Mente insatisfecha
Rayos de esperanza en un ciclo político mortal
Chris Floyd CounterPunch 3 de noviembre de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Me sentí inesperadamente alentado por los resultados de la elección en
EE.UU., por lo menos en un aspecto. Porque han mostrado, una vez más, que el
pueblo estadounidense siente un disgusto –permanente, colérico, aunque muy
incipiente– con el sistema político injusto, corrupto y disfuncional de la
nación. Sabe que algo está profundamente mal en el sistema, y por lo tanto vota
siempre por la salida de una facción y la entrada de la siguiente, a la espera
de que algo cambie.
La historia ha demostrado lo siguiente: en casi cada elección nacional de las
últimas dos décadas, se ha visto un cambio en el control de una o ambas cámaras
del Congreso o en la Casa Blanca. Esto ha sucedido en 1992, 1994, 1998, 2000,
2002, 2006, 2008, y ahora de nuevo en 2010. El modelo es obvio. Y no es que los
estadounidenses “prefieran un gobierno dividido” como gustan de aseverar los que
rumian en Washington; es porque no puede encontrar a alguien en el sistema que
se preocupe de sus problemas.
Sin cambio, cada vez que cambia el control faccionario, vemos un ajetreo de
analistas vehementes y serios que nos cuentan que los resultados representan un
inmenso cambio en la política, la cultura, la sociedad, el alma estadounidense,
etc. Pero de alguna manera, dos años después, esas oleadas terriblemente
significativas se deshacen en la nada en la playa vacía. Y de nuevo, es porque
en realidad no significan nada más que la ya perenne desazón y disgusto.
Lo que es menos alentador, claro está, es que el electorado estadounidense
nunca llega a comprender completamente el hecho obvio, evidente, brutal, de que
ninguna de esas facciones va a llegar un día a cambiar ni un ápice el sistema si
puede evitarlo; son el sistema, son sus sirvientes, sus facilitadores, sus
ejecutores. Y una vez más, enfrentamos, para utilizar la frase inmortal de Gore
Vidal, a los Estados Unidos de Amnesia, donde la historia no existe (excepto en
la forma de mitos farisaicos febrilmente deformados sobre la eterna,
insuperable, peculiaridad de EE.UU.), y cada elección es una tábula rasa. La
única titilante conciencia histórica que parece existir en el electorado
estadounidense es un vago sentido de que la pandilla a la que eligió dos años
antes no ha cambiado nada; más vale probar de nuevo la otra pandilla… olvidando
que es la misma de la que se deshizo cuatro años antes, por el mismo motivo.
Y así el ciclo se repite una y otra vez, y la podredumbre y la disfunción se
profundizan, y se hacen cada vez más obstinadas. No sólo no se encaran las
preocupaciones de la gente; ni siquiera son articuladas en el juego lucrativo y
siniestro de El rey en la colina representado por las dos facciones, que
están comprometidas, en cuerpo y alma, con el régimen de la elite, la rapiña
corporativa y el imperio militarista. Y ciertamente, ni los medios corporativos
ni el sistema educacional harán algo para ayudar a inculcar un sentido más
profundo de la historia (“La historia es una patraña” dijo ese estadounidense
prototípico, Henry Ford; no ayuda a ganar dinero, ¿para qué sirve entonces?), o
suministrar algún contexto más amplio y profundo para articular –y enfrentar–
las causas de la insatisfacción del electorado. En su lugar, esas instituciones
siguen reproduciendo y refrescando esos mismos mitos de peculiaridad (en una
forma “conservadora” o “progresista”), agregando capa tras capa de ruido
aniquilador del pensamiento a la Gran Cámara de Eco EE.UU. que encierra, y
aprisiona, a toda la sociedad.
Tal vez no sea tan alentador después de todo. Especialmente ya que ambas
facciones son –literal, legal, formal, innegablemente– jaurías de criminales de
guerra, comprometidas con la continuación de un imperio rapaz de dominación
militar que mata a gente inocente, fomenta el odio y el extremismo, y
desestabiliza el mundo. El mito de la peculiaridad impide que la mayoría de la
gente vea la verdad de lo que su establishment político bipartidario hace al
mundo – o incluso a ellos mismos, cómo los ha privado de sus libertades,
corroído su sociedad, destruido sus comunidades y degradado su calidad de vida,
mientras afecta las vidas y los futuros de sus propios hijos y nietos. Al
parecer, la mayoría de los estadounidenses no pueden romper con la estrecha
estructura cognitiva que ha sido impuesta a su visión de la realidad: es decir,
que EE.UU. es inherente, indeleblemente bueno, que sea cual sea el error que
pueda cometer aquí o allá (usualmente la facción preferida por cada cual no está
en el poder, por cierto), esa bondad esencial sigue inviolada, no mancillada
eternamente por algún mal auténtico.
Y así los perpetradores bipartidarios de enormes males –asesinatos masivos,
guerras agresivas, tortura, brutalidad, ruina, atrocidad e injusticia en una
escala inmensa– no sólo no son responsabilizados jamás, sino que son celebrados,
honorados, y recompensados con gran riqueza y privilegio. Y no es sorprendente
que reine la insatisfacción en el cuerpo político. La gente siente que algo va
muy mal; pero nadie en el sistema les dice que lo que está mal es el sistema en
sí. En su lugar, nos ofrecen esos circos y ficciones, esas diversiones y engaños
que pasan por ser campañas electorales, vomitando una tormenta de problemas
falsos y de posturas partidarias, ruido y furia que no significan nada… luego,
cuando todo ha pasado, se vuelve a los negocios como si tal cosa de nuestros
cortesanos bipartidarios, que se dan un festín con la bazofia sangrienta del
imperio.
Y a pesar de todo, la molestosa chispa del descontento puede ser a menudo el
comienzo de la sabiduría, que termina por obligarnos a mirar más allá de
nuestros límites, revestimientos cognitivos y entendimientos incontrovertidos.
El carrusel de vuelcos fraccionarios, una elección tras la otra, muestra que
este fértil elemento de insatisfacción es rampante y crónico en el pueblo de
EE.UU. Todavía no ha aceptado, no completamente, el sistema del imperio rapaz y
de la dominación de la elite como el orden natural, el status quo establecido.
Quiere que algo cambie, quiere que las cosas sean diferentes de alguna manera –
pero, como la gente por doquier, no quieren mirarse ellos mismos en el espejo y
ver la realidad del sistema nocivo que perpetúan con su va y viene entre dos
facciones terriblemente corruptas y depravadas de codiciosos y hambrientos de
poder.
Pero mientras siga existiendo la insatisfacción, seguirá existiendo alguna
esperanza de que impulse a más y más gente a ver más allá de la nube del mito, a
oír verdades fuera de la cámara de eco, y a comenzar el largo, arduo,
posiblemente imposible pero moralmente imperativo, trabajo de romper el collar
de fuerza de esos mentecatos asesinos y forjar una alternativa genuina al
sistema.
……..
Chris Floyd es colaborador frecuente de CounterPunch. Su blog, Empire
Burlesque, se encuentra en www.chris-floyd.com.
Fuente: http://www.counterpunch.org/floyd11032010.html
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