Después de 23 años, Guantánamo sigue siendo una amenaza omnipresente para los musulmanes
Un grupo de activistas disfrazados de presos protestan
contra el campo de detención de Guantánamo frente al Capitolio en Washington el
9 de enero de 2023 (Sarah Silbiger/Reuters).
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Maha Hilal, Middle East Eye, 11 enero 2025
Traducido del inglés por Sinfo Fernández
El lunes 6 de enero, 11 presos yemeníes de Guantánamo fueron trasladados a Omán tras recibir el visto bueno del gobierno estadounidense para su puesta en libertad.
Días antes, el Pentágono repatrió a Túnez a Ridah bin Saleh al-Yazidi, recluido sin cargos en Guantánamo desde su apertura el 11 de
enero de 2002. Otros tres supervivientes también fueron liberados a
mediados de diciembre: dos enviados a Malasia y uno a Kenia.
Después de 23 años, la prisión tiene ahora su población más baja de hombres musulmanes encarcelados,
quedando 15 aún allí, incluidos los llamados «Cinco del
11-S».
Aunque quedan pocos hombres encarcelados, este capítulo de la «guerra contra el terror» apenas ha
terminado, no sólo porque el destino de los hombres que siguen encarcelados es
precario, sino por el daño duradero y atormentador que Guantánamo ha causado a los antiguos y actuales detenidos.
Además, el legado de imperialismo, exclusión y brutalidad de Guantánamo sirve como recordatorio de
hasta dónde llega Estados Unidos para criminalizar a
distintas comunidades, al tiempo que sigue ejerciendo su poder hegemónico sobre
el territorio cubano.
La violencia que ha llegado a definir Guantánamo no es sólo una característica del lugar físico.
Durante más de dos décadas, ha sido durante mucho tiempo un símbolo en el imaginario estadounidense de
quién merece qué tipo de castigo y quién puede y debe ser excluido por completo
de cualquier apariencia de justicia.
Mientras Guantánamo siga abierta, continuará siendo un lugar de exclusión para aquellos cuyas vidas han
sido condenadas como intrascendentes, desechables y legalmente sancionadas como
objetivos de sacrificio del Estado como medio para sus fines de seguridad nacional.
Por eso los llamamientos a cerrar la prisión y la base son incompletos: Guantánamo no sólo debe cerrarse,
sino que debe abolirse.
El legado imperialista estadounidense
El gobierno estadounidense lleva «arrendando» los terrenos en los que se construyó la base naval de
Guantánamo desde 1903, cinco años después de arrebatar el territorio a España.
En su verdadera forma imperialista, los términos del acuerdo estipulan que el arrendamiento no puede
rescindirse sin el consentimiento de ambas partes, lo que permite a Estados
Unidos mantener su ocupación de la base.
La violencia a través de la cual Estados Unidos obtuvo el territorio de Guantánamo es fundamental para
comprender las muchas iteraciones de violencia que ha infligido en todo el mundo.
En un artículo titulado «¿Dónde está
Guantánamo?», la especialista en estudios estadounidenses Amy Kaplan
escribió: «El uso actual de Guantánamo como campo de prisioneros exige que se
entienda en el contexto de su ubicación histórica. Su estatus legal -o sin ley-
tiene una lógica basada en el imperialismo, por el que el poder coercitivo del
Estado se ha movilizado de forma rutinaria más allá de la soberanía del
territorio nacional y al margen del Estado de derecho».
Incluso mientras ocupaba Guantánamo, el gobierno estadounidense ha seguido manteniendo que Cuba tiene soberanía sobre su territorio a pesar de no tener ninguna forma
significativa de ejercer control o desafiar la hegemonía estadounidense.
Esta violencia imperialista apuntala aún más los abusos contra los derechos humanos en Guantánamo, ya que
Estados Unidos ha hecho la guerra, colonizado y ocupado numerosos países de
mayoría musulmana desde 2001, incluidos muchos de los países de los que fueron
secuestrados los presos.
Dicha violencia quedó marcada no sólo en la región, sino deliberadamente en los cuerpos de los hombres
detenidos en tierras cubanas ocupadas, sirviendo por ello como manifestaciones
descaradas y visibles del alcance del imperio estadounidense.
Este legado perdura, ya que a algunos de los hombres encarcelados no se les
permitió el traslado a sus países de origen, como Yemen, donde
las fuerzas estadounidenses siguen librando una guerra.
Un lugar y una idea
En su libro Vigilar y
castigar, Michel Foucault escribe sobre la visibilidad del castigo
público a lo largo del tiempo: «A principios del siglo XIX desapareció el gran
espectáculo del castigo físico; se evitó el cuerpo torturado; se excluyó del
castigo la representación teatral del dolor. Había comenzado la era de la
sobriedad en el castigo».
