Afganistán
Malalai Joya, la mujer a la que no pueden silenciar
Johann Hari The Independent 10 de agosto de 2009
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
“No estoy segura de cuántos días más seguiré en vida,” dice tranquilamente
Malalai Joya. Los señores de la guerra que componen el nuevo gobierno
“democrático” en Afganistán han estado enviando balas y bombas durante años para
tratar de matar a esta pequeña mujer de 30 años proveniente de los campos de
refugiados – y parecen aproximarse más con cada intento. Sus enemigos la llaman
una “muerta andante.” “Pero no temo a la muerte, temo guardar silencio ante la
injusticia,” dice simplemente. “Soy joven y quiero vivir. Pero digo a los que
quieren eliminar mi voz: ‘Estoy lista, dondequiera y cuandoquiera que ataquéis.
Podéis cortar una flor, pero no podéis detener la primavera.’”
La historia de Malalai Joya vuelve al revés todo lo que nos han dicho sobre
Afganistán. En la retórica oficial, ella representa lo que ha sido el motivo de
nuestra lucha. Es una joven afgana que estableció una escuela clandestina
secreta para niñas bajo los talibanes y – cuando fueron derrocados – tiró la
burka, se presentó de candidata al parlamento, y enfrentó a los fundamentalistas
religiosos.
Pero ella dice: “Vuestros gobiernos os han echado polvo a los ojos. No os han
dicho la verdad. La situación para las mujeres es ahora tan catastrófica como lo
fue durante los talibanes. Vuestros gobiernos han reemplazado el régimen
fundamentalista de los talibanes con otro régimen fundamentalista de señores de
la guerra. (Es decir) que vuestros soldados están muriendo para eso.” En lugar
de ser liberada, está a punto de ser asesinada.
La historia de Joya es la historia de otro Afganistán – el que está detrás de
la burka y detrás de la propaganda.
“Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
Me reuní con Joya en un apartamento londinense donde vive con una partidaria
durante una semana, para hablar de sus memorias – pero incluso aquí hay que
mantener en secreto sus desplazamientos, mientras va de un piso franco a otro.
Me dicen que no mencione su ubicación a nadie. Está de pie en el pasillo,
pequeña y delgada, con sus cabellos fluyendo libremente, y me saluda con un
fuerte apretón de manos. Pero, cuando nuestro fotógrafo toma su foto, comienza a
reírse como una niña: la tristeza que refleja su pálida cara se desvanece, y se
deshace en alegres risitas. “¡Me cuesta acostumbrarme a esto!” dice.
Luego, cuando me siento con ella para hablar de la historia de su vida, el
dolor vuelve a inundar su cara. Su cuerpo se tensa y sus puños se cierran.
Joya tenía cuadro días cuando la Unión Soviética invadió Afganistán. Ese día,
su padre abandonó sus estudios para combatir al ejército comunista invasor, y
desapareció en las montañas. Ella dice: “Desde entonces, todo lo que hemos
conocido ha sido la guerra.”
Su más temprano recuerdo es que estaba agarrada de las piernas de su madre
mientras los policías registraban de arriba abajo su casa buscando evidencia del
lugar en el que se ocultaba su padre. Su madre analfabeta trató de mantener
vivos lo mejor posible a sus 10 hijos. Cuando la policía se hizo demasiado
agresiva, llevó a sus niños a campos de refugiados al otro lado de la frontera
en Irán. En esas inmundas ciudades de carpas ubicadas en la antigua Ruta de la
Seda, los afganos se aglomeraban y eran tratados como ciudadanos de segunda
clase por Irán. De noche, animales salvajes entraban a las carpas y atacaban a
los niños. Allí, la familia recibió la noticia de que el padre de Joya había
sido muerto por una mina terrestre – pero estaba vivo, después de perder una
pierna.
No había escuelas en los campos iraníes, y la madre de Joya estaba
determinada de que sus hijas recibieran la educación que ella nunca había
tenido. De modo que huyeron de nuevo, a campos en Pakistán Occidental. Allí,
Joya comenzó a leer – y fue transformada. “Dime lo que lees y te diré quién
eres,” dice. Desde los primeros años de su adolescencia, inhaló toda la
literatura que podía – desde la poesía persa hasta los dramas de Bertolt Brecht
y los discursos de Martin Luther King. Comenzó a transmitir su recién
descubierta alfabetización a las mujeres mayores en los campos, incluida su
propia madre.
