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Una guerra largamente buscada: Mala praxis diplomática en Ucrania

Matthew Hoh, CounterPunch, 9 junio 2023

Traducido del inglés por Sinfo Fernández por Voces del Mundo 11 de junio de 2023


Foto de portada de Anton Holoborodko – CC BY-SA 3.0

Nota del autor: Este es el borrador original de la carta al presidente Biden y al Congreso de Estados Unidos publicada en The New York Times el 16 de mayo por la Eisenhower Media Network. Esta versión, que es sustancialmente más larga que la carta publicada, se publica aquí modificada de su formato original como carta de grupo. Esta versión profundiza mucho más en los antecedentes de la invasión rusa, el papel del complejo militar-industrial y de la industria de los combustibles fósiles en la elaboración de la política estadounidense, y habla de la tóxica y peligrosa mala praxis diplomática que ha dominado la política exterior estadounidense desde el final de la Guerra Fría.

El ensayo no es exhaustivo, por ejemplo, no abordo los acontecimientos posteriores a febrero de 2022 ni ofrezco predicciones sobre lo que vendrá si no se inicia un alto el fuego y las negociaciones, aparte de declarar un temor general a una guerra estancada interminable, a la manera de la I Guerra Mundial, o expresar preocupación por una escalada hacia una III Guerra Mundial nuclear. Tampoco se abordan las quejas sustanciales que pueden hacerse sobre los rusos. No era mi intención repetir lo que se encuentra abundantemente en los medios de comunicación estadounidenses, sino más bien lo que se omite, en particular examinar la toma deliberada de decisiones por parte de Estados Unidos a lo largo de tres décadas y señalar la ausencia de empatía estratégica por parte de Estados Unidos y la OTAN, de ahí la acusación de mala praxis diplomática.

Estas son mis opiniones y no representan necesariamente las opiniones de mis compañeros cofirmantes de la carta del New York Times.

***

Nada de lo escrito excusa o condona las acciones de Rusia. La invasión rusa es una guerra de agresión y una violación del derecho internacional. Un intento de comprender la perspectiva rusa sobre su guerra no respalda la invasión, la ocupación y los crímenes de guerra cometidos, y desde luego no implica que los rusos no tuvieran otra opción que esta guerra. Más bien, este ensayo pretende comunicar que esta guerra no fue no provocada y que las acciones de EE.UU. y la OTAN durante décadas condujeron a una guerra de elección entre EE.UU., la OTAN, Ucrania y Rusia. Una guerra largamente deseada por megalómanos y especuladores de la guerra en Washington DC, Londres, Bruselas, Kiev y Moscú se hizo realidad en febrero de 2022.

EE.UU. provocó la invasión rusa de Ucrania

La causa directa de la actual guerra interestatal en Ucrania es la invasión llevada a cabo por Rusia, pero la implacable expansión estadounidense de la OTAN hasta las fronteras de Rusia provocó el ataque. Desde al menos 2007, Rusia ha advertido repetidamente de que las fuerzas armadas de la OTAN en las fronteras rusas, especialmente en Ucrania, eran intolerables, del mismo modo que las fuerzas rusas en México o Canadá serían intolerables para Estados Unidos ahora o como lo fueron los misiles rusos en Cuba en 1962. A estas provocaciones se ha unido una política exterior militarizada estadounidense caracterizada por el unilateralismo, el cambio de régimen y la guerra preventiva. Esto ha asegurado una realidad desde el final de la Guerra Fría de confrontación y matanzas en todo el mundo. Así, las famosas predicciones de la década de 1990 sobre un choque de civilizaciones se convirtieron en una realidad de nuestra propia cosecha.

