La historia de uno de los ex
presos de Guantánamo en Uruguay llega al cine
La libertad es una palabra grande –el documental de Guillermo
Rocamora– se presenta en el International Documentary Film Festival de
Amsterdam el sábado; en Uruguay se estrena en 2019
El Observador 15 de noviembre de 2018
La voz –limpia, en inglés, claramente de un periodista de cadena
internacional– dice: “Se trata de un gesto humanitario del presidente José
Mujica. Los seis hombres de Guantánamo no pueden regresar a su país por temor de
ser perseguidos o por razones de seguridad”.
Era fines de 2014 y el mundo hablaba de Uruguay. En algún lugar de Montevideo
un productor ejecutivo le dijo a un director de cine algo así como: “Hay que
hacer una película sobre esto”. El director respondió, sin pestañear, que no.
Casi cuatro años después, Guillermo Rocamora (director) y Santiago López
(productor ejecutivo) se tomaron un avión rumbo a Amsterdam, Holanda. El sábado
estrenarán, en el International Documentary Film Festival (IDFA) –el más
influyente para el género documental–, La libertad es una palabra grande.
Lo íntimo y lo intenso
Cuando Rocamora y Mohammed se conocieron los separaba el idioma, la cultura,
la noción de libertad, la historia de vida; en fin, todo lo que distancia a un
uruguayo de treinta y tantos años de un palestino de casi la misma edad que
acaba de ser liberado después de pasarse más de una década encerrado en la
cárcel a donde iban las personas acusadas de terrorismo. Pero había algo que los
unía: ambos eran padres primerizos (Mohammed se casó, al tiempo de llegar, con
una uruguaya). Así que desde allí construyeron ese vínculo necesario entre
documentalista y el protagonista de la película.
Durante casi tres años Rocamora y Mohammed se vieron entre dos y tres veces
por semana, hicieron varias horas de ruta para llegar a Rivera, conocieron a sus
familias, vieron crecer a sus hijos (Mohammed volvió a ser padre), se hablaban a
diario por WhatsApp, se involucraron en la vida del otro, aprendieron a
comunicarse (Rocamora tomó clases de árabe durante un año, Mohammed mejoró su
español) se volvieron cercanos, muy cercanos.
Lo más intenso del documental es mantener y construir una relación. Es como
tener un amigo nuevo al que tenés que conocer y acompañar. Y además tenés que
tener la paciencia de saber que las cosas no se van a dar cuando vos querés. Yo
me fui a Rivera cuando mi hijo tenía 15 días de nacido. Tuve que encarar a mi
mujer y decirle: ‘Se va a buscar trabajo, me tengo que ir’. El documental tiene
esa intensidad que está alucinante y lo más rico es lo que pasa en el camino”,
dice Rocamora. La libertad es una palabra grande es un documental de autor
–pequeño, con una mirada cuidadosa, sensible– de un tema de altísimo perfil.
Rocamora –coguionista y director del largometraje Solo, realizador de
documentales sobre Pablo Escobar y Carolina Herrera– lo describe así: “Esto es
el relato en primera persona de un personaje –no hay una escena donde no
esté él– que está viviendo una segunda oportunidad después de haber estado más
de una década en la cárcel de Guantánamo. Lo encarcelaron a los 22 y lo
soltaron a los treinta y pico. Llegó a un país que le es completamente ajeno a
arrancar de cero”.
El documental –producido por Oriental Features, aún sin fecha de
estreno en Uruguay, pero que seguramente será en el primer semestre de 2019–
muestra en 70 minutos las angustias de un hombre que no consigue trabajo y que
debe vivir con una ayuda que, inicialmente, era de $ 15.000 y después descendió
hasta el salario mínimo. “Realmente, a veces, en prisión (estoy) tranquilo.
Tengo ropa, comida suficiente”, dice Mohammed en una de las imágenes que se
pueden ver en el trailer.
“Cuando filmás la vida privada, hay un montón de material que anda ahí
en la vuelta que hace que si no cuidás bien a la persona la podés exponer. Es
muy fácil juzgarlo a él desde nuestra cultura. Podés decir que es un vago porque
no puede trabajar en un lugar en el que venden alcohol o que vendan cerdo o
donde no lo dejen rezar a las horas estipuladas.
Si no tenés la sensibilidad de acercarte a las dificultades que él tiene es
muy fácil juzgarlo”, explica el director.
La primera vez
En octubre, después de ocho meses de un trabajo heroico de edición (eran más
de 100 horas de filmación), Rocamora decidió tomar coraje y mostrarle su trabajo
a Mohammed. Estaba nervioso, temía que no le gustara. Hasta que de costado vio
cómo se reía en algunos fragmentos. Cuando la película llegó al final se hizo un
silencio profundo. Hasta que Mohammed habló: “Amigo, está muy buena”.
“Él quedó muy agradecido con el proceso de la película, le vino bien para
mostrar lo que estaba viviendo; también fuimos una compañía durante todos esos
años. Es probable que él haya sido el que más sufrió la separación cuando
dejamos de filmar porque yo después me pasé muchos meses viéndolo en una
pantalla”, cuenta Rocamora.
Ahora Mohammed está en Mendoza. Un musulmán le consiguió una casa para que
arregle y pueda vivir allí junto a su familia. Con Rocamora siguen cruzando
mensajes por celular.
Es probable que el sábado, antes de que se apague la luz en una sala de cine
con las entradas agotadas en Amsterdam, el director piense en él y agradezca
haber cambiado de opinión sobre no hacer la película de los expresos de
Guantánamo.
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