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El daño de la tortura permanece

Matt Apuzzo, Sheri Fink y James Risen
THE NEW YORK TIMES INTERNATIONAL WEEKLY
16 de octubre de 2016

Antes de que Estados Unidos permitiera que sospechosos de terrorismo fueran interrogados en formas espeluznantes, abogados del gobierno y funcionarios de inteligencia se aseguraron a sí mismos que no se presentaría daño psicológico duradero. Quince años después, resulta claro que estaban equivocados.

En Eslovaquia, Hussein al-Marfadi describe dolores de cabeza permanentes y trastornos del sueño, plagados de recuerdos de perros en una cárcel oscurecida. En Kazajistán, Lutfi bin Ali tiene pesadillas en las que se asfixia en el fondo de un pozo. En Libia, la radio de un automóvil que va pasando puede enfurecer a Majid Mokhtar Sasy al-Maghrebi, al recordar la cárcel de la CIA donde la música ensordecedora fue sólo una de las agresiones que sufrió.

Tras soportar maltrato hasta agonizar en prisiones secretas de la CIA en todo el mundo o en el campo de detención militar en la Bahía de Guantánamo, en Cuba, muchos desarrollaron problemas de salud mental, de acuerdo con expedientes médicos, documentos gubernamentales y entrevistas con exprisioneros y médicos militares y civiles.

Algunos salieron con los mismos síntomas que padecieron los prisioneros de guerra estadounidenses que fueron brutalizados décadas antes por algunos de los regímenes más crueles del mundo. Los torturados incluyen a víctimas de identidad equivocada o de evidencia inconsistente que Estados Unidos desestimó más tarde.

Al menos la mitad de las 39 personas que pasaron por el programa de “interrogatorio acentuado” de la CIA, que incluía privarlos del sueño, bañarlos con agua helada, golpearlos contra las paredes y encerrarlos en cajas como ataúdes, ha mostrado desde entonces problemas psiquiátricos. Algunos han sido diagnosticados con trastorno por estrés postraumático, paranoia, depresión o psicosis.

Cientos de detenidos más pasaron por “sitios negros” de la CIA o Guantánamo, donde el ejército infligió privación sensorial, aislamiento, amenazas con perros y otras tácticas a hombres que ahora muestran serios daños. Casi todos han sido liberados. “No hay duda de que estas tácticas fueron totalmente incompatibles con nuestros valores como estadounidenses, y sus consecuencias presentan desafíos perdurables para nosotros como país y para los individuos involucrados”, afirmó Ben Rhodes, asesor adjunto de seguridad nacional.

Este artículo se basa en una examinación de registros de tribunales, transcripciones de comisiones militares y evaluaciones médicas.

The New York Times entrevistó a más de 100 personas, entre ellas exdetenidos. Los investigadores advierten que puede ser difícil determinar una causa y efecto en las enfermedades mentales. Algunos detenidos tenían problemas psicológicos subyacentes; otros parecían haber sido notablemente resistentes. El encarcelamiento es inherentemente estresante.

Aun así, asesores médicos y exfuncionarios del gobierno declararon que un patrón vinculaba las prácticas crueles con problemas psiquiátricos. Aquellos que trataban a prisioneros en Guantánamo por cuestiones de salud mental generalmente no preguntaban a sus pacientes qué había sucedido durante su interrogatorio. Sin embargo, algunos médicos vieron evidencia de daño mental casi de inmediato.

Albert J. Shimkus, oficial al mando del hospital de Guantánamo en los primeros años de la prisión, ahora se lamenta de no haber hecho más preguntas. “Había un conflicto entre nuestro deber médico con nuestros pacientes y nuestro deber con la misión, como soldados”, dijo.

‘Trapeador humano’

En un frío cuarto que era utilizado para interrogatorios en Guantánamo, Stephen N. Xenakis, ex psiquiatra militar, enfrentaba a un otrora niño soldado de Al-Qaeda, Omar Khadr. Era diciembre de 2008, y esta evaluación llevaba ya dos años.

Khadr, ciudadano canadiense, había sido herido y capturado en un tiroteo a los 15 años en un presunto complejo terrorista en Afganistán, a donde dijo que había sido enviado por su padre, miembro de Qaeda, para traducir para combatientes extranjeros. Años más tarde, se declararía culpable de crímenes de guerra, incluyendo haber lanzado una granada que mató a un médico del ejército. Sin embargo, en ese entonces era el prisionero más joven en Guantánamo.

Dijo a sus abogados que los soldados estadounidenses le habían impedido dormir, le habían escupido en la cara y lo habían amenazado con violarlo. En una reunión con el psiquiatra, Khadr, entonces de 22 años, empezó a sudar y a echarse aire, pese al frío del aire acondicionado. Se arrancó la camisa, y el General Xenakis se dio cuenta de que estaba siendo testigo de un ataque de ansiedad.