Las promesas incumplidas de paz tras la guerra fría

Tras la Guerra Fría, los dirigentes estadounidenses y de Europa Occidental aseguraron a los dirigentes soviéticos y rusos que la OTAN no se extendería hacia las fronteras rusas. El secretario de Estado norteamericano James Baker prometió al dirigente soviético Mijail Gorbachev el 9 de febrero de 1990 que «…la OTAN no se extendería ni un centímetro hacia el Este». Garantías similares de otros dirigentes norteamericanos, así como de británicos, alemanes y franceses, a lo largo de los años noventa ;constituyen la base del argumento ruso de haber sido traicionados por la expansión de la OTAN hacia el este.

Este resentimiento no es el único agravio expresado por los rusos respecto a las actuaciones de EE.UU. en la década que siguió al final de la Guerra Fría. La doctrina del shock económico impuesta a los rusos y el saqueo de las finanzas y la industria rusas, dirigido por banqueros y asesores estadounidenses, supusieron un increíble descenso del nivel de vida, incluida una grave disminución de la esperanza de vida. El colapso económico postsoviético supuso la reducción del PIB a la mitad y la muerte de millones de personas. Todo ello coincidió con la influencia y posible amaño/a> por parte de Estados Unidos de las elecciones de 1996 a favor del corrupto y borracho Boris Yeltsin. Si juntamos todo eso, tenemos una década de humillaciones y daños que todavía aflige a los dirigentes rusos y a su pueblo y que alimenta un deseo nacionalista de plantar cara a Estados Unidos, Occidente y la OTAN.

Los bombardeos de EE.UU. y la OTAN contra Serbia, aliada de Rusia, en 1999 se produjeron no sólo el mismo año de la primera ampliación de la OTAN a Europa del Este, sino el mismo mes. Este ataque a sus aliados serbios es un tema constante en los mensajes y temas de conversación rusos. La guerra aérea de la OTAN contra Serbia, que duró 78 días, es a menudo la justificación inicial de la defensa rusa de su propia guerra contra Ucrania. Vista por los rusos como injustificada e ilegal, como el primer caso de intimidación cinética de la OTAN, la guerra de 1999 contra Serbia lidera los argumentos rusos sobre la guerra de Ucrania como una guerra necesaria de defensa.

Los rusos vieron la salida unilateral de George W. Bush del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM, por sus siglas en inglés) en 2001 en el contexto de la expansión de la OTAN y de la Guerra Global contra el Terror de Estados Unidos. Para los rusos, la expansión de la OTAN significaba que Estados Unidos acercaba sus bases y emplazamientos de lanzamiento de misiles a Rusia, mientras los dirigentes estadounidenses anunciaban políticas de «con nosotros o contra nosotros«. Al mismo tiempo, Estados Unidos se retiró del Tratado ABM, vigente desde hacía décadas, promulgado para garantizar la disuasión nuclear limitando la capacidad de un bando para lanzar un primer ataque y protegerse después de un ataque de represalia mediante misiles defensivos (misiles defensivos que los rusos entendían que serían más eficaces al ser trasladados más cerca de sus fronteras). La retirada del Tratado ABM, anunciada meses antes de los atentados del 11-S, fue uno de los primeros elementos de lo que se conocería como la doctrina Bush. La doctrina Bush tenía tres componentes básicos: unilateralismo, acción militar preventiva y cambio de régimen. La doctrina Bush alcanzó su punto álgido con la invasión estadounidense de Iraq en 2003.

Los cambios de régimen respaldados por la OTAN avivaron los temores de Rusia

Un año después de que Estados Unidos emprendiera una guerra preventiva no provocada contra Iraq, la OTAN llevó a cabo su segunda ampliación tras la Guerra Fría. En marzo de 2004 ingresaron en la Alianza otros siete países de Europa Oriental, entre ellos los tres vecinos bálticos de Rusia: Estonia, Letonia y Lituania. Las tropas de la OTAN se encontraban ahora en la frontera directa de Rusia.

