worldcantwait.org
ESPAÑOL

Español
English-LA
National World Can't Wait

Pancartas, volantes

Temas

Se alzan las voces

Noticias e infamias

De los organizadores

Sobre nosotros

Declaración
de
misión

21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


Invitación a traducir al español
(Nuevo)
03-15-11

"¿Por qué hacer una donación a El Mundo No Puede Esperar?"

"Lo que la gente esta diciendo sobre El Mundo No Puede Esperar


Gira:
¡NO SOMOS TUS SOLDADOS!


Leer más....


El Torquemada estadounidense

El brutal e ineficaz programa de interrogatorios del Ejército estadounidense empezó en Guantánamo y luego se extendió a Abu Ghraib. Un hombre que intentó detenerlo —y fracasó— teme ahora que Estados Unidos pueda volver a usar la tortura.


Naranja mecánica: detenidos en el Campamento X—Ray de Guantánamo. FOTO: PETTY OFFICER 1ST CLASS SHANE T. MCCOY/U.S. NAVY/GETTY

Mark Fallon
Newsweek en español
10 Nov. 2017

“¿QUÉ DIABLOS? ¿Quiénes son estos tipos?”.

Era febrero de 2002 y llevaba a Bob McFadden en un recorrido del Campamento X—Ray, un burdo centro de detención en un rincón apartado de la prisión estadounidense de Bahía de Guantánamo, Cuba. Como subcomandante de la Fuerza Conjunta de Investigación Criminal del Departamento de Defensa en Guantánamo, yo supervisaba la investigación y el interrogatorio de los presuntos militantes. El objetivo: explorar sus redes y llevarlos a juicio. Como expliqué a McFadden, un excolega del Servicio de Investigación Criminal Naval, el trabajo era, digamos, complicado.

Casi todos los detenidos de Guantánamo habían sido capturados en Afganistán, y los teníamos albergados en jaulas exteriores de malla metálica, hechas con el material del cercado. Cada jaula contaba con dos baldes, uno para agua potable y otro para desechos humanos. Era una especie de zoológico de alta seguridad y bajo costo.

En la época de la visita de McFadden, el campamento empezaba a sobresaturarse. Habíamos pedido mejores instalaciones, pero nos dijeron que “aguantáramos” porque Guantánamo era, meramente, un sitio de detención temporal. Entre tanto, mostré el lugar a mi viejo amigo, advirtiéndole sobre los personajes más excéntricos del campamento. Un tipo, a quien apodábamos Wild Bill, te arrojaba su excremento si te acercabas demasiado. Y otro, Waffle Butt, presionaba el trasero desnudo contra la malla cada vez que alguien se acercaba a él.

Nada de eso perturbó a McFadden, quien había estado en muchísimos lugares desagradables. Sin embargo, tan pronto como los detenidos se dieron cuenta de que hablaba árabe, comenzaron a gritarle: “¡Por favor, por favor, señor, señor!”. ¡Hubo un error! Hubo una confusión”. McFadden habló con algunos de ellos, y pude ver que su expresión se volvía cada vez más perturbada. Por último, tomó una lista de detenidos, revisó los nombres, rápidamente, miró a la multitud de prisioneros que tenía enfrente y gritó: “¡Ninguno es árabe!”. La lista de detenidos estaba repleta de apellidos afganos y paquistaníes como Iqbal y Khan. Quienesquiera que fueran, no formaban parte de la red central de Al Qaeda: los egipcios, sauditas y demás árabes a quienes la inteligencia de Estados Unidos ha estado rastreando desde hace años.

En el otoño de 2001, la justificación principal para invadir Afganistán fue capturar a Osama bin Laden y su círculo de allegados. Eso no ocurrió, pero nuestro Ejército no renunció a la persecución, y los helicópteros siguieron soltando volantes que ofrecían 5,000 dólares de recompensa por miembros del Talibán o Al Qaeda. La mayor parte de los grupos afganos y paquistaníes que cazaban militantes solo lo hacían por la recompensa; nunca les importó si capturaban a un hombre inocente.

Igual de disfuncional era el proceso de vetado para determinar quién podría ser un militante. Algunos militantes utilizaban un modelo de reloj digital Casio muy popular como temporizador para sus bombas, de modo que usar uno terminó por resultar sospechoso; y, de hecho, algunos detenidos acabaron encerrados en Guantánamo porque usaban un reloj Casio.

