Un nuevo film examina la agresión continua y sangrienta de EE.UU. en
Afganistán y otros países de la región
El mensaje de las víctimas invisibles de
EE.UU.
Glenn Greenwald The Guardian 4 de abril de 2013
Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Ayer [30 de marzo de 2013] tuve el privilegio de ver una proyección especial
de Dirty Wars (Guerras
sucias) un film dirigido por Richard Rowley basado en el trabajo investigativo
del periodista Jeremy Scahill sobre la guerra global encubierta del gobierno del
presidente Obama. El film se enfoca, específicamente, en las interminables
listas de personas a ser asesinadas por EE.UU. Escribiré en mayor detalle cuando
se acerque la fecha de exhibición al público en general, y de la publicación del libro homónimo.
Por ahora, me limitaré a decir que el film es el más importante que he visto
en años: apasionante y con un fuerte impacto emocional, revela información nueva
y de gran importancia, incluso para aquellos de nosotros que hemos seguido muy
de cerca estos temas.
El film recibió premios en Sundance y excelentes reseñas de medios tan
inesperados com Variety
y Hollywood
Reporter. Quisiera señalar un pequeño aspecto que hace que este film sea
crucial.
El aspecto más propagandístico de la "Guerra contra el Terror" de EE.UU. ha
sido, y sigue siendo, el tratar de que las víctimas no tengan voz, que sean
invisibles. No suelen ser mencionadas en los periódicos; de igual manera ni las
víctimas ni sus familiares pueden ser ni vistos ni oídos en la televisión. Los
Ministerios de Justicia de Bush y Obama han colaborado con
los jueces federales para asegurarse de que, incluso aquellos que todos
admiten que son víctimas inocentes, no tengan acceso a los tribunales de EE.UU.
y por lo tanto, carezcan de medios para que sus casos sean conocidos y sus
derechos reivindicados. Las
teorías de secreto a raja tabla y los crecientes ataques
contra los denunciantes de conciencia marginalizan a esas víctimas aún
más.
Es la táctica más avanzada para convertir a las víctimas en el Otro: ocultar
su condición humana, posibilitar su deshumanización al relegarlas a la no
existencia. Como sostuvo Ashleigh Banfield en su
discurso de 2003 denunciando el trabajo de la prensa estadounidense en la
guerra de Irak (meses antes de que se la nombrara en un cargo subalterno previo
a ser despedida de MSNBC): los reportes de los medios corporativos de EE.UU.
excluyen sistemáticamente tanto los puntos de vista del "otro lado" como a las
víctimas de la violencia estadounidense. Los medios de los países
predominantemente musulmanes reportan sobre estos sufrimientos pero los medios
estadounidenses no lo hacen, lo que constituye una de las principales razones
para la disparidad de puntos de vista entre las dos poblaciones. Ellos saben qué
hace EE.UU. en esa parte del mundo donde ellos viven, pero los estadounidenses
permanecen ignorantes de esa realidad.
La importancia de Dirty Wars (Guerras sucias) es que transmite de una
manera visceral los efectos del militarismo de EE.UU. en estas víctimas
invisibles: permitiéndoles que ellas hablen por sí mismas. Scahill y su equipo
viajaron a sitios a los que los demás periodistas de EE.UU. o no pueden o no
quieren ir: a provincias remotas de Afganistán, Yemen y Somalia para darle una voz a
las víctimas de la agresión estadounidense. Escuchamos lo que dicen afganos
cuyos familiares (incluyendo dos mujeres embarazadas) fueron masacrados por
Fuerzas Especiales de EE.UU. en 2010 en la provincia de Paktia, a pesar de
formar parte de la policía afgana. Frente a ese hecho la
OTAN mintió descaradamente diciendo que las mujeres ya habían fallecido
víctimas de "muerte por honor" en el momento en que ellos llegaron al sitio
(mentiras repetidas, sin ningún cuestionamiento, por supuesto, por
la prensa de EE.UU.).
Scahill entrevista a los traumatizados sobrevivientes de un ataque con
misiles y explosivos de EE.UU. en el Sur de Yemen, que acabó con la
vida de 35 mujeres y niños, pocas semanas después de que Obama recibiera el
Premio Nobel de la Paz. Podemos notar una profunda ira en Yemen por el hecho de
que el periodista yemení Abdulelah Haider Shaye, quien denunció la
responsabilidad de EE.UU. en aquel ataque, no solo fue arrestado por el régimen
local, títere de EE.UU., sino como lo
reporta Scahill, fue encarcelado y continúa en prisión hasta hoy por pedido
expreso del presidente Obama. Escuchamos el testimonio del abuelo del
adolescente estadounidense de 16 años, Adulrahman al-Awlaki (que también es el
padre del clérigo estadounidense Anwar al-Awlaki) -antes y después de que un
drone de EE.UU. asesinara a su hijo y luego (dos semanas después) a su nieto
adolescente, que todo el mundo reconoce que no tenía nada que ver con el
terrorismo. Escuchamos a caudillos militares somalíes -financiados y bajo las
órdenes de EE.UU.- alardear sobre ejecuciones sumarias.
Estos eventos y grupos diversos transmiten un mensaje claro y singular. Y es
digno de ser analizado a la luz de las noticias de esta mañana de que dos
niños afganos más han sido asesinados por un
ataque aéreo de OTAN.