Cuando volvió a suceder, Khadr explicó que una vez se había orinado durante un interrogatorio y los soldados lo habían arrastrado por el mugrero. “Éste es el cuarto donde me usaron como trapeador humano”, comentó. Xenakis encontró que Khadr tenía trastorno de estrés postraumático, conclusión que el Ejército refutó. Dijo que encontró de manera consistente vínculos entre los métodos de interrogación y trastornos psiquiátricos.

Dos psicólogos veteranos, James Mitchell y Bruce Jessen, trabajaron con la CIA y el Departamento de Defensa para ayudar a desarrollar tácticas de interrogación. Basaron sus estrategias en parte en la teoría de “indefensión aprendida”, frase acuñada por el psicólogo estadounidense Martin E.P. Seligman a finales de los 60. El especialista aplicó choques eléctricos a perros y descubrió que dejaban de resistirse cuando aprendían que no podían detener los choques. Si Estados Unidos podía volver indefensos a los hombres, se pensaba, revelarían sus secretos.

Abogados del Departamento de Justicia concluyeron que los métodos no constituían tortura, que es ilegal de acuerdo con las leyes estadounidenses e internacionales. Escribieron que no existía evidencia de que resultaría un “significativo daño psicológico de duración significativa, por ejemplo, que durara meses o incluso años”.

Sensación de ahogarse

Mohamed Ben Soud no puede decir con seguridad cuándo empezaron los estadounidenses a usar agua helada para atormentarlo. La prisión de la CIA en Afganistán, conocida como el Foso de Sal, siempre estaba oscura, así que los días pasaban de manera imperceptible.

Ben Soud describió que lo ponían a la fuerza sobre una lona de plástico, desnudo, con las manos esposadas por encima de la cabeza. A veces lo encapuchaban. Un funcionario de la CIA vertía cubetas de agua helada sobre él mientras otros levantaban las esquinas de la lona para salpicar agua sobre él y causarle una sensación de asfixia o ahogamiento.

Ben Soud fue de los primeros cautivos en la red de prisiones de la CIA en Afganistán, Tailandia, Polonia, Rumania y Lituania. Este hombre libio dijo que había huido a Pakistán en 1991 y se había unido a un movimiento armado islamista cuyo objetivo era derrocar al coronel Muammar el-Kaddafi. Autoridades paquistaníes y estadounidenses irrumpieron en su casa y lo arrestaron en 2003. Bajo interrogatorio, negó conocer o combatir con Osama bin Laden o dos agentes de Qaeda.

En 2004, la CIA entregó a Ben Soud a Libia, que lo encarceló hasta que Estados Unidos ayudó a derrocar al gobierno de Kaddafi siete años más tarde. Él y otros libios dijeron que fueron tratados mejor por los carceleros de Kaddafi que por la CIA.

Hoy, Ben Soud, de 47 años, dijo estar atormentado por las dudas y tiene problemas para tomar decisiones sencillas. Su humor cambia radicalmente.

Ben Soud declaró que sus hijos le preguntan: “¿Papá, por qué de repente te enojas? ¿Por qué de repente gritas? ¿Hicimos algo que te hizo enojar?”.

Explicar significaría decir que los estadounidenses lo mantuvieron esposado en dolorosas contorsiones, o que lo encerraban en cajas, una del tamaño de un ataúd, la otra aún más pequeña, dijo en una entrevista telefónica desde su casa en Misurata, Libia. Lo golpeaban contra la pared y lo encadenaban del techo mientras la prisión retumbaba con el sonido de música rock.

Ben Soud fue uno de los hombres identificados en un reporte de 2014 del Comité de Inteligencia del Senado como sometido a “técnicas acentuadas de interrogación” de la CIA. El reporte señalaba que los interrogadores también utilizaban tácticas no aprobadas, tales como simulacros de ejecuciones, amenazas de lastimar a los hijos de los detenidos o violar a sus familiares y “alimentación rectal”, que implicaba insertar suplementos alimenticios líquidos o purés en el recto.

Uno de cada cuatro prisioneros nunca debió haber sido capturado o había sido identificado erróneamente por la CIA, concluyeron investigadores del Senado. Khaled el-Masri, un ciudadano alemán, es el caso más conocido.

Las autoridades macedonias lo arrestaron mientras estaba de vacaciones en diciembre de 2003 y lo entregaron a la CIA. Masri dijo que las autoridades lo golpearon, desnudaron y le metieron un supositorio por la fuerza y lo trasladaron a un sitio negro en Afganistán. Estuvo detenido durante meses en una celda sin cama y soportó más golpizas e interrogatorios.