Más tarde, en 2004, Ucrania vivió su Revolución Naranja. Vistas en Occidente como afirmaciones de democracia, la Revolución Naranja y sus revoluciones hermanas de colores en Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas entre 2000 y 2010 amenazaron, a menudo con éxito, el gobierno de los líderes prorrusos. El aliado de Rusia en Serbia, Slobodan Milosevic, fue derrocado en la Revolución Bulldozer de 2000. Tres de estas revoluciones, todas ellas exitosas, se produjeron con 18 meses de diferencia: Georgia en 2003, Ucrania en 2004 y Kirguistán en 2005. Los tres líderes afines a Moscú fueron depuestos. Revoluciones de color menos exitosas se produjeron en las antiguas repúblicas soviéticas de Bielorrusia en 2006 y Moldavia en 2009.

En Kirguistán, en 2010, se produjo una segunda revolución de color. Esta vez, Kurmanbek Bakiyev fue expulsado de su cargo tras cerrar una base aérea estadounidense en su país. Para los rusos, no se trataba de revoluciones sino de golpes de Estado, todo parte de una gran estrategia de Washington para debilitar a Rusia eliminando a sus aliados.

Existen pruebas históricas de la paranoia rusa. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha llevado a cabo docenas de golpes de Estado en todo el mundo. Con la doctrina Bush consagrando abiertamente la guerra preventiva y el cambio de régimen, las revoluciones de colores, la ampliación de la OTAN y la derogación del Tratado ABM, los rusos vieron un claro peligro en las acciones de Occidente. La idea de que Rusia se uniera a la OTAN parece haber sido abordada con y por la OTAN y Rusia en múltiples ocasiones, pero al cabo de varios años del reinado de Vladimir Putin, la desconfianza y la animosidad entre Rusia y la OTAN estaban controladas.

Escalada dramática: El papel de la OTAN en Ucrania y Georgia

En 2008, los líderes de la OTAN, incluido el presidente Bush, anunciaron planes para incorporar a Ucrania y Georgia, también en las fronteras de Rusia, a la OTAN. Ese verano se produciría una guerra de cinco días entre Georgia y Rusia, con invasión rusa después de que Georgia disparara primero. Washington y Bruselas no comprendieron que los rusos no dudarían en utilizar la fuerza si se les provocaba, lo que demostraba la determinación de Rusia de hacer respetar las líneas rojas. Por el contrario, en 2009, Estados Unidos anunció planes para colocar sistemas de misiles en Polonia y Rumanía. Anunciados como defensa antimisiles, las lanzaderas podían disparar armas defensivas o lanzar misiles de crucero ofensivos hacia Rusia, a sólo 160 kilómetros de distancia de las bases de misiles en el este de Polonia.

En 2009, los rusos fueron testigos de cómo Estados Unidos intensificaba drásticamente la guerra en Afganistán y, posteriormente, en 2011, la OTAN llevó a cabo un cambio de régimen en Libia. Tanto en Afganistán como en Libia, las guerras se sustentaron en mentiras. En ambos países, la victoria militar de Estados Unidos y Europa Occidental era primordial y cualquier esfuerzo de negociación no sólo se desestimó, sino que se negó.

En 2012, el objetivo de Estados Unidos de un cambio de régimen en Siria estaba claro (*). Al igual que Serbia más de una década antes, el gobierno sirio era un aliado ruso ahora amenazado. Al igual que en Afganistán y Libia, las negociaciones no serían posibles, ya que los estadounidenses establecieron una condición previa que exigía que el presidente sirio Bashar Assad dimitiera como resultado de las conversaciones. Eso era inaceptable para Assad y para los rusos. Para los rusos, estas tres guerras de la Administración Obama mostraban la determinación estadounidense de hacer la guerra sin tener en cuenta las consecuencias y de no negociar nunca.

A finales de 2013, las tensiones políticas en Ucrania, un país con una larga y profunda división histórica entre sus mitades oriental y occidental, habían derivado en una crisis.

