Hacer que las armas nucleares vuelvan a ser utilizables
La doctrina Trump
Michael T. Klare
TomDispatch
1 de diciembre de 2017
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba García
Normalizar la bomba atómica
Introducción de Tom Engelhardt
Cuando habló de la situación en la península coreana, pronosticó “la mayor masacre”.
Más tarde, en conexión con la situación en Corea, solicitó que 34 armas
nucleares estuviesen disponibles para un posible uso inmediato. Unos días
después declaró que había pensado en lanzar entre “30 y 50 bombas atómicas
tácticas” y sugirió que dejaría un “cinturón de cobalto radiactivo” con “una
vida activa de entre 60 y 120 años” en el extremo norte de Corea. No, no fue el
presidente “Fuego y Furia”, ni esto formaba parte de la actual crisis con el
“Hombre Cohete”.
Corría 1950, la guerra de Corea estaba en camino y la persona en cuestión era el
general Douglas MacArthur quien, en términos de megalomanía y egolatría,
seguramente era el Donald Trump de su tiempo. El general no solo se la tenía
jurada a los coreanos sino también a un demócrata llamado Harry Truman, un
presidente que, finalmente, actuaría como un comandante en jefe debía hacerlo.
En una acción profundamente impopular en ese momento, destituiría a su
comandante en el frente (a quien había apodado “Señor Prima Donna”) solo para
ver a un MacArthur de regreso a casa en un desfile triunfal en Nueva York
(3.000 toneladas de trozos de papel arrojados desde las ventanas) presenciado
por siete millones de ovacionantes espectadores.
Más adelante, la guerra de Corea continuó hasta llegar a un empate sin que se
usaran bombas atómicas, ni cinturones de cobalto ni cualquier otra cosa que
podría haber conducido a una conflagración nuclear global debido en parte a que
hubo un presidente capaz de ponerle freno a un general excedido. Casi tres
cuartos de siglo más tarde, la cuestión –en la misma península y el mismo tipo
de armas– es: ¿quien podrá poner freno a un presidente que se muere de ganas de
usarlas y es la “única autoridad” para hacerlo? Estamos hablando de un hombre
que en la campaña presidencial de 2016, cuando se hablaba de armas nucleares,
se preguntó ¿para qué las “fabricaríamos” si no tuviéramos intención de usarlas?
En este mismo momento, el Congreso está explorando la cuestión de qué se puede
hacer, en todo caso, para contener a ese presidente, un hombre que en tanto
miembro de su partido sugirió que podía poner a Estados Unidos “en el camino de
una Tercera Guerra Mundial”. Sin embargo, son pocos los congresistas capaces de
alimentar alguna esperanza de que se contenga los poderes presidenciales en la
cuestión nuclear; esto significa que lo único que se interpone entre un
“inestable” comandante en jefe y un arsenal nuclear que no se utiliza desde
agosto de 1945 podrían ser las propias fuerzas armadas de Estados Unidos; para
decirlo de otro modo, un equipo educado sobre todo para obedecer las órdenes
del comandante en jefe.
Es este el escalofriante contexto sobre el que se posa la mirada de Michael T.
Klare, colaborador habitual de TomDispatch: el impulso –tanto del presidente Trump como de las figuras clave del Pentágono–
para normalizar las armas nucleares como herramienta básica de guerra del
arsenal de EEUU. Solo imaginemos qué puede significar esto, conocido el afán de
Donald de hacer que este tipo de armamento sea cada vez más “utilizable”, una
palabra que le deja a uno sin habla.
--ooOoo--
Hacer que las armas nucleares vuelvan a ser utilizables
Tal vez el lector pensaba que el arsenal nuclear de Estados Unidos, con sus miles
de bombas capaces de destruir una ciudad entera, sus ojivas termonucleares
potencialmente destructoras de civilización, era lo bastante grande como para
disuadir a cualquier adversario imaginable de que atacara a este país con sus
propias armas nucleares. Bueno, pues resulta que usted estaba equivocado.
