Planeta en crisis
El calentamiento que nos invade
Dahr Jamail
TomDispatch
19 de enero de 2019
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández
Me encuentro en lo alto de Rush Hill, en la remota isla de St. Paul,en
Alaska. Si bien solo tiene unos 200 metros de altura, brinda una vista de 360 grados de esta parte –alrededor de21 kilómetros de largo por11 de ancho- de
las islas Pribilof que está cubierta de tundra. Mientras la capucha de mi
chubasquero se agita al compás del frío viento, clavo la mirada en las aguas plateadas
del mar de Bering. El viento, siempre presente, azota la superficie formando un
caos de olas espumosas y niebla.
El antiguo cono de escoria en el que estoy posado me recuerda que St. Paul fue, hace ya mucho tiempo, uno de los
últimos lugares en los que podían encontrarse mamuts lanudos en América del
Norte. Estoy aquí haciendo una investigación para mi libro The End of Ice. Y eso, a su
vez, me devuelve a la nueva realidad en estas aguas del norte: con todo lo
frías que siguen siendo, la perturbación climática causada por el hombre las
está calentando lo suficiente como para amenazar con un posible colapso de la
red alimenticia que sostiene esta isla de los unangan, sus habitantes aleutas ,
también conocidos como “el pueblo de las focas”. Dada el nivel con el que su
cultura está vinculada a un estilo de vida de subsistencia, junto con la nueva
realidad de que el número de focas, aves marinas y otras especies marinas que
cazan o peces están disminuyendo, ¿cómo podría no afectarles esta crisis?
Mientras estuve en St. Paul hablé con muchos ancianos tribales que me contaron historias sobre menor cantidad de
peces y aves marinas, tormentas más severas y temperaturas más cálidas, pero lo
que más me impactó fueron sus relatos sobre el desplome de las poblaciones de
focas peleteras. Dijeron que las madres de las focas tenían que nadar mucho más
lejos para encontrar comida para sus crías y que los bebés morían de hambre
antes de que pudieran regresar.
La difícil situación de esas focas en dramático declive podría convertirse en la situación de los propios Unangan, y
en las próximas décadas, a medida que aumente la turbulencia del clima, podría
ser también la situación de todos nosotros.
Durante la época de cría, las tres cuartas partes de la población de lobos marinos del
Norte se hallan en las islas Pribilof. Pueden bucear hasta casi 180 metros
de profundidad en busca de calamares y peces pequeños (Foto: Dahr Jamail)
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Justo antes de volar a St. Paul, me encontré con Bruce Wright en Anchorage, Alaska. Es un experimentado
científico de la Asociación Aleutiana de las Islas Pribilof, ha trabajado para
el Servicio Nacional de Pesquerías Marinas y fue jefe de sección de la
Administración Nacional Oceánica y Atmosférica durante once años. “No vamos a
poder detener este choque de trenes”, me asegura con gravedad. “Ni siquiera
estamos tratando de frenar la producción de CO2 [dióxido de carbono] y hay ya
suficiente CO2 en la atmósfera”.
Al describir el calentamiento, las aguas cada vez más ácidas alrededor de Alaska y el daño
causado a la red alimenticia marina, recordó un momento de hace unos 250
millones de años, cuando los océanos experimentaron cambios similares y el
planeta padeció sucesos de extinción masiva “motivados por la acidez del oc
é ano. La extinci ó n masiva del P é rmico, donde despareció el 90% de las
especies, eso es loque estamos viendo ahora”.
Termino la entrevista con gran pesar, meto el ordenador portátil en mi mochila, me pongo la chaqueta y le
doy la mano. Sabiendo que estoy a punto de volar a St. Paul, Wright tiene una
última cosa que decirme mientras me acompaña: “Las Pribilofs fueron el último
lugar donde sobrevivieron los mamuts porque allí no había gente para cazarlos.
