¿Estados
Unidos se retira de Afganistán? No realmente
Noam Chomsky, Vijay Prashad | 08/05/2021
Fuentes: Globetrotter
La invasión estadounidense de Afganistán en octubre de 2001 fue criminal, por la
inmensa fuerza utilizada para demoler la infraestructura física del país y
fracturar sus vínculos sociales.
El 11 de octubre de 2001, el periodista Anatol Lieven entrevistó al líder
afgano Abdul Haq en Peshawar, Pakistán. Haq, que lideró parte de la resistencia
contra los talibanes, se preparaba para regresar a Afganistán al cubierto de
los bombardeos aéreos de Estados Unidos. Sin embargo, no estaba satisfecho con
la forma en que EE. UU. había decidido proseguir la guerra. “La acción militar
por sí misma, en las circunstancias actuales, no hace más que dificultar las
cosas, sobre todo si esta guerra se prolonga y mueren muchos civiles”, dijo Abdul
Haq a Lieven. La guerra duraría 20 años más, y al menos 71.344 civiles perderían
la vida durante este período.
Abdul Haq también le dijo a Lieven que “lo mejor sería que Estados Unidos
trabajara por una solución política unida que incluyera a todos los grupos
afganos. De lo contrario, se fomentarán las profundas divisiones entre los
distintos grupos, respaldadas por diferentes países y que afectarán
negativamente a toda la región”. Sus palabras eran premonitorias, pero Haq
sabía que nadie le estaba escuchando. “Probablemente”, continuó, “Estados
Unidos ya ha decidido qué hacer, y para cualquier recomendación será demasiado tarde”.
Veinte años después de la increíble destrucción causada por esta guerra, y
tras exacerbar la enemistad entre “todos los grupos afganos”, los Estados
Unidos han regresado a la fórmula exacta propuesta por Abdul Haq: el diálogo político.
Abdul Haq regresó a Afganistán y fue asesinado por los talibanes el 26 de
octubre de 2001. Ahora su consejo es inaplicable. En septiembre de 2001, los
diferentes actores incluidos los talibanes estaban dispuestos al diálogo, en
parte, porque temían que los aviones de guerra estadounidenses que se acercaban
abrieran las puertas del infierno para Afganistán. Ahora, 20 años después, se
ha abierto el abismo entre los talibanes y el resto. El apetito por las
negociaciones simplemente ya no existe.
Guerra civil
El 14 de abril de 2021, el presidente del parlamento afgano Mir Rahman
Rahmani advirtió que su país
estaba al borde de una “guerra civil”. En los círculos políticos de Kabul se
desbordan las conversaciones sobre una posible guerra civil cuando Estados
Unidos se retire (antes del 11 de septiembre). Por eso el 15 de abril, durante
una conferencia de prensa celebrada en la embajada de Estados Unidos en Kabul,
Sharif Amiry, de TOLOnews, preguntó a
Antony Blinken ‒secretario de Estado estadounidense‒ sobre la posibilidad de
una guerra civil. Blinken respondió: “No creo que a nadie le interese, por
decirlo de alguna manera, que Afganistán entre en una guerra civil, en una
guerra larga. Inclusive los talibanes, según hemos oído, han dicho que no
tienen ningún interés en ello”.
En realidad, Afganistán lleva por lo menos medio siglo de guerra civil,
desde la creación de los muyahidines ‒incluido Abdul Haq‒ para luchar contra el
Gobierno del Partido Democrático Popular de Afganistán (1978-1992). Esta guerra
se intensificó con el apoyo de Estados Unidos a los elementos más conservadores
y de extrema derecha de Afganistán, grupos que pasarían a formar parte de Al
Qaeda, los talibanes y otras facciones islamistas. Durante este período,
Estados Unidos no ha ofrecido ni una sola vez un camino hacia la paz; en
cambio, ha mostrado siempre su afán por utilizar la inmensidad de la fuerza
estadounidense para dirigir el desenlace en Kabul.
¿Retirada?
Incluso esta retirada, que se anunció a finales de abril de 2021 y comenzó
el primero de mayo, no es tan clara como parece. El 14 de abril de 2021 el
presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció:
“Es hora de que las tropas estadounidenses vuelvan a casa”. Ese mismo día, el
Departamento de Defensa de Estados Unidos aclaró que
2.500 soldados abandonarían Afganistán antes del 11 de septiembre. El 14 de
marzo, el New York Times puntualizó que
Estados Unidos tiene 3.500 soldados en Afganistán aunque “públicamente se dice
que hay 2.500 soldados estadounidenses en el país”. La laxitud del Pentágono
con las cifras es oscurantismo. Además, un informe de la oficina del
subsecretario de defensa para sostenimiento, señaló que
Estados Unidos tiene unos 16.000 contratistas sobre terreno en Afganistán.
Estos proporcionan una variedad de servicios, que muy probablemente incluyan
apoyo militar. No está prevista la retirada de ninguno de estos contratistas
‒ni de los 1.000 soldados adicionales no declarados en
las cuentas públicas‒, ni que se terminen los bombardeos aéreos incluidos los
ataques con aviones no tripulados, y tampoco se acabarán las misiones de las
fuerzas especiales.
