En una de las más atroces violaciones de las garantías de libertad de
expresión de la Primera Enmienda que se han visto en mucho tiempo, Tarek
Mehanna, un estadounidense musulmán, fue condenado
esta semana en una corte federal en Boston y sentenciado ayer a 17 años de
prisión. Se le encontró culpable de apoyar a Al Qaeda (debido a la traducción de
documentos terroristas al inglés y por expresar una “visión comprensiva” al
grupo) así como conspirar para “asesinar” a soldados de EEUU en Irak (véase
hacer campaña contra un ejército invasor perpetrando un agresivo ataque contra
una nación musulmana). Estoy todavía viajando y no tengo mucho tiempo hoy para
escribir sobre el caso en sí – Adem Serwer escribió hace varios meses un excelente
resumen de por qué la persecución contra Mehanna es una odiosa amenaza
contra la libertad de expresión. Además más antecedentes del caso están aquí,
y yo he escrito antes sobre la creciente criminalización de
la libertad de expresión bajo los Departamentos de
Justicia (DOJ por sus siglas en inglés) de Bush y Obama, por los que los
musulmanes son perseguidos por sus visiones políticas obviamente protegidas –
pero animo a todo el mundo a leer algo bastante impresionante: la declaración de
Mehanna, increíblemente elocuente y reflexiva, durante la audiencia de su
sentencia, antes de ser condenado a 17 años de prisión.
En algún momento en el futuro, creo que la historia aclarará de verdad
quiénes son los criminales en este caso: no Mehanna, sino más bien los
arquitectos de las políticas a las que él se sintió obligado a combatir y a las
entidades que han conspirado para consignarlo a una jaula durante dos
décadas.
DECLARACIÓN DE LA SENTENCIA DE TAREK
12 de abril de 2012
Leída al juez O'Toole durante su sentencia, 12 de abril de 2012.
En el nombre de Dios, el más misericordioso, el más compasivo. Este mes hace
exactamente cuatro años que estaba terminando mi cambio de turno en un hospital
local. Mientras caminaba a mi coche se me acercaron dos agentes federales. Me
dijeron que tenía dos opciones: Podía hacer las cosas de manera fácil, o podía
hacerlas por el camino más duro. La “fácil”, tal como me explicaron, era que me
convirtiera en un informante del gobierno, y si hacía eso nunca vería una sala
de justicia por dentro o la celda de una prisión. Y el camino difícil, este es.
Aquí estoy, habiendo pasado la mayor parte de estos cuatro años desde entonces
en una celda de aislamiento del tamaño de un pequeño armario, en el que estaba
encerrado durante 23 horas al día. El FBI y esos fiscales trabajaron muy duro y
el gobierno gastó millones de dólares de los contribuyentes para encerrarme en
esa celda, dejarme allí, llevarme a juicio, y finalmente tenerme hoy aquí de pie
ante ustedes para ser sentenciado a pasar incluso más tiempo en una celda.
En las últimas semanas mucha gente me ha hecho sugerencias sobre lo que
debería decirles. Algunos me decían que debería pedir clemencia esperando una
sentencia leve, mientras que otros sugería que debería golpear fuerte en
cualquier caso. Pero lo que yo quiero hacer es hablar sobre mí mismo durante
algunos minutos.
Cuando rechacé convertirme en un informante, el gobierno respondió acusándome
del “crimen” de apoyar los mujahideen que luchan contra la ocupación de los
países musulmanes alrededor del mundo. O como les gusta llamarles,
“terroristas”. Sin embargo yo no nací en un país musulmán. Yo nací y crecí justo
aquí, en EEUU, y esto enfada a mucha gente: ¿cómo puede ser que siendo
estadounidense crea esas cosas y tome las posiciones que tomo? Todo a lo que un
hombre está expuesto en su ambiente se convierte en un ingrediente que le da
forma a su visión, y yo no soy diferente. Por lo que en más de una manera, es el
país del que soy lo que me ha hecho lo que soy.
Cuando tenía seis años, empecé a coleccionar una gran cantidad de libros de
cómics. Batman metió un concepto en mi mente, me introdujo un paradigma de cómo
el mundo está montado: que hay opresores, hay oprimidos, y están esos que da un
paso y defienden a los oprimidos. Esto resonó mucho en mí durante toda mi
infancia, yo gravitaba hacia cualquier libro que reflejara ese paradigma – La
Cabaña del Tío Tom, la autobiografía de Malcolm X, o incluso vi una dimensión
ética en El Guardían entre el Centeno.
