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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



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La confusa maquinaria bélica

Chelsea Manning
The New York Times
16 de junio de 2104

Fort Leavenworth, Kansas— Cuando en el 2010 decidí dar a conocer información clasificada, lo hice por amor a mi país y sentido del deber hacia los demás. Ahora estoy purgando una sentencia de 35 años de cárcel por dichas revelaciones sin autorizar. Comprendo que mis actos hayan violado la ley.

Sin embargo, las inquietudes que me motivaron no se han resuelto. Mientras estalla la guerra civil en Irak y Estados Unidos vuelve a contemplar intervenir, esos asuntos sin concluir deben dar urgencia renovada a la pregunta sobre cómo controlaron las fuerzas militares estadounidenses la cobertura mediática relativa a su prolongada participación en dicho país y en Afganistán. Creo que los actuales límites a la libertad de prensa y el excesivo hermetismo gubernamental hacen imposible que los estadounidenses capten en su totalidad lo que está ocurriendo en las guerras que financiamos.

Si usted siguió las noticias durante las elecciones iraquíes de marzo del 2010, quizá recuerde que la prensa estadounidenses estaba inundada con notas declarando un éxito las elecciones, con todo y optimistas anécdotas y fotografías de mujeres iraquíes mostrando orgullosamente sus dedos manchados de tinta. Entre líneas se leía que los operativos militares de Estados Unidos habían tenido éxito al crear un Irak estable y demócrata.

Quienes nos hallábamos destacados allá estábamos muy conscientes sobre una realidad más complicada.

Los reportes militares y diplomáticos que llegaban a mi escritorio describían con pormenores las brutales medidas represivas que el Ministro del Interior y la policía federal iraquíes tomaban contra los disidentes políticos en nombre del primer ministro Nuri Kamal al-Maliki. Con frecuencia los detenidos eran torturados, incluso asesinados.

A principios de ese año, recibí órdenes de investigar a 15 personas a quienes la policía federal había arrestado por sospechas de imprimir “impresos anti-iraquíes”. Tuve conocimiento de que dichos individuos no tenían ningún vínculo con el terrorismo; estaban publicando una crítica académica acerca de la administración de Maliki. Remití este hallazgo oficial al mando en el oriente de Bagdad, El cual respondió que no necesitaba la información; en cambio, yo debería colaborar con la Policía federal para localizar más imprentas “anti-iraquíes”.

Me conmocionó la complicidad de nuestras fuerzas militares en la corrupción de dichas elecciones. Pero la prensa estadounidense no se daba cuenta de estos detalles tan inquietantes.

No era la primera (ni la última) vez que sentí la obligación a cuestionar la manera en la cual llevábamos a cabo nuestra misión en Irak. Una de mis funciones regulares era describir, para el informe sobre asuntos públicos que el comando en el oriente de Bagdad leía, en un solo enunciado cada tema abarcado, completando nuestro análisis con inteligencia local.

Entre más comparaciones diarias hacía entre las noticias que se daban a conocer en Estados Unidos y los reportes militares y diplomáticos que yo tenía disponibles como analista, más consciente estaba en torno a la disparidad. En contraste con los informes sólidos y matizados que creábamos en tierra, las noticias que llegaban al público estaban inundadas de especulaciones vagas y simplificaciones.

Una de las claves de dicha disyunción estaba en los reportes de asuntos públicos. Cerca de la parte superior de cada informe aparecía el número de periodistas presentes asignados a las unidades militares estadounidenses en cada zona de combate. Durante el tiempo que permanecí en la misión de Irak, nunca vi que ese número rebasara los 12. En otras palabras, en todo Irak, país con 31 millones de habitantes y 117 mil soldados estadounidenses, no había más de una docenas de periodistas estadounidenses cubriendo las operaciones militares.

El proceso de limitar a la prensa el acceso a un conflicto empieza cuando un reportero solicita viajar con unidades militares en zonas de combate. Los oficiales de asuntos públicos examinan minuciosamente a todos los reporteros. El sistema dista de ser imparcial. No sorprende que los reporteros que han establecido relaciones con las fuerzas militares tengan más probabilidades de obtener acceso.