Nosotros nunca hemos experimentado la situación hacia la que nos encaminamos.
Tal vez las islas se conviertan en un refugio para una población humana”.
Un fracaso que es nuestro
Al menos durante dos décadas pude encontrar consuelo en las montañas.
Viví en Alaska desde 1996 hasta 2006, y pasé más de un año de mi vida escalando
los glaciares de Denali y otros picos en la cordillera de Alaska. Sin embargo,
fueron momentos agridulces para mí, ya que los dramáticos impactos del cambio
climático se estaban manifestando rápidamente, incluidos el veloz retroceso de
los glaciares y las temperaturas invernales más cálidas.
Después de años de guerra y de informar después sobre el cambio climático, me retiraba regularmentea las
montañas para recuperar aliento. Cuando llenaba mis pulmones de aire alpino, mi
corazón se tranquilizaba y podía sentir mi arraigo en la Tierra.
El glaciar Gulkana, al igual que la mayoría de los glaciares del mundo, pierde
masa a toda velocidad. Algunos expertos predicen que todos los glaciares alpinos
del mundo habrán desaparecido en 2100. (Foto: Dahr Jamail)
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Más tarde, misinvestigaciones en los libros me llevarían de vuelta a los glaciares de
Denali, que están contrayéndose rápidamente, y también al Parque Nacional
Glacier en Montana. Allí conocí al Dr. Dan Fagre, un ecologista investigador
del Servicio Geológico de los Estados Unidos y director del Proyecto de Cambio
Climático en los Ecosistemas de las Montañas. “Esto es una explosión”, me
aseguró, “una explosión nuclear de cambio geológico. Esto... supera la
capacidad de adaptación normal. La hemos lanzado a toda marcha y hemos quitado
las manos del volante”. En el parque para el que trabaja, a pesar de su
nombre,está básicamente garantizado que no habrá glaciar activo alguno en 2030,
en tan solo once años a partir de ahora.
Mi investigación me llevó también a la Universidad de Miami, Coral Gables, donde conocí al presidente del
Departamento de Ciencias Geológicas, Harold Wanless, un experto en el aumento
del nivel del mar.
Le pregunté qué diría a las personas que piensan que todavía tenemos tiempo para mitigar los impactos del
desenfrenado cambio climático. “No podemos deshacer esto”, respondió. “¿Cómo
vas a enfriar el océano? Hemos llegado yaa ese punto”.
Para subrayar ese aspecto, Wanless me dijo que, en el pasado, el dióxido de carbono había variado de
aproximadamente de 180 a 280 partes por millón (ppm) en la atmósfera a medida
que la Tierra pasaba de los períodos glacial a interglacial. Vinculado a esta
fluctuación de 100 ppm hubo un cambio de aproximadamente 30 metros en el nivel
del mar. “Cada aumento de 100 ppm del CO2 en la atmósfera nos da 30 metros de
aumento en el nivel del mar”, me dijo. “Esto sucedió cuando entramos y salimos
de la Edad del Hielo”.
Como conocía, desde que comenzó la revolución industrial el CO2 atmosférico ha aumentado ya de 280 a
410 ppm. “Esa cifra representa 130 ppm en los últimos 200 años”, le señalé. “Lo
que equivale a un aumento de 39 metrosen el nivel del mar que ya está
incorporado al sistema climático de la Tierra”.
Me miró y asintió con tristeza. No pude evitar pensar en esa realidad como un saludo de despedida a
las ciudades costeras, desde Miami a Shangai.