Se produjeron protestas en todo el país y en Kiev los manifestantes ocuparon la plaza central. En enero de 2014, la violencia estaba en marcha y a finales de febrero el presidente ucraniano legalmente elegido, aunque corrupto, Víktor Yanukóvich, había huido a Moscú. La presencia estadounidense en el derrocamiento del gobierno de Yanukóvich fue fácilmente observable. Altos funcionarios del Departamento de Estado estadounidense y miembros del Congreso, encabezados por el senador John McCain y Victoria Nuland, asistieron a concentraciones antigubernamentales, se jactaron de gastar más de 5.000 millones de dólares para promover la democracia en Ucrania y discutieron infamemente planes para un gobierno posterior al golpe de Estado en Kiev. Mucho más ocurrió de forma encubierta y silenciosa, y si se supo, sólo fue a través de periodistas estadounidenses ajenos a la corriente dominante.

Los rusos creyeron que lo ocurrido en Ucrania fue un golpe de Estado. Una repetición de las revoluciones de colores que habían sustituido a gobiernos favorables a Rusia por otros favorables a Estados Unidos y la OTAN. Los rusos veían a unos Estados Unidos y una OTAN decididos a derrocar gobiernos y a entrar en guerra. Desde su punto de vista, estaban siendo asediados por la ampliación de la OTAN y amenazados por los misiles estadounidenses. Las advertencias no sólo contra la ampliación de la OTAN, sino también contra la injerencia en Ucrania, habían sido desoídas. El Parlamento ruso había denunciado formalmente la ampliación de la OTAN en 2004 y el Kremlin empezó a lanzar advertencias periódicas en 2007. En 2008, tras el anuncio de la OTAN de incorporar finalmente a Ucrania y Georgia como miembros, Vladimir Putin advirtió a George W. Bush: «Si Ucrania entra en la OTAN, lo hará sin Crimea y las regiones orientales. Simplemente se desmoronará». [Andrew Cockburn señala que el reconocimiento estadounidense de un Kosovo independiente en febrero de 2008 indignó aún más a Rusia y que incluso Mikheil Saakashvili se quejó a la secretaria Rice de que esto provocaría una reacción peligrosa por parte de Rusia].

En respuesta a lo que consideraba un golpe de Estado en la vecina Ucrania, Rusia se apoderó de Crimea, donde se encuentra su centenaria base naval en aguas cálidas, e invirtió un importante apoyo militar en la región de Donbás, en el este de Ucrania, respaldando a los separatistas rusoparlantes en una guerra civil que no dejaba de empeorar. Al año siguiente, de manera similar, los rusos intervinieron fuertemente con su ejército en Siria, algo que habían advertido que harían para garantizar la supervivencia del gobierno sirio. Las acciones de Rusia en Ucrania y Siria eran previsibles y deberían haberse esperado.

Un impulso desesperado por la paz: Acuerdos de Minsk II

La guerra civil en Ucrania empeoró a lo largo de 2014 hasta que las negociaciones desembocaron en los Acuerdos de Minsk II en 2015. Este acuerdo entre Ucrania y Rusia redujo drásticamente la devastación y estableció un camino hacia la autonomía dentro de una Ucrania oriental federalizada para el Donbás. En general, la violencia se mantuvo baja hasta 2021, cuando las tensiones reanudaron los combates, aunque tanto Moscú como Kiev incumplían diversos aspectos del acuerdo. Los rusos alegaban que el gobierno ucraniano no estaba aplicando el marco del Acuerdo para la autonomía de Donbás, mientras que los ucranianos argumentaban que Moscú se negaba a retirar el apoyo militar a la región.

A finales de 2022, los antiguos líderes de Alemania, Francia y Ucrania atestiguaron que Occidente no tenía ninguna intención de cumplir los Acuerdos de Minsk II. Según Angela Merkel, François Hollande y Petro Poroshenko, el propósito de Occidente era utilizar el tiempo para armar a Ucrania y prepararse para una eventual guerra con Rusia, y no para evitar dicha guerra (parece que los rusos hicieron lo mismo, preparando su economía para protegerla de las inevitables sanciones de Estados Unidos, para incluir la mejora de las relaciones con otras naciones, y la construcción de su base militar-industrial para apoyar una guerra convencional de alta intensidad; los rusos parecen haber estado mucho mejor preparados para esta guerra que Occidente). Los rusos aceptaron estas admisiones como una validación de la mala fe que alegaban de Occidente, otra traición, y más razones para considerar que la fuerza había sido la opción correcta para garantizar sus necesidades.