‘Aún en Guantánamo’

Younous Chekkouri, un marroquí que vivía en Afganistán en 2001, estuvo detenido durante años como sospechoso de pertenecer a un grupo vinculado con Al Qaeda. Dijo que fue golpeado varias veces en una cárcel militar de Estados Unidos en Kandahar y obligado a ver a soldados hacer lo mismo con su hermano menor.

Chekkouri es un sufí, miembro de una secta islámica mística que ha sido oprimida por Al Qaeda. En Guantánamo, fue mantenido aislado.

Dijo que los interrogadores lo amenazaban con entregarlo a las autoridades marroquíes, que tienen un historial de tortura. Los estadounidenses advirtieron que su familia en Marruecos podía ser encarcelada y sufrir abusos, y le mostraron fotos de ejecuciones.

Tras su liberación el año pasado, Estados Unidos le entregó una carta que decía que ya no respaldaba la información de que era miembro de un grupo vinculado con Qaeda. Pero Marruecos lo encarceló por varios meses a finales del año pasado y sigue combatiendo los alegatos que él pensaba que habían quedado atrás.

Ahora está bajo atención de un psiquiatra. Se queja de flashbacks, pesadillas persistentes y ataques de pánico. También sufre de una vergonzosa incapacidad para orinar hasta sufrir dolor. Esto empezó, dijo, cuando era dejado encadenado por horas durante interrogatorios y orinaba su ropa.

Indicó que sus médicos dicen que es mental. “Aún vives en Guantánamo”, comentó que le dijeron. “Es miedo”.

Chekkouri vio a psiquiatras en Guantánamo, pero no confiaba en ellos. En un caso, un psiquiatra recetó a un prisionero el medicamento antipsicótico olanzapina. Luego sugirió que los interrogadores explotaran un efecto secundario, antojo de alimentos, de acuerdo con otro médico militar que más tarde revisó los expedientes.

Por lo regular, tal información sería confidencial, pero las misiones duales de Guantánamo de cuidar a prisioneros y extraerles información creaba conflictos. Con el tiempo, el Ejército creó dos equipos de salud mental. Uno, dirigido por psiquiatras, estaba para curar. El otro, llamado el Equipo de Consulta de Ciencias Conductuales (BSCT por sus siglas en inglés), estaba encabezado por psicólogos con una misión muy diferente.

El 3 de septiembre de 2003, luego de que un adolescente llamado Mohammed Jawad fue visto hablando con un póster en la pared, un interrogador pidió una consulta con un psicólogo del BSCT. La edad de Mohammed en ese entonces está en discusión. El Ejército reporta que lo capturó a los 17 años; su abogado dice que lo más probable era que tuviera 14, o menos. Sin importar la edad, suplicaba por su madre.

El objetivo no era mitigar la angustia del joven, sino explotarla.

“El detenido dio la impresión de ser un individuo dependiente y muy inmaduro, que afirmaba extrañar a su madre y sus hermanitos, pero su comportamiento parece ser una técnica de resistencia”, escribió el psicólogo, de acuerdo con notas vistas por The Times. “Intenta parecer como que está tan triste que está deprimido. Durante el interrogatorio de hoy, parecía estar bastante asustado, y que fácilmente podría resquebrajarse”.

El psicólogo recomendó que Jalad fuera mantenido alejado de cualquier persona que hablara su idioma. “Hagan que se sienta lo más incómodo posible”, aconsejó el psicólogo.

Luego de estar detenido varios años, Jawad fue acusado en 2007 de haber lanzado una granada que hirió a soldados estadounidenses. Pero la evidencia se vino abajo. El fiscal militar, teniente coronel Darrel Vandeveld, se retiró del caso y declaró que no había evidencia que justificara los cargos. “Sin embargo, hay evidencia confiable de que fue muy maltratado por autoridades norteamericanas, tanto en Afganistán como en Guantánamo, y ha sufrido y sigue sufriendo un gran daño psicológico”, escribió en una carta al tribunal.

El Ejército retiró todos los cargos contra Jawad, que ahora vive en Pakistán. En mensajes de texto, escribió: “Nos torturaron en cárceles, nos provocaron severos dolores físicos y mentales, bombardearon nuestros pueblos, ciudades, mezquitas y escuelas”. Añadió: “Por supuesto que tenemos” flashbacks, ataques de pánico y pesadillas.

Ignoran vínculo

Guantánamo, en especial durante sus primeros años, operaba con un sistema de recompensas y castigos. Esa manipulación podía tener efectos peligrosos, como en el peculiar caso de Tarek El Sawah.

Sawah, un egipcio que dijo ser soldado del talibán, fue capturado en Afganistán en 2001 y entregado a Estados Unidos. Llegó a Guantánamo en mayo de 2002. Aunque no tenía historial de problemas mentales, Sawah empezó a gritar en las noches, aterrorizado por alucinaciones.

