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Los manifestantes contra la guerra de Vietnam PARA NADA tienen que pedir disculpas

Cuando el patriotismo y el pro belicismo se vuelven sinónimos

David Zeiger

25 de octubre de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

El autor David Zeiger con soldados en servicio activo en una manifestación con motivo del Día de las Fuerzas Armadas, 1971

El autor David Zeiger con soldados en servicio activo en una manifestación con motivo del
Día de las Fuerzas Armadas, 1971

El siguiente artículo salió por primera vez en línea en CommonDreams.org y se vuelve a publicar aquí (la traducción es la nuestra). David Zeiger es un cineasta galardonado y creador de Sir! No Sir! [¡Señor! ¡No señor!], un documental sobre la resistencia de los soldados en servicio activo durante la guerra de Vietnam. Zeiger es un iniciador de Rechazar el Fascismo. Este artículo se refiere al documental The Vietnam War [La guerra de Vietnam] de Ken Burns y Lynn Novick, que PBS acaba de presentar como una serie de televisión. Revcom.us tendrá más en relación con esa película próximamente. —Los editores de revcom

Esta obra es licenciada bajo una licencia: Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 License

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¿Cuántas veces has escuchado algo como la declaración abajo, o incluso has dicho ti mismo?

Fue tan cruel lo que se hizo a los veteranos de Vietnam. Protesté contra la guerra, pero no contra los soldados que habían pasado por el infierno.

Lea también: Historias de guerra al volver de la guerra: Mitos, medios de comunicación y la serie de Ken Burns sobre Vietnam
Jerry Lembcke

Ese comentario se posteó en mi página de Facebook cuando publiqué la reseña muy perspicaz de Jerry Lembcke sobre la serie de Ken Burns y Lynn Novick, The Vietnam War. Lembcke señala que la serie promueve la narrativa establecida de que, para los veteranos de Vietnam, la experiencia de volver a casa a un público “hostil” fue “más traumática que la guerra misma”. Como comentaré aquí, Lembcke, veterano de Vietnam y profesor asociado emérito de la Universidad Holy Cross College, ha dedicado gran parte de su vida a oponerse a esa narrativa y refutarla.

Ahora eche un vistazo a la declaración anterior. Protesté contra la guerra, pero no contra los soldados que habían pasado por el infierno. Sugiere, por supuesto, que aunque esta persona no lo hizo, otros debían de haber “protestado contra los soldados”, refiriéndose a los relatos ubicuos de soldados y veteranos acosados, hostigados, denunciados como asesinos de bebés y escupidos por una variedad de manifestantes y, según la mayoría de los relatos, “hippies de pelo largo”. En realidad, este comentario específico fue parte de una serie de respuestas a alguien que afirmó que le habían “orinado mientras tenía puesto el uniforme”.

Eso de que a los veteranos de regreso de Vietnam los “escupían y les decían asesinos de bebés” ya ha alcanzado el nivel de la palabra santa, incluso —lo más inquietante— entre aquellos que eran ellos mismos parte del propio movimiento vilipendiado por esas afirmaciones. Nadie vio ni participó en tales ataques, pero todos “saben” que sucedieron. Alguien debe de haberlo hecho, o ¿por qué tantas personas dirían que les había pasado?

Buena pregunta. Contestar a esa pregunta arroja mucha luz sobre cómo y por qué se ha reescrito muy eficazmente y en todas partes la relación entre el movimiento contra la guerra y los veteranos de esa guerra — una nueva versión que casi ninguno de aquellos que estaban allí ha cuestionado, gente que, francamente, sabe la verdad. Hoy en día, cuatro generaciones después de la guerra de Vietnam, la mitología de los veteranos maltratados sigue desempeñando un papel profundamente poderoso en sofocar la protesta contra las guerras de Estados Unidos en nombre de “apoyar a las tropas.” Y con Donald Trump amenazando con “destruir completamente a Corea del Norte” mientras suelta al ejército en el Medio Oriente, nada podría ser más urgente que desmentir ese mito.

