Una vida sin futuro
Irak, 10 años después
Dahr Jamail
TomDispatch
01 de abril de 2013
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En aquellos días todos escribían sobre Irak, pero es sorprendente la poca atención
que los estadounidenses, incluidos los periodistas, prestaban al sufrimiento de
los iraquíes. Ahora Irak vuelve a aparecer en las noticias. Se acumulan las
palabras, los homenajes y las retrospectivas y de nuevo a nadie le importa el
sufrimiento de los iraquíes. Por eso volví a ese país antes del reciente décimo
aniversario de la invasión del gobierno de Bush, además de porque me siento
obligado a escribir algunas sombrías palabras sobre los iraquíes en la actualidad.
Pero comencemos por el pasado. Para ser exacto, es el 8 de abril de 2004 y estoy en
un improvisado centro médico en el centro de Faluya mientras esta ciudad
predominantemente sunní está sitiada por fuerzas estadounidenses. Alterno entre
escribir breves observaciones en mi libreta y tomar fotografías de mujeres y
niños heridos y agonizantes que son llevados a la clínica.
Una mujer llega repentinamente golpeándose el pecho y con su cara adolorida,
gimiendo histéricamente mientras su esposo lleva el cuerpo inánime de su
pequeño hijo. La sangre corre por uno de sus brazos. En pocos minutos habrá
muerto. Es algo que se repite continuamente.
Una y otra vez veo que coches a alta velocidad saltan sobre el borde de la acera
frente a esta mugrienta clínica que casi no tiene recursos médicos y frenan de
repente. Familiares apesadumbrados salen rápidamente llevando parientes
cubiertos de sangre –mujeres y niños– abatidos a tiros por francotiradores estadounidenses.
Uno de ellos, una muchacha de 18 años, ha recibido un tiro en el cuello y su familia
jura que fue un francotirador estadounidense. Solo logra hacer ruidos a
borbotones mientras los doctores trabajan frenéticamente para impedir que se
desangre hasta morir. Su hermano menor, un niño pequeño de 10 años con una
herida de bala en la cabeza y ojos vidriosos que miran al vacío, vomita
continuamente mientras los doctores se apresuran a mantenerlo vivo. Después
muere mientras lo transportan a un hospital en Bagdad.
Según el gobierno de Bush de esos días, el asedio a Faluya se llevó a cabo en nombre
de la lucha contra algo llamado “terrorismo” y, sin embargo, desde el punto de
vista de los iraquíes que yo estaba observando tan de cerca, el terror era
estrictamente estadounidense. De hecho, fueron los estadounidenses los que comenzaron
la espiral de violencia en Faluya cuando tropas de EE.UU. de la 82 División
Aerotransportada mataron a 17 manifestantes desarmados el 28 de abril del año
anterior frente a una escuela que habían ocupado y convertido en un puesto
avanzado de combate. Los manifestantes simplemente querían que los
estadounidenses desocuparan la escuela para que sus niños pudieran utilizarla.
Pero entonces, como ahora, se calificaba de “terroristas” a quienes reaccionan
ante la violencia aprobada por el gobierno. Esos términos se utilizan raramente
para hablar de gobiernos.
Diez años después
Saltemos a marzo de 2013 y a este inminente décimo aniversario de la invasión
estadounidense. Para mí eso significa que pasó hace dos libros y demasiados
artículos desde que llegué por primera vez a ese país como el periodista menos
“empotrado” para bloguear sobre una ocupación estadounidense que ya se salía de
control. Ahora trabajo para el Departamento de Derechos Humanos de Al Jazeera English
en Doha, Qatar. Y una vez más, tantos años después, he vuelto a la ciudad donde vi a todas esas mujeres y niños ensangrentados y
agonizantes. Tantos años después estoy de vuelta en Faluya.
Sin entrar en demasiados detalles, Irak es hoy un Estado fallido al borde de otro
baño de sangre sectario y al que acosan un atolladero político crónico y el
desastre económico. Su tejido social ha sido prácticamente destruido por casi
una década de brutal ocupación de los militares de EE.UU. y ahora por el
régimen de un gobierno iraquí plagado de luchas sectarias internas.
Cada viernes desde hace 13 semanas cientos de miles se han manifestado y ha orado en
la carretera principal que une Bagdad y Amman, Jordania, y pasa por los
alrededores de esta ciudad.
