1 DE AGOSTO DE 2023
Cómo ignorar 4,5 millones de
muertes
Reseña del libro de Norman Solomon La guerra hecha invisible
BRYCE GREENE
FAIR
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 2 de agosto de 2023
El proyecto Costs of War de la Universidad Brown publicó
este año un estudio en el que se calcula que las guerras dirigidas por
Estados Unidos desde el 11-S han contribuido directa e indirectamente a 4,5
millones de muertes en los países objetivo. Estos países -Afganistán, Irak,
Yemen, Pakistán, Libia, Somalia y Siria- también han visto cómo se desplazaban
de sus hogares entre 40
y 60 millones de personas. Esta crisis de refugiados es tan destructiva
como cualquier guerra y supone el mayor número de refugiados desde el final de
la Segunda Guerra Mundial. A todas luces, la guerra global contra el terrorismo
dirigida por Estados Unidos ha sido un desastre para decenas de millones de
personas.
Cuando se publicó el estudio en mayo, sólo hubo un reportaje (Washington Post, 15/5/23)
en todos los principales periódicos de Estados Unidos que llamara la atención
sobre la asombrosa cifra. The Hill (16/5/23)
y algunos medios más pequeños (NY1, 17/5/23;
UPI, 16/5/23)
publicaron artículos sobre el tema, pero el grueso de los medios corporativos
no lo consideraron digno de cobertura alguna.
No hubo reflexiones solemnes sobre la maquinaria bélica, ni artículos
políticos sobre cómo podríamos evitar semejante devastación en el futuro, y
desde luego ningún artículo de opinión pidiendo que los arquitectos de las
guerras fueran juzgados por sus crímenes.
¿Cómo es posible que nuestro entorno mediático desestime tan fácilmente una carnicería de esta magnitud? El nuevo
libro de Norman Solomon, War Made Invisible: How
America Hides the Human Toll of Its War Machine (New Press), ofrece una
mirada profunda al sistema mediático que permite a una monstruosa maquinaria
bélica cobrarse impunemente un peaje tan alto en el mundo.
El libro de Solomon intenta mostrar cómo nuestras instituciones han
llegado a enterrar con tanta ligereza los costes de las guerras
estadounidenses. Desafía el mito tradicional de la "prensa libre"
estadounidense como control del poder y, en cambio, muestra cómo los medios actúan
como "una cuarta rama del gobierno". Este libro sirve como repaso de
las fechorías de los medios de comunicación en la historia reciente, pero
también como meditación sobre el papel de nuestro sistema mediático en la
fabricación del consentimiento para una política exterior brutal para todo el
mundo.
Víctimas útiles
Solomon apunta a los supuestos comunes e incuestionables que a menudo determinan la forma en que los
medios de comunicación retratan los conflictos. Tropos
persistentes, como el llamamiento constante a que Estados Unidos "lidere
el mundo", y eufemismos peligrosamente comunes como "gasto
en defensa" contribuyen a una cultura que venera una versión mítica de
Estados Unidos, mientras que la verdadera naturaleza del imperio permanece
oculta.
FAIR.org (18/3/22):
En la guerra de Ucrania, los medios corporativos estadounidenses descubrieron
una "nueva capacidad para cubrir el impacto sobre los civiles, cuando
esos civiles son blancos y están siendo atacados por un enemigo oficial de
EE.UU., en lugar de por los propios EE.UU.".
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Un aspecto clave de esa construcción de mitos es la forma selectiva en
que los medios estadounidenses cubren a las víctimas civiles. A algunas se les
da mucha cobertura, provocando llamadas a la venganza, mientras que a otras se
las ignora por completo, dependiendo de quién sea el agresor. Solomon recuerda
un momento crítico a las pocas semanas de la invasión estadounidense de
Afganistán, en un momento en el que, como informaba el Washington Post (31/10/01),
"más bombas estadounidenses errantes han caído en zonas residenciales,
causando daños en lugares como un almacén de la Cruz Roja y un centro de
ancianos". Las imágenes de estas atrocidades habían desatado
"críticas al esfuerzo bélico estadounidense".
En la CNN, el presidente Walter Isaacson declaró
en un memorándum al personal que "parece perverso centrarse demasiado en
las bajas o las penurias en Afganistán". Cuando la cadena cubrió el número
de víctimas civiles, Isaacson declaró al Washington Post (31/10/01):
"Quieres asegurarte de que la gente entienda... que es en el contexto de
un ataque terrorista que causó un enorme sufrimiento en Estados Unidos."
