Quema del Corán: Error, crimen, y
metáfora
Richard Falk Al-Jazeera 11 de marzo de 2012
Traducido del inglés para Rebelión
por Germán Leyens
El 20 de febrero de 2012, varios soldados estadounidenses –cinco de los
cuales han sido identificados hasta ahora– llevaron algunos escritos islámicos,
incluidas varias copias del Corán, a un vertedero en la Base Aérea Bagram en
Afganistán donde fueron quemados.
En cuanto trabajadores afganos en el lugar se dieron cuenta de que estaban
quemando copias del Corán, lo consideraron un acto de sacrilegio, e iniciaron
inmediatamente una protesta. La protesta se extendió rápidamente a todo el país,
y se volvió violenta, llevando a la muerte de por lo menos 30 afganos, cinco
soldados estadounidenses, y numerosas víctimas no letales. El incidente es
investigado formalmente por tres distintos organismos: una investigación militar
con autoridad para recomendar acción disciplinaria contra los soldados; un
organismo conjunto estadounidense/afgano; y una investigación afgana que debe
llevar a recomendaciones de un consejo de personalidades religiosas.
La reacción del gobierno de EE.UU. ha sido de tono apologético, pero débil.
El presidente Obama envió una disculpa formal al presidente afgano, Hamid
Karzai, expresando pesar y explicando que el incidente ocurrió por descuido en
lugar de ser una expresión deliberada de islamofobia.
En cambio, un contragolpe reaccionario en EE.UU. se quejó de que el que
debiera pedir disculpas es el gobierno afgano, en vista de la pérdida de vidas
estadounidense y un estallido de violencia que fue muy exagerado en vista de la
naturaleza accidental de la provocación. El candidato presidencial reaccionario,
republicano, Rick Santorum, expresó su punto de vista usando el siguiente
lenguaje recriminatorio: “Pienso que el señor Karzai y el pueblo afgano deben
pedir disculpas por su reacción ante este error accidental, por atacar a
nuestros hombres y mujeres en uniforme”. Agregó: “Ese es el verdadero crimen, no
lo que hicieron nuestros soldados”.
‘Ninguna disculpa’
Obama –como es usual en situaciones semejantes– pareció paralizado, y
justificó públicamente la disculpa por ser necesaria “para salvar vidas… y para
asegurar que nuestros soldados que se encuentran allí ahora mismo no sean
expuestos a aún más peligro”. Una justificación semejante lleva a una pregunta
irónica: ¿cuándo una “disculpa” no es una “disculpa?” La respuesta parece ser:
cuando Obama quiere apaciguar la cólera en el exterior y al mismo tiempo no
quiere parecer como si debilitara sus credenciales patrióticas. Desde mi punto
de vista pierde en ambos casos. Tal vez Hillary Clinton tuvo razón durante la
campaña de 2008 por la candidatura presidencial cuando se mofó de Obama
diciendo: “Si no resiste el calor, que se vaya de la cocina”.
Lo que es desconcertante es la evidente incapacidad de aprender. Hubo
anteriores profanaciones del Corán, bien publicitadas, que mostraron lo intensa
que puede ser la reacción ante una conducta semejante. Una protesta clamorosa
tuvo lugar después que se reveló que un Corán fue lanzado a un inodoro en
Guantánamo hace algunos años. Un poco después, se descubrió que un soldado
estadounidense en Irak utilizó un Corán para práctica de tiro, lo que provocó
una tormenta de airadas denuncias contra la presencia de EE.UU. en el país.
Y luego vino el espantoso espectáculo del reverendo Terry Jones del Dove
World Outreach Center en Gainesville, Florida, quien anunció en 2010 a su ínfima
congregación que quemaría 200 Coranes en el aniversario del 11-S, una afrenta a
pesar de su carácter no gubernamental. La quema fue exitosamente desalentada,
por lo menos por el momento. Pero el 20 de marzo de 2011, el determinado
reverendo Jones realizó un “juicio del Corán”, lo halló culpable de crímenes
contra la humanidad, y quemó un Corán en el santuario de la iglesia.