En el momento que empecé el instituto y recibí verdaderas clases de historia,
fui aprendiendo precisamente cómo de real es ese paradigma en el mundo. Aprendí
sobre los nativos americanos y lo que les ocurrió a manos de los colonos
europeos. Aprendí sobre cómo los descendientes de esos colonos eran a su vez
oprimidos por la tiranía del Rey Jorge III.
Leí sobre Paul Revere, Tom Pain, y cómo los americanos empezaron una
insurgencia armada contra las fuerzas británicas – una insurgencia que ahora
celebramos como la guerra revolucionaria americana. Cuando era un chico incluso
fui a excursiones escolares sólo a unas calles de donde estamos sentados.
Aprendí sobre Harriet Tubman, Nat Turner, John Brown, y la lucha contra la
esclavitud en este país. Aprendí sobre Emma Goldman, Eugene Debs, y las luchas
de los sindicatos, las clases trabajadoras, y los pobres. Aprendí sobre Anne
Frank, los nazis, y cómo persiguieron a las minorías y metían en prisión a los
disidentes. Aprendí sobre Rosa Parks, Malcolm X, Martin Luther King, y la lucha
por las libertades civiles.
Aprendí sobre Ho Chi Minh, y cómo los vietnamitas lucharon durante décadas
para liberarse de un invasor tras otro. Aprendí sobre Nelson Mandela y la lucha
contra el apartheid en Sudáfrica. Todo lo que aprendí durante esos años
confirmaba lo que empecé a aprender cuando tenía 6: que a lo largo de la
historia, ha habido una lucha constante entre los oprimidos y los opresores. Con
cada lucha sobre la que aprendí me encontré a mí mismo consistentemente del lado
de los oprimidos, y consistentemente respetando a aquellos que dieron un paso
adelante para defenderlos – sin importar la nacionalidad, sin importar la
religión. Y nunca tiré mis apuntes de clase. Mientras estoy aquí de pie
hablando, están en un ordenado montón en el armario de mi habitación en
casa.
De todas las figuras históricas de las que aprendí, una sobresalía sobre el
resto. Estaba impresionado de muchas cosas sobre Malcolm X, pero sobre todo,
estaba fascinado por la idea de la transformación, su transformación. No sé si
han visto la película “X”, de Spike Lee, dura como tres horas y media, y el
Malcolm del principio es diferente del Malcolm del final. Empieza como un
criminal analfabeto, pero termina como un marido, un padre, un líder elocuente y
protector de su gente, un musulmán disciplinado haciendo el camino a la Meca, y
al final, un mártir. La vida de Malcolm me enseñó que el Islam no es algo
heredado; no es una cultura o etnia. Es un modo de vida, una forma de pensar que
cualquiera puede elegir sin importar de dónde vienen o cómo fueron criados.
Esto me llevó a mirar con más profundidad el Islam, y me enganché. Era sólo
un adolescente, pero el Islam respondía la pregunta sobre la que las mentes
científicas más grandes no tenían ni idea, la cuestión que lleva a los ricos y
famosos a la depresión y al suicidio al ser incapaces de responderla: ¿cuál es
el propósito de la vida? ¿Por qué existimos en el universo? Pero también
respondía la pregunta de cómo se supone que tenemos que existir. Y ya que no hay
jerarquía o sacerdocio, podía sumergirme directa e inmediatamente en los textos
del Corán y las enseñanzas del profeta Mahoma, para empezar el viaje de entender
de qué iba todo esto, las implicaciones del islam para mí como ser humano, como
individuo. Para la gente a mi alrededor, para el mundo; y cuanto más aprendía,
más valoraba el islam como a un pedazo de oro. Esto cuando era un adolescente,
pero incluso hoy, a pesar de las presiones de los últimos años, me pongo en pie
ante usted y todos los que están en la sala como un musulmán muy orgulloso de
serlo.
Con eso mi atención se desvió a lo que estaba pasando a otros musulmanes en
diferentes partes del mundo. Y dondequiera que miraba, vi los poderes que
estaban intentando destruir lo que yo amaba. Aprendí lo que los soviéticos
habían hecho a los musulmanes en Afganistán. Aprendí lo que lo serbios habían
hecho a los musulmanes bosnios. Aprendí lo que los rusos estaban haciendo a los
musulmanes de Chechenia. Aprendí lo que Israel había hecho en Líbano – y lo que
sigue haciendo en Palestina – con total apoyo de los Estados Unidos. Y aprendí
lo que América estaba haciendo a los musulmanes. Aprendí sobre la Guerra del
Golfo, y las bombas de uranio empobrecido que mataron a miles e hicieron que las
tasas de cáncer se dispararan por todo Irak.
