Imperialismo carcelario: Tortura, Abu
Ghraib y el legado de la guerra de EE.UU. contra Irak
Maha Hilal, TomDispatch.com, 25 abril 2024
"Hasta el día de hoy siento humillación por lo que me hicieron... El tiempo que pasé en Abu
Ghraib - acabó con mi vida. Ahora sólo soy medio humano". Eso es lo que
Talib al-Majli, superviviente de Abu Ghraib, tenía
que decir sobre los 16 meses que pasó en esa tristemente célebre prisión de
Irak tras ser capturado y detenido por las tropas estadounidenses el 31 de
octubre de 2003. Tras su liberación, al-Majli ha
seguido padeciendo un sinfín de dificultades, entre ellas la imposibilidad
de mantener un empleo debido a sus deficiencias físicas y mentales y una vida
familiar que sigue siendo un caos.
Ni siquiera se le acusó de ningún delito, lo cual no es precisamente sorprendente, dado que la Cruz
Roja calcula que entre el 70% y el 90% de los detenidos y encarcelados en
Irak tras la invasión estadounidense de ese país en 2003 no eran culpables de
nada. Pero, al igual que otros supervivientes, su paso por Abu Ghraib sigue
persiguiéndole, a pesar de que, casi 20 años después en Estados Unidos, la
falta de justicia y de rendición de cuentas por los crímenes de guerra
cometidos en esa prisión ha quedado relegada a un pasado lejano y se considera
un capítulo cerrado hace mucho tiempo de la Guerra contra el Terror de este país.
El "escándalo" de Abu Ghraib
El 28 de abril de 2004, el programa 60 Minutes de CBS News emitió un segmento sobre la
prisión de Abu Ghraib, en el que se revelaban por primera vez fotos de los
tipos de tortura que se habían producido allí. Algunas de esas imágenes, ahora
famosas, incluían a un prisionero con capucha negra al que hacían permanecer de
pie sobre una caja, con los brazos extendidos y cables eléctricos atados a las
manos; prisioneros desnudos apilados unos sobre otros en una estructura
piramidal; y un prisionero en mono de rodillas al que amenazaban
con un perro. Además de esas perturbadoras imágenes, varias fotos incluían
a militares estadounidenses sonriendo o posando con signos de pulgar hacia
arriba, indicios de que parecían estar disfrutando con la humillación y tortura
de esos prisioneros iraquíes y de que las fotos estaban destinadas a ser vistas.
Una vez que esas fotos salieron a la luz, se produjo una indignación generalizada en todo el mundo en
lo que se conoció como el escándalo de Abu Ghraib. Sin embargo, la palabra
"escándalo" sigue centrando la atención en esas fotos y no en la
violencia que sufrieron las víctimas o en el hecho de que, dos décadas después,
no haya habido ninguna rendición de cuentas por parte de los funcionarios del
gobierno que sancionaron una atmósfera propicia para la tortura.
Gracias a la existencia de la Ley Federal de Reclamaciones por Agravios, todas las
reclamaciones contra el gobierno federal, en lo que respecta a Abu Ghraib,
fueron desestimadas. El gobierno tampoco proporcionó ninguna indemnización ni reparación
a los supervivientes de Abu Ghraib, incluso después de que, en 2022, el
Pentágono hiciera público un plan para minimizar los daños a civiles en
operaciones militares estadounidenses. Sin embargo, existe una demanda civil
presentada en 2008 -Al Shimari contra CACI- interpuesta en nombre de
tres demandantes contra el papel del contratista militar CACI en las torturas
de Abu Ghraib. Aunque CACI intentó 20 veces que se desestimara el caso, el
juicio -el primero que aborda los malos tratos infligidos a los detenidos de
Abu Ghraib- comenzó
finalmente a mediados de abril en el Tribunal del Distrito Este de
Virginia. Si los demandantes consiguen una sentencia a su favor, será un paso
bienvenido hacia cierta apariencia de justicia. Sin embargo, para otros
supervivientes de Abu Ghraib, cualquier perspectiva de justicia sigue siendo,
en el mejor de los casos, improbable.
El camino a Abu Ghraib
"Mi impresión es que lo que se ha acusado hasta ahora es abuso, que creo que técnicamente es
diferente de tortura... Y por tanto, no voy a abordar la palabra
'tortura'". Así se expresó el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld en una
rueda de prensa en 2004. Por supuesto, ni siquiera mencionó que él y otros
miembros de la administración del presidente George W. Bush habían hecho todo
lo posible no sólo para autorizar brutales técnicas de tortura en su
"Guerra Global contra el Terror", sino para elevar drásticamente el
umbral de lo que podría considerarse tortura.
