Los desaparecidos de EE.UU.
Chris Hedges Thuthdig 20 de julio de 2011
Traducido por Silvia Arana para Rebelión
La Dra. Silvia Quintela fue "desaparecida" por los escuadrones de la muerte
en Argentina en 1977 cuando estaba embarazada de cuatro meses con su primer
hijo. Fue mantenida con vida en una base militar hasta que dio a luz a su hijo y
luego, al igual que otras víctimas de la junta militar, fue probablemente
drogada, desnudada, encadenada a otras víctimas inconscientes y apilada en un
avión de carga que formaba parte de los "vuelos de la muerte" en los que se
eliminó a una cifra estimada de 20.000 personas desaparecidas. Los vuelos
militares con su carga humana inerte volaban sobre el Atlántico de noche y los
cuerpos encadenados eran arrojados en el océano. La Dra. Quintela, que trabajaba
en las villas miserias de la ciudad de Buenos Aires, tenía 28 años cuando fue
asesinada.
Un médico militar, el Mayor Norberto Atilio Bianco, que fue extraditado el
viernes desde Paraguay a Argentina por tráfico de bebés, está acusado de haberse
apropiado del bebé de la Dra. Quintela al igual que de una docena, quizás cien,
niños más. Los niños fueron entregados a familias militares en adopción.
Testigos reportaron haber visto a Bianco, quien estaba a cargo de la unidad
clandestina de maternidad que funcionó durante la Guerra Sucia en el hospital
militar de Campo de Mayo, sacando personalmente a los bebés del hospital.
También se quedó con uno de los niños. El jueves, en Argentina, se condenó al
General Retirado Héctor Gamen y al Coronel Hugo Pascarelli por crímenes de lesa
humanidad cometidos en el centro clandestino "El Vesubio", adonde 2.500 personas
fueron torturadas entre 1976 y 1978. Fueron condenados a cadena perpetua. Desde
el 2005, con la anulación de la ley de amnistía que protegía a los militares,
Argentina ha abierto juicios contra 807 personas por crímenes de lesa humanidad,
de los cuales, hasta ahora sólo 212 han recibido sentencia. Ha sido, para
aquellos de nosotros que vivimos en Argentina durante la dictadura militar, una
marcha dolorosamente lenta hacia la justicia.
La mayoría de los desaparecidos en Argentina no fueron activistas armados
sino líderes gremiales, organizadores comunitarios, intelectuales de izquierda,
activistas estudiantiles y aquellos que estaban en el lugar equivocado en el
momento equivocado. Pocos estaban conectados con los grupos armados de
resistencia. En efecto, en el momento del golpe de estado de 1976, los grupos de
guerrilla armada, como los Montoneros, habían sido diezmados. Estos grupos
armados, como Al-Qaida en su lucha contra Estados Unidos, nunca significaron una
amenaza a la existencia del régimen, pero la campaña nacional contra el
terrorismo, tanto en Argentina como en EE.UU. se convirtió en una excusa para
subvertir el sistema legal, instaurar el miedo y la pasividad en la masa popular
y formar un vasto sistema de prisiones clandestinas con torturadores e
interrogadores, funcionarios gubernamentales y abogados que operan más allá de
la ley. La tortura, las detenciones prolongadas sin juicios, las humillaciones
sexuales, las violaciones, las desapariciones, la extorsión, el saqueo, los
asesinatos y abusos han devenido, como en Argentina durante la Guerra Sucia,
parte de nuestro mundo subterráneo de sitios de detención y centros de
tortura.
Los estadounidenses hemos reescrito nuestras leyes, como lo hicieron los
argentinos, para legalizar los crímenes. John Rizzo, el ex representante legal
de la CIA, aprobó los ataques con aviones no tripulados que mataron a cientos de
personas, muchos de ellos civiles, en Pakistán, aunque EE.UU. no estaba en
guerra con Pakistán. Rizzo admitió que él autorizó técnicas de interrogación
severas. Le dijo a Newsweek que la CIA disponía de una lista de personas
a asesinar. En la entrevista, preguntó: "¿Cuantos profesores de leyes han
firmado una orden de muerte?". Rizzo, en términos morales, no se diferencia en
nada del deportado Dr. Bianco de Argentina, y es por ello que abogados de Gran
Bretaña y Pakistán están pidiendo su extradición a Pakistán bajo cargo de
asesinato. Esperemos que logren su objetivo.
Sabemos que al menos 100 detenidos murieron durante los interrogatorios en
nuestros "sitios negros", muchos de ellos a causa de los golpes y maltrato en
manos de los interrogadores. Hay probablemente muchos, muchos más cuya suerte
nunca será revelada. Decenas de miles de hombres musulmanes han pasado por los
centros de detención clandestina de EE.UU. sin un proceso legal. "Hemos
torturado si piedad a gente. Probablemente hemos matado a docenas de
personas..., ambos las fuerzas armadas y la CIA", admitió el General Retirado
Barry McCaffrey.
Los cuerpos de muchas de esas víctimas nunca fueron entregados a sus
familiares. Desaparecieron. La muerte anónima es la forma más cruel de la
muerte. No hay un fin de duelo para los deudos. No hay manera de que los
familiares puedan conmemorar el fin de una vida, con una fecha, un ritual y un
lugar. La atrocidad se hace más compleja con la atrocidad cometida contra la
memoria. Este sacrilegio es desgarrador para los familiares. Los regímenes usan
los centros clandestinos de detención, los asesinatos y las muertes anónimas
para poner a la población en estado de agitación, perturbación y desequilibrio.
