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Hechos y mitos en la saga de WikiLeaks/The Guardian

Glenn Greenwald
Salon/ICH
05 de septiembre de 2011

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Una serie de actos involuntarios pero negligentes de múltiples partes –WikiLeaks, el periodista de investigación de The Guardian David Leigh y Daniel Domscheit-Berg de Open Leaks– ha llevado a la publicación de los 251.287 cables diplomáticos, no censurados, filtrados el año pasado a WikiLeaks (supuestamente por Bradley Manning). Der Spiegel (en inglés) tiene el mejor y más exhaustivo informe paso a paso de cómo ocurrió.

Este incidente es desafortunado en extremo por múltiples razones: es posible que fuentes diplomáticas identificadas en los cables (incluidos denunciantes y activistas por los derechos humanos) resulten dañadas; esto será utilizado por enemigos de la transparencia y de WikiLeaks para desacreditar a ambas e incluso alimentar esfuerzos para procesar al grupo; implica a un periódico, The Guardian, que generalmente produce periodismo muy bueno y responsable; probablemente aumenta la presión política para imponer un castigo más severo a Bradley Manning si es declarado culpable de haber filtrado esos cables; y eclipsará por completo las ya ignoradas e importantes revelaciones de serias trasgresiones de esos documentos. Es un desastre desde todo punto de vista. Pero como es usual en el caso de cualquier controversia que tenga que ver con WikiLeaks, hay numerosos puntos importantes que son intencionalmente distorsionados y necesitan aclaración.

Comencemos por las revelaciones que están siendo ignoradas y eclipsadas por esta controversia. Hace algunos días, WikiLeaks compiló una lista de 30 revelaciones importantes de los cables recién publicados, y eso fue cuando solo una parte había sido publicada; son seguramente muchas más ahora, incluidas algunas que aún no han sido descubiertas en el tesoro de documentos (menciono solo un ejemplo). El cable que ha recibido más atención hasta ahora –del que informó primero John Glaser de Antiwar.com – detalla un “atroz crimen de guerra [de fuerzas estadounidenses] durante una incursión en una casa en Iraq en 2006, en la cual ejecutaron sumariamente a un hombre, cuatro mujeres dos niños y tres bebés” y después volaron su casa con un ataque aéreo estadounidense para destruir la evidencia. En 2006, el incidente fue discutido en los periódicos estadounidenses como una simple “afirmación” no comprobada. (“No importa qué información es correcta…”) y los militares de EE.UU. (como de costumbre) se exoneraron de toda y cualquier trasgresión. Pero el cable contiene evidencia que confiere a las afirmaciones de los iraquíes una sustancial credibilidad, y eso, por su parte, ha provocado ahora lo siguiente:

    Funcionarios del gobierno iraquí dicen que investigarán afirmaciones recientemente aparecidas de que soldados estadounidenses mataron a mujeres y niños y luego trataron de encubrirlo mediante un ataque aéreo, durante una caza de insurgentes en 2006.

    Un asesor del primer ministro Nouri al-Maliki, Ali Al-Moussawi, dijo el viernes que el gobierno renudará su investigación detenida ahora que ha salido a la luz nueva información sobre la incursión del 15 de marzo de 2006.

Como de costumbre, muchos de los que andan condenando farisaicamente a WikiLeaks por un daño potencial, eventual, involuntario a inocentes causado por esta filtración no tendrán nada que decir sobre estos actos reales, deliberados, de matanzas injustificables por parte de EE.UU. La publicación accidental de estos cables no censurados causará mucha más atención e indignación que los crímenes extremos, deliberados, sacados a la luz por estos cables. Eso es porque muchos de los que condenan a WikiLeaks no se interesan en absoluto por el daño a civiles mientras sea cometido por el gobierno y los militares de EE.UU.; por cierto, semejantes actos son un mal endémico en las guerras estadounidenses que vitorean rutinariamente. Lo que odian es en realidad la transparencia y la denuncia de los crímenes de su gobierno; “el riesgo para los civiles” es solo el pretexto para atacar a aquellos que, como WikiLeaks, las posibilitan.

Habiendo dicho eso, y como señalan correctamente muchos partidarios bienintencionados de la transparencia, WikiLeaks merece parte de la culpa por lo que ocurrió; cualquier grupo que se dedica a posibilitar filtraciones tiene la responsabilidad de salvaguardar lo que recibe y de hacer todo lo posible por evitar daño a gente inocente. No importa quién tenga la culpa –más al respecto en un minuto– WikiLeaks, debido a insuficientes medidas de seguridad, no cumplió con ese deber. No hay forma de evitarlo (aunque la responsabilidad máxima por salvaguardar la identidad de fuentes diplomáticas estadounidenses pesa sobre el gobierno de EE.UU. que es por lo menos tan culpable como WikiLeaks al no ejercer el debido cuidado de salvaguardar esos cables; si esta información es realmente tan confidencial y se quiere culpar a alguien por inadecuadas medidas de seguridad, hay que comenzar por el gobierno de EE.UU., que dio pleno acceso a esos documentos a cientos de miles de personas en todo el mundo, por lo menos).

