El gran mito de la contrainsurgencia
Conn Hallinan Foreign Policy in Focus 3 de agosto de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hay momentos que definen una guerra. Como lo ocurrido el 21 de junio, cuando
el Enviado Especial de EEUU para Afganistán Richard Holbrooke y su Embajador en
ese país, Karl Eikenberry, aterrizaron en Marjah para hacerse una foto con los
lugareños. Iba a ser un acontecimiento tipo broche final, el fruto de una
ofensiva de contrainsurgencia de cuatro meses de duración ejecutada por los
marines, los aliados de la OTAN y el recién acuñado Ejército Nacional Afgano a
fin de liberar la zona de talibanes y alcanzar el buen gobierno.
Cuando el helicóptero giró en redondo para aterrizar, los talibanes abrieron
fuego, los periodistas corrieron a buscar refugio y los marines se activaron
para el combate. Según Matthew Green del Financial
Times: “El chisporroteo de los disparos duró unos veinte minutos,
continuando al fondo mientras un funcionario del Departamento de Estado le hacía
al Sr. Holbrooke una presentación sobre los esfuerzos de EEUU y el Reino Unido
para impulsar el gobierno local y promover la agricultura en la ciudad”.
Después amontonaron a los funcionarios estadounidenses en vehículos blindados
y se les llevó de vuelta al helicóptero. En el momento en que el aparato
despegaba se pudo escuchar la enorme explosión que sacudió el bazar de la
ciudad.
Cuando se lanzó la operación de Marjah el mes de marzo, se la presentó como
un “punto
de inflexión” en la guerra afgana, una prueba de fuego para la doctrina de
la contrainsurgencia o “COIN” (por sus siglas en inglés), una estrategia
cuidadosamente diseñada para arrancarles una zona estratégica a los talibanes y
ganar los “corazones y las mentes” de la gente local. Y aunque en cierta forma
se definió en efecto a Marjah como operación COIN, no han salido precisamente
las cosas como sus defensores esperaban.
La desaparecida piedra angular
En su biblia para la contrainsurgencia, Manual de Campo 3-24, el General
David Petraeus postula: “La piedra angular de cualquier esfuerzo COIN es
establecer una situación de seguridad para la población civil”. Como le dijo
a Green un anciano de la localidad que asistió a la reunión de Holbrooke –de
incógnito, por temor a ser reconocido por los talibanes-: “No hay seguridad
alguna en Marjah”.
Ni tampoco en la mayor parte del resto del país. La última
valoración de EEUU encontró que de 116 áreas, sólo cinco eran “seguras”, y
en 89 de ellas, el gobierno “o no existía, o era disfuncional o no servía para
nada”.
Que la guerra en Afganistán es un fracaso casi no es novedad para la mayoría
de la gente. Nuestros aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte
se preparan para abandonar el barco –holandeses, canadienses y polacos han
anunciado ya que se largan- y los británicos, que tienen el segundo mayor
contingente en Afganistán, claman por conversaciones de paz. La oposición a la
guerra en Gran Bretaña alcanza el 72%.
Pero hay una tendencia a culpar de la creciente debacle a las condiciones
peculiares que se dan en Afganistán. Ciertamente que hay algunos aspectos en ese
país que han frustrado a los invasores extranjeros: No tiene salida al mar, es
un territorio de enormes proporciones y está habitado por gentes que no le
suelen coger mucho cariño a los extraños. Pero sería un grave error atribuir la
actual crisis a la bien ganada reputación de Afganistán como “cementerio de los
imperios”.
Una doctrina fracasada
El problema no es Afganistán, sino todo el concepto de la COIN y el debate
alrededor apenas es académico. La contrainsurgencia se ha apoderado de las
alturas del Pentágono y de los pasillos de Washington, y hay otros lugares en el
mundo donde también se está desplegando, desde las selvas de Colombia a las
áridas tierras que bordean el Sahara. Si a nadie se le ocurre desafiar la
doctrina COIN, los estadounidenses pueden bien encontrarse ellos mismos
debatiendo sus méritos en lugares como Somalia, el Yemen o Mauritania.
