El Eje de la Tortura
Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos ejecutó a los
criminales de guerra japoneses o los condenó a prisión por torturar a soldados
estadounidenses. No había titubeos acerca de esto — ni dudas morales, ni
preguntas en cuanto a si la eficacia de la tortura japonesa justificara su
uso.
Hoy el país parece haber perdido la brújula moral, y la tortura de los
detenidos por los interrogadores de la CIA —el mismo delito— ni siquiera ha
ameritado una investigación.
Gracias a la documentación oficial y notas publicadas por la Casa Blanca en
respuesta a peticiones de libertad de información, sabemos que la administración
Bush decidió dejar de lado las restricciones anteriores sobre tácticas de
interrogación, y adoptó políticas que están en violación de la Constitución y de
la Convención de Ginebra. Y después comisionó una cobertura jurídica para estas
tácticas.
La sospecha, por no hablar de las pruebas, que funcionarios encargados de
defender la Constitución, habían ordenado la comisión de crímenes de guerra,
debería haber provocado una respuesta automática: una investigación. Pero un eje
de tortura ha emergido para frustrar la justicia: altos funcionarios de la
administración Bush que apoyaron la tortura y se van a salir con la suya, los
conservadores que creen que la rendición de cuentas es el equivalente a la
traición, y un Departamento de Justicia de EE.UU. y un presidente que están
arrastrando sus talones.
Demasiado atroz, también, es la fijación de los medios de comunicación en la
pregunta de si la tortura funciona o no. (Como numerosos expertos han señalado,
no produce información confiable). Este no es el punto. La tortura viola los
valores fundamentales que este país ha defendido.
Y si nuestra nación prosigue por el camino de la impunidad y la negación,
podemos perder algo más que nuestra posición moral en el mundo. Sentamos
precedentes peligrosos.
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