En julio de 2017, viajé al Campamento 41, en el corazón de la selva amazónica brasileña, que forma parte
de un proyecto fundado hace cuatro décadas por Thomas Lovejoy, conocido por
muchos como el “padrino de la biodiversidad”. Mientras lo visitaba, también me
reuní con Vitek Jirinec, un ornitólogo de la República Checa que había ido
ocupando once posiciones diferentes de vida silvestre desde Alaska hasta
Jamaica. En ese proceso, se había familiarizado demasiado bien con los signos de
colapso biológico entre las aves que estaba estudiando. Había observado cómo
algunas poblaciones del Amazonas, como el ojeador de cola negra, disminuían en
un 95%; había observado cómo los mosquitos en Hawai estaban matando poblaciones
de aves nativas; había explorado cómo la intrusión de agua salada en el
permafrost de Alaska estaba cambiando los hábitats de las aves allí.
El ornitólogo Vitec Jirine en el Campamento 41. Algunas especies de pájaros del
Amazonas han disminuidoya en un 95% desde la década de 1980 (Foto: Dahr Jamail)
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Su tono se volvió sombrío cuando debatimos sobre su investigación y una nota de ira se deslizó lentamente
en su voz. “El problema de las poblaciones de animales y plantas que quedaron
aisladas dentro de varios fragmentos [de su hábitat] bajo circunstancias que
son insostenibles a largo plazo, han comenzado a aparecer en toda la superficie
terrestre del planeta. Las consabidas preguntas se reiteranuna vez más:
¿Cuántos gorilas de montaña quedan enlas laderas boscosas de los volcanes
Virunga, a lo largo de las fronteras compartidas de la República Democrática
del Congo, Uganda y Ruanda? ¿Cuántos tigres viven en la Reserva de Tigres de
Sariska, en el noroeste de la India? ¿Cuántos quedan? ¿Cuánto tiempo pueden sobrevivir?”.
A medida que continuaba hablando, la ira se iba haciendo cada vez más palpable en su voz, especialmente
cuando comenzó a exponer cómo la “biogeografía de las islas”había llegado al
continente y loque estaba sucediendo, a causa del desarrollo humano, con las
poblaciones de animales aisladas en fragmentos de tierra en lugares como la
selva del Amazonas. “¿Cuántos osos pardos ocupan el ecosistema de North
Cascades, una parcela separada de bosque montañoso a lo largo de la frontera
norte del estado de Washington? No son suficientes. ¿Cuántos osos pardos
europeos hay en el Parque Nacional de los Abruzos en Italia? No son
suficientes. ¿Cuántas panteras de Florida en el Big Cypress Swamp? No son
suficientes. ¿Cuántos leones asiáticos en el Bosque de Gir? No son suficientes...
El mundo está ya hecho añicos”.
“Doce años terroríficos”
En octubre de 2018, quince meses después de que las palabras de Jirinec hicieran que se me saltaran las
lágrimas en la Amazonía, los principales científicos del clima elaboraron
un informe para el Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climático (PICC) de la ONU que nos advierte que solo nos quedan una docena de
años para limitar los impactos catastróficos del cambio climático. La clave de
esto es lo siguiente: ya hemos calentado el planeta un grado centígrado. Si no
logramos limitar ese proceso de calentamiento a 1,5 grados, incluso medio grado
más de ese límite empeorará significativamente el calor extremo, las
inundaciones, las sequías generalizadas y los aumentos del nivel del mar, entre
otros fenómenos sombríos. El informe se ha convertido en el punto central de
las conversacionesentre los progresistas políticos estadounidenses, quienes,
como en el caso de la periodista y activista Naomi Klein, hablan ya de los
"doce años terroríficos" que nos quedan para reducir las emisiones de combustibles fósiles.
No obstante, incluso en este enfoque se plantea un problema. Se supone que las conclusiones científicas
en el informe del PICC son completamente sólidas. Sin embargo, es bien sabido
que ha habido un elemento político que se ha incorporado al proceso científico
del PICC, basado en la necesidad de que haya tantos países como sea posible a
bordo del Acuerdo del Clima de París y otros intentos de refrenar
el cambio climático. Para conseguirlo, esos informes tienden a utilizar
un mínimo común denominador en sus proyecciones, lo que hace
que su ciencia sea excesivamente conservadora (es decir, excesivamente optimista).