A pesar de la falta justamente asignada a WikiLeaks, hay que dejar muy claro un punto: no hubo nada intencional respecto a la publicación por WikiLeaks de los cables en forma no censurada. En última instancia no tuvieron otra alternativa. Desde que WikiLeaks fue ampliamente criticado (incluso por mí) por publicar documentos de la Guerra Afgana sin tachar los nombres de algunas fuentes (aunque gran parte de la culpa también pesó sobre el gobierno de EE.UU. por rechazar su solicitud de sugerencias de censura), el grupo ha sido meticuloso en la protección de la identidad de inocentes. Scott Shane del New York Times de hoy describe “esfuerzos de WikiLeaks y de periodistas por eliminar los nombres de personas vulnerables en países represores” en subsiguientes publicaciones; por cierto, WikiLeaks “utilizó software para eliminar nombres propios de documentos de la guerra de Iraq y trabajar con organizaciones noticiosas para censurar los cables”. Después de la publicación afgana, el grupo ha mostrado un compromiso serio y diligente para evitar la revelación de los nombres de gente inocente, ciertamente mucho más cuidado que el que tomó el gobierno de EE.UU. en la salvaguardia de esos documentos.

Lo que pasó fue que WikiLeaks se vio obligado por los actos imprudentes de Leigh de The Guardian y de Domscheit-Berg. Una razón clave por la cual esos cables no censurados fueron tan ampliamente distribuidos es que Leigh –en su libro de diciembre de 2010 sobre su trabajo con WikiLeakspublicó la clave para esos archivos que le fue revelada por Julian Assange para posibilitar su información sobre los cables. Leigh afirma –y no hay motivos para dudar de su palabra– que creyó que la clave solo era válida durante unos pocos días y que habría expirado para cuando su libro fue publicado.

Resultó que esa creencia fue errónea porque los archivos se habían difundido en la red de descargas compartidas de archivos BitTorrent, con esa clave integrada; la publicación por parte de Leigh de la clave de WikiLeaks en su libro permitió por lo tanto el acceso generalizado a todo el conjunto de cables. Pero el punto crucial es el siguiente: incluso si Leigh creyó que esa clave en particular no seguiría siendo válida, ¿qué sentido tenía posiblemente publicar ante el mundo la clave específica utilizada por WikiLeaks o divulgar el tipo de claves que utiliza para salvaguardar sus datos? Es imprudente que un periodista de investigación publique innecesariamente ese tipo de información, y merece absolutamente una gran parte de la culpa por lo que sucedió; leed [en inglés] este excelente análisis de Nigel Parry para ver todo el alcance de la culpabilidad de Leigh.

Luego tenemos a Domscheit-Berg y "Open Leaks." El año pasado Domscheit-Berg abandonó WikiLeaks y comenzó un nuevo grupo con gran fanfarria en los medios, a pesar de que su grupo no ha producido ni una sola revelación. En su lugar, él y su grupo, que por lo tanto lleva un nombre extremadamente inexacto, parecen dedicados solo a dos objetivos: (1) Aprovecharse de una vengativa, mezquina y personal vendetta contra Assange y WikiLeaks; y (2) reforzar el secreto y destruir la transparencia, como hizo Domscheit-Berg cuando eliminó permanentemente miles de archivos previamente filtrados a WikiLeaks, incluidos documentos relacionados con el Bank of America. El que eliminó esos archivos del servidor de WikiLeaks fue Domscheit-Berg, incluido (aparentemente sin que lo supiera) todo el conjunto de cables diplomáticos.

El acto de Domscheit-Berg, en combinación con la publicación de la clave por Leigh y la diseminación de los archivos a “sitios espejo” por partidarios bienintencionados de WikiLeaks después de ciberataques contra el grupo, posibilitaron el acceso generalizado e irrestricto a esos cables diplomáticos. Una vez que WikiLeaks se dio cuenta de lo que había sucedido, notificó al Departamento de Estado, pero se vio ante un dilema: virtualmente todas las agencias de inteligencia del gobierno habrían tenido acceso a esos documentos como resultado de los acontecimientos, pero el resto del mundo –incluidos periodistas, denunciantes y activistas identificados en los documentos– no lo tenía. En ese momento, WikiLeaks decidió –de manera bastante razonable– que el mejor camino, y el más seguro, era publicar integralmente todos los cables, para que no los tuvieran solo las agencias de inteligencia, sino todo el mundo, a fin de que pudieran tomar medidas para proteger a las fuentes y para que la información contenida en ellos también estuviera disponible.

Se justifica tener mucho cuidado al hacer afirmaciones sobre el daño causado por la publicación de estos cables. Hay que recordar que el almirante Michael Mullen y otros acusaron a WikiLeaks de tener “sangre en sus manos” como resultado de la publicación de los documentos de la Guerra Afgana, pero resultó que era totalmente falso; como Shane señaló hoy en el New York Times: “no se ha informado de ninguna consecuencia más seria que el despido de un empleado”. Incluso el secretario de Defensa, Robert Gates, se burló de alas firmaciones sobre el daño hecho por WikiLeaks diciendo que eran “extremadamente sobrexcitadas”.

Habiéndolo dicho, cabe poca duda de que la publicación de todos esos documentos en forma no censurada plantea un verdadero riesgo para algunos de los individuos identificados en ellos, y es verdaderamente lamentable. Pero es igual de cierto que WikiLeaks sigue siendo una fuerza importante por el bien. Los actos de mal deliberado cometidos por las facciones más poderosas del mundo que ha denunciado tienen más importancia que los errores que esta organización todavía joven y vanguardista ha cometido. Y el daño causado por el secreto corrupto y excesivo es más importante que el daño causado por filtraciones no autorizadas y no recomendables.

Copyright ©2011 Salon Media Group, Inc.

Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article29014.htm


 

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