Cuando estaba formando la fuerza de trabajo, me dijeron que tendría que lidiar con “lo peor de lo peor” de los militantes de Al Qaeda. Pero muy pronto resultó evidente que McFadden tenía razón: no los teníamos allí. Aquel no era el trabajo para el que fui destinado. Y, en breve, me vería obligado a hacer cosas contra mis valores personales y contra los valores estadounidenses.


RUMSFELD, el secretario de Defensa. El Ejército de Estados Unidos creó un laboratorio de batalla en Guantánamo para probar medidas de interrogatorio brutales que luego empleó en prisiones iraquíes, como Abu Ghraib. FOTO: KAREN BLEIER/AFP/GETTY

“YO RESUCITARÍA EL SUBMARINO”

Transcurrida más de una década del recorrido de McFadden por Guantánamo, observé horrorizado el debate de los candidatos presidenciales republicanos en Manchester, Nueva Hampshire. Fue el 6 de febrero de 2016 y estaban hablando del "submarino", un procedimiento prohibido que simula el ahogamiento. Jeb Bush se oponía, y Ted Cruz evitaba el tema. Pero Donald Trump adoptó una postura firme. Vestido con un holgado traje azul y un broche de la bandera estadounidense en la solapa, Trump celebró las técnicas de interrogatorio extremas. “Hay gente cortando las cabezas de los cristianos en Oriente Medio”, declaró. “Yo resucitaría el 'submarino', y resucitaría cosas muchísimo peores”. Algunos asistentes al debate aplaudieron.

Claro está, Trump terminó ganando las elecciones y mudándose a la Casa Blanca. Y a pesar de las objeciones de senadores como John McCain —una víctima de la tortura y prisionero de guerra—, ha seguido ensalzando al 'submarino' como una herramienta de interrogatorio eficaz y necesaria. También habló de reabrir las prisiones secretas de la CIA y de ampliar Guantánamo, donde los detenidos permanecen como prisioneros eternos de una guerra interminable.

No sé si Trump llegará a hacer esas cosas, pero si lo hace, responderá directamente a la estrategia de Al Qaeda. El 11 de septiembre de 2001, cuando Bin Laden y sus seguidores yihadistas atacaron el Centro Mundial de Comercio y el Pentágono, su intención era aterrorizar a los estadounidenses, y orillarlos a abandonar sus ideales de democracia, igualdad y estado de derecho. Y al enfrentar a un enemigo siniestro en un nuevo tipo de guerra —una guerra que ocupa no solo un terreno físico, sino también psicológico—, eso fue justo lo que hicimos. Permitimos que el enemigo cambiara quienes éramos.

Es un cambio que conozco personalmente. Durante mi servicio en Guantánamo, observé que los arquitectos aficionados del programa de tortura estadounidense desarrollaban técnicas de tortura falsas y brutales, las cuales tomaron prestadas de los chinos comunistas. Y no solo fracasaron en su misión de hacer hablar a los detenidos; también los trataron como infrahumanos. Todo, bajo la mirada vigilante de Washington, con su aprobación tácita y, a veces, explícita.

La mayoría de los estadounidenses sabe del programa de interrogatorio mejorado de la CIA: que la agencia aplica el "submarino" a los sospechosos y los somete a otras técnicas de interrogatorio brutales e ineficaces, desde golpes con la mano abierta hasta privación del sueño. De lo que pocos están enterados es de que el Ejército de Estados Unidos hizo mucho de lo mismo, creando un laboratorio de batalla en Guantánamo para probar estas medidas extremas y, luego, las empleó en Irak, en prisiones como Abu Ghraib.

Traté de detener estos abusos. Otros también lo intentaron. Por desgracia, fracasamos. Y temo que ese fracaso se repetirá algún día.


FUEGO Y HUMO: Fallon afirma que, tras el ataque de Osama bin Laden, el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos violó muchos de sus principios más preciados sobre democracia, igualdad y estado de derecho. Un buen ejemplo: Guantánamo. FOTOS: THE DARKROOM PHOTOGRAPHY; ROBERT GIROUX/GETTY

EL VIGÉSIMO PIRATA AÉREO

Durante mis primeros meses en el Campamento X—Ray, sobornamos al equipo de construcción de la Armada con dos cajas de cerveza para convencerlos de construirnos salones de interrogatorio. En esencia, eran cajones de contrachapado con cuatro paredes, puertas y unas cuantas sillas en el interior. No había privacidad, de suerte que el campamento era un lugar terrible para los interrogatorios.

