10-03-2009
Caras afganas, Predators, Reapers, Estrellas terroristas,
conquistadores romanos, cementerios imperiales y otras rarezas del siglo
estadounidense truncado
El inconsciente imperial
Tom Engelhardt Tomdispatch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
A veces lo que importa son las cosas de todos los días, las que pasan
desapercibidas.
Lo que sigue, según Bloomberg News, forma parte del reciente testimonio del
Secretario de Defensa de EE.UU., Robert Gates sobre la Guerra Afgana ante el
Comité de Relaciones Exteriores del Senado.
“Los objetivos de EE.UU. en Afganistán deben ser ‘modestos, realistas,’ y
‘sobre todo, debe haber una cara afgana en esta guerra,’ dijo Gates. ‘El pueblo
afgano debe creer que esta es su guerra y que estamos allí para ayudarle. Si
piensa que estamos allí por nuestro propio interés, nos irá como a todos los
demás ejércitos extranjeros que han estado en Afganistán.’”
Ahora, en nuestro mundo, una declaración semejante parece tan obvia, tan
razonable, como para no requerir comentario alguno. Y sin embargo, esperemos un
momento y pensemos sobre esta parte: “debe haber una cara afgana en esta
guerra.” Los funcionarios militares y civiles de EE.UU. utilizaron una frase
equivalente en 2005-2006 cuando las cosas iban realmente, realmente mal en Iraq.
Entonces era un lugar común – y no menos inadvertido entonces – que sugirieran
con urgencia que se pusiera una “cara iraquí” a los eventos en ese país.
La frase es reveladora, evidentemente volvió a estar en moda para una guerra
diferente – y es extrañamente directa. Como en el caso de una imagen, hay
realmente una sola manera de comprenderla (lo que no significa que aquí haya
alguien que lo haga). Después de todo, ¿qué significa “poner una cara” a algo
que supuestamente ya la tiene? En este caso, tiene que significar que se ponga
una cara afgana a lo que sabemos es la “cara” real de la guerra afgana – la
nuestra – una cara extranjera que individuos como Gates reconocen, de modo
bastante correcto, no es la que quisiera ver la mayoría de los afganos. Es poco
sorprendente que el Secretario de Defensa escoja una frase semejante, parte del
arsenal de palabras e imágenes de todos los días de Washington cuando se trata
de geopolítica, poder y guerra.
Y sin embargo, sin duda, es habla del Imperio, al estilo estadounidense. Es
el lenguaje – detrás del cual yace una estructura más profunda de argumento y
pensamiento – que es esencial para la visión de sí mismo de Washington como
Goliat montado sobre el planeta. Hay que pensar en esa “cara/máscara afgana”, de
hecho, como parte de los desechos que borbotean regularmente del inconsciente
imperial estadounidense.
Por cierto, las palabras crean realidad incluso si un lenguaje semejante, en
toda su peculiaridad, pasa esencialmente desapercibido. Sin que sea comentado en
general, ayuda a normalizar las prácticas estadounidenses en el mundo,
protegiéndonos confortablemente de ciertas realidades globales, pero también
tiene el potencial de enceguecernos ante esas realidades que, en tiempos
arriesgados, pueden ser ciertamente peligrosas. Así que consideremos algunas
entradas en lo que podría ser considerado el Diccionario del Habla Imperial de
EE.UU.
Guerra Oculta a Simple Vista: Recientemente se ha informado mucho
sobre la eficacia de la decisión del gobierno de Obama de aumentar la intensidad
de los ataques con misiles de la CIA desde aviones teledirigidos en lo que
Washington, en un neologismo recientemente acuñado que refleja una guerra que se
amplía, ahora llama “Af-Pak” – las guerras tribales fronterizas pastunes de
Afganistán y Pakistán, e incluso ha habido un cierto debate en este sitio al
respecto. Desde agosto de 2008, se han lanzado más de 30 ataques semejantes con
misiles desde el lado paquistaní de la frontera contra presuntos objetivos de
al-Qaeda y de los talibanes. En realidad, el ritmo de los ataques ha aumentado
desde que Barack Obama entró al Despacho Oval, así como la cantidad de víctimas
de los bombardeos con misiles, y la indignación popular en Pakistán.