Durante la administración Obama, Estados Unidos sólo proporcionó apoyo no letal a Ucrania, pero sí comenzó una acumulación de tropas en Europa, incluida la realización de más ejercicios en las nuevas naciones de la OTAN en las fronteras de Rusia. La administración Trump intensificó el papel de Estados Unidos en la guerra civil de Ucrania al enviar a Ucrania cientos de millones de dólares en armas. Los rusos interpretaron esto como una indicación de una preferencia estadounidense por el conflicto y posiblemente una preparación para la guerra.

Esa interpretación se vio reforzada cuando el presidente Trump puso fin unilateralmente a los tratados de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF, por sus siglas en inglés) y de Cielos Abiertos. El Tratado INF prohibía exactamente el tipo de misil de medio alcance que Estados Unidos podría colocar ahora en los países de la OTAN del antiguo bloque soviético, lo que permitiría alcanzar a Moscú con misiles nucleares de primer ataque en cuestión de minutos. Durante décadas, el Tratado de Cielos Abiertos había permitido a cada nación llevar a cabo misiones de vigilancia como elemento clave de confianza. Estos sobrevuelos verificaban la adhesión a los tratados sobre armas nucleares y garantizaban que cada parte pudiera ver las acciones de la otra. Así se limitaba el peligro real de suposiciones e interpretaciones erróneas que podrían conducir a una guerra nuclear. Para su descrédito, la administración Biden se ha negado a volver a suscribir ninguno de los dos tratados.

A medida que aumentaban los combates en el Donbás a finales de 2021, los rusos presentaron propuestas de negociación al tiempo que enviaban más fuerzas a la frontera con Ucrania. Las autoridades estadounidenses y de la OTAN rechazaron inmediatamente las propuestas rusas. En los primeros meses de 2022, la violencia aumentó drásticamente en el este de Ucrania. Los intentos declarados de diálogo, vistos en retrospectiva, desmienten un deseo sincero por ambas partes de evitar el conflicto. A mediados de febrero, los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa recogían miles de explosiones semanales. El 24 de febrero, Rusia invadía Ucrania.

Entender la guerra a través de los ojos de Rusia o, a la inversa, cómo cometer una mala praxis diplomática

Durante años, los rusos dejaron claras sus líneas rojas y demostraron en Georgia y Siria que utilizarían la fuerza para defenderlas. En 2014, su toma inmediata de Crimea y su apoyo directo e importante a los separatistas del Donbás volvieron a demostrar que se tomaban en serio la protección de sus intereses. Por qué los dirigentes de Estados Unidos y de la OTAN no entendieron esto solo puede explicarse por incompetencia, arrogancia, cinismo o una traicionera mezcla de las tres cosas. Esta mezcla ilumina el camino hacia la guerra en Ucrania y ayuda a aclarar las más de 250 guerras, operaciones militares, intervenciones y ocupaciones que Estados Unidos ha llevado a cabo desde el final de la Guerra Fría.

Lo que aquí se escribe es y no era desconocido. Casi tan pronto como terminó la Guerra Fría, diplomáticos, generales y políticos estadounidenses advirtieron del peligro de expandir la OTAN hasta las fronteras rusas y de interferir maliciosamente en la esfera de influencia de Rusia. Los exfuncionarios del gabinete Madeleine Albright, Robert Gates y William Perry hicieron estas advertencias, al igual que los venerados diplomáticos Strobe Talbott, George Kennan, Jack Matlock y Henry Kissinger. En 1997, 50 expertos norteamericanos en política exterior escribieron una carta abierta al presidente Clinton aconsejándole que no ampliara la OTAN. Calificaron la expansión de la OTAN como «un error político de proporciones históricas». El presidente Clinton hizo caso omiso de estas advertencias y pidió la expansión de la OTAN, en parte para complacer a los bloques de votantes estadounidenses de ascendencia europea del Este.