El mensaje es que EE.UU. es visualizado como la mayor amenaza mundial y que
la agresión y violencia ejercidas por EE.UU. son el factor clave para que la
gente apoye a Al Qaeda y tenga sentimientos anti-estadounidenses. El hijo del
comandante de policía afgano asesinado (que es el marido de una de las mujeres
embarazadas asesinadas y el hermano de la otra) dice que los aldeanos se
refieren a las Fuerzas Especiales de EE.UU. como a "talibanes estadounidenses",
y que el solo contuvo el deseo de colocarse un cinturón con explosivos para
atacar a los soldados de EE.UU. por los ruegos de sus afligidos hermanos. Un
influyente clérigo del Sur de Yemen explica que nunca había oído de
simpatizantes de Al Qaeda en su país hasta el ataque con misiles de 2009, y los
subsiguientes asesinatos con drones, incluyendo el que terminó con la vida de
Adulrahman -punto de vista respaldado por una
diversidad de información recogida en el área. El brutal caudillo militar
somalí explica que los estadounidenses son los "amos de la guerra", que le
enseñaron todo lo que él sabe y que son el motor del conflicto actual. La
transformación experimentada por Anwar Awlaki, que pasó de ser un clérigo
estadounidense moderado y a favor de la paz, a convertirse en un crítico
airado de EE.UU. comenzó con la invasión de Irak y se fue intensificando
rápidamente con los ataques con drones y las listas de personas a ser
asesinadas, recopiladas por el gobierno de Obama. Mientras que los oficiales
militares estadounidenses entrevistados por Scahill manifiestan una indiferencia
socio-patológica hacia sus víctimas, se yuxtaponen los sermones cada vez más
llenos de ira de Awlaki con las justificaciones, usando el mismo tono, de la
guerra sin fin de Obama.
Desde hace mucho tiempo, la evidencia ha demostrado de manera contundente que
el factor más importante de lo que EE.UU. llama terrorismo, son las
mismas políticas de agresión realizadas en nombre de la lucha contra el
terrorismo. La mayor parte de aquellos
capturados en años recientes por intentar atacar a EE.UU. han mencionado
enfáticamente que su motivación ha sido el militarismo
estadounidense y los asesinatos con drones en su región del mundo. Hay
evidencia contundente de que la causa de la radicalización de una enorme
cantidad de musulmanes, previamente moderados y pacíficos, es la ira creciente
al presenciar un torrente continuo de víctimas inocentes, incluyendo niños, en
manos de EE.UU. y el compromiso estadounidense ilimitado con la violencia.
La única manera de que esta verdad, clara como el agua, siga siendo negada es
tratando de que los estadounidenses desconozcan a las víctimas de la agresión
estadounidense. Debido a esa negación y ocultamiento de las víctimas, después
del 11 de septiembre, muchos estadounidenses se preguntaban, ingenua y
sorprendidamente, como si estuvieran en una burbuja: "¿Por qué nos odian?". No
conectaban lo ocurrido con las décadas de interferencia, agresión y violencia
continua de EE.UU. en algunas partes del mundo. Y eso es también la causa de que
muchos estadounidenses reaccionen ante la muerte de musulmanes inocentes con la
excusa de que "tenemos que hacer algo para detener a los terroristas" o "esto es
mejor que una invasión" -sin darse cuenta de que están afirmando lo que Chris
Hayes adecuadamente describe como una elección falsa, y peor aún, no se dan
cuenta de que las mismas políticas que ellos aplauden no detienen a los
terroristas sino que causan el efecto contrario: contribuyen a la existencia de
los terroristas y a su multiplicación.
Reconozco que no es difícil inducir a una población a desviar la vista de las
víctimas de la violencia que esa misma población respalda: a todos nos gusta
creer que somos gente buena y pacífica, y en particular nos gusta otorgarle esas
cualidades a los líderes que elegimos, aplaudimos y admiramos. Más aún, existe
el factor llamado "brecha de empatía" por el escritor nigeriano-estadounidense
Teju Cole, que consiste en la incapacidad para imaginar
cómo reaccionarían otras personas a situaciones que a nosotros mismos nos
causarían (como nos han causado) bronca y violencia. Es por ello que el gobierno
de EE.UU. no necesita esforzarse mucho para silenciar a sus víctimas: existe en
la población un fuerte deseo de no querer ver a las víctimas.
Sin embargo, si los estadounidenses van a apoyar e incluso tolerar un
militarismo sin límites, como lo han venido haciendo, entonces deben, al menos,
ser confrontados con sus víctimas -si no lo fueran por razones morales, entonces
por razones pragmáticas, para entender los efectos de esas políticas. Basándose
en la situación de que "no se piensa en lo que no se ve" el gobierno y los
medios de EE.UU. han sido increíblemente exitosos en hacer que las víctimas sean
silenciadas e invisibles. Dirty Wars es un tónico eficaz contra esa
propaganda. Al menos, alguien que vea o escuche a las víctimas de los ataques de
EE.UU., jamás volverá a preguntarse por qué hay tanta gente en el mundo que cree
que hay justificativo e incluso necesidad para usar medios violentos contra
EE.UU.
Información sobre proyecciones especiales
Londres: habrá una exhibición especial de Dirty Wars (Guerras sucias)
en el Frontline Club el 12 de abril; después de la proyección habrá un foro que
contará con la participación de Scahill (vía Skype) y del productor Anthony
Arnove. La ACLU de Boston, Massachusetts será la sede de una proyección especial
el 27 de abril.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/mar/31/dirty-wars-terrorism-victims
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