El Pentágono ha estado preocupando con el argumento de que el arsenal no es todo
lo intimidante que debería ser. Después de todo –sostiene–, el arsenal está
lleno de armas viejas (posiblemente poco fiables) de tanto poder destructivo
que quizá –solo quizás– incluso el presidente Trump podría ser reacio a
emplearlas si un enemigo utilizara armamento nuclear más pequeño, menos
catastrófico en algún enfrentamiento futuro (si llegado a este punto no está
usted sintiendo un ligero cosquilleo de preocupación, debería estar
sintiéndolo). Mientras se dice que esto hará más improbables los ataques
nucleares, es muy fácil imaginar que esas nuevas armas y sus planes de
lanzamiento podrían en realidad aumentar el riesgo –en un momento de tensión–
de recurrir tempranamente al armamento nuclear, y su correspondiente calamitosa
escalada posterior.
Que el presidente Trump haría todo lo necesario para que el arsenal nuclear
estadounidense sea más utilizable no debería sorprender a nadie, dado su
enamoramiento por las demostraciones de abrumador poder bélico (se puso muy
contento cuando, en el pasado abril, uno de sus generales ordenó que se
utilizara por primera vez en Afganistán la más potente bomba convencional [no
nuclear] estadounidense). En el entorno de la doctrina nuclear existente, tal
como fuera formulada por la administración Obama en 2010, este país solo usaría
armas nucleares “en circunstancias extremas” para defender los intereses
vitales de EEUU o de sus aliados. La posibilidad de emplearlas como instrumento
de coacción política con países débiles está explícitamente prohibida. Sin
embargo, para Donald Trump, un hombre que ya ha amenazado a Corea del Norte que
desencadenaría “fuego y furia como el mundo jamás ha visto”, ese enfoque es
demasiado restrictivo. Da la impresión de que él y sus asesores quieren unas
armas nucleares que puedan usarse en cualquier nivel posible de conflicto entre
grandes potencias o blandirlas como el apocalíptico equivalente de un
gigantesco garrote para intimidar a los rivales más débiles.>
Hacer que el arsenal nuclear de Estados Unidos sea más utilizable requiere dos
cambios en la política nuclear: modificar la doctrina existente para eliminar
las restricciones conceptuales acerca de cómo deben desplegarse en tiempos de
guerra y autorizar el desarrollo y la producción de una nueva generación de
armas nucleares capaces de, entre otras cosas, golpear en situaciones bélicas
tácticas. Se supone que todo esto ha sido incorporado en la primera revisión de
la posición nuclear (NPR, por sus siglas en inglés) de la actual
administración, que será hecha pública a finales de este año o principios de 2018.
Su contenido exacto no se conocerá hasta ese momento; incluso entonces, el público
estadounidense solo tendrá acceso a una versión muy reducida de un documento
mayormente confidencial. Aun así, algunos aspectos de la NPR ya son muy
conocidos a partir de los comentarios del presidente y sus generales de más
alto rango. Una cosa está clara: las restricciones en el uso de ese armamento
ante una posible arma de destrucción masiva de cualquier tipo, más allá de se
capacidad destructiva, serán eliminadas, y el arsenal nuclear más poderoso del
planeta lo será todavía más.
Modificación del modo de pensar lo nuclear
Es probable que la orientación estratégica proporcionada por la nueva NPR de la
administración tenga consecuencias de largo alcance. Tal como escribió John
Mansfield, ex director del Consejo de la Seguridad Nacional para el control y
la no proliferación de armas, en un número reciente de Arms Control
Today, el documento afectará al “modo en que Estados Unidos, su presidente
y su capacidad nuclear son vistos tanto por sus aliados como por sus enemigos.
Y lo que es más importante: la revisión establece una guía para las decisiones
que sostienen la gestión, el mantenimiento y la modernización del arsenal
nuclear e influencia la manera en que el Congreso vea y financie las fuerzas
nucleares”.