Sunníes en Faluya y en el resto de la vasta provincia Anbar de Irak están furiosos con
el gobierno del primer ministro Nuri al-Maliki porque sus fuerzas de seguridad,
todavía considerablemente compuestas por miembros de diversas milicias chiíes,
han estado matando o deteniendo a sus compatriotas de esta región, así como en
gran parte de Bagdad. Los residentes de Faluya se refieren ahora a esa ciudad
como una “gran prisión”, tal como lo hicieron cuando estaba rodeada y
estrictamente controlada por los estadounidenses.
Manifestantes coléricos han salido a las talles. “Exigimos que se ponga fin a los controles
al rededor de Faluya. Exigimos que se permita entrar a la prensa. Exigimos que
terminen los allanamientos y detenciones ilegales. ¡Exigimos el fin del
federalismo y de los gánsteres y prisiones ilegales! Es lo que me dice Jeque
Khaled Hamoud Al-Jumaili, uno de los líderes de las manifestaciones, antes de
una de las protestas diarias. “Perder nuestra historia y dividir a los iraquíes
está mal, pero eso, además de los secuestros y las conspiraciones y el desplazamiento
de personas, es lo que está haciendo Maliki”.
El jeque sigue dando por hecho que millones de personas en la provincia Anbar han
dejado de exigir cambios al gobierno de Maliki porque, después de años de
espera, no se han cumplido ninguna de esas demandas. “Ahora exigimos un cambio
de régimen, un cambio de la constitución”, afirma. “No detendremos estas
manifestaciones. A ésta la hemos llamado ‘Viernes de la última oportunidad’
porque es la última posibilidad de que el gobierno nos escuche.”
“¿Qué pasará ahora si no os escuchan?”, le pregunto.
“Tal vez lo próximo sea la lucha armada”, responde rápidamente.
Como era predecible en vista de cómo el ciclo de violencia, corrupción, injusticia y
desesperación se ha convertido en parte de la vida diaria en este país, ese
mismo día un manifestante sunní fue abatido a tiros por fuerzas de seguridad
iraquíes. El teniente general Mardhi al-Mahlawi, comandante del Comando de
Operaciones Anbar del Ejército Iraquí, afirmó que las autoridades no dudarían
en volver a desplegar soldados en torno a la manifestación “si los
manifestantes no cooperan”. El día siguiente el gobierno de Maliki advirtió que
el área se estaba convirtiendo en un “refugio de terroristas”, haciéndose eco
del término favorito utilizado por los estadounidenses durante su ocupación de Faluya.
El Irak actual
En 2009 estuve en Faluya visitando la ciudad en el BMW blindado del Jeque Aifan,
el jefe de las milicias sunníes conocidas como fuerzas Sahwa, entonces
respaldadas por EE.UU. El Jeque era un “contratista de la construcción”
oportunista, extremadamente acaudalado y alardeaba de que el coche en el que
viajábamos había sido construido especialmente para él a un coste de casi medio
millón de dólares.
Hace dos mese, el Jeque Aifan murió en un ataque suicida, otra víctima más de una
campaña implacable de insurgentes sunníes que atacaban a los que habían
colaborado con los estadounidenses. Los recuerdos están presentes en Irak y la
venganza sigue estando en muchas mentes. Las principales personalidadesdel
régimen de Maliki saben que si este cae, como es probable que suceda algún día,
pueden sufrir una suerte similar a la del Jeque Aifan. Es un argumento
convincente para perpetuarse en el poder.
De este modo, el Irak de 2013 se tambalea en un clima de perpetua crisis camino a
un futuro que solo puede traer más caos, más violencia y aún más inseguridad.
Gran parte de esto se puede rastrear en la larga, brutal y destructiva
ocupación de Washington a partir de la instalación del exagente de la CIA Ayad Alaui
como primer ministro interino. Sin embargo, su poder se tambaleó rápidamente
después que fuera utilizado por los estadounidenses para lanzar su segundo
asedio a Faluya en noviembre de 2004, que llevó a la muerte de miles de
iraquíes más y allanó el camino a una continua crisis sanitaria en la ciudad
debida a los tipos de armas utilizados por los militares de EE.UU.