Pronto descubrió que le encantaba enseñar – y, al cumplir 16 años, una obra
benéfica llamada Organización para la Promoción de las Capacidades de Mujeres
Afganas (OPAWC) le hizo una atrevida sugerencia: ve a Afganistán y establece una
escuela secreta para niñas, bajo las narices de la tiranía talibán.
De modo que tomó la poca ropa que tenía y fue llevada secretamente a través
de la frontera – y comenzaron “los mejores días de mi vida.” Odiaba tener que
ponerse una burka, ser acosada en las calles por la omnipresente policía “de
vicio y virtud”, y estar bajo la amenaza constante de ser descubierta y
ejecutada. Pero dice que valió la pena por las pequeñas. “Cada vez que una nueva
niña entraba a la clase, era un triunfo,” dice, resplandeciente. “No hay nada
mejor.”
Apenas logró evitar ser descubierta, una y otra vez. Una vez estaba enseñando
a una clase de muchachas en el sótano de una familia cuando la madre gritó
repentinamente: “¡talibanes! ¡talibanes!” Joya dice: “Dije a mis estudiantes que
se acostaran en el suelo y permanecieran totalmente silenciosas. Oímos pasos
arriba y esperamos mucho tiempo.” En muchas ocasiones, hombres y mujeres
corrientes – extraños anónimos – le ayudaron enviando a la policía en la
dirección equivocada. Agrega: “Cada día en Afganistán, incluso ahora, cientos si
no miles de mujeres comunes realizan esos pequeños gestos de solidaridad mutua.
Somos las guardianas de nuestras hermanas.”
La obra benéfica quedó tan impresionada con su persona que la nombró
directora. Joya decidió establecer una clínica para mujeres pobres justo antes
de los ataques del 11-S. Cando comenzó la invasión estadounidense, los talibanes
huyeron de su provincia, pero las bombas siguieron cayendo. “Se perdieron
innecesariamente muchas vidas, igual que en la tragedia del 11 de septiembre,”
dice. “El ruido era aterrador, y los niños se tapaban los oídos y gritaban y
lloraban. El humo y el polvo llenaban el aire con cada bomba que caía.”
En cuanto los talibanes se retiraron, fueron reemplazados por los señores de
la guerra que habían gobernado Afganistán justo antes. Joya dice que, en ese
momento: “me di cuenta de que los derechos de las mujeres habían sido
traicionados por completo… La mayoría de la gente en Occidente ha sido llevada a
creer que la intolerancia y la brutalidad hacia las mujeres en Afganistán
comenzaron con el régimen talibán. Pero es una mentira. Muchas de las peores
atrocidades fueron cometidas por los fundamentalistas muyahidines durante la
guerra civil entre 1991 y 1996. Ellos introdujeron las leyes que oprimían a las
mujeres, seguidas por los talibanes… y ahora volvían al poder, respaldados por
EE.UU. Volvieron de inmediato a su antigua costumbre de utilizar la violación
para castigar a sus enemigos y recompensar a sus combatientes.”
Los señores de la guerra “han gobernado Afganistán desde entonces,” agrega.
Mientras “se ha creado un simulacro de parlamento en Kabul para uso en EE.UU.,”
el verdadero poder “está en manos de esos fundamentalistas que gobiernan en
todas partes fuera de Kabul.” Como ejemplo, nombra al ex gobernador de Herat
Khan. Estableció sus propios escuadrones de “vicio y virtud” que aterrorizaron a
las mujeres y destruyeron casetes de vídeo y música. Tenía sus propias “milicias
privadas, cárceles privadas”. La constitución de Afganistán es irrelevante en
esos feudos privados.
Joya descubrió exactamente lo que eso significaba cuando comenzó a establecer
la clínica – un señor de la guerra local anunció que no sería permitida, ya que
era mujer y crítica del fundamentalismo. Lo hizo igual, y decidió enfrentar a
ese fundamentalista presentándose a la elección para la Loya jirga (“reunión de
los ancianos”) para elaborar la nueva constitución afgana. Hubo un gran
movimiento de apoyo para esa muchacha que quería construir una clínica – y fue
elegida. “Resultó ser que mi misión,” dice, “sería denunciar la verdadera
naturaleza de la jirga desde adentro.”
“Nunca volví a estar segura.”