Algunos detenidos no hablaban; los llamábamos “cuelgacabezas”. Si bien sabíamos que no iban a decir una palabra, no podíamos permitir que se supiera que cualquiera podía evitar el interrogatorio si no hablaba. De modo que nos sentábamos en el cuarto con los cuelgacabezas durante tres horas, haciéndoles una pregunta cada 30 minutos, más o menos.

Los sauditas eran los cuelgacabezas más obstinados; pero, a mediados de febrero, llegó uno muy distinto. El saudí Mohammed al Qahtani afirmaba ser un entusiasta de la cetrería quien, por casualidad, se encontraba en Afganistán cuando empezó la guerra. Lo más probable es que fuera una coartada, así que lo dejamos hablar y hablar hasta que tuvimos suficientes fragmentos de información para construir un mosaico. Conforme nuestra fuerza de trabajo y el FBI lo estudiaban con más detenimiento, y utilizando esas pistas minúsculas, nos dimos cuenta de que era uno de nuestros detenidos más valiosos.

Sabíamos que 19 hombres llevaron a cabo los ataques del 11/9, pero un creciente cuerpo de evidencias sugería que debieron ser 20. En tres de los cuatro vuelos secuestrados, cuatro “hombres fuertes” [que] controlaron a la tripulación y [a] un piloto. Pero en el cuarto avión solo hubo tres de esos hombres fuertes. Los pasajeros de ese vuelo se defendieron y el avión se estrelló en Shanksville, Pensilvania. Con base en los datos del vuelo y otras fuentes del Servicio de Inmigración y Naturalización, concluimos que Al Qahtani debía ser el vigésimo pirata aéreo.

En aquellos días, había mucha presión para producir inteligencia. Todos querían saber en dónde se ocultaba Bin Laden y cómo prevenir más ataques. Comprendimos que Al Qahtani podría tener información valiosa. Por desgracia —para él, y para nosotros—, el saudita llamó la atención del general de división Michael Dunlavey.

En febrero, no mucho después de la llegada de McFadden, el Ejército creó una nueva fuerza de trabajo conjunta para hacerse cargo de la recolección de inteligencia. A mi entender, mi equipo seguiría haciendo investigaciones criminales y los ayudaríamos. Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, eligió a Dunlavey para dirigir el nuevo equipo de inteligencia de Guantánamo (ninguno había respondido peticiones de comentarios al momento de esta publicación). La decisión fue muy peculiar, pues Dunlavey era un reservista entrenado en señales de inteligencia en la Agencia Nacional de Seguridad, lo que significaba que su capacitación tenía muy poca relación con la recolección de inteligencia humana que hacíamos en Guantánamo.

Los primeros indicios de problemas aparecieron apenas a la semana de que Dunlavey llegara a la base. El general se presentó con uno de mis colegas señalando las dos estrellas en el cuello de su chaqueta, como diciendo: “¡Ya llegué y estoy a cargo!”. Más tarde, mientras tomaba unos tragos con mis colegas en el bar tiki de Guantánamo, disfrutando de la vista impresionante de la bahía, Dunlavey estacionó su auto con las ventanas abiertas, y reproduciendo a todo volumen “I’m So Excited”, de las Pointer Sisters.

Las acciones de Dunlavey tal vez habrían parecido ridículas, pero era el comandante general de una instalación militar durante una guerra global imprevisible. Cuando la gente de la base comenzó a llamarloCocoa Puffs —evocando el eslogan del cereal: “I’m cuckoo for Cocoa Puffs” (“Me chiflan los Cocoa Puffs”)—, me di cuenta de que existía el riesgo de que la disciplina se rompiera.

Con todo, mi mayor preocupación con Dunlavey era cómo lidiaba con los interrogatorios. Mi equipo estaba repleto de expertos que se habían ganado la vida haciendo interrogatorios. Todos estábamos de acuerdo en que la mejor manera de llevar a cabo un interrogatorio consistía en sorprender al detenido con amabilidad, ganar su confianza (rapport) o convencer al prisionero de que sabes más sobre su vida de lo que conoces en realidad. Pese a lo que puedas ver en televisión o en las películas, la tortura suele hacer que los detenidos confiesen información poco confiable. Dirán cualquier cosa para acabar con el dolor y la incomodidad.