En 2006, después que Alaui perdiera su influencia política, el entonces embajador
de EE.UU. en Irak, el neoconservador Zalmay Khalilzad, recurrió a Maliki como
nuevo primer ministro de Washington. La opinión generalizada entonces era que
él era el único político a quien tanto EE.UU. como Irán podrían considerar
aceptable. Como dijo sarcásticamente un funcionario iraquí, Maliki fue el producto
de un acuerdo entre “el Gran Satanás y el Eje del Mal”.
Desde entonces Maliki se ha convertido en un dictador de facto. En la provincia de
Anbar y en partes de Bagdad se refieren amargamente a su persona como el “Sadam
chií”. Fotografías de su cara menos que fotogénica adornan ahora muchos de los
innumerables puntos de control alrededor de la capital. Cuando veo su cara que
vuelve a cernirse sobre nosotros mientras nos detenemos en el tráfico, comento
a mi ayudante Ali que su imagen se encuentra ahora por doquier, tal como solía
estar la de Sadam. “Sí, simplemente han cambiado el paisaje”, responde Ali y
reímos. El humor negro ha sido una constante en Bagdad desde la invasión hace
una década.
En el resto de Irak ocurre prácticamente lo mismo. Las fuerzas de EE.UU. que
derrocaron el régimen de Sadam Hussein se instalaron rápidamente en sus bases
militares y palacios. Ahora, cuando EE.UU. ha dejado Irak, esas mismas bases y
palacios son ocupados y controlados por el gobierno de Maliki.
El país de Sadam Hussein era notoriamente corrupto. Sin embargo, el año pasado
Irak figuró en el puesto 169 de 174 países analizados según el Índice de
Percepción de Corrupción de Transparency International. Es, efectivamente, un
Estado fallido ya que el régimen de Maliki es incapaz de controlar vastas zonas
del país, incluido el norte kurdo, a pesar de su voluntad de utilizar las
mismas tácticas otrora empleadas por Sadam Hussein y después por los
estadounidenses: violencia generalizada, prisiones secretas, amenazas, detenciones,
y tortura.
Casi 10 años después de que tropas de EE.UU. entraran a Bagdad en llamas y mientras
era presa de saqueos, Irak sigue siendo uno de los sitios más peligrosos del
mundo. Hay bombardeos, secuestros y asesinatos todos los días. El sectarismo instilado
e interminablemente agitado por la política de EE.UU. se ha arraigado profunda
y aparentemente de modo irrevocable en la cultura política, que amenaza
regularmente con caer en el tipo de violencia típica de 2006-2007, cuando más
de 3.000 iraquíes eran masacrados cada mes.
El número de víctimas mortales del 11 de marzo fue uno de los peores de los
últimos tiempos y proporciona una instantánea de los crecientes niveles de
violencia en todo el país. En total murieron 27 personas y muchas más resultaron
heridas en ataques a lo largo y ancho del país. Un coche bomba suicida detonó
en una ciudad cerca de Kirkuk y mató a ocho e hirió a 166 (65 de los cuales
eran alumnas de una escuela secundaria kurda para niñas). En Bagdad unos
hombres armados atacaron una casa donde asesinaron a un hombre y una mujer. El
propietario de un negocio murió a tiros y un policía fue asesinado desde un
coche en Ghazaliya. Un civil murió en el distrito Saidiya, mientras que un
miembro de Sahwa murió a tiros en Amil. También fueron asesinados tres
empleados del ministerio de gobernación en la ciudad.
Además de ello, unos pistoleros mataron a dos policías en la ciudad de Baaj, se
encontró un cadáver en Muqtadiyah, donde una bomba al borde de la carretera
también hirió a un policía. En la ciudad de Baquba, al noreste de Bagdad, unos
pistoleros mataron a un herrero y en la ciudad norteña de Mosul un candidato
político y un soldado murieron en incidentes diferentes. Un dirigente político
local en la ciudad de Rutba en Provincia Anbar murió a tiros y el cuerpo de un
joven con la cabeza aplastada se encontró en Kirkuk un día después de haber
sido secuestrado. Unos pistoleros también asesinaron a un civil en Abu Saida.
Y estos son los incidentes de los que se informó en los medios en un solo día.
Otros no aparecen regularmente en la prensa.
