja de que la administración de Karzai es corrupta, pero
el problema mayor –que nunca se menciona- es que es fundamentalista. El
gabinete, los tribunales y el Parlamento están todos controlados por hombres que
se diferencian de los talibanes sólo en la elección del turbante.
Si nuestro gobierno estuviera realmente preocupado por las vidas de las
mujeres afganas, habría invitado a las mujeres a la mesa de negociaciones para
que tomaran parte en las decisiones sobre el futuro de su país, empezando por la
Conferencia de Bonn de 2001. Pero en vez de contar con ellas, las ha dejado
reiteradamente fuera.
Nuestro largo historial de políticas lamentables nos ha puesto a nosotros y a
las mujeres afganas en un callejón sin salida. Si nos vamos, los talibanes
pueden hacerse con el poder o permitir que les compren a cambio de una porción
importante del gobierno, en detrimento de las mujeres. Pero si nos quedamos, los
talibanes pueden seguir haciéndose con el poder sigilosamente, o pueden
permitirse que les compren (o “les reconcilien”) a cambio de sobornos y una
porción importante del gobierno, todo ello en detrimento de las mujeres,
mientras continuamos luchando para preservar ese mismo gobierno. Las seguridades
ofrecidas por la Secretaria de Estado Hillary Clinton de que los talibanes
“reconciliados” estarán de acuerdo en respetar los derechos de las mujeres bajo
la Constitución son extremadamente cínicas o extremadamente ingenuas. Y la
pretensión estadounidense de que sólo si nos quedamos lo suficiente como para
apuntalar el gobierno de Karzai y toda la gentuza del Ejército Nacional Afgano
se respetarán los derechos de las mujeres es, en el mejor de los casos, una vana
ilusión. Sin embargo, el espectro del demonio talibán hace de alguna manera que
parezca plausible.
Antes de que las feministas y el movimiento antibelicista lleguen a las
manos, podíamos bien considerar que cada mujer o niña afgana que todavía va a
trabajar o a la escuela lo hace con el apoyo de un marido o un padre
progresistas. Han asesinado a varios maridos de importantes mujeres trabajadoras
por no mantener a sus mujeres encerradas en casa y muchos están amenazados.
Suele describirse habitualmente lo que está sucediendo en Afganistán, como hace
Time en su portada, como una batalla de las fuerzas de la libertad, la
democracia y los derechos de la mujer (es decir, EEUU y el gobierno de Karzai)
contra el demonio talibán. Pero el combate real se está luchando entre los
hombres y mujeres progresistas afganos, muchos de ellos jóvenes, y una falange
de fuerzas regresivas. Para Estados Unidos el problema es éste: las fuerzas
regresivas que militan contra los derechos de las mujeres y un futuro
democrático para Afganistán están dirigidas por el demonio talibán. Sin duda,
pero también incluyen a los fundamentalistas (sobre todo misóginos), al gobierno
de Karzai y a nosotros mismos.
N. de la T.:
[*] Véase sobre esta misma cuestión el artículo de Bretigne Shaffer:
“Salvando a las mujeres e impidiendo genocidios”: http://www3.rebelion.org/noticia.php?id=111313
Ann Jones, autora de “Kabul in Winter”, realiza trabajo humanitario
en zonas de conflicto con ONG y las Naciones Unidas.
Fuente: http://www.thenation.com/article/154020/afghan-women-have-already-been-abandoned
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