Con esto en mente, consideremos la orientación formulada por la revisión de la posición
nuclear de la era Obama. Dada a conocer en un momento en que la Casa Blanca
estaba impaciente por restaurar el prestigio de Estados Unidos tras la muy
condenada invasión de Iraq ordenada por George W. Bush y apenas seis meses
después de que al presidente le fuera concedido el premio Nobel por su expresa
determinación de abolir ese tipo de armas, convirtió la no proliferación en su
principal objetivo. En este proceso, se quitó importancia a la utilidad del
arma nuclear en prácticamente cualquier circunstancia en cualquier situación
bélica imaginable. Su principal objeción, sostenía, era reducir “el papel de
las armas nucleares de Estados Unidos en la seguridad nacional de este país”.
Como por ejemplo puntualizaba el documente, la política estadounidense había
contemplado alguna vez el empleo de armas nucleares contra las formaciones de
tanques de la URSS en un conflicto importante en Europa (una situación en que
se creía que la URSS aventajaba a EEUU en fuerzas convencionales, es decir, no
nucleares). Por supuesto, para 2010, hacía mucho tiempo que esos días habían
pasado, como también la propia Unión Soviética. Washington, como señalaba la
NPR, en ese momento contaba con una abrumadora ventaja también en armamento
convencional. “Por lo tanto”, terminaba, “Estados Unidos continuará reforzando
su capacidad bélica convencional y reducirá el papel de las armas nucleares en
la disuasión de ataques no nucleares.”
Una estrategia nuclear que apunte exclusivamente a disuadir el primer golpe contra
este país o sus aliados no requiere un gigantesco stock de armamento. Por lo
tanto, ese enfoque abrió el camino hacia posibles reducciones aun mayores del
arsenal y condujo a la firma –en 2010– de un nuevo tratado Start con los rusos,
que obligaba a una drástica disminución del número de ojivas nucleares y
plataformas de lanzamiento. Cada lado debía limitarse a 1.550 ojivas y alguna
combinación de 700 sistemas de lanzamiento, entre ellos los misiles balísticos
intercontinentales (ICBM, por sus siglas en inglés), misiles balísticos
lanzados desde submarinos (SLBM, por sus siglas en inglés) y bombarderos pesados.
Sin embargo, ese enfoque nunca cayó bien en algún sector del establishment militar
y ciertos grupos de presión. Los críticos enrolados en esta línea han señalado
a menudo supuestos cambios en la doctrina militar de Rusia que sugerían una
mayor inclinación por la utilización de armas nucleares en un importante
enfrentamiento bélico con la OTAN, si las cosas empezaban a torcerse para los
rusos. Tal “disuasión estratégica” (una expresión que tenía significados
distintos para los estrategas rusos y sus pares occidentales) podía dar como
resultado el empleo de explosivos nucleares “tácticos” de baja intensidad
contra sitios fortificados del enemigo si las fuerzas rusas en Europa
estuvieran al borde de una derrota. En qué medido esta doctrina sigue estando
vigente en el pensamiento de las fuerzas armadas rusas, en realidad nadie lo
sabe. Sin embargo, es citada habitualmente por quienes en Occidente creen que
la estrategia nuclear de Obama es peligrosamente anticuada y que invita a que
Moscú confíe en el armamento nuclear.
Como de costumbre, esas quejas fueron aireadas en Seven Defense Priorities
for the New Administration (Siete prioridades de Defensa para la nueva
administración), un informe del Consejo de ciencias de la defensa (DSB, por sus
siglas en inglés), un grupo asesor financiado por el Pentágono que informa a la
secretaría de Defensa. “El DSB todavía no se ha convencido”, concluía, “de que
quitarle importancia a la disuasión nuclear de este país haría que otros países
hicieran lo mismo.” Entonces, señalaba la supuesta estrategia rusa de amenazar
con la utilización de ataques tácticos de baja intensidad para disuadir una
ofensiva de la OTAN. Mientras muchos analistas occidentales cuestionaban la
autenticidad de esas afirmaciones, el DSB insistía en que Estados Unidos debía
desarrollar un armamento similar y dejar sentado que estaba preparado para
usarlo. Tal como ponía el informe, Washington necesitaba “una fuerza nuclear
más flexible, una que pudiera –si era necesario– producir rápidamente una
opción nuclear a la medida para uso limitado si las opciones existentes
–convencionales o nucleares– demostraran que fueran insuficientes”.