El día siguiente Awadh, jefe de seguridad de Al Jazeera en Bagdad,
estaba de un humor sombrío cuando llegó al trabajo. “Ayer dos personas fueron
asesinadas en mi barrio”, dijo. “Seis fueron asesinadas cerca de Bagdad. Vivo
en un barrio mixto y han vuelto las amenazas de muerte. La sensación es la
misma que justo antes de la guerra sectaria de 2006. Las milicias están
actuando de nuevo para expulsar a la gente de sus casas si no son chiíes. Ahora
me preocupo cada día cuando mi hija va a la escuela. Le pido al taxista que la
lleva que la deje cerca de la escuela, para que esté segura”. Luego se detuvo
un instante, levantó los brazos y agregó: “Y rezo”.
“Esta es nuestra vida ahora”
Los iraquíes que tenían suficiente dinero y contactos para dejar el país huyeron
hace tiempo. Harb, otro ayudante y querido amigo que trabajó conmigo durante
gran parte de mi reportaje anterior desde Irak, huyó a la capital de Siria,
Damasco, con su familia por razones de seguridad. Cuando el levantamiento en
Siria se volvió violento y se convirtió en el actual baño de sangre huyó de
Damasco a Beirut. Literalmente, está huyendo de la guerra.
Recientes cálculos del gobierno iraquí indican el total de “personas desplazadas internas”
en Irak es de 1,1 millones. Cientos de miles de iraquíes siguen en el exilio
pero, por supuesto, nadie los cuenta. Incluso los que se quedan viven a menudo
como si fueran refugiados y actúan como si estuvieran huyendo. La mayoría de
las personas que encontré en mi último viaje ni siquiera me permiten que use
sus nombres verdaderos cuando los entrevisto.
Durante mi primer día de estancia en este viaje encontré a Isam, otro ayudante con el
que había trabajado hace nueve años. Su hijo escapó por poco a dos intentos de
secuestro y ha tenido que cambiar de casa cuatro veces por motivos de
seguridad. Antes se oponía enérgicamente a abandonar Irak porque siempre
insistía en que “este es mi país y esta es mi gente”. Ahora está desesperado
por encontrar un modo de salir. “Aquí no hay futuro”, me dijo. “El sectarismo
está por doquier y las matanzas han vuelto a Bagdad”.
Me lleva a entrevistar refugiados en su barrio de al-Adhamiyah. En su mayoría
huyeron de sus casas en barrios mixtos sunníes-chiíes durante la violencia
sectaria de 2006 y 2007. Dentro de su casa improvisada de ladrillos con un
techo de planchas galvanizadas sujetas con viejos neumáticos un refugiado se
hace eco de las palabras de Isam: “No hay futuro para nosotros, iraquíes”, me
dijo. “Nuestra situación empeora día tras día y ahora esperamos una guerra
sectaria total”.
En otro lugar entrevisté a Marwa Ali de 20 años, madre de dos niños. En un país en
el cual los apagones eléctricos son regulares, el agua suele estar contaminada
y desechos de todo tipo ensucian los barrios, el hedor de la basura y de las
aguas residuales sin tratar penetra a través de la puerta de su casa mientras
las moscas zumban alrededor. “También tenemos escorpiones y culebras”, señala
mientras me observa intentar dar manotazos a la plaga de insectos que me rodea
instantáneamente. Y se detuvo cuando me vio observando a sus niños, un hijo de
cuatro años y una hija de dos años. “Mis hijos no tienen futuro”, dijo. “Yo
tampoco y tampoco Irak”.
Poco después encontré a otra refugiada, Haifa Abdul Majid, de 55 años. Retuve las
lágrimas cuando lo primero que dijo es lo agradecida que está de tener
alimentos. “Encontramos algo de comida y puedo comer, y doy gracias a Dios por
ello”, me dijo frente a su refugio improvisado. “Es lo principal. En algunos
países, algunas personas ni siquiera pueden encontrar comida”.
Ella también había huido de la violencia sectaria y había perdido a seres queridos y
amigos. Aunque reconocía las dificultades que está sufriendo y cuán difícil es
vivir en esas circunstancias, siguió expresando su gratitud porque su situación
no es aún peor. Después de todo, dijo, no vive en el desierto. Finalmente,
cerró los ojos y sacudió la cabeza. “Sabemos que estamos en esta mala situación
debido a la ocupación”, dijo de un modo cansado”. “Y ahora es Irán quien se
venga contra nosotros utilizando a Maliki y ajustando cuentas con Irak por la
guerra [1980-1988] contra Irán. En cuanto a nuestro futuro, si las cosas siguen
como están, solo se pondrá peor. Los políticos solo se pelean y llevan a Irak
hacia un abismo. Durante diez años ¿qué han hecho estos políticos? ¡Nada! Sadam
era mejor que todos ellos.”
