Guantánamo me está matando
Samir Naji al Hasan Moqbel | 14 de abril de 2013
Traducido del inglés por El Mundo No Puede Esperar 18 de abril de
2013
“No comeré hasta que restauren mi
dignidad”. |
Un hombre aquí solo pesa 35 kilos. Otro, 44.5. La última vez que lo comprobé,
yo pesaba 60 kilos, pero eso fue hace un mes.
He estado en huelga de hambre desde el 10 de febrero y he perdido más de 14
kilos. No comeré hasta que restauren mi dignidad.
He estado preso en Guantánamo
por 11 años y tres meses. No me han acusado de ningún delito. No me han
enjuiciado.
Yo pudiera haber regresado a casa hace años — nadie considera seriamente que
soy una amenaza — pero sigo preso aquí. Hace años los militares dijeron que yo
era “guardia” de Osama bin Laden, pero eso era una tontería, como algo sacado de
las películas estadounidenses que antes solía mirar. Parece que ahora ni
siquiera ellos lo creen. Pero también parece que no les importa por cuánto
tiempo me quedo aquí.
Cuando estuve en casa en Yemen, en 2000, un amigo de la niñez me dijo que en
Afganistán podía hacer mejor que los $50 por mes que ganaba en una fábrica;
podía mantener a mi familia. Yo casi no había viajado y no sabía nada acerca de
Afganistán, pero decidí probarlo.
Fue un error confiarle. No había trabajo. Quería salir, pero no tenía dinero
para el vuelo de regreso. Tras la invasión estadounidense en 2001, me escapé a
Pakistán, como hicieron todos. Los paquistaníes me arrestaron cuando pedí ver a
alguien de la embajada yemenita. Luego me mandaron a Kandahar y me pusieron en
el primer avión que iba a Gitmo.
El mes pasado, el 15 de marzo, yo estaba enfermo en el hospital de la prisión
y rechacé la comida. Un equipo de la E.R.F. (Fuerza de Reacción Extrema), un
escuadrón de ocho policías militares armado con equipo antidisturbios,
irrumpieron en el lugar. Me ataron a la cama por las manos y los pies. A la
fuerza me insertaron una sonda intravenosa (IV) en la mano. Pasé 26 horas así,
atado a la cama. Durante ese tiempo, no me permitieron ir al baño. Insertaron un
catéter, lo que fue doloroso, degradante e innecesario. Ni siquiera me
permitieron rezar.
No olvidaré jamás la primera vez que me pasaron la sonda de alimentación por
la nariz. No puedo describir qué tan doloroso es ser alimentado por la fuerza de
esa manera. Cuando metieron la sonda, me dio asco. Quería vomitar, pero no pude.
Sentí angustia en el pecho, la garganta y el estómago. Jamás había experimentado
tanto dolor. No desearía ese cruel castigo a nadie.
Todavía me está dando de comer por la fuerza. Dos veces al día me atan a una
silla en mi celda. Me amarran por los brazos, las piernas y la cabeza. Nunca sé
a qué hora vienen. A veces vienen en la noche, incluso hasta las 11 p.m. cuando
estoy dormido.
Somos tantos que participamos en la huelga de hambre ahora que no hay
suficientes trabajadores médicos calificados para administrar la alimentación
por la fuerza; nada se hace a intervalos regulares. Dan de comer a las personas
las 24 horas del día simplemente para poder cumplir con todo.
Una vez, al darme de comer, la enfermera empujó la sonda unos 45 centímetros
dentro de mi estómago, lo que dolía más de lo normal porque ella hacía todo tan
apresuradamente. Le pedí al intérprete preguntarle al médico si el procedimiento
se hacía correctamente o no.
Era tanto el dolor que les rogué dejar de alimentarme. La enfermera se negó.
Mientras ella terminaba, parte de la “comida” cayó sobre mi ropa. Les pedí
cambiar de ropa, pero el guardia no quiso permitirme ni siquiera esa última
pizca de dignidad.
Cuando vienen a colocarme en la silla, si no les permito amarrarme, llaman al
equipo E.R.F. Así que tengo dos opciones: o puedo ejercitar mi derecho de
protestar contra mi detención y me darán una golpiza, o puedo someterme a la
dolorosa alimentación por la fuerza.
La única razón por la que sigo aquí es que el presidente Obama se niega a
mandar a ningún detenido de regreso a Yemen. Eso no tiene sentido. Soy un ser
humano, no un pasaporte, y merezco que me traten como tal.
No quiero morir aquí, pero hasta que el presidente Obama y el presidente de
Yemen hagan algo, corro ese peligro cada día.
¿Dónde está mi gobierno? Me someteré a cualquier “medidas de seguridad” que
exijan para regresar a casa, aunque son totalmente innecesarias.
Me pondré de acuerdo con cualquier cosa para ser libre. Ahora tengo 35 años
de edad. Lo único que quiero hacer es ver a mi familia una vez más y formar mi
propia familia.
La situación ahora es de desesperación. Todos los detenidos están sufriendo
profundamente. Por lo menos 40 personas aquí están en huelga de hambre. Cada día
unas personas se desmayan por agotamiento. Yo he vomitado sangre.
Y nuestra encarcelación parece no tener fin. Privarnos de comida y correr el
peligro de morir cada día es la decisión que hemos tomado.
Solo espero que, por el dolor que estamos sufriendo, los ojos del mundo miren
una vez más hacia Guantánamo antes de que sea demasiado tarde.
Samir
Naji al Hasan Moqbel, preso en la Bahía de Guantánamo desde 2002,
relató esta historia mediante un intérprete del árabe a sus abogados de la
organización de beneficencia judicial Reprieve, en una llamada telefónica no
confidencial. Esta declaración se publicó en The
New York Times el 14 de abril de 2013.
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