En contraste, el equipo de Dunlavey se componía de personal muy novato, casi todos reservistas veinteañeros, y ninguno había sido capacitado adecuadamente. La mayoría jamás había visto una sala de interrogatorio con un tipo malo dentro. Y los reservistas habían sido entrenados en las técnicas descritas en el Manual de Campo del Ejército, un programa que no estaba fundamentado en principios científicos y que era, eminentemente, ineficaz. Peor aún, las técnicas no fueron ideadas para tratar con un individuo de una cultura no occidental. Mientras que los miembros de mi equipo se sentaban en el suelo, bebían té y hablaban de futbol para ganarse la confianza de los detenidos, los interrogadores de Dunlavey entraban en una habitación con una lista de requisitos de inteligencia. Y algunos lo hacían con una actitud de confianza en sí mismos casi hilarante. Un tipo hasta usó un traje de vaquero en una sesión, incluidos chaleco y chaparreras.

Los miembros del equipo de Dunlavey eran arrogantes, sin duda, pero fracasaban miserablemente cuando trataban de impresionar a un detenido. Se limitaban a leer preguntas genéricas de su lista, y los interrogatorios no conducían a nada. A la larga, el detenido agachaba la cabeza y dejaba de hablar.

E, infortunadamente, Dunlavey tenía una excusa muy útil para los fracasos de su grupo. En el año 2000, las autoridades británicas habían hallado un archivo de computadora cuando allanaron la casa de un presunto militante en Mánchester, Inglaterra. El archivo contenía un manual —después conocido como el Documento Mánchester— que detallaba la estrategia bélica de los militantes de Al Qaeda. Entre las tácticas descritas, había pormenores sobre el tratamiento que debían esperar en caso de captura, y consejos para resistir y mentir a los captores. Así pues, cuando los detenidos de Guantánamo se negaban a cooperar, los interrogadores de Dunlavey de inmediato atribuían el problema a “¡las clásicas tácticas de resistencia Mánchester!”

No teníamos pruebas de que los detenidos realmente estuvieran entrenados en dichas técnicas. Sin embargo, esas presuntas tácticas inspiraron a James Mitchell y Bruce Jessen, ambos psicólogos y contratistas de la CIA, quienes fueron consultores de la agencia para desarrollar las “técnicas de interrogatorio mejoradas” (Jessen no respondió a una petición de comentarios; Mitchell dice que las técnicas de la CIA fueron eficaces, pero estoy totalmente en desacuerdo).

En Guantánamo, el equipo de Dunlavey sacaba conclusiones parecidas a los contratistas de CIA: que Estados Unidos necesitaba volverse más duro.


BALADA DE BRUTALIDAD: Dunlavey implementó crueles técnicas de interrogatorio con los detenidos de Guantánamo. Entre otras: música estruendosa para mantenerlos despiertos y utilizar perros para aterrorizarlos, según explica Fallon.  FOTOS: TIMES PUBLISHING COMPANY, ERIE, PA. COPYRIGHT 2017; JOE RAEDLE/GETTY

SOLDADOS DOBLEGADOS Y CONFESIONES FALSAS

Mientras seguíamos interrogando a Al Qahtani, Dunlavey notó que nuestra fuerza de trabajo contaba con psicólogos propios que observaban los interrogatorios y nos asesoraban sobre la manera como podíamos mejorar las sesiones. Entonces, decidió que su grupo necesitaba el mismo tipo de expertos.

Pero, en vez de pedirnos ayuda, a principios de junio de 2002, pidió apoyo a psicólogos sin experiencia alguna en interrogatorios del mundo real. No obstante, igual que Mitchell y Jessen, tenían experiencia en un programa militar estadounidense llamado SERE (Supervivencia, Evasión, Rescate y Escape). El objetivo del programa era enseñar a los militares activos a sobrellevar la tortura, y estaba basado en la manera como China comunista interrogó a soldados estadounidenses durante la Guerra de Corea (muchos hicieron confesiones falsas).

El equipo del general pretendía interrogar a Al Qahtani recurriendo a técnicas sospechosamente parecidas a las de Mitchell y Jessen. Así que me di prisa para impedirlo.