Gracias a la senadora Diane Feinstein, también sabemos que, a pesar de
fuertes protestas oficiales del gobierno paquistaní, alguien en ese país está
haciendo más que mirar para otro lado mientras ocurren los ataques. Como reveló
recientemente la senadora, por lo menos algunos de los vehículos aéreos sin
tripulación de la CIA (UAV, por sus siglas en inglés) que cruzan los cielos de
Af-Pak están evidentemente estacionados en bases paquistaníes. Recientemente
también se nos dijo que unidades de Operaciones Especiales de EE.UU. ahora
realizan regularmente incursiones dentro de Pakistán “primordialmente para
obtener inteligencia”; que una unidad de 70 consejeros de las Fuerzas Especiales
de EE.UU., “una fuerza de tareas secreta, supervisada por el Comando Central de
EE.UU. y el Comando de Operaciones Especiales,” ayudan y entrena a las fuerzas
militares el ejército paquistaní y del Cuerpo Fronterizo, de nuevo dentro de
Pakistán; y que, a pesar de (o tal vez, en parte debido a) esos esfuerzos
estadounidenses, la influencia de los talibanes se está expandiendo realmente,
incluso mientras Pakistán amenaza con desintegrarse.
De modo bastante desconcertante, sin embargo, todavía se habla de esta parte
paquistaní de la guerra estadounidense en Afganistán en los principales
periódicos de EE.UU., como una “guerra clandestina.” Cuando aparecen las
noticias al respecto, uno de los temas por lo que nadie se preocupa por
preguntar es de quién está siendo ocultada,
El 20 de febrero, Mark Mazzetti y David E. Sanger del New York Times
escribieron de la manera acostumbrada:
“Con dos ataques de misiles durante la semana pasada, el gobierno de Obama ha
expandido la guerra oculta dirigida por la Agencia Central de Inteligencia
dentro de Pakistán, al atacar una red militante que trata de derrocar el
gobierno paquistaní… Bajo la política estándar para operaciones clandestinas,
los ataques de la CIA dentro de Pakistán no han sido públicamente reconocidos
por el gobierno de Obama o el gobierno de Bush.”
El 25 de febrero Mazzetti y Helene Cooper informaron que el nuevo jefe de la
CIA, Leon Panetta, se jactó en esencia ante periodistas de que “la campaña de la
agencia contra militantes en las áreas tribales de Pakistán era ‘el arma más
efectiva’ que tenía el gobierno de Bush para combatir a la máxima dirigencia de
al Qaeda… El señor Panetta no llegó a reconocer directamente los ataques con
misiles, pero dijo que ‘los esfuerzos operativos’ que se concentran en líderes
de Qaeda han sido exitosos.” Siobhan Gorman del Wall Street Journal informó el
día siguiente que Panetta dijo que los ataques son “probablemente el arma más
efectiva que tenemos para tratar de hacer estragos en al Qaeda ahora mismo.”
Agregó que: [Panetta] dijo que: “El señor Obama y el Consejero de Seguridad
Nacional James Jones han apoyado enérgicamente su uso.”
¡Uf!, ¿guerra oculta? Esos “esfuerzos operacionales” “ocultos” han sido
noticias de primera plana en la prensa paquistaní durante meses, formaron parte
de los debates de la campaña presidencial de EE.UU., y ciertamente no pueden
constituir un secreto para los pastunes en esa áreas fronterizas que deben ver
aviones teledirigidos con bastante frecuencia y regularidad, o ver misiles que
caen en sus vecindarios.
