Guantánamo sigue siendo una tortura
Rosa Miriam Elizalde
La Jornada
6 de julio de 2023
Por primera vez, en 22 años, un relator independiente de Naciones Unidas tuvo permiso
de las autoridades para visitar la cárcel que Estados Unidos mantiene en la
Base Naval de Guantánamo, Cuba. La funcionaria de la ONU, Fionnuala Ní Aoláin,
profesora de derecho irlandesa, llegó a la misma conclusión que prisioneros y
abogados que han logrado ofrecer su testimonio desde dentro: El
sufrimiento de los detenidos es profundo y continuo, anotó la relatora en su
informe publicado la semana pasada.
De los 780 que han pasado por Guantánamo desde la guerra global contra el
terrorismo emprendida por George W. Bush, quedan 30 prisioneros de
distintas nacionalidades, sobrevivientes de torturas, incluidas el submarino, la privación del sueño, el
acoso sexual, la alimentación forzada de huelguistas de hambre y un largo
prontuario de abusos físicos. Algunos también fueron torturados en
los sitios negros de la CIA antes de que aterrizaran en este limbo
diseñado para eludir el sistema de justicia y delineado para una crueldad y
salvajismo sólo comparables con los que llevaron a cabo los nazis en los campos
de concentración.
Los prisioneros llegaron con uniformes de color naranja y encapuchados e ingresaron en un campo
de detención formado por jaulas al aire libre, que luego serían sustituidas por
celdas rodeadas de alambradas electrificadas de tres metros. Con el eufemismo de
que los detenidos son combatientes enemigos ilegales en lugar
de prisioneros de guerra, Estados Unidos inventó este sitio en la Tierra
donde los sospechosos no están protegidos por el habeas corpus y el control judicial
del sistema constitucional, ni tampoco por las convenciones de Ginebra para los
prisioneros de guerra que rigen en todos los países civilizados. Una guerra,
por cierto, que hace rato terminó.
La base militar, enclave ocupado ilegalmente por Estados Unidos en Cuba desde 1904, es
una aberración que ha conducido al infierno a ancianos con demencia senil,
adolescentes, enfermos siquiátricos graves y maestros de escuela o campesinos
sin ningún vínculo con los terroristas que atacaron las Torres Gemelas de Nueva
York, el 11 de septiembre de 2001. Según los informes secretos filtrados
por Wikileaks hace años y que hasta hoy no han sido desmentidos, el principal propósito de la
prisión nunca fue escarmentar a los terroristas, sino explotar la
delación de los reclusos y funcionar como una inmensa comisaría de policía sin
límite de estancia.
El trato cruel, inhumano y degradante, según el derecho internacional, es constante, asegura la
relatora de la ONU que convivió durante cuatro días con algunos presos, cuya
manutención cuesta al contribuyente de Estados Unidos 13 millones de dólares al
año, por prisionero. La mayoría nunca han sido acusados de ningún delito. Ní
Aoláin también descubrió que los detenidos que habían sido torturados sufrían
traumas físicos y sicológicos extremos que no estaban siendo tratados o
atendidos adecuadamente en Guantánamo.
Seis administraciones han mantenido este horror, incumpliendo en algunos casos la
promesa electoral de cerrar la cárcel. “Guantánamo –dijo el candidato Barack
Obama en 2008– es la más seria amenaza a la credibilidad de EU como una
democracia defensora de los derechos humanos”. Biden era entonces un jovial
aspirante a vicepresidente de Estados Unidos y asentía con entusiasmo,
acomodándose sus gafas de sol. Apenas traspasaron ambos el umbral de la Casa
Blanca, echaron marcha atrás después de encontrar oposición de los
republicanos y de algunos legisladores demócratas, escribió el New York Times. ¡Y eso, en teoría, fueron
los buenos tiempos!
La monstruosidad que es la cárcel de Guantánamo, mantenida por tanto tiempo y
hasta ahora sin supervisión de la ONU, muestra que no se trata de unas cuantas
manzanas podridas, ni del delirio paranoico de Bush. Es el sistema que fomenta
los vicios para luego pretender castigarlos. Es la joya de la corona y el
Triángulo de las Bermudas del sistema offshore de
injusticia del gobierno estadounidense, incrustado en este mundo con tanta
firmeza como el Departamento de Seguridad Interior que patea a los inmigrantes,
la Agencia de Seguridad Nacional que vigila a miles de millones de ciudadanos y
la guerra global contra el terror (llámese ahora como se quiera).
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