En primer lugar, algunos antecedentes personales. De 1970 a 1972, yo estaba parte del personal del Oleo Strut, un café para soldados en Killeen, Texas, justo fuera de la fuerte Hood, hogar de decenas de miles de soldados que acababan de regresar de Vietnam y que aún faltaban seis meses o más de servicio. El Oleo Strut, como decenas de cafés para soldados cerca de bases militares alrededor de Estados Unidos, fue un lugar donde los soldados podían encontrar literatura sobre el movimiento contra la guerra y los movimientos de liberación del Tercer Mundo, conversar y debatir sobre la guerra con civiles y con otros soldados y, lo más significativo, construir su propio movimiento contra la guerra y el ejército. Durante dos años los ayudé a distribuir su periódico clandestino, The Fatigue Press, con una tirada de prensa mensual de 5.000 ejemplares. En 1971, ayudé a planear y organizar una manifestación del “Día de las Farsas Armadas” contra la guerra justo fuera de las puertas del fuerte Hood en la que participaron más de dos mil soldados en servicio activo.

Las estadísticas y una enorme cantidad de evidencia documental de ese tiempo muestran que mi experiencia en el fuerte Hood era lo normal, no la excepción. El movimiento de los soldados en servicio activo entre 1968 y 1973 era tan omnipresente que era famosa la declaración del Coronel Robert Heinl de que ese movimiento había “contagiado a todas las fuerzas armadas”. El historiador James Lewes ha documentado más de 500 periódicos clandestinos de los soldados en servicio activo (disponible en línea en la Wisconsin Historical Society / Sociedad Histórica de Wisconsin) junto con decenas de organizaciones, desde GIs United Against the War [Soldados Unidos contra la Guerra] a las ramas clandestinas del Partido Pantera Negra dentro del ejército. Un estudio en 1972 encargado por el Departamento de Defensa encontró que el 51% de todas las tropas en Vietnam habían participado en “alguna forma de protesta”, desde llevar un signo de la paz en el uniforme a la deserción (más de 500.000 “Incidentes de deserción” durante la guerra), manifestaciones y hasta motines (inclusive el “fragging”: cuando las tropas asesinan a sus propios oficiales). Y para 1972 la organización Vietnam Veterans Against the War [Veteranos de Vietnam Contra la Guerra] era una fuerza altamente visible e importante en todo Estados Unidos. La omnipresente imagen de un ejército lleno de soldados “cumpliendo con su deber” mientras los civiles privilegiados protestaban y lanzaban insultos en su contra es, para decirlo sin rodeos, una mentira.

En 2005, en el apogeo de la guerra de Irak, hice la película Sir! No Sir! [¡Señor! ¡No señor!]. Esa película, transmitida en más de 200 países de todo el mundo, contó la historia del movimiento de los soldados, una historia que se ha borrado de casi todas las historias de la guerra de Vietnam. En Sir! No Sir!, Jerry Lembcke señala que la realidad de miles de soldados y veteranos oponiéndose a la guerra ha sido reemplazado por el mito de los hippies escupiéndolos, y ese argumento de Lembcke provocó la ira y los ataques de los veteranos pro guerra que acosaron a varios críticos que habían elogiado la película.

Pero Lembcke es la única persona, que yo sepa, que ha investigado a fondo las afirmaciones de que alguien haya escupido a un veterano y la insistencia más amplia de que el movimiento contra la guerra repudiaba y atacaba a los veteranos. Escribió sobre sus hallazgos en su libro de 1998, The Spitting Image: Myth, Memory, and the Legacy of Vietnam, [La imagen del escupir: mito, memoria y el legado de Vietnam], una lectura obligatoria para todos los que quieran saber cómo el movimiento contra la guerra en realidad trataba a los veteranos. A continuación, he sólo algunos ejemplos que su investigación reveló.

Para empezar, durante todo el curso de la guerra no hay ni pisca de evidencia documental de que se hayan producido ni un solo incidente de escupir. No hay artículos en periódicos ni revistas, no hay cartas al editor, no hay noticias de televisión, no hay informes del FBI, no hay arrestos ni quejas presentadas a la policía. Nada. Ni siquiera el periódico Stars and Stripes [Estrellas y barras], la voz de las fuerzas armadas, informó sobre ningún incidente de escupir. Y en una época que era fuertemente documentada con fotografías, incluso por los propios soldados (Lembcke señala que las cámaras Pentax se vendieron en las tiendas en las bases militares y eran la cámara preferida entre las tropas, semejante a los teléfonos celulares de hoy), no existe ni una foto de que escupan a un veterano.