Lo que se conoce menos es el hecho de que también se da preferencia a los periodistas a quienes los contratistas militares consideren con mayores probabilidades de generar cobertura “favorable”, en base a trabajos anteriores. La evaluación por “outsourcing” sobre lo favorable que cada solicitante es se emplea para descartar a quienes se crea puedan llegar a producir cobertura crítica.

A los reporteros que conseguían estatus de “asignados” en Irak luego se les solicitaba firmar un acuerdo en referencia a las “reglas en tierra” para los medios. Funcionarios de asuntos públicos del Ejército decían que lo anterior tenía el propósito de proteger la seguridad en los operativos, pero también les permitía suspender sin apelación el permiso del reportero.

Ha habido numerosas instancias de reporteros a quienes se les quitó el acceso tras algún reportaje polémico. En el 2010, al fallecido reportero de Rolling Stone Michael Hastings se le retiró el acceso tras reportar las críticas que el general Stanley A. McChrystal y su personal en Afganistán hacían al gobierno de Obama. Un portavoz del Pentágono dijo, “la asignación es un privilegio, no un derecho”.

Si se termina el acceso de algún reportero, por lo general se coloca al periodista en la lista negra. En el 2013 este programa de acceso limitado de la prensa fue impugnado en los juzgados por un reportero independiente, Wayne Anderson, quien aseguró haber acatado su acuerdo pero que fue suspendido cuando publicó reportes adversos acerca del conflicto en Afganistán. El fallo del presente caso ratificó la postura militar de que no existía ningún derecho protegido por la Constitución para ser periodista asignado.

El programa de reporteros asignados, el cual continúa en Afganistán y dondequiera que Estados Unidos envíe tropas, está profundamente influenciado por la experiencia militar acerca de cómo modificó la cobertura mediática la opinión pública durante la Guerra de Vietnam. Los supervisores de asuntos públicos poseen demasiado poder: por lo general los reporteros temen que se les suspenda su acceso, por lo cual tienden a evitar notas polémicas capaces de ponerles alerta roja.

El programa existente obliga a los periodistas a competir uno contra el otro por “acceso especial” a cuestiones vitales de política extranjera y de interior. A menudo, lo anterior da pie a notas alabando a los encargados de alto nivel de tomar decisiones. Una de las consecuencias es que se destruye el acceso del público estadounidense a los hechos, lo cual lo deja sin medio alguno para evaluar la conducta de los funcionarios nacionales.

Los periodistas tienen una importante función al hacer un llamado a reformar el sistema para viajar con las unidades militares. No debe ser factor lo favorable que haya sido el trabajo previo de algún periodista. La transparencia, garantizada por un cuerpo rector que no se encuentre bajo control de los funcionarios de asuntos públicos, debe regir el proceso para dar acceso. Un panel independiente conformado con militares, excombatientes, civiles del Pentágono y periodistas podría equilibrar le necesidad pública de información con la necesidad de las fuerzas militares de seguridad operativa.

Los reporteros deben contar con acceso oportuno a la información. Las fuerzas militares pueden hacer mucho más por facilitar la rápida desclasificación de información que no ponga en peligro las misiones militares. Por ejemplo, los Reportes sobre Actividad Significativa de las fuerzas militares proporcionan rápidos resúmenes de eventos como ataques y bajas. A menudo clasificados automáticamente, podrían ayudar a los periodistas a informar en forma precisa los hechos.

Los sondeos de opinión indican que la confianza de los estadounidenses en sus representantes electos ha descendido a niveles históricos. Mejorar el acceso de la prensa a este crucial aspecto de nuestra vida nacional —donde Estados Unidos ha enviado a hombres y mujeres de sus fuerzas armadas— representaría un potente paso hacia el restablecimiento de la confianza entre electores y funcionarios.

*Ex analista de inteligencia del Ejército de Estados Unidos 

Fuente: http://diario.mx/Opinion_El_Paso/2014-06-15_f5f5ef29/la-confusa-maquinaria-belica


 

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