Viaje a la muerte republicana
14 de agosto de 2009 Paul Krugman The New York Times
"Estoy en esta disputa porque no quiero que la nación pase el próximo año
luchando en Washington las mismas batallas de la década del 90. No quiero una
disputa entre la América Azul y la América Roja. Quiero gobernar los Estados
Unidos". Fue eso lo que dijo Obama en noviembre de 2007, convenciendo a los
demócratas a nombrarlo, en detrimento de sus rivales, porque sólo él podría
libertar a la nación del separatismo amargo del pasado.
Algunos de nosotros vieron esa declaración con escepticismo. Algunos meses
después del discurso de Obama observé que su visión de "un tipo diferente de
política" era una esperanza vana, que cualquier demócrata que llegase a la Casa
Blanca enfrentaría "una sucesión de acusaciones jocosas y escándalos fabricados,
viabilizados por los principales medios de comunicación que no tienen coraje de
hacer directamente tantas acusaciones falsas".
¿Y ahora?
El presidente Obama seguramente enfrenta el mismo tipo de oposición que el
presidente Bill Clinton enfrentó en el pasado: una derecha colérica que no
acepta la legitimidad de su presidente y que difunde en altos gritos los rumores
forjados por los medios de comunicación de derecha.
Es imposible calmar esa oposición. Algunos formadores de opinión dicen que
Obama polarizó el país siguiendo pautas exageradamente liberales, pero la verdad
es que los ataques al presidente no tienen relación alguna con sus hechos y
propuestas.
En este momento, el asunto que más deflagra acusaciones es la reforma de la
salud, que, según Sarah Palin, generará "el cuadro de muerte", anticipando la
muerte de ancianos y otros ciudadanos. Eso es una farsa, claro. El proyecto que
exigía que Medicare pagara el apoyo psicológico a los ancianos fue presentado
por el senador Johnny Isakson, republicano -sí, leyó bien, republicano- de
Georgia, que dice que es una "locura" siquiera pensar en la eutanasia.
Y hace muy poco tiempo, algunos de los más tórridos entusiastas de la
[calumnia de] eutanasia, incluyendo a Newt Gingrich, ex vocero de la Casa
Blanca, además de la propia Palin, apoyaban las llamadas "directivas avanzadas"
de los profesionales de salud en el caso de que el paciente estuviera
incapacitado o en coma. Era exactamente eso que se proponía, y que ahora,
después de toda la histeria, fue retirado del proyecto de ley.
Asimismo, la mancha sigue difundiéndose. Como muestra el ejemplo de Gingrich,
ese no es un fenómeno aislado: antiguos personajes republicanos, incluso los
supuestos moderados, endosaron la mentira.
El senador Chuck Grassley, de Iowa, es uno de esos supuestos moderados. No sé
decir de dónde viene esa reputación centrista, al final de cuentas, fue él que
comparó los críticos de Bush a Hitler, de todas formas, su papel en el debate
del cambio en el sistema de salud es absolutamente despreciable.
La semana pasada, Grassley alegó que el tumor en el cerebro de su compañero
Ted Kennedy no sería tratado de forma adecuada en otros países, porque ellos
prefieren "gastar dinero con personas que pueden contribuir más con la
economía".
Le dijo, la semana pasada, a una platea "ustedes tienen todo el derecho de
temer", y nosotros "no podemos tener un plan de salud administrado por el
gobierno que nos diga cuándo apagar los aparatos de nuestras abuelas".
Recordando, esas son las palabras de un supuesto republicano centrista,
miembro del Bando de los Seis, y parece que, intentando formular un plan de
salud de dos partidos.
Y se va el sueño de Obama de sobrepasar las fronteras políticas.
La verdad es que los factores que influyeron más negativamente en la política
de la era Clinton -la paranoia que tomó cuenta de una vasta mayoría de
americanos, alimentada por republicanos gobernantes- siguen más vivos que nunca.
En realidad, la situación tiende, incluso, a empeorar, porque el colapso de la
administración Bush dejó a los republicanos sin líderes, a no ser Rush
Limbaugh.
La pregunta ahora es: ¿cómo tratará Obama la muerte de su sueño de política
extra partidaria?
Hasta ahora, por lo menos, la reacción de la administración Obama ante el
odio de la derecha radical es absolutamente impasible. Es como si los oficiales
del gobierno estuvieran paralizados de sorpresa al reconocer que ese tipo de
reacción sucede con otros políticos además de los Clinton, como si sólo
estuvieran esperando que pase la discusión.
¿Y qué debe hacer Obama? Sería bueno, en primer lugar, que diera
explicaciones más claras y concisas sobre su plan de salud. Incluso, mejoró
mucho ese aspecto en las últimas semanas.
Lo que falta todavía es un sentido de pasión y urgencia, pasión por el
objetivo de garantizarles salud a todos los americanos y urgencia para acabar
con las mentiras y el fomento del miedo que se está usando para destruir ese
objetivo.
¿Logrará Obama, tan elocuente en los mensajes de apoyo a su pueblo, deshacer
los nudos dados por la oposición furiosa e irracional? Sólo el tiempo lo
dirá.
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