Cuando comenzó a defecar y orinarse, los soldados lo bañaban con manguera enfrente de otros detenidos, declaró un preso cercano en documentos del tribunal. Sawah dijo que le daban fármacos antipsicóticos, a veces por la fuerza.

Después de su colapso nervioso, los interrogadores encontraron a Sawah dispuesto dispuesto a hablar. “Tráiganme cosas ricas para comer”, les dijo. Le dieron hamburguesas y sandwiches.

Sawah se convirtió en un informante valioso, aunque el valor de lo que ofrecía está en duda, y dice que inventaba historias, incluyendo que era miembro de Qaeda. Engordó de unos 97 kilos a más de 180, muestran registros. Cuando fue instalado en una choza especial para cooperadores, la comida seguía llegando. Sus carceleros tuvieron que instalar una puerta de doble ancho para él. Desarrolló enfermedad de las arterias coronarias, diabetes y trastornos respiratorios.

Hoy en Bosnia, Sawah, de 58 años, se queja de frecuentes dolores de cabeza y le suplica al doctor por antidepresivos. Aunque ha bajado de peso, sigue comiendo de manera compulsiva.

Sawah no culpa a los soldados de Estados Unidos por su trato. “Me tenían miedo, temían por su vida”, dijo. “Guantánamo, en ambos bandos, era sólo gente asustada que quería vivir”.

Complican juicios

El comprometido estado mental de varios prisioneros más ha afectado los procesos militares contra ellos.

En la Bahía de Guantánamo, en enero de 2009, cinco hombres fueron acusados de maquinar los ataques terroristas del 11 de septiembre. Durante un descanso, uno de ellos, Ammar al-Baluchi, pidió hablar con un doctor. Xavier Amador, psicólogo de otro acusado, se reunió con él. Amador señaló que Baluchi parecía tener trastorno por estrés postraumático, trastorno de ansiedad y depresión. “Nadie puede vivir así”, dijo Baluchi.

Baluchi, de 39 años, fue capturado por oficiales paquistaníes en abril de 2003. Aunque fue descrito como dispuesto a hablar, la CIA lo trasladó a una prisión secreta y aplicó de inmediato métodos de interrogación reservados para prisioneros recalcitrantes. En documentos del tribunal y cartas escritas a mano de Baluchi, describió haber sido desnudado y deshidratado, encadenado al techo de manera que sólo los dedos de los pies tocaban el piso. Soportó duchas de agua helada y dijo que fue golpeado hasta que veía destellos de luz y perdía el conocimiento. Recuerda golpes de sus guardias siempre que lo vencía el sueño.

Hoy, dijo su abogado, Baluchi asocia el sueño con un dolor inminente. “No sólo no me dejaban dormir”, escribió Baluchi en una carta proporcionada por el abogado, “me entrenaron para mantenerme despierto”.

El General Xenakis, que está asesorando en el caso, dijo que Baluchi necesitaba que se le practicara un escaneo cerebral, al que se opone el Ejército. El examen tal vez provocaría más audiencias, lo que complicaría más un juicio. “Al haber causado estos problemas en primer lugar, ahora Estados Unidos tiene que enfrentarlos en las comisiones militares”, dijo Connell. “Y eso toma tiempo”.”

Sombra de interrogación

En Libia, un exprisionero de la CIA llamado Salih Hadeeyah al-Daeiki tiene problemas para concentrarse y su memoria también le falla. Confunde los nombres de sus hijos.

Daeiki, sobreviviente de el Foso de Sal, dice que lo mantenían desnudo, humillado y encadenado a una pared mientras la música retumbaba. Ahora le es difícil conciliar el sueño, pero cuando llega “Algo me está estrangulando o estoy cayendo desde lo alto”, dijo. “O a veces veo que me siguen fantasmas, me persiguen”.

El año pasado apareció un video que mostraba a Saadi, hijo del coronel Kaddafi, cuando le vendaban los ojos y lo obligaban a escuchar lo que parecían gritos de prisioneros dentro de Al Hadba, una cárcel para miembros del anterior régimen. Alguien le golpea las plantas de los pies con un palo.

Entonces, Daeiki apareció en la escena.

La golpiza fue un error, reconoció, pero no la detuvo. El objetivo era recolectar información para prevenir un derramamiento de sangre, explicó.

Ahora él era un interrogador.

Contribuyeron con reportes Jawad Sukhanyar; Rami Nazzal; Tour Youssef; Hwaida Saad; Maher Samaan; Suliman Ali Zway; Karam Shoumali. Kitty Bennett y Alain Delaquérière contribuyeron investigación.


 

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