La guerra teledirigida
Carlos Sardiña El gran juego 04 de abril de 2010
Estos días está teniendo lugar un intenso debate en Estados Unidos sobre el
creciente uso de aviones no tripulados (también conocidos como “drones”) en
operaciones de localización y eliminación de terroristas y “combatientes
enemigos” en territorio extranjero. Se ha convocado en Washington un
comité del Congreso para debatir el marco jurídico en el que operan estos
aviones y el pasado 25 de marzo Harold Hongju Koh, asesor legal del Departamento
de Estado, defendió
ante la Sociedad Estadounidense de Derecho
Internacional la legalidad de ese tipo de operaciones.
La justificación
legal de Hongjuy Koh se basa en la Ley de
Autorización del uso de la fuerza militar, aprobada una semana después de
los atentados del 11 S de 2001. El asesor legal afirma que Estados Unidos se
encuentra inmerso en un conflicto armado con Al Qaeda, los talibán y grupos
asociados y por lo tanto tiene derecho a emplear la fuerza respetando los
principios de distinción entre civiles y combatientes [pdf]
y de proporcionalidad, cosa que asegura que su gobierno está haciendo, aunque
sin revelar ningún detalle sobre las medidas que toma para asegurarse de que es
así.
Las declaraciones de Hongjuy Koh ponen de relieve hasta qué punto sigue
vigente con Obama la “guerra contra el terrorismo” que iniciara Bush, pese a que
la actual administración haya
decidido dejar de utilizar públicamente ese nombre, y suscitan serias dudas
sobre cómo se puede trazar una distinción clara entre objetivos militares y
civiles en una guerra en la que el enemigo no se caracteriza por pertenecer a un
ejército convencional.
La justificación del asesor legal ha llegado después de que el pasado mes de
octubre el relator especial sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o
arbitrarias de la ONU, Philip Alston, declarase que es
muy posible que las ejecuciones con “drones” que está llevando a cabo
Estados Unidos violen el derecho internacional. Alston
reconocía que este tipo de operaciones pueden ser legales en ciertas
circunstancias, pero no existe información suficiente al respecto, ya que forman
parte de un programa secreto de la CIA cuyas reglas y protocolos de actuación
son confidenciales, pese a que organizaciones como la Unión Americana por las
Libertades Civiles han
pedido en reiteradas ocasiones que se den a conocer públicamente.
Philip Alston dijo ayer
en Democracy Now! que las explicaciones de Hongjuy Koh no son en absoluto
satisfactorias y que su contenido real sólo era una petición de que se crea
ciegamente que Estados Unidos se está asegurando de respetar la ley
internacional en su programa secreto sin ofrecer ninguna garantía real, lo cual
sienta un peligroso precedente y socava enormemente el derecho
internacional.
La guerra invisible de Pakistán
El reportaje más completo sobre el programa de la CIA es el que publicó el
pasado mes de octubre la periodista Jane Mayer en The New Yorker, “The
Predator War”. Según Mayer, los aviones despegan y aterrizan en bases
secretas de Afganistán y Pakistán y cuando están en el aire son controlados
desde la sede de la Agencia en Langley, Virginia. Además, la CIA
emplea a contratistas privados de la empresa Blackwater (rebautizada como
Xe) para desempeñar tareas tan fundamentales como cargar los aviones con misiles
u ocuparse de la seguridad de las bases desde las que operan.
El programa, que se desarrolla de forma paralela a otro reconocido
públicamente de la Fuerza Aérea en Afganistán e Iraq, comenzó durante el
gobierno de George W. Bush pero recibió un enorme impulso cuando Obama accedió
al poder. El vicepresidente Joe Biden es uno de los mayores defensores de una
estrategia cuya implantación y ejecución se han producido lejos del escrutinio
público y que para el gobierno tiene la ventaja de que no es probable que
acarree ningún desgaste político, ya que no se producen bajas de soldados
estadounidenses. Además, los bombardeos tienen
lugar en zonas en las que el gobierno pakistaní no mantiene un control
efectivo y cuyo acceso es enormemente difícil para la prensa, por lo que son muy
poco visibles mediáticamente.
Según un informe [pdf]
de la New American Foundation sobre los ataques con aviones no tripulados en
Pakistán, sólo en el año 2009 se produjeron 53 ataques, más que entre 2004 y
2008 (un total de 43, 34 de ellos en ese último año). Para elaborar el informe
se han comparado diversas noticias publicadas en la prensa internacional. Según
esos cálculos, hubo entre 830 y 1210 víctimas mortales de 2004 a 2010, de las
cuales aproximadamente una tercera parte fueron considerados civiles por la
prensa. Según esas informaciones, en 2009 murieron 502 personas, 382 de ellas
descritas como militantes, lo que supone un 24 por ciento de muertos
civiles.