Como sostiene Vian Bakir en su libro Torture,
Intelligence and Sousveillance in the War on Terror: Agenda-Building Struggles,
sus comentarios formaban parte de una triple estrategia de la administración
Bush para replantear los abusos descritos en esas fotos, que incluía aportar
"pruebas" de la supuesta legalidad de las técnicas básicas de
interrogatorio, enmarcar esos abusos como hechos aislados y no sistémicos, y
hacer todo lo posible por destruir por completo las pruebas visuales de tortura.
Aunque los altos cargos de Bush afirmaron no saber nada de lo ocurrido en Abu Ghraib, la guerra
contra el terror que lanzaron se construyó para deshumanizar completamente y
negar cualquier derecho a los detenidos. Como se señalaba en un informe de
Human Rights Watch de 2004, "The Road to Abu Ghraib",
la pauta de abusos en todo el mundo no era el resultado de las acciones de soldados individuales,
sino de las políticas de la administración que eludían la ley, aplicaban
métodos de interrogatorio claramente similares a la tortura para
"ablandar" a los detenidos y adoptaban un enfoque de "no ver el
mal, no oír el mal" ante cualquier denuncia de malos tratos a los prisioneros.
De hecho, la administración Bush buscó activamente opiniones jurídicas sobre cómo excluir a
los prisioneros de la guerra contra el terrorismo de cualquier marco legal. Un memorando
del Fiscal General Alberto Gonzales al Presidente Bush argumentaba que las
Convenciones de Ginebra simplemente no se aplicaban a los miembros del grupo
terrorista Al Qaeda o a los talibanes afganos. En cuanto a lo que constituiría
tortura, un infame memorando, redactado por el abogado de la Oficina de
Asesoría Jurídica John Yoo, sostenía que
"el dolor físico equivalente a la tortura debe ser equivalente en
intensidad al dolor que acompaña a una lesión física grave, como la
insuficiencia orgánica, el deterioro de las funciones corporales o incluso la
muerte". Incluso después de que se hicieran públicas las fotos de Abu
Ghraib, Rumsfeld y otros funcionarios de la administración Bush nunca cejaron
en su supuesta inaplicabilidad. Como dijo Rumsfeld en una entrevista
televisiva, "no se
aplicaron precisamente" en Irak.
En enero de 2004, el general de división Anthony Taguba fue nombrado para dirigir una investigación
del Ejército sobre la unidad militar, la 800 Brigada de Policía Militar, que
dirigía Abu Ghraib, donde se habían denunciado abusos desde octubre hasta
diciembre de 2003. Su informe fue inequívoco sobre el carácter sistemático de
la tortura allí: "Entre octubre y diciembre de 2003, en el Centro de
Reclusión de Abu Ghraib (BCCF), se infligieron numerosos incidentes de abusos
criminales sádicos, flagrantes y gratuitos a varios detenidos. Estos abusos
sistemáticos e ilegales contra los detenidos fueron perpetrados intencionadamente
por varios miembros del cuerpo de guardia de la policía militar (372.ª compañía
de policía militar, 320.º batallón de policía militar, 800.ª Brigada de policía
militar), en el nivel (sección) 1-A de la prisión de Abu Ghraib."
Lamentablemente, el informe Taguba no fue ni el primero ni el último en documentar abusos y
torturas en Abu Ghraib. Además, antes de su publicación, el Comité
Internacional de la Cruz Roja había advertido en múltiples
ocasiones de que se estaban produciendo abusos de este tipo en Abu Ghraib y
en otros lugares.
Simular la expiación
Una vez reveladas las imágenes, el Presidente Bush y otros miembros de su administración se
apresuraron a condenar la violencia en la prisión. En menos de una semana, Bush
había asegurado al rey Abdullah de Jordania, que se encontraba de visita en la
Casa Blanca, que lamentaba lo que habían sufrido aquellos prisioneros iraquíes
y que "lamentaba igualmente que la gente que había visto esas imágenes no
comprendiera la verdadera naturaleza y el corazón de Estados Unidos".