Le pregunté por su nieto. “Siempre me preocupo por él”, respondió. “Le pido a Dios
que me lleve antes de que crezca, porque no quiero verlo. Ahora soy vieja y no
me importa si muero, ¿pero qué pasará con estos niños?”. Dejó de hablar, miró
lejos y luego al suelo. No tenía nada más que decir.
Escuché el mismo fatalismo incluso a Awadh, jefe de seguridad de Al Jazeera. “Bagdad está
tensa”, me dijo. “En estos días no se puede confiar en nadie. La situación en
la calle es complicada porque las milicias lo dirigen todo. No se sabe quién es
quién. Todas las milicias se preparan para más combates y todos esperan lo peor.”
Mientras decía esto pasamos bajo otro cartel de un Maliki de aspecto furioso, hablando
con un puño cerrado en alto. “El presupuesto del año pasado fue de 100.000
millones de dólares, no tenemos un sistema de alcantarillado que funcione y la
basura está por todas partes”, agregó. “Maliki trata de ser un dictador y ahora
controla todo el dinero”.
En los días siguientes mi ayudante Ali me mostró aceras nuevas y árboles y flores
recién plantados, así como las nuevas farolas que el gobierno ha instalado en
Bagdad. “Primero lo llamamos el gobierno de las aceras, porque era su única
realización visible”, se rió sardónicamente. “Luego fue el gobierno de las
flores y ahora es el gobierno de las farolas, ¡y a veces ni siquiera funcionan!”
A pesar de su cara animosa, su buen corazón y su actitud optimista, incluso Ali
terminó por compartir conmigo sus preocupaciones. Una mañana, cuando nos
encontramos para trabajar, le pregunté por las últimas noticias. “Lo mismo de
siempre, lo mismo de siempre”, respondió. “Secuestros, asesinatos, violaciones.
Lo mismo de siempre, lo mismo de siempre. Es nuestra vida actual, de todos los días.”
“La falta de esperanza para el futuro es ahora nuestro principal problema”,
explicó. Siguió diciendo algo que también se considera misteriosamente otra versión
de “lo mismo de siempre, lo mismo de siempre”. Había escuchado palabras
semejantes a muchos iraquíes en otoño de 2003, cuando la violencia y el caos
comenzaron a apoderarse del país. “Todo lo que queremos es vivir en paz, tener
seguridad y tener una vida normal”, afirmó, “poder gozar del dulzor de la
vida”. Sin embargo, esta vez ya no quedaba ni siquiera un indicio de su
acostumbrado entusiasmo, ni siquiera una traza de humor negro.
“Todo lo que ha vivido Irak durante estos últimos 10 años es violencia, caos y
sufrimiento. Durante 13 años las sanciones [de la ONU y de EE.UU.] nos hicieron
pasar hambre y privaciones. Antes de eso, la Guerra de Kuwait y antes, la
Guerra de Irán. Por lo menos viví parte de mi infancia sin conocer la guerra.
He conseguido un trabajo y tengo mi familia, pero mis hijas, ¿qué tendrán aquí,
en este país? ¿Podrán vivir un día sin guerra? Lo dudo”.
Para muchos iraquíes como Ali, una década de la invasión de su país por parte de
Washington no es el aniversario de nada en absoluto.
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Dahr Jamail es autor de artículos de fondo y productor del Departamento de Derechos
Humanos de Al Jazeera English. Residente actualmente en Doha,
Catar, Dahr ha pasado más de un año en Irak repartido en diferentes viajes,
entre 2003 y 2013. Sus reportajes desde Irak, incluidos los escritos para TomDispatch, han
merecido varios premios, como el Martha Gellhorn Award for Investigative
Journalism. Es autor de Beyond the Green Zone: Dispatches from an Unembedded Journalist in Occupied Iraq.
Copyright 2013 Dahr Jamail
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/175666/tomgram%3A_dahr_jamail%2C_
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