Los intelectuales de Bush
Tortura
PARÍS.— Los memorandos secretísimos hechos públicos por el gobierno de Obama
sobre los métodos de tortura aplicados en las cárceles de la CIA arrojan nueva
luz sobre una cuestión fundamental: ¿Cómo es que personas que actuaban en nombre
del gobierno de EE.UU pudieron aceptar tan fácilmente la idea de torturar a los
detenidos que tenían a su cargo?
Los documentos recién publicados no revelan los datos mismos de la tortura,
que ya conocían quienes quisieran conocerlos, pero sí que revelan mucha
información sobre cómo se desarrollaban las sesiones de tortura y cómo las
consideraban los agentes participantes.
Lo más asombroso es el descubrimiento de detallitos inquietantes de las
normas expuestas en los manuales de la CIA y hechas suyas por ejecutivos
jurídicos del gobierno. Habríamos pensado que la tortura era consecuencia de
fallos o excesos no intencionados cometidos impulsivamente. Al contrario, en
esos memorandos se ve claramente que la tortura era una táctica formulada con el
mayor detalle.
En las "directrices" del gobierno de Bush, se puede dividir la tortura en
tres categorías de diversos niveles de intensidad: "básico" (desnudez,
manipulación dietética, privación de sueño); "correctivo" (golpes) y
"coercitivo" (mojar con agua, encierro en celdas minúsculas, "el
submarino").
En el caso de una bofetada, el interrogador debía golpear con dedos
ligeramente separados, a una distancia igual entre la punta de la barbilla y la
base del lóbulo de la oreja. El método de mojar con agua a un detenido desnudo
debía durar 20 minutos, si la temperatura del agua era de 5º grados centígrados,
40 minutos, si era de 10 grados, y hasta 60 minutos, si era de 15 grados. La
privación de sueño no podía exceder 180 horas, pero podía reanudarse después de
ocho horas de descanso.
La inmersión en el agua de una tina podía durar hasta 12 segundos y no más de
dos horas al día durante 30 días seguidos. La aplicación del "submarino" podía
durar 40 segundos como máximo, si bien dos prisioneros fueron sometidos a ese
tormento 286 veces en total durante un solo mes. El encierro en una celda
minúscula no podía exceder dos horas, pero, si el prisionero podía permanecer de
pie en la celda, podía prolongarse durante ocho horas cada vez y 18 horas al
día. Si se introducía un insecto en la celda, también había normas que lo
regulaban.
También se ha revelado cómo se capacitaba a los torturadores. La mayoría de
los métodos consistían en ingeniería inversa del entrenamiento dado a los
soldados de los EE.UU. que se preparaban para afrontar situaciones "largas y
extremas" (lo que, en cierto modo, permitía a los ejecutivos concluir que esas
durísimas pruebas eran totalmente soportables). Dicho de otro modo, los
torturadores habían sido torturados, a su vez, a lo que seguía un curso
acelerado e intensivo que duraba cuatro semanas, lo suficiente para instruirlos
con vistas a sus nuevas tareas.
Los abogados de Bush eran los colaboradores necesarios de los torturadores,
cuya labor iba encaminada a lograr la impunidad jurídica. También eso era una
novedad: la tortura no parece una violación de una norma común, desafortunada,
pero justificable. En cambio, tiene una norma legal.
A ese respecto, los abogados recurrieron a otra serie de técnicas. Para
eludir la ley, había que hacer el interrogatorio fuera de los EE.UU, aun cuando
ese lugar fuese una base militar americana.
La definición legal de tortura consiste en infligir intencionadamente un
profundo sufrimiento. Así, pues, se aconseja a los torturadores que nieguen esa
intención. A consecuencia de ello, el fin de una bofetada no es infligir dolor
físico, sino provocar sorpresa y humillación. El objeto del encierro en una
celda minúscula no es desorientar a un detenido, sino darle una sensación de
incomodidad. El torturador debe insistir siempre en su "buena fe", "creencias
sinceras" y la premisa racional para ellas.
De modo que se usaban eufemismos sistemáticamente: "técnicas perfeccionadas"
por tortura, "experto en interrogatorios" por torturador. Dejar marcas
materiales está contraindicado. Para ese fin, el daño mental es preferible a las
heridas físicas. No es de extrañar que después se destruyeran todas las
grabaciones en vídeo de esas sesiones.
Diversos grupos profesionales tenían que ver con los métodos de tortura. Así,
el contagio se extendió mucho más allá del limitado círculo de los torturadores.
Además de los abogados que legitimaban los hechos, había psicólogos,
psiquiatras, médicos (cuya presencia era obligatoria en todas las sesiones) y
también había estudiosos que aportaban sin falta justificaciones morales,
jurídicas o filosóficas, y, mientras los hombres infligían torturas, la
degradación en presencia de mujeres intensificaba la humillación.
¿A quién se debe considerar legalmente responsable de esa perversión de la
ley y los principios morales básicos?
El voluntario que desempeña la tarea de torturar es menos responsable que el
funcionario de alto nivel que la justificaba y la fomentaba y éste es menos
responsable que el encargado de decisiones políticas que la pedía.
También se puede considerar responsables a los gobiernos extranjeros amigos,
en particular los de Europa: aunque estaban enterados de la tortura y
aprovechaban la información así obtenida, en ningún momento expresaron la menor
protesta ni indicaron siquiera su desaprobación. Su silencio equivalió a un
consentimiento.
Así, pues, ¿deberíamos procesarlos?
El mejor castigo para los políticos es no reelegirlos. En cuanto a los
colaboradores y facilitadores no elegidos, podemos esperar que sean sancionados
por sus pares: ¿a quién le gustaría estudiar con un profesor partidario de la
tortura? ¿Quién deseará justicia impartida por un juez que autorizó la
brutalidad? ¿Quién querrá ser tratado por un médico que la supervisó?
Para entender por qué algunos americanos aceptaron tan fácilmente la
aplicación de la tortura, no debemos buscar un odio o temor ancestral de los
musulmanes y los árabes. No, la causa es mucho peor. Los memorandos que el
gobierno de Obama ha hecho públicos nos enseñan que cualquiera que se ajuste a
principios aparentemente nobles dictados por un "sentido del deber" o por la
necesaria "defensa de la patria" o que se sienta acuciado por un temor
fundamental por su vida y su bienestar o por las vidas y el bienestar de sus
familiares puede llegar a ser un torturador.
Tzvetan Todorov es Director Honorario de Investigación del CNRS de París.©
Project Syndicate, 2009.
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