Los relatos que han surgido casi siempre son de incidentes públicos, por lo general en los aeropuertos por parte de multitudes de manifestantes cuyo objetivo era el de humillar a las tropas que regresaban. Nos dicen que los oficiales de mando les advertían a los soldados que iban a ser escupidos al volver a casa, que deberían deshacerse del uniforme para protegerse. Sin embargo ¿nadie alertó a la policía, ni a las autoridades militares, ni a la prensa? Se trata de un asalto. ¿Acaso el FBI, cuyo objetivo a lo largo de los años sesenta era impedir y socavar el movimiento contra la guerra, no habría arrestado al menos a un escupidor? Había, si los relatos son de creerse, cientos, incluso miles, de estos. ¿Y qué de la prensa? Los medios de comunicación, sin duda, hubieran sabido si en los aeropuertos abusaran y escupieran rutinariamente a los soldados; como señala Lembcke, habrían “acampado en el vestíbulo del aeropuerto de San Francisco, cámaras en la mano, esperando la oportunidad de grabar el incidente concreto — es decir, si tuvieran alguna razón para creer que tales incidentes pudieran ocurrir”.

El hecho simple y llano es que entre 1965 y 1975 nadie afirmaba que le habían escupido. Pues puede que les hayan escupido metafóricamente, como va la expresión cada vez más popular. He visto a varias personas que inicialmente afirman que fueron escupidas, pero al desafiarlas, cambian la historia a una versión de “Bueno, no me escupieron literalmente, pero era como si me lo hubieran hecho”. Un caballero afirmó en mi post de Facebook que fue orinado, pero cuando varias personas lo desafiaron, cambió su relato a “me metí en un bar para esquivar a los idiotas”. Nunca explicó quiénes eran los “idiotas”.

Pero para repetir, eso no es lo que los veteranos decían en esos días. Lembcke escribe, “Un estudio del Senado de Estados Unidos, basado en datos recopilados en agosto de 1971 por Harris Associates, descubrió que el 75 por ciento de los veteranos de la era de Vietnam encuestados no estaban de acuerdo con la declaración: ‘Las personas en Estados Unidos que se oponían a la guerra de Vietnam a menudo culpan a los veteranos por nuestra participación en ella’. El 99 por ciento de los veteranos encuestados dijo que tuvo buena acogida de parte de amigos cercanos y familiares, y el 94 por ciento dijo que tuvo buena acogida de otros de su misma edad que no habían servido en las fuerzas armadas. Sólo el 3 por ciento de los veteranos que regresaron describió su recepción como ‘nada de amable’”. (Énfasis nuestro).

Y al igual que las historias de escupir, no hay evidencia documental de que activistas contra la guerra hayan gritado “¡asesino de bebés!” a los soldados y veteranos. De hecho, como podría atestiguar todo activista que revise honestamente sus experiencias, el blanco regular de las protestas fueron el gobierno y la máquina militar, y no los soldados. “Oye, oye, LBJ, ¡¿cuántos niños mataste hoy?!” fue uno de los coros más populares, hasta que fue Richard Nixon el asesino.

Entonces, ¿de dónde salió esta idea de que les dijeran “asesinos de bebés” a los veteranos? Es posible que lo hayan sacado del afiche sobre la masacre de My Lai. En marzo de 1968, más de 500 civiles desarmados —hombres, mujeres, y niños— fueron sistemáticamente acribillados por una compañía de soldados en la 23ª División de Infantería (Americal). El alto mando encubrio la masacre de My Lai durante más de un año hasta que el periodista Seymour Hersh la desenmascaró. Con su encubrimiento destapado, las fuerzas armadas procesaron a 22 soldados y al teniente Calley, el oficial en la escena, por los asesinatos. Fue el alto mando, y no el movimiento, que “les echó la culpa a las tropas” cuando se desenmascararon los resultados de sus políticas asesinas.

Después de My Lai, el movimiento contra la guerra produjo un afiche con una horripilante fotografía de cadáveres amontonados en la aldea. Sólo había dos líneas de texto: “¿Y bebés? Y bebés”.