Además, los nuevos datos que sugieren la posibilidad de una voluntad política confluyendopor todo el
planeta para cambiar la economía global,dejando totalmente fuera los
combustibles fósiles en un futuro razonablemente cercano,son esencialmente una
fantasía. Y eso es asíaunque, para marcar la diferencia, pudiéramos eliminar
bastante de los cientos de miles de millones de toneladas de CO2 que ya se
encuentran en nuestra sobrecargada atmósfera (por no hablar del aumento de
temperatura que están ya sufriendo los océanos).
“Llegar al objetivo de no superar los 1,5ºC es un desafío extraordinario y no estamos nada próximos a
lograrlo", dijo Drew Shindell, un científico del clima de la Universidad
de Duke y coautor del informe del PICC, a The Guardian apenas unas
semanas antes de que se publicara. “Si bien es técnicamente posible, es
extremadamente improbable sino hay un cambio real en la forma en que evaluamos
el riesgo. Y no estamos nada cerca de lograrlo”.
De hecho, incluso los mejores escenarios muestran que nos dirigimos a un calentamiento de al menos
tres grados y, en términos realistas, vamos camino, sin duda, de que esa cifra
sea bastante más alta en el año 2100, cuando no mucho antes. Tal vez por eso
Shindell fue tan pesimista.
Por ejemplo, un estudio publicado en la revista Nature, que apareció también en octubre, mostraba que,
durante el último cuarto de siglo, los océanos han absorbido un 60% más de
calor por año de lo estimado en el informe del PICC de 2014. El estudio
subrayaba que, de hecho, los océanos del globo han absorbido ya el 93% de todo
el calor que los humanos han agregado a la atmósfera, que la sensibilidad del
sistema climático ante los gases de efecto invernadero es mucho mayor de lo que
se pensaba y que el calentamiento planetario está mucho más avanzado que el que
se había previamente percibido.
Para darles una idea de la cantidad de calor que han absorbido los océanos: si ese calor hubiera ido a
parar a la atmósfera, la temperatura global sería 36ºC más alta que la actual.
Para aquellos que piensan que todavía quedan doce años para cambiar las cosas, la pregunta planteada por
Wanless parece dolorosamente adecuada: ¿Cómo eliminamos todo el calor que han
absorbido ya los océanos?
Dos semanas después de que saliera el artículo de Nature, un estudio en Scientific Reports advertía que la extinción
de especies animales y vegetales debido al cambio climático podría llevar a un
“efecto dominó” que podría, finalmente, aniquilar la vida en el planeta. Se
sugería que los organismos se extinguirán a velocidades cada vez más rápidas
porque dependen de otras especies que también están en vías de desaparecer. Es
un proceso que el estudio llama “coextinción”. Según sus autores, un aumento de
cinco a seis grados Celsius en las temperaturas globales promedio podría ser
suficiente para aniquilar a la mayoría de las criaturas vivientes de la Tierra.
Poniendo esta información en perspectiva: solo un aumento de dos grados dejará inundadas decenas de las
megaciudades costeras del mundo, gracias principalmente al deshielo de las
capas de hielo en Groenlandia y la Antártida, así como a la expansión térmica
de los océanos a medida que se calientan. Habrá 32 veces más olas de calor en
la India y casi 500 millones más de personas sufrirán escasez de agua. Con tres
grados más, el sur de Europa estará en permanente sequía y el área quemada
anualmente por incendios forestales en los EE. UU. se multiplicará por seis.
Vale la pena señalar que estos impactos pueden ya incorporarse al sistemaaunque
todos los países que firmaron el Acuerdo del Clima de París cumplieran
plenamente sus compromisos, que la mayoría de ellos no está cumpliendo actualmente.