En EE.UU., “guerra oculta” ha sido desde hace tiempo un término para guerras
como la Guerra de la Contra respaldada por EE.UU. contra los sandinistas en
Nicaragua, en los años ochenta, que fueron abiertamente discutidas, debatidas, y
a menudo elogiadas en este país. En gran medida, cuando aspectos de esas guerras
han sido realmente “ocultos” – es decir, intencionalmente ocultados a alguien –
ha sido ante el público estadounidense, no de los enemigos contra los que tienen
lugar. Por lo menos, sin embargo, un lenguaje semejante, por trillado que sea,
ofrece a Washington una especie de “negación plausible” cuando se trata de
pensar qué clase de “cara estadounidense” presentamos al mundo.
Prácticas de denominación imperiales: En nuestra prensa, funcionarios
anónimos de EE.UU. ahora apuntan orgullosamente a la creciente “precisión” y
“exactitud” con la que esos ataques con misiles de los aviones teledirigidos
eliminan personalidades talibanes o de al Qaeda sin (supuestamente) eliminar a
los miembros de las tribus que viven en las mismas aldeas o complejos
habitacionales vecinos. Artículos semejantes prestan a nuestra guerra una
calidad casi estéril. Tienden a subrayar los esfuerzos extraordinarios hechos
por los planificadores para evitar “daño colateral.” Para muchos
estadounidenses, debe parecer extraño, incluso irracional, que paquistaníes
perfectamente no-fundamentalistas puedan indignarse tanto por ataques que
apuntan a los peores terroristas del mundo.
Por otra parte, consideremos por un momento los nombres de los aviones
teledirigidos que ahora vuelan regularmente sobre “Pastunistán.” Son
regularmente publicados en nuestra prensa sin comentario alguno. El más básico
de los aviones sin tripulación armados tiene el nombre de Predator, un mote que
perfectamente podría haber llegado directamente de películas de ciencia ficción
de pesadilla sobre un extraterrestre que se alimenta de humanos. Indudablemente,
sin embargo, fue utilizado del modo como lo quería decir el coronel Michael
Steele de la 101 División Aerotransportada cuando exhortó a su brigada
desplegada hacia Iraq (según el nuevo libro “The Gamble de Thomas E. Ricks) a
que recuerde: "Sois el depredador."
El avión radioguiado Predator va armado de “sólo” dos misiles. El más
avanzado, llamado originalmente Predator B, que ahora es desplegado por los
aires sobre Af-Pak, ha sido apodado Reaper (segador) – como en “Grim Reaper”
[Venganza infernal – Reaper = la muerte, la parca. N. del T.]. Ahora bien, hay
una sola cosa que podría estar segando un “avión sin tripulación
cazador-asesino,” y sabéis exactamente qué es: vidas humanas. Puede ir armado
con hasta 14 misiles (o cuatro misiles y dos bombas de 500 libras), lo que
significa que lleva un golpazo mortífero.
Oh, a propósito, esos misiles también tienen nombre. Son misiles Hellfire
[fuego del infierno]. De modo que si queréis considerar la naturaleza de esta
guerra oculta sólo en términos de nombres: Depredadores y Segadores desencadenan
el fuego de algún infierno satánico sobre campesinos, guerrilleros
fundamentalistas, y terroristas de las regiones fronterizas de Af-Pak.
En Washington, la Guerra Af-Pak se discute en el lenguaje incruento,
burocrático, de la “contrainsurgencia global” o “guerra irregular” (IW), de
“poder suave,” “poder duro” y “poder inteligente.” Pero el vuelo sobre los
páramos pastunes es la cara brutal de la depredación y de la muerte, lista a
todo instante para lanzar el fuego del infierno sobre los que están abajo.
Argumentos imperiales: Sigamos un poco más con lo mismo. Enfrentados
al número creciente de víctimas civiles causadas por los ataques aéreos de
EE.UU. y de la OTAN en Afganistán y un público afgano cada vez más indignado,
los funcionarios estadounidenses tienden a culpar directamente a los talibanes
por la mayoría del “daño colateral” desde el aire. Como explicó rotundamente
hace poco el jefe del Estado Mayor Conjunto, Michael Mullen: “El enemigo se
oculta tras civiles.” Por ello, dice el argumento en habla-imperial, los civiles
muertos son en realidad obra de los talibanes.