Foucault explica esta trayectoria como resultado de la sofisticación del poder, que trata de evitar
provocar la ira del público para conjurar la disidencia y el cuestionamiento de
la autoridad.
Sin embargo, en lo que respecta a la «guerra contra el terror», el académico Sohail Daulatzai observa que
la idea de Foucault de que la prisión inaugura una «era de sobriedad»
contradice la «nueva era de excesos en torno a la tortura, la exhibición y el
poder penal» que el «Estado de seguridad posterior al 11-S parece haber puesto
de manifiesto».
De hecho, tales excesos no se han infligido a cualquier población, sino a los musulmanes en particular
cuando se trata de detenciones y torturas. Con frecuencia se hace alarde de
ellos como prueba de haber ganado la guerra y se les utiliza como chivos
expiatorios para justificar la tortura y otras formas de violencia ante la
opinión pública.
Además, hay una forma particular en que el castigo impuesto a los musulmanes se considera apropiado y
proporcional debido al espectro que el musulmán encarcelado ha llenado en la
«guerra contra el terror».
En este sentido, Daulatzai sostiene que «la figura racializada del musulmán y sus múltiples iteraciones
rondan los espacios geográficos e imaginativos del imperio estadounidense».
Como figura inquietante, el cuerpo musulmán y la existencia de prisiones como Guantánamo se convirtieron en
lugares en los que el imperio estadounidense ejecutaba su imaginación de
castigo extremo y desenfrenado, considerado necesario para extinguir cualquier
amenaza persistente.
Legados de exclusión
Hoy hace veintitrés años, un fotógrafo de la Marina estadounidense tomó una foto ahora
tristemente célebre de hombres llevados a Guantánamo, vestidos con monos
naranjas, arrodillados, con gafas sobre los ojos y una especie de mordaza en la boca.
Esta foto fue posterior e intencionadamente difundida por el Departamento de Defensa de Estados Unidos en
los días posteriores a la apertura de la prisión tras el 11-S.
Refiriéndose a este primer grupo de prisioneros musulmanes, el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, el
general Richard Myers, los describió como
seres tan peligrosos que podrían «roer los conductos hidráulicos de la parte
trasera de un C-17 para derribarlo… Se trata, pues, de gente muy, muy
peligrosa, y así es como se les trata».
Michael Lehnert, general de división que dirigió el tristemente célebre Campo X-Ray,
también describió Guantánamo como un lugar donde se alojaba «lo peor de lo
peor». El uso de metáforas animalistas y de relatos demonizadores en los
primeros días de Guantánamo fue fundamental para construir una imagen del
enemigo musulmán que seguiría proporcionando la justificación para eludir las
normas legales y dejar a los hombres al margen de la ley.
Un memorando de
la Oficina de Asesoría Jurídica (OLC, por sus siglas en inglés) del 28 de
diciembre de 2001 sentó un precedente para excluir a los detenidos.
Concluye que «el gran peso de la autoridad legal indica que un tribunal federal de distrito no podría
ejercer adecuadamente la jurisdicción de hábeas sobre un extranjero detenido en
GBC [Bahía de Guantánamo, Cuba]».
En otras palabras, Guantánamo no se convirtió por defecto en un agujero negro jurídico, sino que
se creó intencionadamente por este motivo.
Combatientes enemigos
Por supuesto, ésta no fue la única forma en que los hombres encarcelados quedaron excluidos de la ley.
Otro memorando legal los declaraba combatientes enemigos ilegales que no tenían derecho a las
protecciones de la Convención de Ginebra para los prisioneros, incluida la
prohibición de la tortura, ni a ningún otro derecho significativo.
La designación de los hombres como tales no sólo tenía por objeto negarles derechos, sino garantizar
que la negación de estos derechos no constituyera un delito.
Al hablar específicamente del uso de la tortura en Guantánamo, el abogado e historiador de los derechos
humanos Michel Paradis sostiene que
«al igual que es imposible torturar una piedra, Estados Unidos, se postulaba,
no violaba las prohibiciones legales sobre la tortura porque era imposible
cometer un delito contra individuos contra los que ningún acto era ilegal. Los
combatientes enemigos ilegales eran individuos a los que no se podía ‘torturar’
porque no tenían derecho a no ser torturados».
Muhammad Rahim, uno de los últimos afganos detenidos en Guantánamo, aparece en las fotos
que sostienen su madre y su hijo mientras piden su liberación durante una rueda
de prensa en su casa de Kabul, Afganistán, el 29 de noviembre de 2023 (Wakil
Kohsar/AFP).
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Aunque aparentemente formen parte de una historia lejana de Guantánamo en la «guerra contra el terror», la
construcción de los hombres como combatientes enemigos ilegales, junto con la
violencia a la que fueron sometidos posteriormente, sirvió para convertirlos en
«vida desnuda», con consecuencias incluso después de su traslado fuera de prisión.
