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Hillary, el "mal menor": una sensación de déjà vu

Fausto Giudice
Tlaxcala
01 de agosto de 2016

Translated by María José Hernández Guerrero

    De Michael Moore a Uri Avnery, un único clamor parece resonar a través del planeta biempensante/liberal/progresista (PBPLP): ¡hay que votar a Hillary para evitar la catástrofe Trump! Por supuesto que Hillary también da miedo, pero menos que el hombre naranja. Ella representa, pues, el mal menor. Como no soy ciudadano usamericano, no tendré que elegir entre esos dos males en noviembre de 2016. No obstante, dado que el presidente de USA es supuestamente el hombre –o la mujer– más poderoso del planeta, cualquiera de sus habitantes ha de tener algo que decir al respecto.

Personalmente, no es la primera vez que soy testigo de una situación electoral como esta, en la que los BPLP piden el voto para un mal menor con el fin de conjurar un mal aún peor. No hay más que recordar aquella sorprendente manifestación parisina del 1 de mayo de 2002, donde la aplastante mayoría de la izquierda y la extrema izquierda declaraba su intención de votar a Chirac para cortar el paso a Jean-Marie Le Pen. En París fueron 500.000 personas,  un millón y medio en toda Francia. Y el 5 de mayo Jacques Chirac resultó elegido. El comienzo de su segundo mandato se vio marcado por el rotundo rechazo a participar en la invasión de Irak, cuando de forma paralela el Ejército francés intervenía en Costa de Marfil. El ecuador de su mandato se vio marcado por el referéndum del 29 de mayo de 2005 sobre la Constitución Europea, rechazada por la mayoría de los votantes “contra todo pronóstico”. Holandeses e irlandeses rechazaron, a su vez, esa “constitución” de Bruselas. Y Bruselas hizo el mismo caso a ese “no” que el Gobierno de Tsipras, diez años más tarde, al “no” de los griegos al programa de destrucción de su país elaborado en París, Bruselas, Fráncfort, La Haya y Berlín. Se retomó el texto del Tratado de Maastricht, que se desmenuzó y se volvió a colocar como “Tratado de Lisboa”. Pero como ya no se trataba de una “constitución”, no era necesario someterlo a referéndum. En resumen, aunque la siguiente presidencia, la de Sarkozy, pudo hacer que echáramos de menos la de Chirac, con todos sus fallos, esta última no fue en absoluto brillante.

Pero volvamos a USA. La actual campaña electoral, con su duelo del siglo entre el hombre naranja y la dama rubia, me recuerda a otra de la que fui testigo a distancia. Flash back.

Ocurrió en 1964. El vicepresidente demócrata tejano Lyndon Baines Johnson, conocido como LBJ, había sucedido a John Kennedy después de su asesinato en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Tras eliminar en las primarias demócratas al gobernador racista de Alabama, George Wallace, se enfrentaba al republicano Barry Goldwater, un hombre de Arizona más bien progresista en los comienzos de su carrera, que se fue inclinando cada vez más hacia la derecha, hasta el punto de llegar a proponer que se acabara de una vez con esos asquerosos vietnamitas rojos lanzándoles alguna que otra bomba atómica. Johnson, que tomó el relevo de Kennedy en la guerra sucia de Vietnam, prefirió ceñirse a métodos más civilizados, que “solo” causaron unos millones de muertos vietnamitas y, de 1961 a 1969, 47.000 muertos entre los soldados usamericanos, negros en su mayoría. Y si emprendió el proceso de paz en la primavera de 1968, que concluyó con el armisticio de enero de 1973, ya en época de Nixon y Kissinger, fue porque se vio limitado y coaccionado por las victorias militares de los vietnamitas y por el creciente movimiento antibelicista en USA y en el mundo.

El eslogan electoral de Goldwater, In your heart, you know he’s right (En tu corazón, sabes que tiene razón), fue contrarrestado por los demócratas con In your guts, you know he’s nuts (En tus entrañas, sabes que es tonto). Pero los demócratas fueron más allá. Existe acuerdo al afirmar que este anuncio de un minuto de duración, difundido una sola vez en la NBC el 7 de septiembre de 1964, hizo que LBJ ganara el 3 de noviembre.

La publicidad comienza con una niña de cuatro años en una pradera, con el canto de los pájaros como fondo sonoro. La niña deshoja lentamente los pétalos de una margarita, contando de manera desordenada. Cuando llega al número nueve, una voz masculina emprende una siniestra cuenta atrás. La niña levanta entonces la cabeza y mira al cielo; la cámara toma un primer plano de una de sus pupilas, oscureciéndola. Cuando la cuenta llega a cero, la pantalla negra se ilumina con el flash y el hongo de una explosión nuclear.

Resuena entonces la voz de Johnson: “Tenemos ante nosotros un reto: o construir un mundo en el que todos los hijos de Dios puedan vivir, o hundirnos en las tinieblas. O amarnos los unos a los otros o morir”. Otra voz (la de Chris Schenkel) toma el relevo: “El 3 de noviembre vote por el presidente Johnson. Los retos son demasiado grandes como para quedarse en casa”.

Esta grabación, que ha pasado a la historia con el título de Daisy Girl (Niña de la margarita), ya no es posible en la actualidad, ni necesaria. El impacto masivo y unidireccional de la televisión hace 52 años se ha sustituido hoy en día por el impacto tentacular, reticular, de decenas de miles de cadenas, de sitios web, de redes sociales. En resumidas cuentas, un totalitarismo descentralizado que actúa por contagio. Si Trump es “nuts”, Hillary por desgracia no lo es en absoluto. Ella sabe lo que quiere y allí por donde pase, una vez entronizada en la Casa Blanca, no crecerá la hierba. La familia Kagan, Victoria Nuland incluida, que figura entre los más duros maestros del pensamiento neoconservador de Washington, no se ha equivocado al prestar su apoyo a Killary.

En resumen, y en palabras del actor chicano Danny Trejo (Machete), Trump es la mejor cosa que les podía pasar a los demócratas. Si no fuera multimillonario, se podría sospechar que ha recibido dinero de Clinton & Co. Para representar a fondo su papel de contrapunto. Y Killary, tras recuperar una buena parte del electorado del socialdemócrata Bernie Sanders, segura ya del apoyo del colectivo LGBT, se ha lanzado sobre el electorado negro, pues, como dice el otro, “Black votes matter” (Los votos negros importan). ¿Pero LBJ, con sus “grandes leyes” a favor de los “niggas” (pronunciado con acento tejano), no había asegurado, como él decía, “el voto de los negros para los demócratas durante 200 años”?

Entonces, se preguntará usted, ¿a quién votar?

>No lo sé. Como la inmensa mayoría de la humanidad, no estoy inscrito en las listas electorales usamricanas. Y comparto cada vez más la opinión de Emma Goldman: “If voting changed anything, they’d make it illegal”: Si votar cambiara algo, sería ilegal. Y esta anarquista rusa, deportada de USA aunque fuera ciudadana usamericana por matrimonio, que solo fue autorizada a regresar como cadáver, sabía de lo que hablaba cuando hablaba de “América”.


 

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