Portavoces civiles y militares de EE.UU. han culpado desde hace tiempo a los
guerrilleros talibanes de utilizar a civiles como “escudos,” o incluso de atraer
intencionalmente devastadores ataques aéreos contra fiestas de matrimonio
afganas para crear víctimas civiles e inflamar así la sensibilidad del
Afganistán rural. Este vulgar argumento tiene dos características esenciales: la
afirmación de que ellos nos llevan a hacerlo (matar civiles) y la implicación de
que los combatientes talibanes “se ocultan” entre inocentes aldeanos o
participantes en fiestas matrimoniales, que son unos cobardes, que están
dispuestos a poner en peligro a sus compatriotas pastunes en lugar de salir y
batirse como hombres – y, por supuesto, morir en vista del poder de fuego que
enfrentan.
Los medios de EE.UU. registran regularmente este argumento sin reflexionar al
respecto. En este país, de hecho, la maldad de que combatientes “se oculten”
entre civiles parece ser tan evidente, especialmente considerando el mal mayor
de los talibanes y de al-Qaeda, que nadie piensa dos veces sobre el tema.
Y sin embargo, como tanto en el habla del Imperio, en un planeta
unidireccional, este argumento es claramente unidireccional. Lo que es bueno
para el ganso guerrillero, por así decir, es inaplicable a la oca imperial. Como
ilustración, considerad a los “pilotos” estadounidenses que dirigen esos
Predator y Reaper sin tripulación. No sabemos dónde se encuentran todos ellos
(salvo que no están en los aviones radiodirigidos), pero es seguro que algunos
están en la Base Nellis de la Fuerza Aérea en las afueras de Las Vegas.
En otras palabras, si los guerrilleros talibanes abandonaran la protección de
esos civiles y salieran al descubierto, no habría un enemigo que combatir en el
sentido usual, ni siquiera en el sentido depredador. El piloto que dispara ese
misil Hellfire contra alguna aldea o complejo fronterizo paquistaní utiliza,
después de todo, las cámaras del avión radioguiado, y el próximo año será un
nuevo sistema bautizado de modo espeluznante "Gorgon Stare" [Mirada de Gorgona],
para ubicar su objetivo y entonces, a través de la consola, como en un
vídeo-juego de un solo tirador, dispara el misil, posiblemente desde muchos
miles de kilómetros de distancia.
Y, sin embargo, no encontraréis en ninguna parte en nuestro mundo a alguien
que argumente que esos pilotos se “ocultan” como si todos fueran cobardes. Un
pensamiento semejante nos parece absurdo, como lo sería si fuera aplicado a los
pilotos de F-16 que despegan de portaaviones frente a la costa afgana o los
pilotos de B-1 que parten de bases anónimas en Oriente Próximo o de la base en
la isla Diego García en el Océano Índico. Y sin embargo, hagan lo que hagan esos
pilotos en los cielos afganos, a menos que tengan una avería mecánica, no están
en más peligro que si ellos también estuvieran en algún sitio en las afueras de
Las Vegas. En los últimos siete años, unos pocos helicópteros, pero ningún
avión, han sido derribados en Afganistán.
Cuando los muyahidín afganos combatieron a los soviéticos en los años
ochenta, la CIA les suministró misiles Stinger portátiles, el misil tierra-aire
más avanzado del arsenal de EE.UU., y ciertamente comenzaron a derribar
helicópteros y aviones soviéticos (lo que resultó ser el comienzo del fin para
los rusos). Los talibanes afganos o paquistaníes o los terroristas de al Qaeda
no tienen actualmente una capacidad semejante, lo que significa, si se piensa en
el asunto, que lo que aquí imaginamos como una ‘guerra aérea’ no involucra
ninguno de los peligros que asociaríamos normalmente con la guerra. Mirado desde
otro ángulo, esos ataques con misiles y bombardeos son realmente actos
unilaterales de matanza.
