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El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



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En casa, en la Bahía

  • Oybek Jamoldinivich Jabbarov |
  • 2009-05-04
  • | La Opinión

BAHÍA DE GUANTÁNAMO. – Escribo esto desde el Centro de Detención de los Estados Unidos en Bahía Guantánamo, donde he permanecido detenido sin acusación formal por casi siete años.

Mi detención aquí se debe a que estuve en el lugar erróneo en el momento equivocado. Hace más de dos años me notificaron que sería liberado. La noticia me habría resultado positiva, si no fuera porque provengo de Uzbekistán, uno de los países con peor historial de violaciones a los derechos humanos en el mundo. No es seguro para mí regresar a casa.

Mi viaje a Guantánamo comenzó en diciembre de 1998, tras haber terminado mi servicio obligatorio en el ejército uzbeko. Uzbekistán, una ex república soviética, es un país pobre sin demasiadas oportunidades de trabajo. Tras varios meses de buscar empleo, me uní a mi hermano en una empresa comercial para comprar y vender manzanas, miel y otros bienes en la vecina Tayikistán. Vivía en una comunidad de uzbecos, y allí conocí a mi esposa, Fátima, otra uzbeca. Tuvimos un hijo, y mi madre vino desde Uzbekistán a vivir con nosotros.

Lamentablemente a algunos en Tayikistán no les agradaba que hubiese un puñado de uzbecos viviendo en su país. Así, un día de noviembre de 1999 las autoridades tayicas detuvieron a entre 200 y 300 uzbecos y dijeron que nos regresarían a Uzbekistán. En lugar de eso, nos dejaron en Afganistán. Allí conocí a un grupo de uzbecos afganos que nos ayudaron a establecernos en Mazar-i-Sharif. Comencé a trabajar como vendedor viajero de leche de cabra, gallinas, gallos y ovejas.

En el otoño de 2001, cuando comenzaron las luchas entre los talibanes y la Alianza del Norte, ya no pude viajar más y quedé atrapado en una posada a la vera del camino durante varias semanas. Un día llegaron a ese lugar soldados de la Alianza del Norte y me ofrecieron llevarme a Mazar-i-Sharif. En lugar de hacerlo, me llevaron a la base aérea Bagram y me entregaron a los estadounidenses desplegados allí. Más tarde supe que los estadounidenses habían ofrecido recompensas de varios miles de dólares por la entrega de talibanes y "combatientes extranjeros".

Al principio, estaba contento de estar en manos estadounidenses. Tenía una buena opinión de EEUU y pensé que se darían cuenta que era inocente y me dejaran ir. No lo hicieron. Me mantuvieron detenido en Bagram, luego en Kandahar y finalmente en la Bahía de Guantánamo.

Ahora los estadounidenses han caído en cuenta de que acabé acá por error y quieren liberarme. Pero, ¿a dónde puedo ir? Miembros de los servicios secretos uzbecos me visitaron acá en Guantánamo y me acusaron de pertenecer al Movimiento Islámico de Uzbekistán. Cuando les contesté que no sabía nada sobre este grupo, me advirtieron que me harían cooperar si quedaba bajo su custodia.

No es difícil imaginar cuáles serían sus métodos. Son comunes la tortura, las golpizas y otros maltratos a detenidos uzbecos. En algunos casos, no se ha vuelto a saber de personas que han sido puesta bajo su custodia.

No soy el único. Soy uno de varias decenas de detenidos de no pueden regresar a sus países nativos porque probablemente sean torturados y maltratados. Nuestra única esperanza de salir de esta prisión es que otro país decida dar refugio a hombres como nosotros, que no hicimos nada malo y nunca deberíamos haber estado detenidos aquí.

Oybek Jamoldinivich Jabbaro, de 31 años, está detenido en el centro de detención de la Bahía de Guantánamo.

© Project Syndicate, 2009.


 

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