El resultado fue un ataque en la ciudad afgana de Mazar-i-Sharif contra la
Misión de Ayuda de la ONU, en el que murieron por lo menos 30 personas,
incluidos siete colaboradores de la ONU, y 150 fueron heridas. Nuestro hombre en
Kabul, Hamid Karzai, pidió el arresto de Jones, pero su solicitud fue ignorada,
porque una expresión de la libertad de religión en EE.UU. no refleja el punto de
vista oficial.
Se podría haber supuesto que un imperialismo vigilante hubiese comprendido
que toda falta de respeto hacia el Corán, sea pública o privada, representa un
severo golpe contra la misión de EE.UU. en Afganistán. Por lo menos respecto a
los soldados estadounidenses, una experiencia semejante debiera haber conducido
a la introducción de los medios más rigurosos para entrenar y disciplinar
correspondientemente las fuerzas de ocupación. No es una exageración decir que
semejantes demostraciones de falta de respeto hacia el Corán son reveses más
serios que dramáticas derrotas en el campo de batalla. ¿Por qué? Porque
desacredita de un modo tan evidente la afirmación de EE.UU. de que es un
benefactor humanitario por su presencia en Afganistán.
Símbolo de unidad
Hay algo profundamente inquietante en esa incapacidad compulsiva de mostrar
respeto para los objetos más sagrados de una civilización extranjera. El Corán
es la más sagrada escritura en Afganistán – no solo porque el Islam es la
religión dominante del país, sino también porque es el fundamento de la unidad
encarnada en una identidad cultural más amplia del pueblo afgano. Es un símbolo
más potente de la unidad afgana que la bandera o la constitución nacional en ese
país que de otra manera es el más fragmentado de todos.
Los estadounidenses reaccionarían con furia, y probablemente con violencia,
si la Biblia fuera quemada por personal militar extranjero presente por algún
motivo en el territorio nacional, pero la verdad es que el modo de pensar
imperial es del todo incapaz de comprender la lógica de la reciprocidad. La
lógica contradictoria del imperio tiene una ética diferente: los males que
infligimos a otros los excusamos ocasionalmente como accidentales, mientras
somos incapaces de llegar a imaginar que otros se puedan atrever a infligirlos a
nosotros – y si fueran suficientemente estúpidos para hacerlo, se desencadenaría
una furia justiciera.
Tom Friedman, cuya arrogancia es tan ilimitada como la globalización que
celebra insípidamente, dice a sus lectores que los dirigentes políticos y
religiosos afganos tienen primordialmente la culpa por no haber protestado
enérgicamente por “la matanza de estadounidenses inocentes” especialmente en
vista de la naturaleza accidental de la profanación del Corán y la disculpa de
Obama. La interpretación ‘liberal’ del incidente es solo más suave en su tono
que la diatriba reaccionaria de Santorum.
En un sentido importante, esos soldados, incluidos los que participaron en
este deplorable incidente, fueron verdaderamente “inocentes”. Ellos mismos son
participantes y víctimas de una ocupación de un país extranjero que nunca
debiera haber sido intentada, y que resulta ser tan fútil como los numerosos
intentos occidentales de domesticar Afganistán bien descritos en el esclarecedor
libro de Deepak Tripathi Breeding Ground: Afghanistan and the Origins of
Islamist Terrorism.
Los más responsables, a mi juicio, son los que otorgaron mandato para una
guerra semejante, y eso incluye al presidente y a los que favorecieron las
políticas bélicas que han llevado a una errónea presencia militar decenal en
Afganistán con pocos resultados fuera del aumento de un vitriólico sentimiento
anti-estadounidense en un país desgarrado. Lo mejor que puede esperar EE.UU.
después de infligir un sufrimiento semejante es algún acuerdo negociado con los
talibanes, el enemigo mortal original, que incluya un futuro político para
Afganistán que no será en nada del gusto de Washington (como tampoco es
consoladora para la mayoría de los afganos la perspectiva de talibanes
empoderados). Después de todos esos miles de millones de dólares malgastados;
vidas perdidas, sacrificadas y desfiguradas; y la devastación causada, no queda
otra cosa que la ligera esperanza de que se aprenda a posteriori de la derrota.