Las tácticas de los talibanes son, claro está, la esencia de la guerra de
guerrillas, que siempre involucra una batalla asimétrica contra ejércitos y
armamento más poderosos, y que, si tiene éxito, siempre depende de la capacidad
de la guerrilla de integrarse al entorno, natural y humano, o, como lo dijo
genialmente el líder comunista chino Mao Zedong, “nadar” en el “mar del pueblo.”
Si alguien imagina que sus enemigos simplemente utilizan a los aldeanos como
“escudos” o que se “ocultan” como si fueran cobardes, entre ellos, habla el
lenguaje del poder imperial pero se está cegando (o al público) ante las
verdaderas realidades de la guerra que se está librando.
Chistes imperiales: En octubre de 2008, Rafael Correa, presidente de
Ecuador, se negó a renovar el convenio para el uso de la Base Aérea Manta, una
de por lo menos 761 bases en el extranjero, de macro a micro, que ocupa EE.UU.
en el mundo. Según informaciones, Correa dijo: “Renovaremos la base con una
condición: que nos dejen poner una base en Miami – una base ecuatoriana. Si no
hay ningún problema en tener soldados extranjeros en suelo patrio, seguramente
nos dejarán tener una base ecuatoriana en Estados Unidos.”
Esto satisface las condiciones de un chiste anti-imperial. El presidente
“izquierdista” de Ecuador no hacía otra cosa que pellizcar la nariz de Goliat.
¿Una base ecuatoriana en Miami? Absurdo. Nadie en el planeta tomaría en serio
una sugerencia semejante.
Por otra parte, cuando se trata de que EE.UU. tenga una base importante en
Kirguistán, un país de Asia Central del que ni un solo estadounidense en un
millón ha oído hablar, no es cosa de risa. Después de todo, Washington ha estado
pagando 20 millones de dólares al año en alquiler directo por el uso de la Base
Aérea Manas de ese país (y, como alquiler indirecto, otros 80 millones de
dólares para diversos programas kirguistaníes). Recién en octubre pasado, el
Pentágono planificaba invertir otros 100 millones de dólares en construcción en
Manas “para expandir áreas de aparcamiento de aviones en la base y proveer un
“bloc de carga peligrosa” – un área suficientemente segura para cargar y
descargar carga peligrosa y explosiva – ubicada lejos de instalaciones
habitadas.” Eso, sin embargo, fue cuando las cosas comenzaron a ir mal. Ahora,
el parlamento de Kirguistán ha votado por expulsar a EE.UU. de Manas dentro de
seis meses, un golpe serio a sus esfuerzos de reaprovisionamiento para la Guerra
Afgana. Más ultrajante aún para Washington es que los kirguistaníes parecen
haberlo hecho a pedido del presidente ruso Vladimir Putin, quien tiene el
descaro de querer restablecer una esfera de influencia rusa en lo que solían ser
las tierras fronterizas de la antigua Unión Soviética.
En resumidas cuentas, a pesar de la situación económica en pleno colapso de
EE.UU. y los crecientes costes de la Guerra Afgana, EE.UU. sigue actuando como
si viviera en un planeta unidireccional. ¿Un país pide una base en EE.UU.? Es un
chiste o un insulto, mientras que el que EE.UU. gane o pierda potencialmente una
base casi en cualquier parte del planeta puede ser un insulto, pero nunca es
motivo de risa.
Pensamientos imperiales: Recientemente, para justificar esos ataques
con misiles en Pakistán, funcionarios de EE.UU. han estado filtrando detalles de
los “éxitos” del programa a periodistas. Funcionarios anónimos han brindado “el
cálculo posiblemente optimista” de que la “guerra oculta” de la CIA ha llevado a
las muertes (o captura) de 11 de los 20 máximos comandantes de al Qaeda,
incluido, según un reciente informe del Wall Street Journal "Abu Layth al-Libi,
a quien los funcionarios de EE.UU. describieron como ‘estrella ascendente’ en el
grupo.”