John Moody, vicepresidente de Fox News en aquel momento, calificó la directiva
de "nada mala", porque "los americanos necesitan recordar qué
empezó esto." La cobertura estaba diseñada para reforzar la línea del
gobierno estadounidense de una causa noble, para proteger a los espectadores de
los daños causados a los civiles, y justificarlos si se mostraban.
El expeditivo tratamiento mediático del sufrimiento de los civiles ha continuado hasta nuestros días. En la invasión
rusa de Ucrania, donde las víctimas civiles apoyaron en lugar de obstaculizar
el mensaje que los medios querían enviar, la cobertura se invirtió (FAIR.org, 18/3/22).
"Según cualquier criterio coherente", escribe Solomon, "los
horrores que el ejército estadounidense había causado a tantos civiles desde el
otoño de 2001 no eran menos terribles para las víctimas que lo que Rusia estaba
haciendo en Ucrania." A pesar de ello, la cobertura mediática de Ucrania
fue "enormemente más inmediata, gráfica, extensa e indignada sobre la
matanza de Rusia que sobre la matanza de Estados Unidos."
En abril de 2022, el New York Times publicó 14 noticias en portada sobre víctimas civiles de la
ofensiva militar rusa. Durante un periodo comparable tras la invasión
estadounidense de Irak, sólo hubo una noticia en portada sobre víctimas civiles
del ataque estadounidense (FAIR.org, 6/9/22).
Límites mediáticos
La pésima cobertura informativa de la guerra global contra el terrorismo se cierne sobre cualquier debate actual
sobre los medios de comunicación. Solomon utiliza el caso de Irak para
demostrar los límites de nuestro sistema mediático, tanto los impuestos desde
arriba como los autoimpuestos.
A través del filtro social, los periodistas que acaban cubriendo las guerras para las instituciones
de élite a menudo han interiorizado los supuestos que justifican el imperio. El
periodista Reese Erlich (Target Iraq, Solomon y Erlich) relató que "no
conoció a un solo reportero extranjero en Irak que no estuviera de acuerdo con
la idea de que Estados Unidos y Gran Bretaña tienen derecho a derrocar por la
fuerza al gobierno iraquí". Este sesgo de selección se reflejó claramente
en la cobertura aquiescente de la guerra por parte de Occidente.
Ashleigh Banfield (24/4/03): "Hay una gran diferencia
entre periodismo y cobertura, y obtener acceso no significa que estés
obteniendo la historia"
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Otras veces, los límites pueden reforzarse rígida y públicamente, como en el caso de la joven
periodista Ashleigh
Banfield. Banfield era una periodista que ascendió a las alturas de las
noticias por cable. La carrera de Banfield en la NBC se estrelló contra un muro
después de que en abril de 2003 pronunciara un discurso muy crítico con la
forma en que los medios de comunicación ocultaban la cruda realidad de la guerra
de Irak. Se dirigió a un público de la Universidad del Estado de Kansas:
¿Qué es lo que no habéis visto? No
visteis dónde cayeron esas balas. No visteis lo que pasó cuando cayó el
mortero... Hay horrores que quedaron completamente fuera de esta guerra.
La cobertura televisiva de la guerra, dijo Banfield, fue "una gloriosa imagen
maravillosa que tuvo a mucha gente mirando y a muchos anunciantes
entusiasmados".
La NBC anunció que estaba
"profundamente decepcionada y preocupada por sus comentarios". Su castigo fue
rápido y duro:
Estuve sin trabajo durante diez meses. Sin teléfono, sin ordenador.... Finalmente, después
de diez meses así, me dieron una oficina que era un armario de cintas.... El
mensaje era muy claro.
El mensaje no era sólo para Banfield. Los
periodistas no podían dejar de prestar atención a esta destrucción de uno de
los suyos. Si se salían de los límites tácitos establecidos por los
propietarios de los medios de comunicación corporativos, podían compartir el
destino de Banfield o algo peor.
Aceptar las guerras para siempre
A partir de 2021, los
últimos soldados abandonaron Afganistán, consolidando una nueva era de la
guerra estadounidense apodada "en
el horizonte". Se trata de una referencia a la constante matanza de
alta tecnología y "menor intensidad" que emana de los cientos de
bases militares que EE.UU. aún tiene en todo el mundo.
Incluso los críticos de la guerra reconocen
que el ejército estadounidense es "más humano" (New York Times, 9/3/21).
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La guerra estadounidense con aviones no tripulados ha sido una fuente persistente de horror para millones de personas.
Pero, como señala Solomon, "los sistemas de matanza a distancia reciben
una gran ayuda de los reporteros, productores y editores que dan rodeos alrededor
de la carnicería al otro extremo del armamento estadounidense". Una forma
clara en que ayudan es respaldando y repitiendo la idea de que la campaña
estadounidense de asesinatos aéreos es una nueva forma de "guerra humana".