Ya que mi equipo había identificado a Al Qahtani como un objetivo de alto valor potencial —un “peor de lo peor”, de verdad—, logré convencer al Pentágono de crear un orden jerárquico para interrogar sospechosos. Situamos al FBI en el nivel más alto; conocía a [xxxx]* de una investigación anterior y me pareció que era el mejor candidato posible para hacerse cargo del vigésimo pirata aéreo. [xxxx] tenía una habilidad asombrosa para ganarse la confianza de los sospechosos. Se sentaba con ellos en el suelo y hablaba de política o religión en perfecto árabe. En 2002, [xxxx] utilizó sus técnicas basadas en el rapport mientras interrogaba a un detenido de alto perfil [xxxx] llamado Abu Zubaydah, quien reveló varios fragmentos de inteligencia importantes, incluidos nombrar a Khalid Sheikh Mohammed como la mente maestra del 11/9 y proporcionar información sobre el fabricante de bombas sucias, José Padilla.

En julio de 2002, [xxxx] y otros agentes del FBI llegaron a Guantánamo, confiados en repetir sus logros [xxxx]. Al principio, obtuvieron resultados moderados con Al Qahtani, recogiendo algo de inteligencia, así como algunas evidencias. No obstante, a la larga, Al Qahtani dejó de hablar.

El general pensó que una mayor dureza era la mejor manera de obtener inteligencia sobre Al Qaeda, prevenir ataques y salvar vidas. Y, aunque no lo sabía en aquel momento, Estados Unidos estaba dispuesto a cambiar la manera como interrogábamos a los sospechosos, así como las leyes que regían las sesiones. El 1 de agosto de 2002, Alberto Gonzales, asesor de la Casa Blanca del presidente George W. Bush, recibió un memorando de 50 páginas de John Yoo, el procurador general adjunto. Aquel documento habría de definir lo que constituye tortura. El memorando declaraba que los actos dirigidos a “infligir dolor o sufrimiento graves” eran ilegales, mas debían ser de una “naturaleza extrema” para calificar como tortura. El escrito añadía que, si bien “ciertos actos pueden ser crueles, inhumanos o degradantes”, no se consideran tortura.

Entonces, ¿qué es tortura? El memorando fijaba un límite absurdamente elevado. Incluía el caso de un hombre que era subyugado a golpes con una pistola, forzado a jugar ruleta rusa, abandonado en una celda infestada de escorpiones, golpeado de manera aleatoria y sometido a un procedimiento quirúrgico sin explicación. Otros casos considerados como tortura contemplaban a una monja con los ojos vendados, quemada con cigarrillos y violada, así como a un hombre bañado con gasolina y quemado hasta perder la vida.

Los principales abogados de la CIA y el Pentágono recibieron el memorando eventualmente. Sin embargo, como yo no estaba enterado de su existencia, pensé que mis adversarios simplemente estaban mal informados, y no entendían que esas técnicas coercitivas eran ineficaces.

Lo que no sabía era que estaba luchando contra la Casa Blanca.


CADENA DE COMANDO: Después de que Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de George W. Bush, autorizara las técnicas extremas, envió a Miller a Irak para “mejorar” las prácticas de interrogatorio en aquel país. El resultado: Fallon dice que aumentó la brutalidad, lo que fomentó la ira ante la ocupación estadounidense. FOTOS: CHARLES OMMANNEY/GETTY; REUTERS/POOL/DAVID HUME KENNERLY

EL LABORATORIO DE BATALLA DE ESTADOS UNIDOS

En agosto de 2002, con apoyo de la presidencia de Bush, Dunlavey se salió con la suya. Tomó el control de toda la operación de Guantánamo y, muy pronto, la vida se volvió mucho más difícil para los detenidos. Aquella prisión nunca fue un campamento de verano, pero los internos tenían acceso a libros, incluido el Corán, y había alimentos adecuados para los musulmanes religiosos. No obstante, una vez que Dunlavey se hizo cargo, todo eso terminó.

El general quería convertir Guantánamo en lo que, más tarde, sería llamado el “Laboratorio de Batalla de Estados Unidos”. En breve, los psicólogos y los psiquiatras del equipo de Dunlavey empezarían a utilizar diversas técnicas brutales, y nunca probadas, con los detenidos. Y Al Qahtani sería el primer conejillo de Indias del grupo.

Me sentía más frustrado que nunca. Era muy probable que Al Qahtani fuera el vigésimo pirata aéreo. No me simpatizaba, pero quería interrogarlo cuanto antes, de una manera eficaz y humanitaria. Hice mi mejor esfuerzo para detener a Dunlavey. Hablé con mis superiores y con asesores legales del Departamento de Defensa y de la Armada. Todos estuvieron de acuerdo conmigo, pero los niveles superiores del Pentágono los estaban obstaculizando o ignorando.