“Estrella ascendente” es una frase tan estadounidense, que combina, como lo
hace, jerarquías del terror con la jerga de los tabloides de celebridades. En
los hechos, un problema del habla imperial, y del pensamiento imperial de modo
más general, es la manera como impide que los funcionarios imperiales imaginen
un mundo que no sea según su propia imagen. De modo que no sorprende que, a
pesar de todos sus esfuerzos, evoquen regularmente a sus enemigos como una
versión distorsionada de ellos mismos – jerárquicos, demasiados dependientes de
líderes, y demasiado pesados en la parte de arriba.
En la era de Vietnam, por ejemplo, los funcionarios estadounidenses
invirtieron un esfuerzo notable en el envío de soldados para buscar, y
bombardear, los refugios fronterizos de Camboya y Laos en una caza estéril de la
COSVN (la así llamada Oficina Central para Vietnam del Sur), supuesto centro
nervioso del enemigo comunista, alias “el Pentágono de bambú.” Por cierto, no
pudo ser encontrado en ninguna parte, fuera de la imaginación imperial de
Washington.
En el “teatro” Af-Pak ", podríamos estar ante un fenómeno similar. Al
programa de aviones radioguiados asesinos de la CIA lo subyace una creencia en
el que la clave para combatir a al Qaeda (y posiblemente a los talibanes) es
destruir a su dirigencia, uno a uno. Como han tratado de explicar importantes
funcionarios paquistaníes, los ataques con misiles, que ciertamente han matado a
algunas personalidades de al Qaeda y del talibán paquistaní (así como a
cualquiera que estuviera cerca), son claramente contraproducentes. Las muertes
de esas personalidades de ninguna manera compensan la indignación, la
desestabilización, la radicalización que los ataques engendran en la región.
Podrían, en los hechos, estar fortaleciendo funcionalmente a cada uno de esos
movimientos.
Lo que le cuesta entender a Washington es lo siguiente: “decapitación,” para
utilizar otro término imperial estadounidense, no es una estrategia
particularmente efectiva con una guerrilla u organización terrorista
descentralizada. La realidad es que un movimiento guerrillero acéfalo no es ni
de cerca tan atontado o impotente cómo sería un Washington acéfalo.
Sólo hace poco, Eric Schmitt y Jane Perlez del New York Times informaron que,
mientras funcionarios de EE.UU. exhibían su optimismo sobre la efectividad de
los ataques con misiles, funcionarios paquistaníes señalaban “signos de mal
agüero de resistencia de al Qaeda” y sugerían “que al Qaeda ha reemplazado a
combatientes y dirigentes de mediano nivel muertos con militantes menos
experimentados pero más duros, quienes son considerados como más peligrosos
porque son menos fieles a tribus locales paquistaníes… La evaluación de los
servicios de inteligencia paquistaníes estableció que al Qaeda se había adaptado
a los golpes a su estructura de comando mediante el cambio ‘a la realización de
operaciones descentralizadas bajo grupos regionales pequeños pero bien
organizados dentro de Pakistán y Afganistán.”
Sueños y pesadillas imperiales: Los estadounidenses han pensado pocas
veces en sí mismos como “imperiales,” así que ¿qué pasa con Roma en estos
últimos años? Primero, los neoconservadores, en el sofoco de la aparente
victoria de 2002-2003 comenzaron a imaginar que EE.UU. era una “nueva Roma” (o
nuevo Imperio Británico), o como escribió Charles Krauthammer ya en febrero de
2001 en la revista Time: “EE.UU. no es un simple ciudadano internacional. Es la
potencia dominante en el mundo, más dominante que ninguna desde Roma.”
Todos los caminos en este planeta, estaban convencidos, conducían
ineluctablemente a Washington. Ahora, por cierto, es obvio que no lo hacen, y el
alardeo imperial de sobrepasar a los imperios romano o británico se ha evaporado
hace tiempo. Cuando se habla de la Guerra Afgana, en los hechos, esos “caminos”
(de reabastecimiento) parecen conducir, de modo bastante embarazoso, a través de
Pakistán, Kirguistán, Uzbekistán, Rusia, e Irán. Pero la comparación con la
conquistadora Roma evidentemente sigue presente en los cerebros.
