Dejamos atrás la guerra de Irak, pero los
iraquíes no tienen esa opción
John Pilger The Guardian 31 de mayo de 2013
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández.
Como personajes de “El Gran Gatsby”, Gran Bretaña y Estados han vuelto
arrogantemente sus espaldas y abandonado un país en ruinas.
El polvo se va arrastrando
por las largas carreteras que semejan dedos del desierto. Se te mete por los
ojos, por la nariz y la garganta; se arremolina en los mercados y en los patios
de las escuelas, devorando a los niños que juegan al balón; y va extendiendo,
según el Dr. Jawad
Al-Ali, “las semillas de nuestra muerte”. El Dr. Ali, un especialista en
oncología internacionalmente reconocido del hospital universitario Sadr, me dijo
esas palabras en 1999, y hoy en día su advertencia resulta ya irrefutable.
“Antes de la Guerra del Golfo”, me contaba, “teníamos dos o tres pacientes de
cáncer al mes. Ahora, cada mes se nos mueren de cáncer entre 30 y 35. Nuestros
estudios indican que entre el 40 y el 48% de la población de esta zona padecerá
cáncer. Esa estimación es para un primer período de cinco años, después será
peor. Esa cifra representa casi la mitad de la población. La mayor parte de mi
propia familia lo padece, y no teníamos antecedentes de esa enfermedad. Aquí
ocurre como en Chernobyl, los efectos genéticos son nuevos para nosotros; los
champiñones crecen enormes, incluso las uvas de mi jardín han mutado y no
podemos comerlas”.
A lo largo del pasillo, la Dra. Ginan Ghalib Hassen, pediatra, sostenía un
álbum de fotos de los niños que está intentando salvar. Muchos de ellos padecían
neuroblastoma. “Antes
de la guerra, sólo vimos un caso en dos años de ese raro tumor”, dijo. “Ahora
tenemos muchos casos, y la mayoría sin antecedentes en la historia familiar. He
estudiado lo que sucedió en Hiroshima. El incremento
repentino de ese tipo de malformaciones genéticas es el mismo”.
Entre los doctores que entrevisté había pocas dudas de que la causa era el
armamento de uranio
empobrecido utilizado por los estadounidenses
y británicos en la Guerra del Golfo. Un físico militar estadounidense de los
destinados a limpiar el campo de batalla de la Guerra del Golfo en la frontera
con Kuwait dijo: “Cada ronda lanzada por un avión de combate A-10 Warhog tenía 4.500
gramos de uranio sólido. Se utilizaron más de 300 toneladas de uranio
empobrecido. Eso supone una modalidad de guerra nuclear”.
Aunque el vínculo con el cáncer resulta siempre difícil de probar de forma
absoluta, los doctores iraquíes sostienen que “la epidemia habla por sí sola”.
El oncólogo británico Karol Sikora,
director del programa para el cáncer de la Organización Mundial de la Salud
durante los años de la década de 1990, escribió en el British Medical
Journal: “Los asesores británicos y estadounidenses [en el comité de
sanciones a Irak] bloquean constantemente las peticiones de equipamiento para
radioterapia, las medicinas de quimioterapia y los analgésicos”. Y me dijo: “La
OMS nos advirtió específicamente que no mencionáramos siquiera el tema de Irak.
La OMS no es una organización que le guste implicarse en
política”.
Recientemente, Hans
von Sponeck, ex asistente del secretario general de las Naciones Unidas y
alto responsable para asuntos humanitarios de la Organización en Irak, me
escribía: “El gobierno estadounidense intentó impedir que la OMS investigara las
áreas del sur de Irak donde se había utilizado uranio empobrecido y originado
graves riesgos de salud y medioambientales”. No hay forma de que se publique un
informe de la OMS que contiene los resultados de un estudio de referencia
realizado conjuntamente con el ministerio iraquí de sanidad. El estudio abarcó
10.800 hogares y contiene “pruebas irrefutables”, ha declarado un funcionario
del ministerio y, según uno de sus investigadores, se mantiene como “alto
secreto”. El informe dice que las malformaciones congénitas han aumentado hasta
conformar una “crisis” que afecta a toda la sociedad iraquí en los lugares donde
las fuerzas británicas y estadounidenses utilizaron uranio empobrecido y otros
metales pesados tóxicos. Catorce años después de que sonara la alarma, el Dr.
Yawad Al-Ali informa de múltiples casos fenoménicos de cáncer en familias
enteras.
Irak ya no es noticia. La pasada semana, la matanza
de 57 iraquíes en un solo día pasó prácticamente desapercibida comparada con
el asesinato
de un soldado británico en Londres. Sin embargo, las dos atrocidades están
conectadas. Su emblema podría ser la lujosa nueva versión de El Gran
Gastby, basada en la novela de F. Scott Fitzgerald. “Dos de los principales
personajes”, escribió Fitzgerald, “se dedicaron a destrozar
cuanto encontraban, regresando después a su riqueza o a su inmensa
indiferencia… dejando que otra gente limpiara el desastre”.
El “desastre” dejado por George Bush y Tony Blair en Irak es una guerra
sectaria, las bombas de 7/7 y, hace unos días, un hombre agitando un
ensangrentado cuchillo de carnicero en Woolwich. Bush se ha retirado a su “biblioteca
y museo presidenciales” de Micky Mouse y Tony Blair a sus viajes de grajo y
a su dinero.
Su “desastre” es un crimen de proporciones épicas, escribió Von Sponeck,
refiriéndose a la estimación hecha por el ministerio iraquí de asuntos sociales
de 4,5 millones de niños que han perdido a uno o a dos de sus
progenitores. “Esto significa que el 14% de la población de Irak está
integrada por huérfanos”, escribió. “Se estima que un millón de familias tienen
como cabeza de familia a una mujer, la mayoría de ellas viudas”. La violencia
doméstica y los abusos a los niños son, con toda justicia, cuestiones urgentes
en Gran Bretaña; en Irak, la catástrofe encendida por Gran Bretaña ha llevado
violencia y abusos a millones de hogares.
En su libro Dispatches
from the Dark Side, Gareth Peirce, la destacada defensora británica de
los derechos humanos, aplica el imperio de la ley a Blair, a su propagandista
Alastair Campbell y a su confabulado gabinete. “Para Blair”, escribe, “había que
desactivar por todos los medios posibles, y de forma permanente, a los seres
humanos de los que se supone mantienen puntos de vista islamistas…. en palabras
de Blair, un ‘virus’ a ‘eliminar’ que requiere ‘toda una miríada de
intervenciones profundas en los asuntos de otras naciones’. El concepto mismo de
guerra se ha transformado en ‘nuestros valores frente a los suyos’ ”. Y, no
obstante, dice Pierce, “los hilos de emails, de comunicados internos del
gobierno, no revelan ninguna discrepancia”. Para el secretario de exteriores,
Jack Straw, enviar ciudadanos inocentes a Guantánamo era “la mejor forma de
conseguir nuestros objetivos de contraterrorismo”.
Esos crímenes, su iniquidad a la par de Woolwich, esperan juicio. Pero,
¿quién lo exigirá? En el teatro kabuki de la política de
Westminster, la alejada violencia de “nuestros valores” no interesa. ¿Vamos
también nosotros a volverles la espalda?
John Pilger es corresponsal de guerra, cineasta y escritor.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2013/may/26/iraqis-cant-turn-backs-on-deadly-legacy
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