Hoy en día da la impresión de que este tipo de pensamiento es el que anima los
enfoques que la administración Trump tiene de las armas nucleares y se refleja
en los frecuentes tweets del presidente en relación con esta cuestión. Por
ejemplo, el 22 de diciembre del año pasado, tuiteó: “Estados Unidos debe
reforzar y ampliar mucho su capacidad nuclear hasta que el mundo se sensibilice
en relación con lo nuclear”. A pesar de que no elaboró –era Twitter, después de
todo–, su enfoque refleja claramente tanto la posición del DSB como la que sin
duda le tranmiten sus asesores.
Poco después, mientras el recién instalado comandante en jefe Trump firmaba un
memorándum presidencial con instrucciones al secretario de Defensa para que
acometiera una revisión de la posición nuclear que asegurara “que la disuasión
nuclear de Estados Unidos es moderna, enérgica, resiliente, preparada y del
todo adaptada para disuadir las amenazas del siglo XXI y tranquilizar a sus
aliados”.
Por supuesto, todavía no conocemos los detalles del próximo NPR de la era Trump.
Sin embargo, arrojará al cubo de la basura el punto de vista de Obama y
promoverá un papel mucho más fuerte para las armas nucleares, como también la
construcción de ese “arsenal” más flexible, capaz de aportar al presidente una
multiplicidad de opciones de ataque, entre ellos los de baja intensidad.
Mejorar el arsenal
Seguramente, la primera revisión de la posición nuclear –o NPR– de la era Trump potenciará
sistemas de armas nucleares pensados para proporcionar a los altos mandos un
mayor “abanico” de opciones de ataque. Se piensa que la administración
favorecerá particularmente la adquisición de “explosivos nucleares tácticos de
baja intensidad” y, junto con ellos”, aún más plataformas de lanzamiento,
incluyendo los misiles de crucero lanzados desde aviones o desde tierra. Es
previsible que el argumento que se maneje sea que los explosivos de este tipo
son necesarios para compensar los avances de Rusia en este terreno.
Según quienes tienen información de dentro, se está considerando el desarrollo de una
especie de explosivos tácticos que podrían, digamos, hacer polvo un puerto
importante o unas instalaciones militares, en lugar de una ciudad, como ocurrió
con Hiroshima. Tal como un desconocido funcionario del gobierno escribió en una
nota publicada por Politico, “Esta capacidad está muy garantizada”.
Otro agregó: “La [NPR] debe preguntar de forma creíble a las fuerzas armadas
qué necesitan para disuadir a un enemigo” y si acaso las armas convencionales
“serían útiles en todos los escenarios que nosotros prevemos”.
Tened presente que, durante la administración Obama (con todo su discurso de
abolición del arma atómica), la planificación y el diseño de una
“modernización” –un trabajo de varias décadas con un costo adicional de un
billón de dólares– del arsenal nuclear estadounidense ya habían sido acordados.
Entonces, si hablamos del armamento real, la versión Donald Trump de la era
nuclear ya estaba bien encaminada antes de que accediera al Despacho Oval. Y,
por supuesto, Estados Unidos ya posee varios tipos de ojivas nucleares que
pueden ser modificadas –el término es “bajar” (por moderar)– para conseguir una
explosión de unos pocos kilotones (es decir, más débil que la de las bombas
lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki). Sin embargo, esto parece ser
insuficiente para quienes proponen explosivos nucleares “a la medida”.
Una plataforma de lanzamiento adecuada para esta futura arma nuclear, que
probablemente reciba rápida aprobación, es el misil de crucero de largo alcance
LRSO, un avanzado misil de difícil detección lanzado desde un avión que ha sido
diseñado para ser transportado por el bombardero B-2, descendiente del antiguo
B-52, o el futuro B-21. Tal como se prevé actualmente, el LSRO será capaz de
llevar tanto una ojiva nuclear como una convencional. En agosto, la fuerza
aérea asignó 900 millones de dólares –Raytheon y Lockheed Martin– para el
diseño inicial de sendos prototipos de esa plataforma de lanzamiento;
probablemente, uno de ellos sea elegido para desarrollarlo plenamente, una
iniciativa que se supone costará muchos miles de millones de dólares.