Con cuatro grados más, los rendimientos globales de grano podrían reducirse a la mitad, lo que
probablemente provocaría crisis alimentarias anuales en todo el mundo (además
de más guerras, conflictos generales y migraciones que en la actualidad).
La Agencia Internacional de la Energía ha demostrado ya que, de mantener nuestro actual sistema económico
alimentado con combustibles fósiles, está prácticamente garantizado un aumento
de seis grados en la temperatura de la Tierra antes de 2050.
Y si no fuera suficiente con eso, un análisis de 2017 de las gigantes del
petróleo BP y Shell indicaba que se esperaba que el planeta fuera cinco grados más cálido a mediados de siglo.
A finales de 2013, escribí un artículo para Tom Dispatch titulado
“Are We Falling Off the Climate Precipice?” [¿Estamos cayendo por el precipicio
climático?] Incluso entonces, estaba ya lo suficientemente claro que íbamos de
cabeza hacia ese precipicio. Más de cinco años después, una lectura sobria de
la última ciencia del cambio climático indica que estamos realmente ya en caída libre.
La pregunta no es ya si vamos a fracasar o no, sino cómo vamos a comportarnos en la era del fracaso.
Escuchando aunque digamos adiós
Se ha estimado que entre 150 y 200 especies de plantas, insectos, aves y mamíferos
se extinguencada día. En otras palabras, durante los dos años y medio que
estuve trabajando en mi libro, pueden haberse extinguido 136.800 especies.
Nos queda un tiempo limitado para coexistir con partes significativas de la biosfera, incluidos los
glaciares, los corales y miles de especies de plantas, animales e insectos.
Vamos a tener que aprender a decirles adiós, parte de lo cual debe implicar
hacer cuanto podamos humanamente para salvar lo que quede, aun sabiendo que las
probabilidades están ennuestra contra.
Para mí, mis despedidas implicarán pasar tanto tiempo como pueda en los glaciares del Parque Nacional
Olímpico del estado de Washington y en el Parque Nacional de las Cascadas del
Norte, cerca de donde vivo, o, mucho más modestamente, en los árboles de mi
casa todos los días. No está claro, después de todo, cuánto tiempo queda para
que esas áreas forestales permanezcan totalmente intactas. A menudo visito un
pequeño altar natural que he creado en medio de un círculo de árboles de cedro
que crecen alrededor de un árbol madre en descomposición. En este lugar mágico,
lamento y expreso mi gratitud por la vida que todavía sigue aquí. También voy a escuchar.
¿A dónde van a ir Vds. a escuchar? Y ¿qué están escuchando?
Para mí, estos días, todo comienza y termina haciendo cuanto puedo para escuchar a la Tierra, haciendo
todo lo posible para comprender cómo puedo servirla mejor, cómo puedo dedicarme
a hacer cuanto esté en mi mano por el planeta, sin que me importe que, durante
esta época de la historia humana, el pronóstico sea cada vez más desolador.
Tal vez si escuchamos con suficiente profundidad y regularidad, nosotros mismos acabemos convirtiéndonos
en la canción que este planeta necesita escuchar.
Dahr Jamail, colaborador habitual de TomDispatch&, es autor de “The Will to Resist: Soldiers
Who Refuse to Fight in Iraq and Afghanistan” (Haymarket Books, 2009) y “Beyond
the Green Zone: Dispatches From an Unembedded Journalist in Occupied Iraq”
(Haymarket Books, 2007). Su ultimo libro, recientemente publicado, es “The End of Ice: Bearing Witness and Finding Meaning in the Path of Climate Disruption” (The
New Press). Jamail estuvo informando desde Iraq durante más de un año, al igual que en los últimos diez años desde Líbano, Siria, Jordania y
Turquía. Ha sido galardonado, entre otros, con el premio Martha Gellhorn de
periodismo de investigación y, en 2018, con el Izzy Awardfor Outstanding Achievement in Independent Media .
Fuente:
http://www.tomdispatch.com/blog/176516/
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