Conozco bien este impactante afiche porque lo teníamos en el Oleo Strut y lo reprodujimos en la Fatigue Press para que miles de soldados lo vieran. ¿Por qué? Porque encarnaba el carácter criminal de la guerra en la que se vieron obligados a combatir. Me imagino que algunas personas lo tomaron como algo personal, pero no hace falta decir que la intención nunca era la de acusar a todos los soldados de ser asesinos de bebés, sino confrontarlos con la dura realidad de la guerra y movilizarlos en el movimiento. ¿Debíamos dejar de desenmascarar y condenar la masacre de My Lai, en nombre de “Honrar a las tropas”?

¿Hubo debates acalorados sobre la guerra, durante las cenas en casa, en las esquinas de las calles, y en las universidades? Absolutamente. ¿Hubo manifestaciones en frente de las bases militares, como se quejan los que cuentan las historias de escupir? Por supuesto — pero, como mi propia experiencia demuestra, en la mayoría de los casos, esas manifestaciones eran dirigidas por veteranos y soldados de servicio activo en contra del gobierno, y no contra sus compañeros soldados. ¿Los activistas anti-guerra insistían en afirmar entre todos, incluidos los veteranos, que Estados Unidos estaba cometiendo una invasión criminal y genocida que ponía en las miras a una población civil? Definitivamente, como debían hacer. ¿Esos argumentos a veces se volvieron personales (“¡Apoyas el genocidio!”)? Sí, y eso era comprensible. Esa era la naturaleza de aquellos tiempos, y la urgencia de poner fin a la matanza que fue la guerra de Vietnam.

En un informe que leí recientemente, un veterano describió lo aislado e incómodo que se sentía en la universidad a la que asistía. No podía expresar sus opiniones en las discusiones sobre Vietnam, a pesar de su servicio. Resulta que la universidad a la que asistió fue Berkeley, y apoyó la guerra. Pues, me cae que cualquiera que apoyara abiertamente la guerra en Berkeley hubiera sido bombardeado verbalmente. Sería como defender la esclavitud en una convención de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. Pero a lo mejor su incomodidad no tenía nada que ver con ser veterano, sino que estaba bajo ataque su apoyo a la guerra.

Y eso es exactamente el punto. Toda la sociedad debatía sobre la guerra, y los veteranos formaban parte de ese debate al mismo o al mayor grado que todos los demás. Los veteranos no eran un grupo monolítico. Aquellos que se opusieron a la guerra, y había miles, fueron recibidos con los brazos abiertos por el movimiento contra la guerra, convirtiéndose en una fuerza dirigente en el país como Veteranos de Vietnam Contra la Guerra. Fueron veteranos, especialmente en VVAW, que desenmascararon de manera más vívida las políticas del gobierno y las fuerzas armadas — el bombardeo en alfombra, las zonas de fuego a voluntad, el cálculo de bajas, y el uso sin precedentes del napalm y el Agente Naranja. Estas eran las armas y estrategias que Estados Unidos empleaba oficialmente en Vietnam. Y debido a esas estrategias, la guerra de Vietnam era una guerra genocida repleta de las atrocidades las que el movimiento contra la guerra denunció tan vehemente y justificadamente.

Pues, ¿qué pasó? ¿Cómo se convirtió “Tuve una buena acogida de otros de mi edad” en “Me escupieron y me traumatizaron?” Este es el meollo del asunto, al cual Lembcke dedica la mayor parte de su libro para responder. La respuesta corta es que fue el resultado de una campaña muy efectiva de muchas décadas por muchas fuerzas de la sociedad aferradas a echar la culpa por la derrota estadounidense no al gobierno ni a la naturaleza misma de la guerra, sino a la supuesta “traición” a los soldados por el movimiento contra la guerra. Al convertir a los veteranos en víctimas de airadas multitudes de manifestantes, aquellos que fomentan más guerras de conquista querían aislar y suprimir cualquier oposición en nombre de “Apoyar a las tropas”. Y nadie hizo más por adelantar esa causa que Ronald Reagan.