Al pasar ante las cámaras de televisión del mundo hacia la Loya jirga, lo
primero que Joya vio fue “una larga fila con algunos de los peores abusadores de
los derechos humanos que nuestro país haya jamás visto – señores de la guerra,
criminales de guerra y fascistas.”
Pudo ver a los hombres que invitaron al país a Osama bin Laden, los hombres
que introdujeron las leyes misóginas que después fueron seguidas por los
talibanes, los hombres que habían masacrado civiles afganos. Algunos llegaron
allí mediante la intimidación del electorado, otros mediante el fraude
electoral, y aún más que fueron simplemente nombrados por Hamid Karzai, el ex
petrolero instalado por el ejército de EE.UU. para que gobernara el país. Pensó
en un antiguo dicho afgano: “Es el mismo asno, con montura nueva.”
Por un momento, mientras esos viejos asesinos comenzaban a pronunciar largos
discursos congratulándose por la transición a la democracia, Joya se sintió
nerviosa. Pero entonces, dice: “Recordé la opresión que enfrentamos como mujeres
en mi país, y mi nerviosismo se evaporó, para ser reemplazado por la
cólera.”
Cuando le tocó su turno, se levantó, miró alrededor a los ensangrentados
señores de la guerra y comenzó a hablar. “¿Por qué permitimos que haya
criminales presentes? Son responsables por la situación en la que estamos… Son
ellos los que convirtieron nuestro país en el centro de guerras nacionales e
internacionales. Son los elementos más contrarios a las mujeres en nuestra
sociedad que han puesto a nuestro país en este estado y quieren volver a hacer
lo mismo… En su lugar deberían ser procesados en los tribunales nacionales e
internacionales.”
Esos señores de la guerra – que alardean de ser duros – no pudieron hacer
frente a una esbelta joven que decía la verdad. Comenzaron a gritar y a aullar,
llamándola “prostituta” e “infiel”, y a arrojarle botellas. Un hombre trató de
golpearla en la cara. Le cortaron el micrófono y la jirga se convirtió en un
disturbio.
“Desde ese momento,” dice Joya, “nunca volví a estar segura… Para los
fundamentalistas, una mujer es medio ser humano, que sirve sólo para satisfacer
todas las voluntades y deseos de un hombre, y para producir niños y trabajar en
la casa. No podían creer que una joven mujer les estuviera arrancando las
máscaras ante los ojos del pueblo afgano.”
Una turba fundamentalista apareció unas pocas horas después ante su
alojamiento, y anunció que había ido a violarla y lincharla. Tuvo que ser puesta
bajo inmediata guardia armada – pero se negó a ser protegida por soldados
estadounidenses, e insistió en que fueran policías afganos.
Su discurso fue transmitido a todo el mundo – y vitoreado en Afganistán.
Recibió un inmenso apoyo de la gente de su país, feliz de que finalmente alguien
haya expresado su opinión. Una aldea pobrísima reunió dinero y envió un delegado
a cientos de kilómetros de distancia para expresar su agradecimiento.
Una mujer extremadamente anciana llegó acarreada en una carretilla
desvencijada, y explicó que había perdido dos hijos – uno ante los soviéticos,
el otro ante los fundamentalistas. Dijo a Joya: “Tengo casi 100 años, y me
muero. Cuando supe de usted y de lo que dijo, supe que tenía que verla. Dios la
proteja, querida.”
Le entregó su argolla de oro, su única posesión de valor, y dijo: “¡Tiene que
aceptarla! ¡He sufrido tanto en mi vida, y mi último deseo es que acepte éste mi
regalo!
Pero los ocupantes de EE.UU. y la OTAN instruyeron a Joya que debía mostrar
“cortesía y respeto” hacia los otros delegados. Cuando Zalmay Khalilzad, el
embajador de EE.UU. le dijo eso, ella respondió: “Si estos criminales hubieran
violado a su madre o a su hija o a su abuela, o matado a siete de sus hijos,
para no hablar de todos los tesoros morales y materiales de su país, ¿qué
palabras utilizaría contra semejantes criminales que estén dentro del marco de
la cortesía y el respeto?”
Se inclina y cita a Brecht: “Brecht dice: ‘El que no conoce la verdad es sólo
un idiota. El que conoce la verdad y dice que es una mentira es un
criminal.’”