Cuando, por ejemplo, el jefe del Estado Mayor Conjunto, Mike Mullen, escribió
recientemente una opinión editorial para el Washington Post, promocionando apoyo
para la misión estadounidense en Afganistán, revisada, de la era Obama,
simplemente no pudo dejar de comenzar con un inspirador cuento sobre los romanos
y una pequeña ciudad-Estado italiana, Locri, que conquistaron. Según su relato,
el gobernante que los romanos instalaron en Locri, un tipo rapaz llamado
Pleminio, resultó ser un saqueador y tirano. Y sin embargo, nos asegura Mullen,
los locrianos creían tanto en “la reputación de ecuanimidad y justicia que Roma
había edificado” que enviaron una delegación al Senado en Roma, sabiendo que se
les escucharía, y exigieron restitución; y, por cierto, el tirano fue
removido.
Hay que reconocer que parece ser una analogía traída del pelo con EE.UU. en
Afganistán (y no confundáis ni por un segundo a Pleminio, ese canalla, con el
presidente afgano Hamid Karzai, a pesar de que evidentemente los obamitas creen
ahora que es corrupto y reemplazable). Pero, como lo ve Mullen, el punto es: “No
siempre lo hacemos bien. Pero como los antiguos romanos, terminamos por
esforzamos por hacerlo bien. Nos esforzamos por conquistar confianza. Y eso
marca toda la diferencia.”
Mullen es, parece, el Esopo del Estado Mayor Conjunto y, en su cerebro
ligeramente sobrecalentado, evidentemente seguimos siendo los “antiguos”
romanos, conquistadores (pero apenas) – antes, claro está, de que comenzara la
podredumbre fatal.
Y luego tenemos a Thomas Ricks, del Washington Post, un periodista de primera
quien, en su último libro, da la oportunidad de opinar al Comandante de Centcom,
David Petraeus. Reflexionando sobre Iraq, donde (como el general) cree que
todavía podríamos estar combatiendo en “2015,” Ricks comienza un reciente
artículo en el Post, como sigue:
“En octubre de 2008, cuando estaba terminando mi último libro sobre la guerra
de Iraq, visité el Foro Romano durante una escala en Italia. Me senté en un muro
de roca al lado sur del Monte del Capitolio y estudié los dos arcos triunfales a
los dos lados del Foro, ambos conmemorativos de guerras romanas en Oriente
Próximo… Las estructuras hicieron patente una triste toma de conciencia: Es
simplemente poco realista creer que las fuerzas armadas de EE.UU. podrán irse de
Oriente Próximo… Fue una semana en las que fuerzas de EE.UU. habían se habían
enzarzado en combates en Siria, Iraq, Afganistán y Pakistán – una cadena de
países que va del Mar Mediterráneo al Océano Índico – siguiendo los pasos de
Alejandro Magno, los romanos y los británicos.”
Con la desaparición del poder británico, sigue diciendo Ricks, “ha sido la
hora de EE.UU. de tomar la iniciativa allí.” Y nuestra hora, por casualidad,
todavía no pasa. Evidentemente es, por lo menos, el punto de vista desde nuestra
capital imperial y de nuestros virreyes militares en las periferias.
Francamente, a Freud le hubieran encantado estos tipos. Parecen canalizar el
inconsciente imperial. Tomemos a David Petraeus, por ejemplo. Es obvio que
también en su caso, los deberes y peligros del imperio pesan fuertemente en los
cerebros. Como en el caso de una serie de personajes clave, civiles y militares,
que ha comenzado recientemente a hacer advertencias sobre los peligros de
Afganistán. Como informó el Washington Post: [Petraeus] sugirió que las
probabilidades de éxito son pocas, ya que poderes militares extranjeros han sido
históricamente derrotados en Afganistán. ‘Afganistán ha sido conocido durante
años como cementerio de imperios,’ dijo. ‘No podemos tomar esa historia a la
ligera’”
Evidentemente se preocupa por el aspecto funeral de esto, pero lo que
considero curioso – exactamente porque nadie lo encuentra suficientemente
curioso para comentar – es la admisión funcional en el uso de este viejo adagio
sobre Afganistán de que pertenecemos a la categoría de imperios, estemos o no a
la busca de un cementerio en el cual morir.