Quienes critican el misil propuesto, entre ellos el ex secretario de Defensa William
Perry, sostienen que Estados Unidos ya tiene más que suficiente potencia de
fuego atómico para disuadir ataques enemigos sin ese misil. Además, como él
señala, si en los primeros estadios de un conflicto bélico el LRSO fuera
lanzado con una ojiva convencional, un adversario podría suponer que es atacado
con armas atómicas y contraatacar en consecuencia y desencadenar una espiral de
intensificación que conduciría a una guerra termonuclear total. Sin embargo,
quienes lo defienden juran que lo “anticuados” misiles de crucero deben ser
reemplazados de modo de dotar al presidente de más flexibilidad en ese tipo de
armas, una lógica seguramente abrazada por Trump y sus asesores.
Un mundo listo para lo nuclear
Indudablemente, la publicación de la próxima revisión de la posición nuclear provocará un
debate sobre si el país cuyo arsenal nuclear es tan importante que puede
destruir varios planetas como la Tierra de verdad necesita nuevas armas
atómicas, que podrían –entre otros peligros– disparar una futura carrera
armamentística de alcance mundial. En noviembre, la oficina presupuestaria del
Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) dio a conocer un informe que señalaba
que el costo mínimo probable de renovar las tres ramas de la tríada nuclear de
Estados Unidos (los misiles balísticos intercontinentales, los misiles disparados
desde submarinos y los bombarderos estratégicos) en un lapso de 30 años
llegaría a los 1,2 billones de dólares. Esta estimación no tiene en cuenta la
inflación ni los acostumbrados sobreprecios; si estos fueran considerados, ese
guarismo ascendería a los 1,7 billones.
Las preguntas que surgen sobre el costo y la utilidad de esa renovación son las
piezas menos importantes del nuevo puzzle nuclear. En su núcleo está la
mismísima idea de “utilizabilidad”. Cuando el presidente Obama insistía en que
las armas nucleares no se podían usar en el campo de batalla, no estaba
hablando solo de EEUU sino de todos los países. En 2009, para acabar con el
pensamiento de la Guerra Fría, declaraba en Praga: “reduciremos el papel de las
armas nucleares en nuestra estrategia de seguridad nacional e instaremos a los
demás a que hagan lo mismo”.
No obstante, si la Casa Blanca de Donald Trump abraza una doctrina que acorte la
distancia entre las armas nucleares y las convencionales, hacer que las
primeras sean instrumentos coercitivos y bélicos más utilizables, también hará
que, por primera vez en décadas, la probabilidad de entrar en una espiral que
lleve a la exterminación termonuclear sea más imaginable. Por ejemplo, he aquí
una cuestión: que esa postura podría animar a que otros países con armas
nucleares –entre ellos Rusia, China, India, Pakistán y Corea del Norte– hagan
planes para un uso anticipado de ese armamento en conflictos futuros. Incluso
podrían alentar a algunos países que hoy no lo tienen piensen en producirlo.
Sin la amenaza cotidiana del Armagedón, la preocupación por la bomba atómica se
diluiría y acabarían las críticas. Desgraciadamente, el armamento y las
empresas que lo fabricaron continúan estando presentes. En este momento,
mientras la aparentemente amenazada zona libre de una era posnuclear está
acercándose a su fin, la posibilidad del uso de las armas nucleares –casi
inconcebible incluso en los tiempos de la Guerra Fría– está a punto de ser
normalizada. O al menos, ese sería el caso si, una vez más, los ciudadanos de
este planeta no salen a la calle para manifestarse contra un futuro en el que
las ciudades podrían convertirse en ruinas humeantes y millones de personas
podrían morir de hambre y de alguna enfermedad provocada por la radiación.
Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch,
es profesor de Paz y Seguridad Mundial en el Instituto Hampshire y autor de 14
libros, entre ellos el más reciente The Race for What’s Left. En
estos momentos, está acabando de escribir All Hell Breaking Loose,
un libro centrado en el cambio climático y la seguridad nuclear de Estados
Unidos
Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176353/tomgram%3A_michael_klare%2C_normalizing_nukes/#more
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