El 21 de abril, Blinken dijo que
Estados Unidos proporcionaría casi 300 millones de dólares al Gobierno afgano
de Ashraf Ghani. Ghani, que al igual que su predecesor Hamid Karzai, a menudo
parece más un alcalde de Kabul que el presidente de Afganistán, está siendo
superado por sus rivales. En Kabul se habla de Gobiernos posteriores a la
retirada, incluida una propuesta del
líder del Hezb-e-Islami, Gulbuddin Hekmatyar, para formar un Gobierno que él
dirigiría y que no incluiría a los talibanes. Paralelamente, Estados Unidos ha
expresado su conformidad con la idea de que los talibanes tengan un papel en el
Gobierno; llegando a declarar públicamente
que la administración Biden cree que los talibanes “gobernarían con menos
dureza” que entre 1996 y 2001.
Al parecer, Estados Unidos está dispuesto a permitir que los talibanes
vuelvan al poder con dos salvedades: en primer lugar, que se mantenga la
presencia estadounidense y, en segundo lugar, que los principales rivales de
Estados Unidos China y Rusia no jueguen ningún rol en Kabul. En 2011, la
secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, habló en
Chennai (India), donde propuso la creación de una Iniciativa de la Nueva Ruta de
la Seda que uniera Asia Central a través de Afganistán y de los puertos de la
India; el propósito de esta iniciativa era interrumpir los vínculos de Rusia
con Asia Central e impedir el establecimiento de la Iniciativa china de la
Franja y la Ruta, que ahora llega hasta Turquía.
La estabilidad no es una de las cartas a jugar en Afganistán. En enero,
Vladimir Norov, ex ministro de Asuntos Exteriores de Uzbekistán y actual
secretario general de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS),
intervino en un seminario web organizado
por el Instituto de Investigación Política de Islamabad. Norov dijo que Daesh /
ISIS ha estado trasladando a sus combatientes desde Siria al norte de
Afganistán. Este movimiento de combatientes extremistas preocupa no sólo a
Afganistán, sino también a Asia Central y China. En 2020, el Washington
Post reveló que
el ejército de Estados Unidos había estado proporcionando apoyo aéreo a los
talibanes en la medida que estos iban ganando terreno sobre los combatientes
del ISIS. Incluso si llega a haber un acuerdo de paz con los talibanes, el ISIS
lo desestabilizará.
Posibilidades olvidadas
Han quedado olvidadas las palabras de preocupación por las mujeres afganas,
aquellas que otorgaron legitimidad a la invasión estadounidense en octubre de
2001. Rasil Basu funcionario de las Naciones Unidas fue, entre 1986 y 1988,
el asesor principal del Gobierno afgano para el desarrollo de la mujer. La
Constitución afgana de 1987 otorgaba a las mujeres la igualdad de derechos, lo
que permitió a los grupos de mujeres luchar contra la normativa patriarcal,
exigiendo igualdad en el trabajo y en el hogar. Como un gran número de hombres
había muerto en la guerra, nos dijo Basu, las mujeres se dedicaron a varias
ocupaciones. Se produjeron avances sustanciales en sus derechos, como el
aumento de las tasas de alfabetización. Todo esto se ha diluido, en gran parte,
durante las dos últimas décadas de la guerra de Estados Unidos.
Incluso antes de que la URSS se retirara de Afganistán en 1988-89, los
hombres que ahora se disputan el poder ‒como Gulbuddin Hekmatyar declararon
que anularían estos avances. Basu recordó los shabanamas, avisos que circulaban entre las mujeres y les
advertían de que debían obedecer las normativas patriarcales (envió un artículo de opinión
advirtiendo de esta catástrofe al New York Times, al Washington Post y a Ms.
Magazine, que fue rechazado por todos).
El último jefe de Gobierno comunista de Afganistán ‒Mohammed Najibullah
(1987-1992) presentó una Política de Reconciliación Nacional, en la que
situaba los derechos de las mujeres en lo más alto de la agenda. Fue rechazada
por los islamistas respaldados por Estados Unidos, muchos de los cuales siguen
ocupando puestos de autoridad.
De toda esta historia, no se ha aprendido ninguna lección. Estados Unidos
se “retirará”, pero al mismo tiempo dejará sus activos para dar el jaque mate a
China y Rusia. Estos cálculos geopolíticos eclipsan cualquier preocupación por
el pueblo afgano.
Noam Chomsky es un legendario lingüista, filósofo y
activista político. Es profesor laureado de lingüística en la Universidad de
Arizona. Su libro más reciente es Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of
Saving the Planet.
Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista
indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es
editor en jefe de LeftWord Books y
director del Instituto
Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior
no-residente del Instituto
Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de
China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Su
último libro es Washington Bullets, con una introducción de Evo Morales
Ayma.
Fuente: https://peoplesdispatch.org/2021/05/05/united-states-withdraws-from-afghanistan-not-really/
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