El término «vida desnuda», acuñado por el filósofo italiano Giorgio Agamben, se refiere a la reducción de
la vida humana a un ser meramente biológico porque ha sido despojado de
derechos políticos, sociales y jurídicos.
Estar reducido a la «vida desnuda» sin ninguna protección significativa del Estado o la sociedad
significa necesariamente que quienes existen como tales están expuestos a la
violencia y la exclusión.
Más que una relegación temporal de estos hombres a mera vida biológica y despojada de cualquier
derecho, este estado de carencia de derechos sigue dictando sus vidas.
Aunque la mayoría de los hombres detenidos y posteriormente trasladados fuera de Guantánamo nunca fueron
acusados ni condenados, tampoco fueron nunca absueltos de delito alguno.
Por el contrario, sus liberaciones se basaron en la determinación de un grupo de agencias de
inteligencia de que representaban una amenaza de bajo nivel para la seguridad
de Estados Unidos.
Así pues, los supervivientes de Guantánamo tienen que vivir para siempre con el estigma de
haber sido considerados terroristas y apenas tienen derechos significativos una
vez reasentados o repatriados.
Una amenaza omnipresente
Como uno de los primeros pilares de la «guerra contra el terror», Guantánamo es emblemático de la
islamofobia institucionalizada y sigue siendo utilizado por las autoridades
estadounidenses para amenazar a los musulmanes y excepcionalizar la supuesta violencia
perpetrada por musulmanes.
En 2017, cuando Sayfullo Saipov, un hombre musulmán que entonces fue acusado (ahora condenado) de
conducir un camión alquilado contra peatones y ciclistas en un carril bici de
Nueva York, el entonces presidente Donald Trump dijo que «sin duda
consideraría» enviarlo a Guantánamo.
En aquel momento, el secretario de prensa de la Casa Blanca dijo que Trump consideraba a Saipov un
combatiente enemigo.
Recientemente, en respuesta al traslado de presos de Guantánamo, el congresista republicano Michael McCaul
emitió un comunicado de
prensa en el que condenaba al presidente estadounidense Joe Biden por esta medida, insistiendo en que el «traslado de 11 presos de
Guantánamo es altamente imprudente, peligrosamente ingenuo y -tras el horrible
atentado de Nueva Orleans de la semana pasada- indefendible».
Los senadores estadounidenses Tom Cotton y John Thune también expresaron una indignación
similar, y este último ha declarado que
«tras el atentado terrorista inspirado por el ISIS [Estado Islámico de Iraq y
Siria] en Nueva Orleans la semana pasada, es espantoso que el presidente Biden
persiga un intento de última hora de liberar a los mismos detenidos cuyo
traslado fue rechazado de forma bipartidista en 2023 tras el ataque terrorista
de Hamás contra Israel».
Aunque estas declaraciones nunca exigieron el envío del atacante de Nueva Orleans, un veterano militar
estadounidense, a Guantánamo, pretenden afianzar aún más la idea de
que cualquier transgresión musulmana justifica las operaciones en curso de la prisión.
Guantánamo, como amenaza frecuentemente convertida en arma, ha sido utilizado sistemáticamente por el
Estado como forma de disciplinar a los cuerpos musulmanes cultivando el miedo y
el trauma para cualquier musulmán que se resista o lo desafíe.
Cuando se le pidió que definiera Guantánamo, un musulmán que estuvo detenido en la prisión,
llamado Nizar Sassi,
dijo lo siguiente sobre la prisión: «Si quieres una definición de Guantánamo,
es sencillamente el lugar donde no tienes derecho a tener derechos».
Mientras Guantánamo siga abierto, se seguirá utilizando como espacio de encarcelamiento para quienes han
sido expulsados de la ley y a quienes se les han negado sus derechos.
Por eso ya es hora de cerrar y abolir la prisión. Hasta entonces, seguirá siendo una amenaza
omnipresente para los musulmanes y otras comunidades marginadas.
La Dra. Maha Hilal es investigadora y escritora especializada en la islamofobia
institucionalizada y autora del libro Innocent Until Proven Muslim: Islamophobia, the War on Terror,
and the Muslim Experience Since 9/11. Sus escritos han aparecido en Vox,
Al Jazeera, Middle East Eye, Newsweek, Business Insider y Truthout, entre otros. Es la directora ejecutiva fundadora de Muslim
Counterpublics Lab, organizadora de Witness Against Torture. Obtuvo su
doctorado en mayo de 2014 en el Departamento de Justicia, Derecho y Sociedad de
la American University de Washington, D.C., y un máster en Asesoramiento y su
licenciatura en Sociología en la Universidad de Wisconsin-Madison.
Fuente: Voces del Mundo
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