Los intentos de asesinarla comenzaron con un francotirador – y no se han
detenido desde entonces. Pero ella dice sencillamente, con su puño cerrado:
“Quería que los señores de la guerra supieran que no les tenía miedo.”
De modo que se presentó a la elección para el parlamento, y ganó por gran
mayoría. “Volvería de nuevo para enfrentar a los que habían arruinado mi país,”
explica, “y estaba determinada a mantenerme erguida y a que nunca volvería a
doblegarme ante sus amenazas.”
“En cada rincón hay un asesino”
En su primer día Joya observó todo el nuevo parlamento afgano y pensó: “En
cada rincón se esconde un asesino, un títere, un criminal, un lord de la droga,
un fascista. Esto no es una democracia. Soy una de las pocas personas en este
lugar que ha sido auténticamente elegida.” Comenzó su discurso de introducción
diciendo: “Mis condolencias al pueblo de Afganistán…”
Antes de que pudiera continuar, los señores de la guerra comenzaron a gritar
que la violarían y la matarían. Un señor de la guerra, Abdul Sayyaf, le gritó
una amenaza. Joya le miró directo a los ojos y dijo: “Aquí no estamos en [el
área que él gobierna por la fuerza] así que contrólese.”
Le pregunto si tuvo miedo, y sacude la cabeza. “Nunca tengo miedo cuando digo
la verdad.” Ahora habla rápido: “Me siento verdaderamente honorada por haber
sido vilipendiada y amenazada por los salvajes que condenaron a nuestro país a
una miseria semejante. Me siento orgullosa de que, aunque no tengo un ejército
privado, ni dinero, ni potencias mundiales que me apoyen, esos déspotas brutales
me teman y comploten para eliminarme.”
Dice que para los afganos de a pie no hay diferencias entre los talibanes y
los señores de la guerra igualmente fundamentalistas. “Qué grupos son
etiquetados como ‘terroristas’ o ‘fundamentalistas’ depende de lo útiles que
sean para los objetivos de EE.UU.,” dice. “Existen dos lados que aterrorizan a
las mujeres, pero los del lado anti-estadounidense son ‘terroristas’ y los
pro-estadounidenses son ‘héroes.’”
Karzai gobierna sólo por permiso de los señores de la guerra. Es un “títere
desvergonzado” que ganará las elecciones presidenciales del próximo mes porque
“no ha dejado de trabajar para sus amos, EE.UU. y los señores de la guerra… En
este punto de nuestra historia, los únicos que llegan a servir como presidentes
son los elegidos por el gobierno de EE.UU. y la mafia que detiene el poder en
nuestro país.”
Cada vez que llegaba a desesperar en el parlamento, encontraba a más mujeres
afganas corrientes – y volvía a la lucha. Me habla de una muchacha de 16 años,
Rahella, que escapó a un orfanato que Joya había ayudado a establecer en su
circunscripción. “Su tío había decidido casarla con su hijo, que era drogadicto.
Ella se espantó. De modo que ciertamente la aceptaron, la educaron, le
ayudaron.” Un día, apareció el tío y se disculpó, diciendo que había comprendido
su error. Pidió si podría volver a casa por el fin de semana para visitar a su
familia. Joya aceptó – y cuando volvió a su aldea Rahella fue obligada a casarse
y fue llevada a otra parte de Afganistán. Meses después supieron que se había
bañado en gasolina y se había quemado viva.
Ha habido una epidemia de suicidios de mujeres en todo el “nuevo” Afganistán
en los últimos cinco años. “Los cientos de mujeres afganas que se han quemado no
sólo se suicidan para escapar a su miseria,” dice Joya, “claman por
justicia.”
Pero no se le permitió presentar esos temas en el supuestamente democrático
parlamento. Los señores de la guerra fundamentalistas no pudieron derrotar a
Joya en las urnas o matarla y buscaron otra manera de silenciarla. Mientras más
hablaba, más se enfurecían. Pidió secularismo en Afganistán, diciendo: “La
religión es un asunto privado, que no está relacionado con temas políticos y el
gobierno… Los verdaderos musulmanes no necesitan dirigentes políticos que los
guíen hacia el Islam.” Condenó la nueva ley que declaró una amnistía para todos
los crímenes de guerra cometidos en Afganistán durante los últimos 30 años,
diciendo: “Vosotros, los criminales, simplemente os estáis dando licencia para
salir de la cárcel.” Por lo tanto los parlamentarios simplemente votaron para
expulsarla del Parlamento.