Genera una locura colectiva. La acción del estado de "desaparecer" a personas en
sitios negros, manteniéndolas prisioneras por años sin juicio y torturando,
asegura que pronto estas técnicas serán parte rutinaria de control
doméstico.
Decenas de miles de estadounidenses están detenidos en prisiones de máxima
seguridad, adonde son privados de contacto humano y destruidos sicológicamente.
Los trabajadores indocumentados son detenidos en redadas, y sus familias no
saben nada de ellos por semanas o meses. Las unidades de la policía militarizada
rompen las puertas de unos 40.000 estadounidenses cada año y se los llevan en la
oscuridad de la noche como si fueran enemigos combatientes. Ya no existe el
habeas corpus. Los ciudadanos estadounidenses pueden ser asesinados
"legalmente". Los secuestros ilegales, llamados eufemísticamente "rendiciones
extraordinarias" son un sello de la guerra contra el terrorismo. La evidencia
secreta hace imposible que los acusados y sus abogados puedan saber qué cargos
hay contra ellos. Todo esto fue experimentado por los argentinos. La violencia
doméstica, ya sea en forma de movilizaciones sociales, revueltas u otro ataque
terrorista catastrófico en territorio estadounidense, podrían, me temo, poner de
manifiesto las herramientas brutales del imperio cimentado en la patria. En ese
punto, nos embarcaríamos en nuestra propia versión de la Guerra Sucia.
Marguerite Feitlowitz se refiere en "The Lexicon of Terror" a las
experiencias de un preso argentino, el físico Mario Villani. Se muestra el
colapso del universo moral de los torturadores cuando, entre sesiones de
tortura, los guardias llevan a Villani y a unas mujeres embarazadas a un parque
de diversiones. Les hacen subir a un trencito, y luego los llevan a un café a
tomar una cerveza. Uno de los guardias, Sangre, su nombre de guerra, lleva a su
hija de unos 6 o 7 años al centro de detenciones para que conozca a Villani y a
otros presos. Pocos años después, Villani se cruza por la calle con uno de sus
principales torturadores, un sadista conocido en los campos de concentración
como El Turco Julián. Julián le recomienda a Villani que vaya a ver a otro ex
preso para conseguir un trabajo. La manera en la que la tortura se hizo una
rutina, parte del trabajo diario, contribuyó a insensibilizar a los torturadores
frente a sus propios crímenes. Visualizaban a la tortura como parte de su
trabajo. Años después, esperaban incluso que sus víctimas la consideraran desde
la misma lógica torcida.
Human Rights Watch en el reporte "Inmunidad ante la tortura: El gobierno de
Bush y el maltrato a detenidos" declaró que hay "una cantidad extraordinaria de
evidencia de tortura implementada por el gobierno de Bush". El Presidente Barack
Obama, continúa el reporte, está obligado a "ordenar una investigación de los
alegatos de abuso de detenidos autorizado por el ex Presidente George W. Bush y
otros funcionarios de alto rango".
Pero Obama no tienen intenciones de restaurar la ley. No sólo se niega a
investigar los flagrantes crímenes de guerra, sino que ha otorgado inmunidad a
aquellos que han programado, dirigido y ejecutado torturas. Al mismo tiempo,
incrementó drásticamente los crímenes de guerra, incluyendo los ataques con
aviones no tripulados en Pakistán. Continúa presidiendo sobre cientos de
colonias penales en ultramar, adonde el abuso y la tortura son moneda corriente.
Es cómplice de los asesinos y torturadores.
La única manera posible de regresar a la legalidad sería revisando caso por
caso, extradición por extradición, juicio por juicio. Si regresáramos a la
legalidad, Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, el ex Director de la CIA George
Tenet, Condoleezza Rice y John Ashcroft serían enjuiciados. Los abogados que
legalizaron las acciones que bajo las leyes internacionales y nacionales son
ilegales, incluyendo no sólo a Rizzo sino a Alberto González, Jay Bybee, David
Addington, William J. Haynes y John Yoo, deberían perder sus matrículas y ser
enjuiciados, si queremos salir de esta ciénaga. Nuestros líderes militares de
mayor experiencia, incluyendo el General David Petraeus, que supervisaron
escuadrones de la muerte en Irak y tortura indiscriminada de vasto alcance en
las prisiones clandestinas, serían llevados al banquillo de los acusados, como
los generales en Argentina, y obligados a responder por sus crímenes. Ese es el
único camino. Si sucediera, sucedería sólo por la acción de unas pocas almas
valientes, como la del abogado y presidente del Centro por los Derechos
Constitucionales, Michael Ratner. Tomará tiempo, mucho tiempo; los crímenes
cometidos por Bianco y los dos ex oficiales condenados este mes sucedieron hace
cuatro décadas. Si no sucediera, entonces, continuaríamos nuestro descenso en un
estado policial de terror y miseria humana en el que los guardias, en un
capricho, nos sacarán de nuestras celdas para llevarnos a un parque de
diversiones, para hacernos dar una vuelta en un trencito, paralizados y
atónitos, antes de nuestra próxima sesión de tortura.
Fuente:
http://www.truthdig.com/report/item/americas_disappeared_20110718/
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