Aunque fue Richard Nixon que promovió la acusación contra el movimiento antiguerra de “Deslealtad a las tropas” en 1969, las historias de escupir no surgieron de lleno hasta mediados de los años ochenta, quince años después de la guerra, lo que en sí comprueba su naturaleza mítica. Es revelador que surgieron mientras la administración Reagan financiaba secretamente a ejércitos reaccionarios en América Latina y despotricaba contra lo que él llamó el “Síndrome de Vietnam” — o sea, la renuencia de la mayoría de los estadounidenses a enviar tropas a los países del Tercer Mundo. Poner a la vergüenza al movimiento contra la guerra fue clave para esa campaña y para eso cayeron como anillo al dedo las historias de ser escupidos, contadas con entusiasmo por un puñado de veteranos pro guerra (el 3 por ciento de la encuesta anterior).

Hollywood hizo su parte también, produciendo una ola de películas de fantasía vengativa a partir de los fines de los años 70. Las más populares eran de Sylvester Stallone, First Blood (1982) y Rambo: First Blood II (1985), en las que un veterano de Vietnam estereotipado e hiper-musculoso con exceso de testosterona de saca su venganza primero contra un Estados Unidos indiferente, y de ahí contra los sanguinarios vietnamitas. First Blood presentó el escenario absurdo en que Rambo, un ex Boina Verde y un asesino altamente entrenado, se queja de que los “hippies” le escupieron en un aeropuerto. ¡Vaya qué hippies más poderosos!

Las historias de escupir llegaron a su apogeo cuando Estados Unidos ahora sí envió grandes cantidades de tropas al extranjero, al Oriente Medio, para la primera guerra del Golfo en 1990. Irak había ocupado Kuwait, afirmando que era parte de su territorio (los colonialistas británicos crearon las fronteras de Kuwait a principios del siglo veinte). Mientras el gobierno del Bush padre buscaba desesperadamente un pretexto para invadir, estallaron enormes manifestaciones en todo el país con la demanda de no invadir. Pero una vez que las tropas fueron enviadas, los medios de comunicación se llenaron de historias de jóvenes temerosos, no del campo de batalla, sino de su recepción cuando volviera a casa. Una vez más, se difundieron las historias de terror sobre el maltrato a los veteranos de Vietnam, junto con advertencias graves, incluso de los líderes de la protesta, de no repetir los “errores” de los años sesenta. El congresista John Murtha visitó a las tropas en el Golfo y reportó en el New York Times que le preguntaron repetidamente si la “gente en casa” las apoyaba. “La nube de Vietnam persigue a estos muchachos”, dijo. “Sus padres estaban en ella. Han visto todas estas películas. Se preocupan, se preguntan”. Con eso, la “razón” para la guerra se convirtió en “apoyar a nuestros muchachos en la zona de peligro”. Las manifestaciones se evaporaron, reemplazadas por cintas amarillas.

Y eso, por supuesto, ha continuado e intensificado hasta la fecha. Soy aficionado del béisbol, y cada partido de los Dodgers que asisto incluye una ceremonia de “Honrar a un héroe”; miles de fans se ponen de pie y vitorean mientras detallan los despliegues del veterano a Irak y Afganistán. Uno tendría que estar ciego para no ver que, en nombre de “honrar” a este individuo, son las propias guerras las que se están ensalzando. Pero que nadie se atreva a decirlo en voz alta. Es aceptable oponerse a esas guerras, siempre y cuando tenga mucho cuidado de nunca implicar que los soldados estén cometiendo crímenes de guerra y que siempre diga “Gracias por su servicio”. ¿Es de sorprenderse que en esta atmósfera no haya movimiento contra la guerra hoy?

Como dice el dicho, una mentira repetida muchas veces se hace una “verdad”. La serie Burns / Novick Guerra de Vietnam termina con Nancy Biberman, [que había sido] una activista estudiantil de la Universidad de Columbia, pidiendo perdón por llamar a veteranos “asesinos de bebés”. Puedo suponer que Biberman nunca los llamó asesinos de bebés. Tal vez ahora cree que incluso mencionar los miles de civiles muertos por las fuerzas estadounidenses en Vietnam equivale a hacer precisamente eso. Tal vez ella piensa que a lo mejor otros hayan hecho esas cosas horribles de las que hemos oído hablar y cada activista pacifista debiera expiar sus pecados ahora.

Ambas versiones se rinden ante la mentira. Y, sin importar las intenciones, ambas abren la puerta a más guerras y más matanzas.


 

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