Fue ilegal y antidemocrático – pero el presidente, Hamid Karzai, apoyó la
exclusión. “Ahora los criminales señores de la guerra ya no son cuestionados en
el parlamento,” dice Joya. “¿Eso es democracia?”
En Occidente nos han servido “un montón de mentiras” sobre lo que es
Afganistán actual. “Los medios son ‘libres’ sólo si no tratan de criticar a los
señores de la guerra y a los funcionarios,” dice en su libro:
“Raising My Voice” [Alzando mi voz]. Como ejemplo, nombra a un señor de la
guerra específico: “Si escribes algo sobre su persona, al día siguiente serás
torturado o muerto por los señores de la guerra de la Alianza del Norte.” Es “un
mito” cuando se dice que ahora las muchachas ahora pueden ir a la escuela fuera
de Kabul. “Sólo un cinco por ciento de las niñas, según la ONU, pueden continuar
su educación hasta el 12º año.”
Y es “falso” decir que la cultura afgana sea inherentemente misógina. “En los
años cincuenta, hubo un creciente movimiento femenino en Afganistán, que se
manifestaba y luchaba por sus derechos,” dice. “Tengo una historia” – revisa sus
notas – del New York Times en 1959. ¡Aquí está! El titular es ‘Mujeres en
Afganistán levantan el velo’ Estábamos desarrollando una cultura abierta para
las mujeres – y luego las guerras e invasiones extranjeras lo aplastaron todo.
Si podemos recuperar nuestra independencia, podremos reiniciar esa lucha.”
Muchos de sus amigos la instan a abandonar el país, antes de que uno de los
aspirantes a asesinos tenga éxito. Pero, ella dice: “Nunca podré partir mientras
toda la gente pobre que amo viva en el peligro y la pobreza. No voy a buscar un
sitio mejor y más seguro, y dejarla en el infierno.” Mientras me pide perdón por
su inglés – que, en realidad, es excelente – vuelve a citar a Brecht: “Los que
luchan fracasan a menudo, pero los que no luchan han fracasado siempre.”
Actualmente, Joya lucha por la democracia desde afuera del parlamento. Pero,
dice, todo demócrata afgano está actualmente “atrapado entre dos enemigos. Están
las fuerzas de ocupación desde el cielo, lanzando bombas de racimo y uranio
empobrecido, y en tierra están los señores de la guerra fundamentalistas y los
talibanes, con sus propias armas.” Quiere ayudar al creciente movimiento de
afganos de a pie que se encuentran entre medio, que se oponen a ambos: “Con la
retirada de un enemigo, las fuerzas de ocupación, será más fácil luchar contra
esos enemigos fundamentalistas interiores.”
Si fuera presidenta de Afganistán, comenzaría por enviar a todos los
criminales de guerra del país ante la Corte Internacional de Justicia en La
Haya. “Cualquiera que ha asesinado a mis hermanas y hermanos debería ser
castigado,” dice: “desde los talibanes, a los señores de la guerra, a George W.
Bush.” Luego pediría a todas las fuerzas extranjeras que se fueran
inmediatamente. Dice que es un error cuando se dice que Afganistán simplemente
caería en la guerra civil si eso sucediera. “¿Y qué me dicen de la guerra civil
actual? Hoy en día la gente está siendo asesinada – muchos, muchos crímenes de
guerra. Mientras más tiempo permanezcan en Afganistán las tropas extranjeras
haciendo lo que hacen, peor será la eventual guerra civil para el pueblo
afgano.”
El público afgano, agrega, está de su parte, refiriéndose a un reciente
sondeo de opinión que muestra que un 60% de los afganos desea una retirada
inmediata de la OTAN. Mucha gente en Afganistán, dice, tenía esperanzas en
Barack Obama – “pero en realidad está intensificando la política de George Bush…
Sé que su elección tiene mucho valor simbólico en términos de la lucha de los
afro-estadounidenses por igualdad de derecho, y esa lucha es algo que admiro y
respeto. Pero lo que es importante para el mundo no es si el presidente es negro
o blanco, sino sus acciones. No se puede comer simbolismo.”
La política de EE.UU. es impulsada por la geopolítica, dice, no por
personalidades. “Afganistán está en el corazón de Asia, de modo que es un sitio
muy importante para tener bases militares – para que puedan controlar con mucha
facilidad el comercio con otras potencias asiáticas como ser China, Rusia, Irán,
etc.”
