Manning: ensañamiento contra la
verdad
Editorial La Jornada 1 de marzo de 2013
En una audiencia celebrada ayer en la base militar de Fort Meade, Estados
Unidos, el soldado Bradley Manning, preso desde 2010 por haber filtrado
documentos militares y diplomáticos de Estados Unidos a Wikileaks, se
declaró culpable de 10 de los 22 cargos que se le imputan –los de menor
gravedad–; rechazó, entre otras, la acusación de haber ayudado al enemigo, la
cual podría derivar en una condena a cadena perpetua, y habló por primera vez de
los motivos que lo llevaron a transferir información confidencial del Pentágono
y el Departamento de Estado a la organización fundada por Julian Assange: el
marine, de 25 años, adujo la importancia de que la opinión pública
conociera el desprecio por la vida con que algunos soldados estadounidenses
ejecutaban ataques en Irak o Afganistán y los abusos de la guerra cometidos en
esos países, a efecto de encender un debate en casa sobre el papel del ejército
y la política exterior en general.
Con independencia de que la estrategia de defensa de Manning resulte o no
exitosa –el objetivo de sus abogados es negociar la menor condena posible para
su cliente–, el hecho mismo de su encarcelamiento y enjuiciamiento es indicativo
de la enorme incongruencia que afecta al sistema de justicia de Estados
Unidos.
Incluso sin desconocer que Manning sería responsable de diversas faltas a los
códigos militares que había jurado obedecer –que vulneró en aras de un interés
ético y democrático irreprochable–, resulta injustificable el ensañamiento en su
contra por las autoridades del vecino país, quienes lo han sometido a un régimen
carcelario que es, en sí mismo, una forma de tortura.
Por añadidura, la posibilidad de que Manning sea condenado por difundir
información sobre diversas atrocidades cometidas por Washington contrasta con la
impunidad de que gozan los autores materiales e intelectuales de actos de
barbarie, como el ataque perpetrado el 12 de julio de 2007 en Bagdad por la
tripulación de un helicóptero Apache contra el reportero de la agencia Reuters
Namir Noor-Eldeen y 10 personas más; las múltiples torturas en la prisión de Abu
Ghraib y en otras cárceles controladas por el Pentágono; la eliminación de
sospechosos en puestos de control; el ocultamiento de miles de muertes y el
asesinato de civiles a manos de tropas invasoras.
La persecución emprendida por el gobierno estadounidense contra quienes han
tenido el valor de hacer públicos la barbarie y los abusos cometidos al amparo
del poder planetario resulta particularmente grotesca si se toma en cuenta que
la principal amenaza a la paz mundial y a la seguridad de los estadounidenses
dentro y fuera de su territorio no son las filtraciones realizadas por Mannning
ni la información difundida por Wikileaks, sino el espíritu bélico y la
arrogancia imperial –generadoras de rencores históricos que fermentan, a su vez,
en ataques contra objetivos estadounidenses en el mundo– y el deterioro
político, jurídico y humano en que se encuentra sumergido Washington.
El ensañamiento sobre Manning es emblemático, en suma, en la medida en que
desacredita los intentos de Estados Unidos de presentarse como defensor mundial
de la paz, la legalidad, la democracia y la seguridad mundiales y lo exhibe, en
cambio, como un gobierno que usa facciosamente la protección de la seguridad
nacional para ejercer el poder en forma autoritaria y discrecional y para
perseguir expresiones de libertad y transparencia.
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