“La contrainsurgencia persigue reorganizar una nación y su sociedad a largo
plazo”, dice el historiador
militar Frank Chadwick, haciendo hincapié en “las mejoras de las
infraestructuras, la seguridad a ras del suelo y la construcción de un vínculo
entre la población local y las fuerzas de seguridad”.
En teoría, la COIN suena razonable. En la práctica, casi siempre fracasa. Las
condiciones de los lugares donde triunfó –Filipinas, Malasia, Bolivia, Sri Lanka
y la Guerra Boer- eran muy especiales: naciones insulares aisladas de apoyo
exterior (Filipinas y Sri Lanka), insurgencias que no consiguen seguidores
(Bolivia) o basadas en una comunidad étnica minoritaria (Malasia, la Guerra
Boer).
La COIN se presenta siempre como política neutra, como una serie de tácticas
que persiguen ganar los corazones y las mentes. Pero en realidad, la COIN ha
sido siempre parte de una estrategia de dominación por una nación y/o una clase
socio/económica.
La supuesta amenaza del comunismo y su compañera, la teoría del dominó, envió
a los soldados a multitud de países, desde Granada al Líbano, y convirtió la
guerra civil vietnamita en un campo de batalla de la Guerra Fría. Si no
parábamos a los comunistas en Vietnam, decía el argumento, los Rojos asaltarán
finalmente las playas de San Diego.
Sustituyan comunismo con terrorismo y los razonamientos de hoy sonarán muy
parecidos. El Secretario de Defensa Robert Gates describía a Afganistán como “fuente principal del
terrorismo”. Y cuando al entonces ministro de defensa alemán se le pidió que
explicara por qué Alemania estaba enviando tropas a Afganistán, Peter
Strock argumentó que “era preciso defender la seguridad de Berlín en el
Hindu Kush”. Los Primeros Ministros británicos Tony Blair y Gordon Brown decían
de forma rutinaria que combatir el “terrorismo” en Afganistán nos protegería en
casa.
Pero, como señala el experto en contraterrorismo Richard Barret, los
talibanes afganos no han sido nunca una amenaza para Occidente y la idea de que
combatir a los talibanes reduce la amenaza terrorista es una “completa
basura”. En cualquier caso, los operativos de al-Qaida que llevaron a cabo
el ataque contra el World Trade Center y el Pentágono se entrenaron en Hamburgo
y en el sur de Florida, no en Tora Bora.
Corazones, mentes e intereses estratégicos
EEUU tiene intereses estratégicos en Asia Central y en Oriente Medio, y el
“terrorismo” es una excusa fácil para inocular poder militar en esas dos
regiones del mundo ricas en recursos energéticos. Quien posea los campos
energéticos en las próximas décadas ejercerá una influencia enorme en la
política mundial.
No, ya sé que todo no es petróleo o gas, pero una gran parte sí.
Ganar “los corazones y las mentes” es sólo una táctica que persigue asegurar
nuestros supremos intereses y los de los gobiernos que se nos muestren
“amistosos”, es por eso por lo que luchamos. Sé amable con los locales, a menos
que los locales decidan que no les gustan mucho las ocupaciones a largo plazo,
que no confían en su gobierno y que tienen alguna idea sobre cómo manejar sus
propios asuntos.
Entonces lo de los “corazones y las mentes” se convierte en un fastidio. Las
Fuerzas de las Operaciones Especiales de EEUU llevan a cabo a diario en
Afganistán hasta cinco incursiones para “matar y capturar”, y en los últimos
meses han asesinado
o encarcelado a más de 500 afganos de los que dicen que son supuestamente
insurgentes. Miles de personas más se pudren en las prisiones.
El núcleo de la COIN es la coacción, bien a punta de pistola o con camiones
cargados de dinero. Si la mayoría de un pueblo acepta la coerción –y la COIN
apoya gobiernos que no secuestran los camiones- puede funcionar.