“Pero puede ser cambiado por los estadounidenses,” agrega. Ahora se apasiona,
su voz aumenta de tono. “Digo a Obama – en mi área, 150 personas fueron muertas
por bombas de EE.UU. en un solo incidente en este año. Si su familia hubiera
estado allí, ¿enviaría más soldados e incluso más bombas? Su gobierno está
gastando 18 millones de dólares para construir otra cárcel de Guantánamo en
Bagram. Si su hija pudiera ser detenida allí, ¿la estaría construyendo? Digo a
Obama: cambie de ruta, o de otra manera la gente dirá mañana que es otro
Bush.”
“Cuesta ser fuerte todo el tiempo”
“No es bueno mostrar alguna debilidad a mis enemigos, (pero) cuesta ser
fuerte todo el tiempo,” dice Joya suspirando, mientras se pasa las manos por los
cabellos. Ha estado hablando con tanta insistencia – con semejante coraje
preternatural – que es fácil olvidar que era sólo una muchacha cuando fue
lanzada a la lucha contra el fundamentalismo. Nunca se le permitió ser
adolescente. La bravía concentración en su cara se desvanece, y parece un poco
perdida. “Sí, mi madre se siente orgullosa de mi persona,” dice, “pero ya sabe
cómo son las madres – se preocupan. Cada vez que hablo con ella por teléfono, su
primera y última frase siempre es ‘¡Cuídate!’”
Hace dos años, se casó en secreto. No puede nombrar a su esposo, porque lo
matarían. Hubo que revisar las flores para su boda a la busca de bombas. Sólo
dice que se conocieron en una conferencia de prensa, “y que él apoya todo lo que
hago.” No lo ha visto “durante dos meses,” dice. “Nos encontramos en casas
seguras de nuestros partidarios. No puedo dormir en la misma casa dos noches
seguidas. Es una casa diferente cada noche.”
¿De dónde sale tanto valor? Actúa como si la respuesta fuera obvia –
cualquiera lo haría, afirma. Pero no lo hacen. Tal vez provenga de su creencia
de que la lucha es larga y que nuestras vidas individuales son cortas, de modo
que sólo podemos hacer progresar nuestra causa de a poco, sabiendo que otros
tomarán el relevo. “Cuando yo muera, otros vendrán. De eso me siento segura,”
dice.
Ciertamente tiene un fuerte sentimiento de pertenecer a una larga historia de
afganos que lucharon por la libertad. “Mis padres eligieron mi nombre por
Malalai de Maiwand. Fue una joven quien, en 1880, fue a la línea de fuego en la
segunda guerra anglo-afgana a tratar a los heridos. Cuando los combatientes
estaban cerca del colapso, levantó una bandera afgana y condujo a los hombres a
la batalla. Fue herida – pero los británicos sufrieron una derrota importante y,
finalmente, fueron expulsados.”
Cuando se presentó como candidata, tuvo que elegir un apellido, para proteger
la identidad de su familia. “Me puse el nombre de Sarwar Joya, el poeta afgano y
constitucionalista. Pasó 24 años en la cárcel y finalmente lo mataron porque no
estuvo dispuesto a comprometer sus principios democráticos… En Afganistán
tenemos un dicho: la verdad es como el sol. Cuando asciende, nadie puede taparla
u ocultarla.”
Malalai Joya sabe que la pueden asesinar en cualquier momento, en nuestro
recién liberado ‘istán’ de los señores de la guerra. Me abraza para despedirse y
dice: “Tenemos que mantenernos en contacto.” Pero me quedo preguntándome
tristemente si volveremos a vernos algún día. Tal vez lo nota, porque me insta a
volver a leer el último párrafo de sus memorias “Raising My Voice.” “Es
realmente como me siento,” explica. Dice: “Si muriera y queréis continuar mi
trabajo, venid a visitar mi tumba. Echadle un poco de agua y gritad tres veces.
Quiero oír vuestra voz.” Miro su cara y ella me da la sonrisa más valerosa que
haya visto en mi vida.
`Raising My Voice' de Malalai Joya fue publicado por Rider. Todos los
beneficios serán utilizados para apoyar la causa de los derechos de las mujeres
en Afganistán.
http://www.zmag.org/znet/viewArticle/22232
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