Tal vez lo más importante para comprender la arrogancia y el cálculo maquiavélico en la toma de decisiones de EE.UU. sea el desprecio a las advertencias realizadas por Williams Burns, actual director de la CIA. Primero en un cable oficial de 1995, mientras servía en Moscú, Burns escribió: «La hostilidad a la pronta expansión de la OTAN… se siente casi universalmente en todo el espectro político interno aquí».

Luego, en 2008, Burns, como embajador de EE. UU. en Moscú, escribió estas advertencias en múltiples ocasiones en un lenguaje descarnado:

«Comprendo perfectamente lo difícil que será la decisión de aplazar [el ingreso de Ucrania en la OTAN]. Pero es igualmente difícil exagerar las consecuencias estratégicas de una oferta prematura [de ingreso], especialmente para Ucrania. La entrada de Ucrania en la OTAN es la más brillante de todas las líneas rojas para la élite rusa (no sólo para Putin). En más de dos años y medio de conversaciones con los principales actores rusos, desde los que se arrastran los nudillos en los oscuros recovecos del Kremlin hasta los críticos liberales más agudos de Putin, todavía no he encontrado a nadie que vea a Ucrania en la OTAN como algo distinto a un desafío directo a los intereses rusos. A estas alturas, una oferta [de ingreso en la OTAN] no se vería como un paso técnico en el largo camino hacia el ingreso, sino como un lanzamiento del guante estratégico. La Rusia actual responderá. Las relaciones ruso-ucranianas se congelarán… Creará un terreno fértil para la intromisión rusa en Crimea y el este de Ucrania«.

y de nuevo, en otro cable a la secretaria de Estado Condoleezza Rice titulado Nyet Means Nyet: Russia’s NATO Enlargement Redlines:

«Las aspiraciones de Ucrania y Georgia de entrar en la OTAN no sólo tocan un nervio sensible en Rusia, sino que engendran serias preocupaciones sobre las consecuencias para la estabilidad en la región. Rusia no sólo percibe un cerco y un intento de socavar su influencia en la región, sino que también teme consecuencias imprevisibles e incontroladas, que afectarían gravemente a sus intereses de seguridad. Los expertos nos dicen que a Rusia le preocupa especialmente que las fuertes divisiones existentes en Ucrania sobre el ingreso en la OTAN, con gran parte de la comunidad étnico-rusa en contra del ingreso, puedan provocar una gran división, con violencia o, en el peor de los casos, una guerra civil. En esa eventualidad, Rusia tendría que decidir si interviene; una decisión a la que Rusia no quiere tener que enfrentarse«.

Estas fueron las palabras del actual director de la Central de Inteligencia de EEUU.

¿Quién se beneficia de la guerra?

El complejo militar-industrial estadounidense respalda esta negligencia diplomática gratuita y la megalomanía que conlleva. Hace más de 60 años, el presidente Dwight Eisenhower advirtió en su discurso de despedida de «la posibilidad de un aumento desastroso de un poder equivocado». Describía así la creciente influencia, cuando no control, del complejo militar-industrial.