Aprendí sobre cómo las sanciones llevadas por EEUU impedían que comida,
medicinas, y equipo médico entrara a Irak, y cómo – de acuerdo con las Naciones
Unidas – más de medio millón de niños fallecieron por ello. Recuerdo un vídeo de
una entrevista en “60 minutos” a Madeline Albright donde ella expresaba su
opinión de que la muerte de esos niños “merecía la pena”. Vi como el 11 de
septiembre un grupo de personas secuestraron unos aviones y los hicieron
estrellarse contra edificios por el ultraje causado por la muerte de esos niños.
Vi cómo EEUU después atacó e invadió Irak directamente. Vi los efectos de la
estrategia “Conmoción y pavor” en el día de comienzo de la invasión – los niños
en los pabellones de los hospitales con metralla en sus cabezas de los misiles
estadounidenses (por supuesto nada de eso salió en CNN).
Aprendí sobre la ciudad de Haditha, donde 24 musulmanes – incluyendo un
hombre de 76 años en una silla de ruedas, mujeres, e incluso bebés – fueron
disparados y reventados en sus pijamas por marines de los EEUU mientras dormían.
Aprendí sobre Abeer al-Janabi, un chica iraquí de catorce años violada por cinco
soldados estadounidenses, que después le dispararon a ella y a su familia en la
cabeza, quemando a continuación sus cuerpos. Sólo quiero señalar, como puede
ver, que las mujeres musulmanas ni siquiera enseñan el pelo a un hombre que no
sea familiar. Por lo que intente imaginarse esta joven chica de una aldea
tradicional, con su vestido arrancado, siendo atacada sexualmente no por uno, ni
dos, ni tres, ni cuatro, sino cinco soldados. Incluso hoy, mientras estoy
sentado en mi celda, leo sobre los ataques aéreos con aviones no tripulados que
siguen matando musulmanes a diario en sitios como Paquistán, Somalia o Yemen.
Justo el mes pasado, todos oímos sobre los diecisiete musulmanes afganos – la
mayoría madres y sus hijos – asesinados a tiros por un soldado estadounidense,
que también le pegó fuego a sus cuerpos.
Esas son sólo las historias que aparecen en los titulares, pero una de los
primeros conceptos que aprendí en el islam es la lealtad, la hermandad – que
cada mujer musulmana es mi hermana, cada hombre es mi hermano, y que juntos,
somos un gran cuerpo que debe protegerse uno a otro. En otras palabras, no podía
ver que esas cosas se hicieran a mis hermanos y hermanas – incluso por EEUU – y
permanecer neutral. Mi simpatía por los oprimidos continuaba, pero ahora era más
personal, como lo era el respeto por aquellos que los defienden.
Mencioné a Paul Revere – cuando, cabalgó a medianoche para avisar a la gente
de que los británicos estaban marchando a Lexington para arrestar a Sam Adams y
John Hancock, y después a Concord para confiscar las armas almacenadas allí por
los Minuteman. Cuando llegaron a Concord se encontraron que los Minuteman los
estaban esperando con las armas en la mano. Dispararon a los británicos,
lucharon contra ellos, y los vencieron. De aquella batalla vino la Revolución
Americana. Hay una palabra árabe que describe lo que los Minuteman hicieron ese
día. Esa palabra es: JIHAD, y esto es de lo que va mi juicio.
Todos esos vídeos y traducciones, y disputas infantiles sobre “Oh, tradujo
ese párrafo” y “oh, editó esa frase,” y todas esas exhibiciones se movían
alrededor de un solo asunto: los musulmanes que se están defendiendo de los
soldados estadounidenses que hacen exactamente lo que los británicos hacían en
América. Quedó claro como el agua durante el juicio que yo nunca jamás planeé
“matar americanos” en centros comerciales o la historia que sea. Los propios
testigos del gobierno contradijeron esta afirmación, y nosotros pusimos a un
experto tras otro en esa tarima, que se pasaron horas analizando cada una de las
palabras que he escrito, que explicaron mis creencias. Además, cuando yo estaba
libre, el gobierno envió un agente secreto para meterme en uno de sus pequeños
“complots terroristas,” pero yo rechacé participar. Sin embargo,
misteriosamente, el jurado nunca oyó esto.