Como
señaló el académico Ryan Shepard, el comportamiento de Bush fue un caso
clásico de "expiación simulada", cuyo objetivo era ofrecer una
"apariencia de confesión genuina" mientras evitaba cualquier
responsabilidad real por lo ocurrido. Analizó cuatro casos en los que el
presidente ofreció una "apología" de lo ocurrido: dos entrevistas con
las televisiones Alhurra y Al Arabiya el 5 de mayo de 2004, y dos apariciones
con el rey de Jordania al día siguiente.
En todos los casos, el presidente también
responsable de la creación de una prisión de la injusticia en Guantánamo,
en 2002, en suelo cubano ocupado, se las arregló para echar la culpa de la
forma clásica, sugiriendo que la tortura no había sido sistemática y que la
culpa era de unas pocas personas de bajo nivel. También negó que supiera nada
de las torturas en Abu Ghraib antes de la publicación de las fotos e intentó
restaurar la imagen de Estados Unidos estableciendo una comparación con lo que
había hecho el régimen del autócrata iraquí Sadam Husein antes de la invasión estadounidense.
En su entrevista con Alhurra, por ejemplo, afirmó que la respuesta estadounidense a Abu Ghraib
-investigaciones y justicia- no se parecería a nada de lo que había hecho Sadam
Husein. Lamentablemente, sin embargo, la ocupación estadounidense de esa prisión
y las torturas que allí se produjeron fueron cualquier cosa menos una ruptura
con el reinado de Hussein. Sin embargo, en el contexto de esa falsa disculpa,
Bush aparentemente asumió que los iraquíes podrían ser fácilmente persuadidos
en ese punto, independientemente de la violencia que habían soportado a manos
estadounidenses; que, de hecho, como dijo
Ryan Shepard, "aceptarían la ocupación estadounidense amante de la libertad
y en busca de la verdad como enormemente superior al régimen anterior".
¿Responsabilidad real por Abu Ghraib? Ni por asomo. Pero revisar la apología de Bush tantos años
después es un vívido recordatorio de que él y sus altos funcionarios nunca
tuvieron la menor intención de abordar verdaderamente esos actos de tortura
como algo sistémico en la guerra de Estados Unidos contra el terror,
especialmente porque él estaba directamente implicado en ellos.
Armas del imperialismo estadounidense
El 19 de marzo de 2003, el presidente Bush pronunció un discurso desde el Despacho Oval ante sus
"conciudadanos". Comenzó
diciendo que "las fuerzas estadounidenses y de la coalición se
encuentran en las primeras fases de las operaciones militares para desarmar a
Iraq, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro." El
pueblo liberado de Irak, dijo, sería "testigo del espíritu honorable y
decente de los militares estadounidenses."
Por supuesto, su invasión de Irak no tuvo nada de honorable o decente. Fue una guerra ilegal
para la que Bush y su gobierno habían pasado meses
recabando apoyos. De hecho, en su discurso sobre el Estado de la Unión de
2002, el presidente se refirió a Irak como parte de un "eje del mal"
y un país que "sigue haciendo alarde de su hostilidad hacia Estados Unidos
y apoyando el terror". Más tarde, ese mismo año, empezó a afirmar que el
régimen de Sadam también tenía armas de destrucción masiva. (No las tenía y él
lo sabía.) Por si eso no fuera suficiente para establecer la amenaza que
supuestamente suponía Iraq, en enero de 2003, el vicepresidente Dick Cheney afirmó
que "ayuda y protege a terroristas, incluidos miembros de Al Qaeda."
Días después de que Cheney hiciera esas afirmaciones, el Secretario de Estado Colin Powell afirmó
falsamente ante los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU que Sadam
Husein tenía armas químicas, que ya las había utilizado antes y que no dudaría
en volver a utilizarlas. Mencionó la frase "armas de destrucción masiva"
17
veces en su discurso, sin dejar lugar a equívocos sobre la urgencia de su
mensaje. Del mismo modo, el presidente Bush insistió en que Estados Unidos no tenía
"ninguna ambición en Irak, salvo eliminar una amenaza y devolver el
control de ese país a su propio pueblo".
Las falsas pretensiones bajo las que Estados Unidos emprendió la guerra contra Irak son un
recordatorio de que la guerra contra el terror nunca trató realmente de frenar
una amenaza, sino de expandir el poder imperial estadounidense por todo el mundo.
Cuando Estados Unidos se hizo cargo de esa prisión, sustituyó el retrato de Sadam Husein por un
cartel que decía: "Estados Unidos es amigo de todos los iraquíes".
