Le echaremos de menos a Howard Zinn
Sunsara Taylor 31 de enero de 2010
No hay bandera suficientemente grande para cubrir la vergüenza de matar a
gente inocente.
- Howard Zinn |
Howard Zinn llevó una vida de principios y de resistencia. Su muerte hoy, de
un ataque al corazón, es una enorme pérdida para la gente del mundo. Pocas
personas aprovecharon tan consecuentemente la plataforma y el respeto ganados
para enfocar una luz sobre los delitos cometidos en nuestro nombre, hacer que la
gente se dé cuenta de las verdades que este sistema trata de ocultar, y fomentar
un clima y un espíritu de resistencia y de decir verdades. Zinn tomó una postura
contra las injustas de imperio de Estados Unidos.
Zinn excavó la historia genocida de este país que otros habían enterrado.
Desafió a generación tras generación a leer y pensar fuera de los márgenes del
discurso académico aceptable. Fui a escucharlo hace poco en la Universidad de
Chicago y miré la reacción de los estudiantes de primer año que nunca habían
oído esa clase de historia - historia radical y verídica - que Zinn hacía cobrar
vida... o el humor y el reto amigable que lanzaba a cada persona en el auditorio
a dedicar su vida a algo más significativo que sólo sacar una nota, conseguir
una carrera o hacerse camino. Zinn vivió una vida dedicada a la gente y a un
futuro mejor, y desafió a cada persona que conoció a hacer lo mismo.
Aquí está un enlace a una entrevista que Raymond Lotta le hizo a Howard para
el Obrero Revolucionario (ahora el periódico Revolución) en
1998:
El 24 de noviembre de 1998, el economista político maoísta Raymond Lotta
conversó con Howard Zinn sobre el centenario del imperialismo estadounidense y
las perspectivas radicales para el futuro.
RL: Howard, qué alegría conversar contigo; te agradezco por concedernos esta
entrevista.
HZ: El placer es mío.
RL: Tus libros han influenciado a muchos estudiantes, activistas e
intelectuales. Qué tal si nos cuentas cómo te hiciste historiador y cómo ves el
papel del historiador.
HZ: No me dediqué a la historia porque quisiera ser historiador, erudito ni
académico, ni porque quisiera escribir artículos para revistas eruditas, ir a
conferencias académicas ni presentar ponencias ante aburridos historiadores.
Empecé a estudiar historia porque a los 18 años ya era militante.
Trabajaba en un astillero, estaba organizando a los trabajadores jóvenes. Ese
fue mi primer roce con las ideas radicales; leí a Marx, a Upton Sinclair, a Jack
London y el libro Las uvas de la ira [de John Steinbeck]. Así que era un joven
con conciencia política que trabajaba en un astillero. Trabajé ahí tres años.
Luego entré a la Fuerza Aérea, donde fui bombardero. Cuando salí tuve diferentes
trabajos.
Tengo muchas influencias: soy de una familia obrera... en mis memorias hay un
capítulo titulado "Crecer con conciencia de clase", sí, me crié con conciencia
de clase; esa es una expresión que no se oye mucho en Estados Unidos... así que
mi conciencia de clase... mi experiencia en la guerra [II Guerra Mundial], mis
complicadas reacciones a esa guerra, la dizque "mejor guerra", la "guerra
buena"... el haber vivido con mi esposa en un barrio obrero y criado dos hijos
en difíciles situaciones... estudié con ayuda del gobierno por ser ex
combatiente mientras trabajaba en una bodega... fui miembro de diferentes
sindicatos, me interesó el movimiento obrero y empecé a leer la historia de las
luchas laborales.
Cuando empecé a estudiar historia y a pensar en ser profesor y escribir sobre
la historia, ya sabía que no sería un profesor neutral; no iba a ser simplemente
un académico.
RL: Tenías una idea clara sobre la clase de historiador que querías ser.
HZ: Quería que lo que escribía y enseñaba sobre la historia fueran parte de
la lucha social. Quería ser parte de la historia y no simplemente un
cronologista y maestro de historia. Así que ese criterio ante la historia, que
la historia misma es un acto político, por decirlo así, es algo que siempre ha
guiado lo que he escrito y lo que he enseñado. Desde el momento que puse pie en
un aula, sabía que no iba a ser uno de esos maestros a los que los estudiantes
al fin del curso o al fin del año les preguntan cuál es su posición. ¡Lo iban a
saber desde el principio! Ese fue y sigue siendo mi modo de pensar.
RL: ¿Cómo ves la posibilidad de tumbar las barreras que separan tu trabajo
como intelectual en la universidad de lo que pasa en el resto de la sociedad?
HZ: De dos maneras. Primero, llevando el mundo a las aulas, los temas
actuales. Siempre, sin importar el curso que enseño, ya sea teoría política o
derecho constitucional... siempre hay que estar comparando y contrastando lo que
dicen los libros, lo que demuestra la historia, el pasado y lo que está pasando
en el mundo en ese momento. Así que para mí el aula siempre ha sido un terreno
en el que se juntan el mundo de afuera y el mundo de la universidad.
Pero eso no es suficiente; nunca pude limitarme a la vida académica, tenía
que participar en el mundo de afuera. Si no hubiera participado en el mundo de
afuera, el mensaje que les daría a los estudiantes sería [se ríe]: qué magnífico
es pasar hablando de todas estas cosas en el aula, es fabuloso, pero no tienen
que tener ninguna relación con eso. Con mi ejemplo, quería hacerles ver qué es
lo importante en la vida.
Mi primera cátedra fue en la Universidad Spellman de Atlanta, Georgia, en los
años del movimiento de derechos civiles. Ahí enseñé siete años, y me incorporé
rápidamente en el movimiento. Vi que tenía que cumplir mi papel como maestro
tanto en lo que hacía fuera del aula como en lo que enseñaba en ella.
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