El ejército de Estados Unidos contamina más
que 140 países: se impone reducir esta maquinaria de guerra
Benjamin Neimark, Oliver Belcher y Patrick Bigger
The Conversation
8 de julio de 2019
Las fuerzas militares de los Estados Unidos
dejan una huella de carbono inmensa. Al igual que las cadenas de suministro
empresariales, utilizan una amplia red mundial de buques portacontenedores,
camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones de todo lo
necesario, desde bombas hasta ayuda humanitaria e hidrocarburos. Nuestro nuevo estudio calculó la contribución de
esta descomunal infraestructura al cambio climático.
Para contabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero, normalmente
se tiene en cuenta la cantidad de energía y combustible que consume la
población civil. Pero, según han mostrado trabajos recientes, entre ellos el nuestro,
las fuerzas militares de los Estados Unidos son uno de los mayores
contaminantes de la historia, ya que consumen más combustibles líquidos y
emiten más gases de efecto invernadero que la mayoría de los países de tamaño
medio. Si fueran un país, solo su consumo de combustible las situaría en el
puesto 47 de los principales emisores de gases de efecto invernadero del mundo,
entre Perú y Portugal.
En 2017 las fuerzas militares norteamericanas compraron unos 269.230
barriles de petróleo al día y emitieron más de 25.000 kilotoneladas de dióxido
de carbono con la quema de esos combustibles. Las Fuerzas Aéreas de los Estados
Unidos adquirieron combustible por valor de 4.900 millones de dólares, la
Armada, 2.800 millones, seguida por el Ejército, con 947 millones, y los
Marines, con 36 millones.
Buque de guerra perteneciente a la Armada de los Estados
Unidos repostando frente a la costa de California. Jason
Orender/Shutterstock
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No es ninguna casualidad que las emisiones ocasionadas por las fuerzas
militares de los Estados Unidos se suelan pasar por alto en los estudios sobre
el cambio climático. Resulta muy difícil obtener datos coherentes del Pentágono
y los departamentos gubernamentales estadounidenses. De hecho, los Estados
Unidos insistieron en que se los eximiera de notificar las emisiones militares en el Protocolo de Kyoto de 1997.
Ese vacío jurídico se subsanó en el Acuerdo de París, pero con la
administración Trump, tras la retirada del acuerdo en 2020, volverá
a producirse.
Nuestro estudio se basa en datos extraídos de numerosas solicitudes
presentadas, de conformidad con la Ley sobre Libertad de Información, ante el
Organismo de Defensa Logística de los Estados Unidos, el gran organismo
burocrático encargado de gestionar las cadenas de suministro de las fuerzas
militares estadounidenses, incluidas sus adquisiciones y su distribución de
hidrocarburos.
Las fuerzas militares de los Estados Unidos han comprendido hace ya tiempo
que no están a salvo de las posibles consecuencias del cambio climático, y
reconocen que este fenómeno constituye un “multiplicador de amenazas” que puede agravar
otros riesgos. Muchas bases militares, aunque no todas, se han estado
preparando para las consecuencias del cambio climático, como,
por ejemplo, la subida del nivel del mar. Tampoco han ignorado las fuerzas
militares su propia contribución al problema. Como ya hemos mostrado en anteriores ocasiones,
las fuerzas militares han invertido en el desarrollo de fuentes de energía
alternativas como los biocombustibles, pero estos abarcan una parte
insignificante del gasto en combustibles.
La política sobre el clima adoptada por las fuerzas militares
norteamericanas presenta contradicciones. Se han hecho intentos de “ecologizar”
algunos aspectos de sus operaciones, por ejemplo incrementando la generación de electricidad renovable en las bases,
pero las fuerzas militares de los Estados Unidos siguen siendo, por sí solas, el consumidor institucional de
hidrocarburos más grande del mundo. Además, en los próximos años no
tendrán más remedio que utilizar sistemas de armas basadas en hidrocarburos, al
depender de las aeronaves y los buques de guerra existentes para sus
operaciones.
Los defensores del medio ambiente deben luchar para que
se tomen medidas más exigentes que no se limiten a ‘ecologizar’ la
infraestructura militar. EPA/Mohammed
Messara
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No se trata de “ecologizar”, sino de reducir las fuerzas militares
El cambio climático se ha convertido en un tema candente en el período de campaña para
las elecciones presidenciales de 2020. Destacados candidatos demócratas, como
la senadora Elizabeth Warren, y miembros del
Congreso, como Alexandria Ocasio-Cortez, están pidiendo que
se lleven a cabo iniciativas de envergadura en relación con el clima, como
el Nuevo Pacto Verde. Para que cualquiera de esas
medidas resulte eficaz, es preciso que las políticas internas y los tratados
internacionales sobre el clima afronten el problema de la huella de carbono que
dejan las fuerzas militares de los Estados Unidos.
Nuestro estudio muestra que la labor de lucha contra el cambio climático
exige que se abandonen enormes secciones de la maquinaria militar. Hay pocas
actividades en el mundo tan desastrosas desde el punto de vista ambiental como
librar una guerra. Si se recortara de forma significativa el presupuesto del
Pentágono y se redujera su capacidad para librar guerras, disminuiría
enormemente la demanda del mayor consumidor de combustibles líquidos del mundo.
De nada sirve hacer pequeños ajustes en el impacto ambiental de la
maquinaria de guerra. El dinero gastado en adquirir y distribuir combustible a
lo largo y ancho del imperio estadounidense podría invertirse, en cambio, como
dividendo de paz, ayudando a financiar un Nuevo Pacto Verde, sea cual sea la
forma que adopte. No son pocas las prioridades políticas que podrían aprovechar
este empujón financiero. Cualquiera de estas posibilidades sería mejor que
abastecer de combustible a una de las fuerzas militares más grandes de la historia.
This article was originally published in English
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