Mientras resuenan los tambores de la guerra para Irán, parece una fantasía
inútil que la elite política de EE.UU. busque la intensiva rehabilitación que
necesita para tener alguna probabilidad de recuperarse de su adicción al
militarismo.
Tocando nervios
Por cierto, el que se desencadene la violencia como reacción a la profanación
es un espectáculo lamentable, y da una mala impresión de la calidad de la
dirigencia religiosa en Afganistán. Al mismo tiempo, el llamado de la dirigencia
clerical afgana a un fin de las incursiones nocturnas contra hogares afganos y
su insistencia en que los militares de EE.UU. transfieran la administración de
prisiones al gobierno afgano parecen ser demandas razonables. Meten el dedo en
la llaga de la ocupación estadounidense, y por ese motivo no se les dará cabida.
Esas actividades dirigidas por EE.UU. han sido permanentemente percibidas por el
pueblo afgano como fuentes principales del “terror de la ocupación”.
La respuesta de funcionarios estadounidenses a esas demandas suena como si
hubiera sido tomada de un manual colonial: que incursiones en medio de la noche
son operaciones efectivas, y que el sistema judicial afgano no es capaz de
manejar los problemas legales asociados con detenidos afganos peligrosos. Una
respuesta semejante plantea sin querer una pregunta delicada: ¿Quién gobierna
Afganistán actualmente? Hace tiempo que los límites del mandato de Karzai no son
fijados en Kabul, sino por distantes funcionarios del Pentágono y de la Casa
Blanca – una realidad que convierte en una burla las afirmaciones
estadounidenses de respeto a los derechos afganos de autodeterminación.
Lo que está en juego toca la esencia de la intervención militar y de la
ocupación extranjera, mucho más que la pregunta secundaria de si la quema del
Corán es un error o un crimen. Es, por cierto, desde diferentes perspectivas
tanto un error como un crimen, pero aparte de esto, la quema del Corán es una
metáfora significativa para todos los numerosos ejemplos de defectuosa
diplomacia occidental, compuesta de intervención militar y ocupación
extranjera.
Tipos semejantes de diplomacia no tienen en cuenta el colapso del
colonialismo y el ascenso de la religión y la cultura no occidental, y producen
un costoso fracaso geopolítico tras el otro. Quemar la más sagrada escritura de
una cultura, sea por inadvertencia o cálculo, es el reconocimiento más
deslegitimador que se pueda imaginar de malos motivos e intenciones.
Al respecto, la quema del Corán es un ataque tan provocador contra la cultura
política afgana como lo fue la autoinmolación de Mohamed Bouazizi, con respecto
a la crueldad autoritaria en Túnez bajo Ben Ali, quien fue expulsado del poder
como resultado directo. Que el gobierno de EE.UU. todavía no logre apreciar la
seriedad de lo que ha ocurrido, a pesar de varias advertencias anteriores del
gran significado popular de cualquier señal de falta de respecto al Islam en
todo el mundo musulmán, desacredita monumentalmente sus afirmaciones de
benevolencia – y debilita su objetivo de aplastar la amenaza global del
terrorismo anti-occidental.
* Richard Falk es Profesor Emérito de Derecho Internacional en la Universidad
de Princeton y Distinguido Profesor Visitante de Estudios Globales e
Internacionales en la Universidad de California, Santa Bárbara. Es autor y
editor de numerosas publicaciones a lo largo de cinco décadas, y recientemente
editor de “El Derecho Internacional y el Tercer Mundo: reformulando la Justicia”
(Routledge, 2008). Aunque desde 2009 es Relator Especial de Naciones Unidas para
los Derechos Humanos en Palestina, el gobierno de Israel no le ha permitido
entrar a los Territorios Palestinos Ocupados.
Está en Twitter: @rfalk13
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/03/20123785644715832.html
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