O quizá no. La Universidad de Tufts ha investigado recientemente el impacto
de la ayuda de la COIN y ha encontrados muy pocas pruebas de que esos proyectos
sirvan de algo para los locales. Según el profesor Andrew Wilder, de la Tufts:
“Muchos de los afganos entrevistados para nuestro estudio identificaron a su
corrupto y depredador gobierno como la causa más importante de inseguridad y
tenían la percepción de que los contratos de ayuda y seguridad internacional
sólo servían para enriquecer a una elite de cleptómanos”.
Esto apenas supone sorpresa alguna. La mayoría de los regímenes a los que
EEUU apoya contra los insurgentes se componen de una franja estrecha de elites
que gobiernan mediante el poder militar y el monopolio político. Me viene a la
mente nuestro apoyo a los gobiernos de El Salvador y Guatemala durante la década
de los ochenta del pasado siglo. Ambos eran en esencia escuadrones de la muerte
provistos de himno nacional.
A EEUU le trae sin cuidado que un gobierno sea autoritario o corrupto o
democrático, si le importara, ¿serían países como Egipto y Honduras receptores
de la ayuda estadounidense y estaríamos haciéndonos arrumacos con Arabia Saudí y
Kuwait? Para EEUU lo prioritario es que las elites locales sirvan a los
intereses de Washington facilitándoles bases, recursos o accesos
comerciales.
Afganistán no es diferente. El gobierno de Hamid Karzai es una cleptocracia
con pocos apoyos o presencia fuera de Kabul.
En muchos sentidos, la COIN es la estrategia más destructiva y
autodestructiva que un país puede emplear y su toxicidad es a largo plazo.
Consideren todos los aspectos de los que no se nos informó en el reciente
tiroteo del ex comandante de la Guerra Afgana el General Stanley McChrystal.
La larga historia de la COIN
McChrystal
se curtió en la COIN dirigiendo los escuadrones de la muerte de las
Operaciones Especiales en Iraq, de forma parecida a la Operación Phoenix de la
Guerra de Vietnam, que mató a más de 60.000 cuadros del Viet Cong y condujo
finalmente a la masacre de Mai Lai. El éxito de la Fénix se resume bien en las
fotos de los desesperados soldados sur vietnamitas colgándose de los patines de
los helicópteros estadounidenses mientras los estadounidenses se apresuraban a
largarse antes de que cayera Saigón.
Pero los defensores de la COIN leen la historia de forma selectiva y pronto
se culpó de la pérdida de Vietnam a los periodistas traidores y a los
hippies fumadores de marihuana. Se volvieron a escribir las lecciones, se
borraron los recuerdos y se reinterpretaron los desastres.
Por eso vuelve otra vez la COIN. Y no está funcionando mejor que lo hizo en
la década de los sesenta. Cojan la parte de contraterrorismo de la doctrina.
Durante los últimos años, la CIA ha estado desarrollando una especie de programa Phoenix a larga
distancia utilizando aviones no tripulados para asesinar a los líderes de la
insurgencia en Pakistán. Supuestamente, el programa ha logrado que la palmen
alrededor de unos 150 de esos “líderes”. Pero ha servido para matar
también a más de mil civiles e inflamado la ira no sólo de los familiares de los
asesinados o heridos sino de todos los pakistaníes en general. Según una encuesta
del International Republican Institute, el 80% de los pakistaníes son
ahora antiestadonidenses y los asesinos aviones teledirigidos son un motivo
importante de esos sentimientos.
A los soldados de los “corazones y las mentes”, como Petraeus, no les gustan
mucho los ataques con aviones no tripulados porque les enajenan de Pakistán y
secan las fuentes de inteligencia en ese país.
Pero el programa Phoenix de McChrystal para asesinar “líderes” talibanes en
Afganistán no es mejor. Como señala la escritora y
periodista Anne Jones: “Al asesinar a los dirigentes ideológicos, los auténticos
creyentes y organizadores –esos a los que llamamos los ‘talibanes malos’-, lo
que queda actualmente atrás son bandas armadas de mercenarios sin líder ni
disciplina que están más interesados en vivir de la población a la se supone
nosotros tenemos que proteger que en arrancarles de la abyecta pobreza que asola
el país”.