Al final de la Guerra Fría, el complejo militar-industrial se enfrentaba a una crisis existencial. Sin un adversario como la Unión Soviética, justificar un gasto masivo en armamento por parte de Estados Unidos era difícil. La expansión de la OTAN permitía nuevos mercados. Los países que se incorporasen a la OTAN tendrían que modernizar sus fuerzas armadas, sustituyendo sus arsenales de la era soviética por armas, municiones, máquinas, hardware y software occidentales compatibles con los ejércitos de la OTAN. Hubo que remodelar ejércitos, armadas y fuerzas aéreas enteras. La expansión de la OTAN supuso una bonanza monetaria para una industria armamentística que en un principio veía en la miseria el fruto del final de la Guerra Fría. Entre 1996 y 1998, las empresas armamentísticas estadounidenses gastaron 51 millones de dólares (94 millones en la actualidad) en presionar al Congreso. Millones más se gastaron en donaciones de campaña. Convertir las espadas en arados tendría que esperar a otra época, una vez que la industria armamentística se diera cuenta de la promesa de los mercados de Europa del Este.

En un bucle circular que se refuerza mutuamente, el Congreso asigna dinero al Pentágono. El Pentágono financia a la industria armamentística, que, a su vez, financia a grupos de reflexión y a grupos de presión para que orienten al Congreso sobre nuevos gastos del Pentágono. Las contribuciones a las campañas de la industria armamentística acompañan a esos grupos de presión. El Pentágono, la CIA, el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado y otros miembros del Estado de seguridad nacional financian directamente a los grupos de reflexión y se aseguran de que cualquier política que se promueva sea la que desean las propias instituciones gubernamentales.

No sólo el Congreso está bajo la influencia del complejo militar-industrial. Estas mismas empresas armamentísticas que sobornan a los miembros del Congreso y financian a los think tanks suelen emplear, directa e indirectamente, al cuadro de expertos que llenan los programas de noticias por cable y el espacio de los informativos. Los medios de comunicación estadounidenses rara vez identifican este conflicto de intereses. Así, hombres y mujeres que deben su sueldo a empresas como Lockheed, Raytheon o General Dynamics aparecen en los medios y abogan por más guerra y más armas. Estos comentaristas y expertos rara vez reconocen que sus benefactores se benefician inmensamente de las políticas de más guerra y más armas.

La corrupción se extiende al poder ejecutivo, ya que el complejo militar-industrial emplea a decenas de funcionarios de la administración cuyo partido político ya no está en la Casa Blanca. Fuera del gobierno, funcionarios republicanos y demócratas se dirigen desde el Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado a empresas armamentísticas, grupos de reflexión y consultorías. Cuando su partido vuelve a ocupar la Casa Blanca, regresan al gobierno. A cambio de aportar sus agendas y directorios, reciben suntuosos salarios y beneficios. Del mismo modo, los generales y almirantes estadounidenses se retiran del Pentágono y pasan directamente a las empresas armamentísticas. Esta puerta giratoria llega hasta el más alto nivel. Antes de ser secretario de Defensa, secretario de Estado y director de Inteligencia Nacional, Lloyd Austin, Antony Blinken y Avril Haines fueron empleados del complejo militar-industrial. En el caso del secretario Blinken, fundó una empresa, WestExec Advisors, dedicada al comercio y tráfico de influencias a cambio de contratos de armamento.

Hay un nivel más amplio de codicia comercial en el contexto de la guerra de Ucrania que no puede ser descartado o ignorado. Estados Unidos alimenta y arma al mundo. Las exportaciones estadounidenses de combustibles fósiles y armas superan ahora a sus exportaciones agrícolas e industriales. La competencia por el mercado europeo de combustibles, en particular el gas natural licuado, ha sido una preocupación primordial durante la última década tanto para las administraciones demócratas como para las republicanas. Eliminar a Rusia como principal proveedor energético de Europa y limitar las exportaciones rusas de combustibles fósiles a todo el mundo ha beneficiado enormemente a las empresas estadounidenses de petróleo y gas. Además de los intereses comerciales más amplios, no pueden despreciarse las ingentes cantidades de dinero que el negocio estadounidense de los combustibles fósiles obtiene como resultado de negar a los europeos la opción de comprar combustibles fósiles rusos.