El equipo de Dunlavey y los interrogadores de la Agencia de Inteligencia de la Defensa sacaron a Al Qahtani de su celda y lo encerraron en una nueva. Lo dejaron allí durante varios días, cegándolo con luces brillantes y reproduciendo música estruendosa durante varias horas al día. Una de las canciones que repetían para mantenerlo despierto era “Dirrty”, de Christina Aguilera. Y de manera periódica, azuzaban grandes perros para atemorizarlo.

Sus técnicas no resultaron. Aunque Al Qahtani se había mostrado comunicativo, comenzó a cerrarse hacia el final de la investigación del FBI. Pero una vez que iniciaron las técnicas mejoradas, se cerró por completo.

El equipo de Dunlavey no renunció a sus intentos de hacerlo hablar. El 11 de octubre de 2002 pidieron autorización al Departamento de Defensa para aplicar técnicas de interrogatorio aún más severas, incluidos el submarino y la privación del sueño. Sin embargo, cuando la petición de Dunlavey fue enviada al Estado Mayor Conjunto, el presidente del grupo, el general Richard Myers, la rechazó. El borrador del memorando del Estado Mayor Conjunto declaraba: “No creemos que el proyecto propuesto sea legalmente suficiente”.

Dunlavey perdió, mas los simpatizantes de los interrogatorios brutales no estaban derrotados.

DESNUDADO Y RASURADO POR LA FUERZA

Poco después de que rechazaran su petición, el Departamento de Defensa sustituyó a Dunlavey por el general Geoffrey Miller, oficial de artillería sin experiencia en inteligencia.

Las primeras impresiones no siempre tienen importancia, pero, desde el principio, fue evidente que Miller era un tipo duro. Su postura era en extremo rígida y solía terminar sus oraciones con la exclamación “hoo—ah”. Cuanto más lo escuchaba, más me preocupaba que fuera igualito a Dunlavey; aunque más competente (antes de cerrar esta edición,Newsweek no pudo contactar a Miller para obtener sus comentarios).

Tuve razón. De inmediato, Miller trató de autorizar una lista de nuevas técnicas de interrogatorio extremas. Y era frecuente oírlo decir: “Debemos demostrar [a los detenidos] que tenemos más dientes para morderles el trasero, ¡hoo—ah!”.

No mucho después de la llegada de Miller, comprendí que había gente poderosa detrás del impulso para abusar de los detenidos. Así que empecé a enviar documentos clave a mis amigos de confianza, pidiéndoles que guardaran los correos electrónicos, pues sabía que, si las cosas salían mal, podrían relevarme de mi comando y negarme acceso a mi oficina y mis expedientes. Necesitaba ocultar en lugares seguros la evidencia documental de todo lo que ocurría en Guantánamo. Además, alerté a nuestro asesor legal, a fin de que tomara notas y documentara cada encuentro que tuviera con la Oficina del Asesor General del Departamento de Defensa.

Más tarde, ese mismo mes, el destino de Al Qahtani quedó sellado. Rumsfeld firmó la petición que iniciara Dunlavey, autorizando la mayor parte de la nueva lista de técnicas (por ejemplo, no aprobó el submarino).

Mi equipo quedó fuera de cualquier proceso de toma de decisiones, pero aún teníamos acceso a una bitácora electrónica de interrogatorio que registraba el tratamiento de Al Qahtani. En las primeras sesiones, [xxxx] [xxxx]. Así que hice que nuestro analista me enviara, todos los días, las entradas del libro de bitácora. El equipo de Miller no imaginaba que teníamos acceso a ellas.

Los interrogadores de Al Qahtani sabían que tendría una respuesta así de extrema. Muchos de los detenidos crecieron en una cultura donde las mujeres vestían de manera muy modesta. Y, en algunos casos, crecieron viendo a las mujeres con todo el cuerpo cubierto en público, de manera que la sexualidad abierta o la desnudez eran tabúes escandalosos. Para los varones estadounidenses y europeos, la naturaleza de este tabú solo sería imaginable si pusieran a sus hermanas o primas en el papel de interrogadoras, y las imaginaran desnudándose y frotándose contra ellos.