Las cifras de víctimas que ofrece ese informe ya contradicen bastante por sí
solas la alegación de Harold Hongju Koh de que Estados Unidos respeta los
principios de distinción y proporcionalidad, pero es que además son muy
inferiores a las
que maneja el propio gobierno pakistaní. Éste sostiene que en 2009 Estados
Unidos lanzó 44 ataques con “drones” en las zonas tribales del país en los que
murieron 708 personas, de las cuales sólo cinco eran dirigentes talibán o de Al
Qaeda y el resto eran civiles inocentes. Es decir, según ese cálculo más del 90
por ciento de las víctimas eran civiles.
Como no podría ser de otro modo, los ataques con aviones no tripulados gozan de
escasa popularidad entre la población pakistaní y suponen una grave amenaza
a la estabilidad de un país con un gobierno débil y frágil, cuya participación
en el programa es bien
conocida pese a que se oponga a él públicamente. Además, son enormemente
contraproducentes en lo que respecta a su objetivo. De
un modo similar a lo que sucedió con los bombardeos secretos de Camboya a
principios de los años setenta, son
la mejor razón que las organizaciones de la región a las que se supone que
se está combatiendo pueden esgrimir para captar a nuevos reclutas entre una
población desprotegida y masacrada impunemente desde el aire con la connivencia
de su propio gobierno.
La guerra a distancia
La historia de la evolución de la tecnología militar puede resumirse como una
tendencia a aumentar la capacidad destructiva de las armas tanto como la
distancia desde la que se puede golpear al enemigo. Los aviones no tripulados y
los robots, que en principio pueden estar equipados con cualquier arma
disponible, suponen la culminación de ese proceso.
Estados Unidos lleva
muchos años investigando este tipo de tecnología, en un principio para
emplearla sobre todo en misiones de reconocimiento, y cada
vez dedica una parte mayor de su presupuesto a la fabricación e
investigación de aviones no tripulados y robots que puedan ocupar el lugar que
tradicionalmente estaba reservado a los soldados en el campo de batalla. En un
horizonte lejano se pueden vislumbrar incluso insectos
con chips implantados que se podrían dirigir por control remoto para lanzar
sus ataques con armas químicas.
Pero Estados Unidos no es el único país que emplea este tipo de armas. Israel
utilizó aviones no tripulados en la ofensiva contra Gaza del año pasado,
unos aviones que estaban equipados con unas cámaras de precisión que permiten
distinguir incluso el color de la ropa, lo que no impidió que asesinaran a 29
civiles, entre ellos ocho niños. Según algunos informes, China
está copiando los diseños de los “drones” estadounidenses. Pakistán ya ha comenzado a
fabricar los suyos, de momento para misiones de reconocimiento. Y, dejando
aparte el uso militar, la policía
británica tiene previsto implantar esta tecnología para vigilar
manifestaciones y prevenir diversos actos delictivos antes de los juegos
olímpicos de Londres de 2012.
Como señala el
experto en defensa Peter W. Singer, el empleo de este tipo de armamento
supone una revolución en la forma de combatir tan trascendental como la de la
invención de la pólvora. Muchos soldados ya no luchan en tierras remotas sino
que bombardean países lejanos desde sus ciudades en horarios de oficina para
luego volver a sus casas con sus familias. Además, la guerra ya no implica una
decisión política tan “seria” como antes, de hecho ya ni siquiera es necesario
declararla y un país puede librarla sin que su población tenga que sufrir las
consecuencias.
Las decisiones sobre este tipo de guerra a menudo no están sometidas al
control del poder legislativo ni de la opinión pública, tal y como hemos visto
en el caso de Pakistán. Paradójicamente, el público cada vez tiene más acceso, a
través de canales como YouTube, a imágenes de esas guerras tomadas desde los
aviones no tripulados, lo que ha recibido el nombre de “porno
drone”. En cierto sentido, el mayor peligro de los aviones no tripulados,
aparte de su potencial mortífero, radica precisamente en eso, en que cuanto más
lejana le resulta la guerra a la población de los países agresores, más se
convierte en un espectáculo que sólo le concierne como mero entretenimiento.
Fuente: http://elgranjuego.periodismohumano.com/2010/04/02/la-guerra-teledirigida/
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