Y no está solo al respecto. El Secretario de Defensa Gates describió el
asunto de modo similar recientemente: “Sin el apoyo del pueblo afgano, dijo
Gates, EE.UU. simplemente ‘iría por el camino de todos los demás ejércitos
extranjeros que han estado en Afganistán.”
Ceguera imperial: Hay que pensar en lo anterior como sólo unas pocas
entradas en el Diccionario del Habla Imperial Estadounidense que, claro está,
nunca será compilado. Estamos tan acostumbrados a un lenguaje semejante, tan
fogueados con él y con los motivos de su origen, tan acostumbrados, en los
hechos, a vivir en un planeta unidireccional en el que todos los caminos llevan
a y desde Washington, que no parece para nada un lenguaje. Sólo forma parte del
fundamento no examinado de la vida de todos los días en un país que todavía cree
que sea normal que tenga sus tropas en todo el planeta, que regularmente libre
guerras a mitad de camino hacia el otro lado del globo, a que encuentre triunfo
o tragedia en la obtención o pérdida de una base aérea en un país que pocos
estadounidenses podrían ubicar en un mapa, y que produzca manuales militares
sobre la guerra de contrainsurgencia como si fuera un fabricante de muebles
do-it-yourself que incluye instrucciones para construir un gabinete con una caja
de componentes.
No consideramos extraño que tengamos 16 agencias de inteligencia, algunas
dedicadas a escuchas, y espionaje, en el planeta, o capaz de conducir “guerras
encubiertas” en tierras fronterizas tribales a miles de kilómetros de distancia,
o de hacer volar aviones teledirigidos sobre esas mismas tierras destruyendo a
los que llegan a aparecer en la cámara. Estamos fogueados con lo extraño de todo
esto y del lenguaje (y las pretensiones) que van con ello.
Si el Diccionario de Habla Imperial Estadounidense fuera publicado un día,
¿quién lo compraría en este país? ¿Quién sentiría la necesidad de analizar lo
que parece ser el único lenguaje razonable y claro como el agua para describir
el mundo? ¿De qué otra manera, después de todo, podríamos operar? ¿De qué otra
manera estaría cualquier estadounidense en la posición de parlotear con
autoridad en Washington, o Bagdad, o Islamabad, o Roma?
Así les pareció también indudablemente a los romanos. Y sabemos lo que
sucedió finalmente con su imperio y el lenguaje que lo acompañaba. Un tal
lenguaje juega su papel en la normalización de la dirección de un imperio.
Permite que los funcionarios (y en nuestro caso también los medios) no vean lo
que sería inconveniente para el funcionamiento sin problemas de una empresa tan
enorme. Incrustado en sus palabras y frases está un modo feroz de pensar
(incluso si no lo vemos de esa manera), así como la negación plausible. Y en los
buenos tiempos, sus aplicaciones son obvias.
Por otra parte, cuando las modalidades normales del imperio dejan de
funcionar, el mismo lenguaje puede servir repentinamente para cegar a los
custodios imperiales – lo que, después de todo, es lo que es el “equipo” de
política exterior de la era de Obama – ante realidades necesarias. En un momento
en el que podría ser importante comprender cómo se ve realmente la “cara
estadounidense” en el espejo, no la pueden ver.
Y a veces lo que uno no es capaz de ver, como ahora, lo perjudica.
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Tom Engelhardt dirige Tomdispatch.com del Nation Institute. Es cofundador del
American Empire Project (http://www.americanempireproject.com/). Es autor de “The
End of Victory Culture (University of Massachussetts Press). Editó “The World
According to Tomdispatch: America in the New Age of Empire,” (Verso, 2008) una
colección de algunos de los mejores artículos de su sitio y una historia
alternativa de los demenciales años de Bush.
Copyright 2009 Tom Engelhardt
http://www.tomdispatch.com/post/175040/the_dictionary_of_american_empire_speak
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