Hacerse amigo de Estados Unidos en el contexto de Abu Ghraib, habría implicado,
por supuesto, una especie de amnesia coaccionada.
En su ensayo
"Abu Ghraib y sus archivos en la sombra", el profesor de la
Universidad Macquarie Joseph Pugliese establece esta conexión, escribiendo que
"las fotografías de Abu Ghraib obligan al espectador a dar testimonio del
despliegue y la promulgación del poder imperial absoluto de Estados Unidos
sobre los cuerpos de los prisioneros árabes a través de los principios
organizadores de la estética de la supremacía blanca que entrelaza la violencia
y la sexualidad con el espectáculo orientalista".
Como proyecto de la construcción del imperio estadounidense posterior al 11-S, Abu Ghraib y la
tortura de los presos que allí se produjeron deben verse a través de la lente
de lo que yo llamo imperialismo carcelario: una extensión del Estado carcelario
estadounidense más allá de sus fronteras al servicio de la dominación y la
hegemonía. (La Alianza para la Justicia Global se refiere a un fenómeno
relacionado con el que estoy tratando como "imperialismo carcelario").
La distinción que establezco se basa en que me he centrado en la guerra contra
el terrorismo y en cómo la prisión se convirtió en una herramienta a través de
la cual se libraba esa guerra. En el caso de Abu Ghraib, la captura, detención
y tortura mediante las cuales se contenía y sometía a los iraquíes fue una
estrategia primordial de la colonización estadounidense de Iraq y se utilizó
como forma de transformar a los iraquíes detenidos en una amenaza visible que
legitimara la presencia estadounidense allí. (La
prisión de Bagram, en Afganistán, fue otro ejemplo de imperialismo
carcelario).
Más allá del espectáculo y hacia la justicia
¿Para empezar, qué hizo posible la tortura en Abu Ghraib? Aunque, por supuesto, hubo varios
factores, es importante considerar uno por encima de todos: la forma en que la
guerra estadounidense no contra el terror, sino del terror, hizo que los
cuerpos iraquíes fueran totalmente desechables.
Una forma de ver esta deshumanización es a través del Homo Sacer del filósofo
Giorgio Agamben, que define una relación entre el poder y dos formas de vida: zoe
y bios. Zoe se refiere a un individuo reconocido como plenamente
humano con una vida política y social, mientras que bios se refiere
únicamente a la vida física. Los prisioneros iraquíes de Abu Ghraib fueron
reducidos a bios, o vida desnuda, al tiempo que se les despojaba de todos sus
derechos y protecciones, lo que los dejaba vulnerables a una violencia
desinhibida e inexplicable y a horribles torturas.
Veinte años después, esas inolvidables imágenes de tortura en Abu Ghraib sirven como recordatorio continuo de la
naturaleza de la brutalidad estadounidense en esa Guerra Global contra el
Terror que no ha terminado. Siguen persiguiéndome -y persiguiendo a otros
musulmanes y árabes- 20 años después. Sin duda, quedarán grabadas en mi memoria
de por vida.
Independientemente de que prevalezca o no de algún modo la justicia para los supervivientes de Abu
Ghraib, como testigos -incluso lejanos- de lo que ocurrió en esa prisión,
nuestra labor debe seguir siendo buscar las historias que se esconden tras las
capuchas, los barrotes y los indescriptibles actos de tortura que allí tuvieron
lugar. Es crucial, incluso tantos años después, garantizar que no se olvida a
quienes soportaron tan horrible violencia a manos estadounidenses. De lo
contrario, nuestra mirada se convertirá en un arma más de tortura, prolongando
la vida de los horribles actos de esas imágenes y garantizando que la
humillación de esos prisioneros de la Guerra contra el Terror siga siendo un
espectáculo pasajero para nuestro consumo.
Dos décadas después de que se publicaran esas fotos, lo crucial de la insoportable violencia y el
horror que captan es la elección que siguen obligando a hacer a los
espectadores: convertirse en un espectador más de la violencia y el horror que
este país sembró bajo la etiqueta de Guerra contra el Terror o asumir la
tortura y exigir justicia para los supervivientes.
La Dra. Maha Hilal es la directora ejecutiva fundadora del Muslim Counterpublics Lab y autora de
Innocent Until Proven Muslim: Islamophobia, the War on Terror, and the Muslim
Experience Since 9/11. Sus escritos han aparecido
en Vox, Al Jazeera, Middle East Eye, The Daily Beast, Newsweek, Business
Insider y Truthout, entre otros.
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|