Incluso algunos de los críticos más reflexivos de este tipo de guerra caen en trampas lingüísticas que
minimizan su verdadero coste. En un artículo de opinión en el New York Times (9/3/21)
que calificaba la tendencia de "inquietante", el historiador de Yale
Samuel Moyn escribía que "el legado de Estados Unidos al mundo... en los
últimos 20 años" era una forma "interminable y humana" de
"beligerancia contraterrorista", una en la que "Human Rights
Watch examinaba las violaciones del derecho de guerra y... los abogados
militares ayudaban a elegir objetivos". A Moyn le preocupa que "una
guerra más humana se convirtiera en compañera de una política exterior cada vez
más intervencionista", pero parece no comprender la ironía de llamar
"humana" a una estrategia que mata inocentes por millones.
Moyn parece parcialmente consciente de que la guerra "humana" es más rebranding
que contención, pero insiste en que la "humanidad mejorada de nuestras
guerras" es tanto "ostensible como real". Las referencias a la
guerra "humana" deberían sonar tan vacías como la proclamación de
Lyndon Johnson en 1966 sobre los soldados de camino a Vietnam: "Ningún
ejército estadounidense en toda nuestra larga historia ha sido tan compasivo".
El riesgo de decir la verdad
Jacobin (21/8)
señala que "la Ley de Espionaje no distingue entre los espías que roban
información para gobiernos extranjeros hostiles y los empleados del gobierno
que comparten información de interés público con la prensa, periodistas o
incluso miembros del público".
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En agudo contraste con los medios de
comunicación que protegen al imperio de cualquier ajuste de cuentas, Solomon
destaca a las personas que se arriesgan para llevar al mundo la verdad sobre
esta guerra mecanizada y desapegada. Habla con Cian
Westmoreland, que "habló con tristeza de los elogios que recibió por
ayudar a matar a más de 200 personas con ataques de aviones no
tripulados". Brandon Bryant lamentó que todo el sistema estuviera diseñado
"para que nadie se responsabilice de lo que ocurre". Estaba Heather
Linebaugh, que relató cómo ella y sus colegas "siempre se preguntan si
matamos a las personas adecuadas".
Uno de esos héroes fue Daniel
Hale, que hoy sigue en prisión por filtrar información que demostraba que,
durante un periodo de cinco meses en 2012, el 90% de las personas muertas en
ataques con drones en Afganistán no eran el objetivo previsto. Solomon cita la
conmovedora carta de Hale en la que explica que filtró la información para
"poder algún día pedir humildemente perdón."
Otros denunciantes han sufrido enormemente por sus actos de valentía. En 2010, la
analista de inteligencia del ejército Chelsea Manning filtró el tristemente
célebre vídeo "Asesinato
colateral", que mostraba a las fuerzas estadounidenses utilizando un
helicóptero Apache para abatir a tiros a una docena de civiles en Irak. Entre
los muertos había dos empleados de Reuters. Por filtrar el vídeo y otros
documentos, Manning pasó siete años en prisión, gran parte de ellos en régimen
de aislamiento. En 2019, Manning pasó otro año en prisión por negarse
a testificar contra el editor de sus documentos, Julian
Assange, que está encarcelado en Gran Bretaña y se enfrenta a la
extradición a Estados Unidos para enfrentarse a cargos relacionados con la denuncia
de crímenes de guerra estadounidenses.
Estos denunciantes y narradores de la verdad sólo existen en los márgenes del
discurso público. Cuando los 20 años de ocupación estadounidense de Afganistán
se vieron coronados por otro ataque "no
intencionado" con aviones no tripulados contra diez civiles, las
palabras de estos denunciantes hacía tiempo que habían abandonado la mente del
público. Los medios de comunicación se encogieron de hombros cuando el
Pentágono se exculpó de cualquier delito, como han hecho innumerables veces
antes. En esta supuesta prensa libre, escribe Solomon, "los atípicos no
pueden competir con los tambores".
Realmente no es ninguna sorpresa que los medios de comunicación estadounidenses tuvieran
tan poco que decir cuando el Proyecto Coste de la Guerra de la Universidad de
Brown publicó sus estimaciones sobre el número de muertos en las guerras de
Estados Unidos tras el 11 de septiembre. Se aseguraron de que los 4,5 millones
de víctimas estadounidenses apenas quedaran registradas en la conciencia
pública, mientras desviaban la atención del público hacia otra
noble causa estadounidense en Ucrania. War Made Invisible pone al
descubierto el corazón mismo del sistema que permite a la maquinaria bélica
estadounidense seguir avanzando, con una resistencia mínima por parte de un
público confundido y engañado.
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