Los profesionales médicos eran partícipes directos de este tratamiento. A veces, de mala gana, habían ayudado a desarrollar, recomendar e implementar prácticas crueles, inhumanas y denigrantes. Estuvieron presentes cuando los interrogadores desnudaron a Al Qahtani, lo rasuraron por la fuerza y lo hicieron usar una correa o actuar como un perro.

No obstante, día tras día, se hizo evidente que esas técnicas no funcionaban. Al Qahtani ya no proporcionaba inteligencia útil. En vez de convertirlo en una cotorra parlanchina que divulgaba secretos de Al Qaeda, el cruel tratamiento solo sirvió para endurecer su resistencia.

Entre tanto, las técnicas brutales que utilizaba el equipo de Miller habían comenzado a diseminarse. En octubre, el personal militar de las Unidades de Misiones Especiales de Afganistán visitó Guantánamo, y se enteró de lo que estaba ocurriendo en el laboratorio de batalla. De modo que decidió adoptar algunas de las técnicas, desde los denigrantes registros de prisioneros desnudos hasta aterrorizar a los detenidos con perros.

Los defensores de esas técnicas argumentaron que las tácticas ofrecían pocos riesgos; sin embargo, algunos detenidos murieron en Afganistán a resultas de las severas medidas de interrogatorio. A fines de noviembre de 2002, un afgano llamado Gul Rahman murió por exposición mientras se encontraba bajo custodia de la CIA, luego de dejarlo encadenado a una pared durante toda la noche, en temperaturas casi de congelación. Unas semanas más tarde, un taxista de 22 años, conocido solo por el nombre de Dilawar, y el hermano de un líder talibán, Mullah Habibullah, fueron asesinados bajo custodia de sus captores militares. Ambos presentaban graves lesiones por traumatismo contundente en la parte posterior de las piernas, producto de los continuos golpes que recibieron de los soldados estadounidenses durante su detención.

El interrogatorio extremo y el abuso empezaban a institucionalizarse. Y muy pronto, se extenderían a otro país: Irak.

EL CLUB CAMPESTRE

A fines de la primavera de 2003, los funcionarios de Washington estaban preocupados. La Casa Blanca había declarado la guerra por el temor de que el iraquí Saddam Hussein tuviera armas de destrucción masiva. Pero, ahora, Estados Unidos no podía encontrarlas. Era el momento idóneo para aplicar técnicas de interrogatorio extremas. El argumento era que, si nos poníamos más duros, podríamos encontrar esas armas. Y algunos militares estadounidenses estaban haciendo justo eso, pues habían aprendido las técnicas en la base militar de Bagram, Afganistán, o en Guantánamo.

Con todo, la brutalidad aumentó después de que Miller visitara Irak en agosto de 2003, durante una misión para “mejorar” las prácticas de interrogatorio. Según cuentan, dijo que los hombres y las mujeres que interrogaban a los detenidos “operaban un club campestre”, ya que trataban a sus prisioneros con excesiva indulgencia. Miller consideraba que Estados Unidos tenía que emplear medidas más drásticas —como grilletes y privación del sueño— para doblegar a los iraquíes y hacerlos hablar.

Durante esa visita, el general rápidamente comenzó a pugnar por la adopción de medidas más duras. Una de sus primeras escalas fue la prisión de Abu Ghraib. Alguna vez, Saddam la usó para encerrar —y torturar— a muchos de sus enemigos políticos. Y ahora, Estados Unidos estaba a punto de llevar a cabo interrogatorios brutales y denigrantes en la misma instalación. “Eres demasiado amable”, dijo Miller, presuntamente, a la general de brigada del Ejército, Janis Karpinski, oficial de la policía militar que supervisaba las operaciones de detención en la prisión. “Tienes que tratarlos como perros” (Miller ha negado el relato de Karpinski sobre esta conversación).

Después de su visita, Miller envió a seis miembros del personal de Guantánamo a Abu Ghraib, para que ayudaran a implementar las nuevas técnicas de interrogatorio. El 14 de septiembre de 2003, apenas una semana después de que Miller regresara de Irak, el teniente general Ricardo Sánchez emitió una nueva política para esa prisión, y en todas partes. Dicha política se basaba en lo que Rumsfeld había autorizado para Guantánamo. Para el 25 de octubre, el Departamento de Defensa había ampliado las opciones de interrogatorio para incluir, entre otras cosas, el uso de miedo controlado, la manipulación ambiental y el aislamiento.

