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La guerra de EE.UU. en Afganistán devastó el medio ambiente del país de un modo que tal vez nunca se limpie

Por Lynzy Billing
De Inside Climate News
25 de septiembre de 2023

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 29 de septiembre de 2023

Los afganos que vivían cerca de las vastas bases estadounidenses afirman que la falta de protecciones medioambientales mínimas por parte del ejército estadounidense contaminó sus tierras, envenenó su agua y enfermó a sus hijos. Las consecuencias de la contaminación pueden durar generaciones.

Esta investigación fue coproducida con New Lines Magazine y financiada en parte por una subvención de The Fund for Investigative Journalism.


Un científico afgano recoge muestras de agua y suelo en un desagüe del aeródromo de Bagram, la antigua base militar más grande de Estados Unidos en Afganistán. Crédito: Kern Hendricks

Los pájaros se zambullen entre las ramas bajas que cuelgan sobre arroyos resplandecientes a lo largo del trayecto desde Jalalabad en dirección sur hacia el distrito de Achin, en la provincia afgana de Nangarhar. A continuación, el paisaje cambia y los frondosos campos dan paso a tierras estériles.

Más adelante, Achin se encuentra entre una cadena de montañas rocosas que bordean la frontera con Pakistán, una región castigada por las bombas estadounidenses desde el comienzo de la guerra.

Los jornaleros se alinean al borde de la carretera, espolvoreados con el talco blanco que han transportado desde las montañas. Un viento arenoso les pica las mejillas agrietadas mientras cargan los pesados camiones que tienen al lado. En estas zonas de Achin, nada más se mueve en el blanqueado paisaje. Durante años, los lugareños dicen que este duro terreno ha estado acechado por un peligro mortal y oculto: la contaminación química.

En abril de 2017, el ejército estadounidense lanzó aquí la bomba convencional más potente jamás utilizada en combate: la GBU-43/B Massive Ordnance Air Blast, conocida extraoficialmente como la "madre de todas las bombas", o MOAB.

Antes del ataque aéreo, Qudrat Wali y otros residentes de Asad Khel siguieron cómo los soldados afganos y las fuerzas especiales estadounidenses eran evacuados de la zona. Ocho meses después de la masiva explosión, por fin se les permitió regresar a sus hogares. Poco después, cuenta Wali, muchos de los residentes empezaron a notar extrañas dolencias y erupciones cutáneas.

"Todos los habitantes de la aldea de Asad Khel enfermaron después de que cayera la bomba", dice Wali, un agricultor de 27 años, levantándose la pernera de su shalwar kameez para mostrarme los bultos rojos que se extendían por sus pantorrillas. "Lo tengo por todo el cuerpo". Dice que contrajo la enfermedad de la piel por la contaminación dejada por la MOAB.

Cuando Wali y sus vecinos regresaron a su pueblo, descubrieron que sus tierras ya no producían cosechas como antes. Estaba devastada, dice, por el radio de explosión de la bomba, que llegaba hasta el asentamiento de Shaddle Bazar, a más de kilómetro y medio de distancia.

"Antes obteníamos 150 kilos de trigo de mi tierra, pero ahora no podemos conseguir ni la mitad", dice. "Hemos vuelto porque aquí están nuestras casas y nuestro sustento, pero esta tierra no es segura. Las plantas están enfermas, y nosotros también".

Los residuos de las bombas que asolan el pueblo no son más que un ejemplo del tóxico legado medioambiental de la guerra. Durante dos décadas, los afganos criaron a sus hijos, fueron a trabajar y dieron a luz junto a las vastas bases militares y fosas de incineración de Estados Unidos, y los efectos a largo plazo de esta exposición siguen sin estar claros. Las consecuencias de la contaminación se dejarán sentir durante generaciones.


Qudrat Wali con sus dos hijos en su casa de Asad Khel, distrito de Achin, provincia de Nangarhar. Crédito: Lynzy Billing

"Devastados por la exposición a tóxicos"

Los 20 años de ocupación militar estadounidense han devastado el medio ambiente de Afganistán de una forma que tal vez nunca se investigue ni se aborde en su totalidad. Las fuerzas militares estadounidenses y aliadas, en su mayoría de países de la OTAN, utilizaron repetidamente municiones que pueden dejar una huella tóxica. Estas armas introdujeron carcinógenos, teratógenos y genotóxicos conocidos -sustancias tóxicas que pueden causar defectos congénitos en un feto y dañar el ADN- en el medio ambiente sin rendir cuentas.

Los residentes locales llevan mucho tiempo denunciando que las bases militares estadounidenses vierten grandes cantidades de aguas residuales, residuos químicos y sustancias tóxicas procedentes de sus bases en la tierra y en los cursos de agua, contaminando las tierras de cultivo y las aguas subterráneas de comunidades enteras que viven cerca. También quemaban basura y otros residuos en fosas al aire libre -algunas del tamaño de tres campos de fútbol- que inundaban las aldeas con nocivas nubes de humo.

Afganistán ha sufrido más de 40 años de guerra raramente interrumpida. Las pruebas están por todas partes, algunas estáticas y enterradas, otras aún muy vivas. Los productos químicos de la guerra envenenaron la tierra de formas que aún no se comprenden bien. Antes de que el ejército estadounidense llegara a Afganistán, las fuerzas soviéticas habían sido acusadas de desplegar armas químicas, incluido el napalm. Sus bases fueron reutilizadas por los estadounidenses. Hoy quedan capas y capas de residuos médicos, biológicos y químicos que quizá nunca se limpien.


 

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