Entonces, este juicio no era sobre mi postura acerca de los asesinatos de
civiles estadounidenses. Era sobre mi postura sobre los asesinatos de civiles
musulmanes por estadounidenses, y es que los musulmanes deberían defender sus
tierras de invasores extranjeros – soviéticos, estadounidenses, o marcianos. Eso
es lo que creo. Es lo que siempre he creído, y lo que siempre creeré. Esto no es
terrorismo, no es extremismo. Es lo que las flechas en ese escudo sobre su
cabeza representa: la defensa de la patria. Por lo que no estoy de acuerdo con
mis abogados cuando dicen que no tiene que estar de acuerdo con mis creencias
-no. Cualquiera con sentido común y humanidad no tiene otra elección sino estar
de acuerdo conmigo. Si alguien entra en tu casa para robarte y dañar a tu
familia, la lógica dicta que tú haces lo que sea necesario para echar al invasor
de tu casa.
Pero cuando esa casa es tierra musulmana, y el invasor es el ejército de
EEUU, por alguna razón los estándares cambian de repente. El sentido común es
llamado “terrorismo” y la gente defendiéndose de esos que vinieron a asesinarlos
desde el otro lado del océano se convierten en “los terroristas” que están
“matando americanos.” La mentalidad de que América era victimizada cuando los
soldados británicos caminaban por estas calles hace dos siglos y medio es la
misma mentalidad de los musulmanes que son victimizados por los soldados
americanos que caminan por sus calles hoy. Es la mentalidad del colonialismo.
Cuando el Sargento Bales mató a tiros a esos afganos el mes pasado, toda la
atención de los medios fue hacia él y su vida, su estrés, su “desorden de estrés
postraumático”, la hipoteca de su casa – como si él fuera la víctima. Poca
simpatía se expresó por la gente que de hecho mató, como si no fueran reales,
como si no fueran humanos. Por desgracia, esa mentalidad se filtra a todo el
mundo en la sociedad, se den cuenta o no. Incluso con mis abogados, les llevó
casi dos años de discusiones, explicando y clarificando antes de que fueran
capaces de pensar fuera de la caja y por lo menos en apariencia aceptar la
lógica en lo que estaba diciendo. ¡Dos años! Si le llevó tanto tiempo a gente
tan inteligente, cuyo trabajo es defenderme, desprogramarse a sí mismos, después
lanzarme delante de un jurado elegido al azar bajo la premisa de que ellos son
mis “iguales imparciales,” venga hombre. No fui procesado ante un jurado de mis
iguales porque con la mentalidad dominante hoy en Estados Unidos, no tengo
iguales. Teniendo en cuenta este hecho, el gobierno me persiguió – no porque lo
necesitaban, sino simplemente porque podían.
Aprendí una cosa más en clase de historia: Estados Unidos ha apoyado
históricamente las políticas más injustos contra las minorías – prácticas que
incluso estaban protegidas por la ley – sólo para más tarde mirar hacia atrás y
preguntar: ¿en qué estábamos pensando? Esclavitud, Jim Crow, el encierro de los
japoneses durante la Segunda Guerra Mundial – todas y cada una aceptada
ampliamente por la sociedad americana, cada una defendida por la Corte Suprema.
Pero conforme el tiempo pasa y EEUU cambia, tanto la gente como las cortes miran
atrás y se preguntan: ¿en qué estábamos pensando? Nelson Mandela fue considerado
un terrorista por el gobierno sudafricano, y condenado a cadena perpetua. Pero
el tiempo pasó, el mundo cambió, se dieron cuenta de lo opresivas que fueron sus
políticas, que no fue él el que era un terrorista, y lo liberaron de prisión. Se
convirtió en presidente. Por lo que todo es subjetivo – incluso esta historia
del “terrorismo” y quién es “terrorista”. Todo depende del tiempo y el lugar y
de quién tenga los superpoderes en ese momento.
A tus ojos soy un terrorista, y es perfectamente razonable que esté aquí de
pie vestido de naranja. Pero un día, América cambiará y la gente reconocerá ese
día como lo que es. Verán cómo cientos de miles de musulmanes fueron asesinados
y mutilados por los militares estadounidenses en países extranjeros. Sin
embargo, yo voy a ser el que vaya a prisión por “conspirar para matar y mutilar”
en esos países – porque apoyo a los Mujahidin que defienden a esa gente. Mirarán
atrás y verán cómo el gobierno gastó millones de dólares para meterme en la
cárcel como un “terrorista”, pero si de alguna manera lleváramos a Abeer
al-Janabi de nuevo a la vida en el momento en que está siendo violada por
vuestros soldados, y la tuviéramos como testigo y preguntarle quiénes son los
terroristas, seguro que ella no señalaría hacia mí.
El gobierno dice que estaba obsesionado con la violencia, obsesionado con
“matar americanos.” Pero, como un musulmán viviendo estos días, no puedo pensar
en una mentira más irónica.
Tarek Mehanna
12 de abril de 2012