El coste de la guerra

Cientos de miles de personas pueden haber muerto y resultado heridas en los combates. Las desgarradoras heridas psicológicas tanto de combatientes como de civiles serán probablemente mayores. Millones de personas se han quedado sin hogar y viven ahora como refugiados. El daño al medio ambiente es incalculable y la destrucción económica no se ha limitado a la zona de guerra, sino que se ha extendido por todo el mundo, alimentando la inflación, desestabilizando los suministros de energía y aumentando la inseguridad alimentaria. El encarecimiento de la energía y los alimentos ha provocado sin duda un exceso de muertes lejos de los límites geográficos de la guerra.

Es probable que la guerra continúe desarrollándose como un prolongado estancamiento de matanzas y destrucción sin propósito. De forma horrible, el siguiente resultado probable es que la guerra se intensifique, tal vez incontrolablemente, hasta una guerra mundial y un posible conflicto nuclear. A pesar de lo que digan los realistas chiflados de Washington, Londres, Bruselas, Kiev y Moscú, la guerra nuclear no es manejable y, desde luego, no se puede ganar. Una guerra nuclear limitada, en la que quizá cada bando dispare el 10% de sus arsenales, provocará un invierno nuclear durante el cual veremos a nuestros hijos morir de hambre. Deberíamos dedicar todos nuestros esfuerzos a evitar ese apocalipsis.

El potencial para la paz

La intención de este ensayo ha sido delinear cómo las provocaciones deliberadas de EE. UU. y la OTAN hacia Rusia se han percibido desde la perspectiva rusa. Rusia es una nación cuya ansiedad geopolítica actual está definida por los recuerdos de las invasiones de Carlos XII, Napoleón, el Conde de Aberdeen, el Kaiser y Hitler. Las tropas estadounidenses formaron parte de una fuerza de invasión aliada que intervino sin éxito contra el bando vencedor en la guerra civil rusa posterior a la Primera Guerra Mundial. Poseer un contexto histórico, comprender a un enemigo y tener empatía estratégica hacia tu adversario no es engañoso ni débil, sino prudente y sabio. Esto se nos enseña a todos los niveles en el ejército estadounidense. Tampoco es antipatriótico o insincero disentir de continuar esta guerra y negarse a tomar partido.

La promesa del presidente Biden de respaldar a Ucrania «todo el tiempo que haga falta» no debe ser una licencia para perseguir objetivos mal definidos o inalcanzables. Puede resultar tan catastrófico como la decisión del presidente Putin del año pasado de lanzar su criminal invasión y ocupación. No es moralmente posible respaldar la estrategia de luchar contra Rusia hasta el último ucraniano ni es moral guardar silencio mientras nuestra nación persigue estrategias y políticas que no pueden alcanzar sus objetivos declarados. No sólo es una afrenta a nuestros sentidos morales y humanos, sino que esta búsqueda sin sentido de una derrota inalcanzable de Rusia con el espíritu de alguna forma de victoria imperial del siglo XIX o de gran jugada de ajedrez geopolítico es jactanciosa, contraproducente y autodestructiva.

Sólo un compromiso significativo y genuino con la diplomacia, concretamente un alto el fuego inmediato y negociaciones sin condiciones previas descalificadoras o prohibitivas, pondrá fin a esta guerra y a su sufrimiento, aportará estabilidad a Europa y evitará una guerra nuclear en el tercer mundo.

Las provocaciones deliberadas provocaron esta guerra. Del mismo modo, la diplomacia deliberada puede ponerle fin.

N. de la T.:

(*) A ese respecto, y en contraste, véase el excelente artículo del intelectual sirio Yassin Al Haj Saleh.

Matthew Hoh es miembro de los consejos asesores de Expose Facts, Veterans For Peace y World Beyond War. En 2009 dimitió de su cargo en el Departamento de Estado en Afganistán en protesta por la escalada de la guerra afgana por parte de la Administración Obama. Anteriormente había estado en Iraq con un equipo del Departamento de Estado y con los marines estadounidenses. Es Senior Fellow del Center for International Policy.


 

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