Cuando nos enteramos de la visita de Miller, mi equipo de Guantánamo y yo no podíamos creerlo. Ninguna de esas técnicas había funcionado, y ahora Rumsfeld estaba enviando a Miller al frente. Alertamos a la Oficina del Asesor General del Departamento de Defensa de que ese viaje sería un desastre. Pero nos dijeron que el propio Rumsfeld había seleccionado a Miller. No podíamos hacer nada.

Meses más tarde, Rumsfeld puso a Miller a cargo de todas las operaciones de detención de Irak. El país quedó, oficialmente, "guantanamizado".

“NO SABÍAN LO QUE HACÍAN”

Para Miller y el Departamento de Defensa, había una diferencia crucial entre Guantánamo y Abu Ghraib. En Guantánamo, era fácil evitar que se diseminara la información: la prisión se encuentra en una sección pequeña de una isla del Caribe. Abu Ghraib yace en las afueras de una ciudad enorme en el centro de una zona de guerra, de suerte que civiles y prensa tienen un acceso enorme al área.

Los informes terribles comenzaron a fines de 2003 y principios de 2004. Las fuerzas especiales británicas empezaron a relatar a la prensa que contratistas privados estadounidenses estaban utilizando técnicas de interrogatorio brutales en Abu Ghraib. Y estadounidenses en servicio activo dijeron lo mismo. Grupos de derechos humanos recibieron cientos de alegatos de tratamiento cruel, denigrante e inhumano en la prisión. Cuando Miller tomó el control de Abu Ghraib, lo que fuera un goteo de informes se había convertido en un raudal muy difícil de contener. Y los relatos de los detenidos empezaban a nutrir una insurgencia iraquí naciente.

Pese a ello, Miller no tuvo empacho en ignorar los informes. Pocos días después de tomar el mando,The Guardian reveló que los detenidos eran sometidos a “vejaciones sexuales y degradación, así como a desnudez”. Con patente confianza, Miller “confirmó que una batería de unas 50 ‘técnicas coercitivas’ especiales pueden usarse contra detenidos enemigos”, afirmó el diario. Aunque los abogados y psicólogos del Departamento de Defensa arguyeron que dichas tácticas de interrogatorio eran técnicamente legales, no dejaban de ser horripilantes.

Y el mundo muy pronto sabría de qué se trataban.

“MIS MÁS SINCERAS DISCULPAS”

El 7 de mayo de 2004, el escrutinio mediático sobre el abuso de detenidos en Abu Ghraib hizo que el Comité de Servicios Armados del Senado citara a Rumsfeld para dar testimonio al respecto. “Me siento terrible con lo ocurrido a estos detenidos iraquíes”, dijo. “Son seres humanos. Estaban bajo la custodia de Estados Unidos. Nuestro país tenía la obligación de tratarlos bien. No lo hicimos y eso estuvo mal. Por ello, a esos iraquíes que fueron maltratados por miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos, ofrezco mis más sinceras disculpas”. Más tarde, Rumsfeld añadió: “Quisiera haberme enterado antes y haber podido informarles antes, pero no lo hicimos”. Fue una actuación audaz para quien, entre otras cosas, eligió a Dunlavey y a Miller para dirigir el laboratorio de batalla de Guantánamo, y envió a Miller a Abu Ghraib.

A pesar de los informes mediáticos que describieron el abuso ocurrido bajo las órdenes de Miller, Estados Unidos adoptó sus recomendaciones y sus políticas de interrogatorio como prácticas estándar en Irak y otros lugares. El 28 de mayo de 2004, decidí dejar mi cargo en la fuerza de trabajo de Guantánamo para el Departamento de Defensa. Mis colegas y yo habíamos fracasado en el esfuerzo de llevar a los militantes de Al Qaeda ante la justicia, o de tratarlos de manera humanitaria. En vez de ello, los enemigos yihadistas de Estados Unidos habían arrastrado a nuestro país a su nivel: su brutalidad también nos había vuelto brutales.

---

*Esto es un extracto de Unjustifiable Means: The Inside Story of How the CIA, Pentagon, and U.S. Government Conspired to Torture, publicado el 24 de octubre por Regan Arts. El Departamento de Defensa ha editado ciertas partes del manuscrito, argumentado que contiene información protegida que no ha sido aprobada para divulgación pública.


 

¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.

 

¡El mundo no puede esperar!

E-mail: espagnol@worldcantwait.net