La tripulación de los “corazones y las mentes” tiene sus propios problemas.
McChrystal y Petraeus llevan tiempo haciendo hincapié en el contraproducente
efecto de utilizar el poder aéreo y la artillería contra los insurgentes porque
provoca, inevitablemente, víctimas civiles. Pero esto significa que la guerra
está ahora en manos de dos grupos de infantería, uno de los cuales conoce el
terreno, habla la lengua local y puede transformarse de combatiente en campesino
en cuestión de minutos.
Como expresaba el reciente
artículo de Rolling Stone, McChrystal no era popular porque sus
tropas sentían que les ponía en peligro. Los combates, que solían acabar
rápidamente cuando se apoyaban en ataques aéreos, se prolongaban ahora durante
horas, y los talibanes están demostrando que, en igualdad de condiciones, son
expertos combatientes.
En su reciente testimonio ante el Congreso, Petraeus
dijo que “iba a echar mano de todos los activos disponibles” para asegurar
la seguridad de las tropas y que “volvería a examinar” su prohibición de
utilizar la fuerza aérea. Pero si así lo hace, las víctimas civiles aumentarán,
la ira local se intensificará y los talibanes reclutarán nuevos efectivos.
La elección
La guerra en Afganistán se emprendió ante todo y en primer lugar por los
intereses estadounidenses en Asia Central. También se trataba de perfilar un
ejército para futuras guerras irregulares y proyectar a la OTAN como alianza
mundial. Una vez que EEUU asumió la fraudulenta elección de Karzai el pasado
año, los afganos supieron que la cosa no iba de democracia.
Uno de los ingredientes principales de la COIN es un ejército local fiable,
pero los soldados estadounidenses no confían ya en el ejército nacional afgano
(ENA) porque sospechan, acertadamente, que es un conducto hacia los talibanes.
“Los soldados estadounidenses en Kandahar informan que, por su propia seguridad,
no hablan con sus colegas del ENA de cuando y dónde van a realizar sus
patrullas”, escribe Jones. Alguien contó a los insurgentes que Holbrooke y
Eikenberry se dirigían a Marjah.
Afganistán está étnicamente dividido, es desesperadamente pobre y está
rematando ya su cuarta década de guerra. La moral entre los soldados
estadounidenses cae en picado. Un oficial de la inteligencia militar de EEUU le
dijo a The
Washington Times: “Somos una fuerza endurecida en la batalla pero ocho
años en Afganistán nos han dejado para el arrastre”. Como le dijo un sargento
mayor a Rolling Stone : “¡Estamos perdiendo esta j… cosa!”
El sargento tiene razón pero los grandes perdedores son los afganos. No
obstante, con todo lo mal que va Afganistán, las cosas pueden ir
considerablemente a peor si EEUU llega a la conclusión de que la culpa del
fracaso la tienen las “especiales circunstancias” en Afganistán y no a la
naturaleza misma de la COIN.
Hubo un tiempo en que las viejas potencias imperiales y los EEUU podían
emprender las guerras sin tener que quemar las cuentas de casa. Eso se acabó ya.
EEUU ha gastado más 300.000 millones de dólares en la guerra afgana, y en la
actualidad está soltando unos 7.000
millones de dólares al mes. Mientras tanto, 31 estados [EEUU] van deslizándose
hacia la insolvencia y quince millones de personas han perdido sus empleos.
Como Nancy Pelosi, la portavoz del Congreso, declaró
al Huffington Post: “Ocurre que no puede ser que tengamos una agenda
interna que es la mitad del tamaño del presupuesto de defensa”.
Los imperios pueden optar por dar un paso atrás con cierta gracia, como
hicieron los holandeses en el Sureste Asiático. O pueden obstinarse en resistir,
tratando de encontrar la fórmula militar adecuada que les mantengan en lo alto.
Esa caída es considerablemente más dura.
La elección depende de nosotros.
Fuente:
http://www.fpif.org/articles/the_great_myth_counterinsurgency
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