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La crisis fronteriza es una realidad que un muro solo conseguirá agravar

John Washington
The Intercept
11 de enero de 2019

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


Grupo de inmigrantes centroamericanos antes de intentar cruzar desde Tijuana a San Diego, 31 de diciembre de 2018 (Foto: Guillermo Arias/AFP/Getty Images)

El martes por la noche, el presidente Donald Trump utilizó su primer discurso de este año en la Oficina Oval para hablarle a la nación de una “crisis del corazón, una crisis del alma” en la frontera sur estadounidense. Su propuesta de solución es un “muro”, y amenaza con seguir paralizando el gobierno hasta conseguir más de 5.000 millones de dólares para construirlo. Si bien puede estar en lo cierto al decir que hay una crisis, no se trata de la crisis pergeñada por su febril imaginación. Bien al contrario: son las propias políticas del sistema migratorio estadounidense y de la élite poderosa –y de Trump, específicamente- las que presionan para consolidar sus peores excesos. Ninguna “crisis del corazón” se ha arreglado nunca con lamas de acero. El “muro” solo servirá para empeorarla.

Sin embargo, cuando Trump dice “muro” no se refiere al tipo de estructura sólida e impenetrable a que el término alude normalmente. Está aludiendo a una cerca, o tal vez a una cerca de listones de acero, o quizá a alguna versión de uno de los prototipos imposibles y probablemente ineficaces dados a conocer en la primavera pasada, aunque no se haya construido nunca ni un metro de un muro semejante. Sin embargo, cuando Trump habla de “muro”, está queriendo significar muchas cosas más. Se refiere a la militarización en curso de las zonas fronterizas. Se refiere al aumento de los despliegues de la Patrulla Fronteriza, la agencia para el cumplimiento de la ley más grande, más opaca, más costosa y que probablemente menos cuentas rinde del país. Se refiere al aumento de material militar, como drones, helicópteros, sensores terrestres, barcos y vehículos todo terreno que causan estragos ambientales y emocionales a lo largo de la frontera de los EE. UU. con México. “Muro” también significa el expolio del gobierno federal a través de leyes para la expropiación de tierras privadas y ranchos en Texas.

El “muro” -el vago concepto nacionalista que Trump ha convertido en su sello distintivo- se extiende hasta el interior del país. Implica la caza de personas indocumentadas por todo el territorio estadounidense, acosándolos en los juzgados, fuera de las escuelas, sacándolos de sus hogares y expulsándolos del país, o estableciendo puntos de control interiores donde los agentes de la Patrulla Fronteriza hostigan a las personas, en su mayoría ciudadanos. El “muro” significa pagar más dinero para el complejo de detención masiva de inmigrantes, donde alrededor de 45.000 personas están encerradas en un determinado momento, y donde miles de millones de dólares de los contribuyentes acaban bombeados hacia centros de detención privados con fines de lucro.

Así pues, la exigencia de Trump de construir un “muro” es, como escribió Ana María Archila, del Center for Popular Democracy Action , en un comunicado de prensa: el “más reciente de una serie de ataques racistas antiinmigrantes destinados a alimentar el odio”.

Aunque, en algunas ocasiones “muro” signifique realmente muro, hay ya alrededor de 1.000 kilómetros de diversos tipos de barreras en la frontera internacional entre Estados Unidos y México. Sin embargo, no las necesitamos. La crisis de inmigración es una de nuestras propias creaciones y el resto de justificaciones de Trump sobre el “muro” no soportan escrutinio alguno.

Durante su discurso del martes, Trump se centró considerablemente en el narcotráfico internacional. Sin embargo, la mayoría de las drogas, incluida la heroína, cuando no se fabrican en el país, se introducen de contrabando a través de los puertos de entrada, y ahí un muro no serviría para nada. La administración de Trump también ha destacado el terrorismo como problema fronterizo, pero no se ha vinculado ningún ataque terrorista con alguien que haya pasado por nuestra frontera sur. Y las afirmaciones de la administración sobre criminales que inmigran son una mentira descarada: los inmigrantes cometen delitos en una proporción más baja que los estadounidenses nativos, las comunidades de inmigrantes son más seguras y el número de supuestos “criminales extranjeros” detenidos en la frontera está constituido principalmente por el infractores de las leyes de inmigración o por personas acusadas de delitos no violentos. Solo tres de los “17.000 criminales” arrestados en la frontera -la cifra citada recientemente por el Jefe de Estado Mayor de la Casa Blanca, Mick Mulvaney, fue de aproximadamente 10.000, que ya es demasiado alta-, tenían antecedentes por homicidio o asesinato.

De forma creciente, quienes están cruzando ilegalmente la frontera entre EE. UU. y México –la tasa más baja en décadas- lo hacen con la intención de convertirse en solicitantes de asilo. Cada vez más, esas personas son familias y niños. Estos niños no son “marionetas humanas”, como afirmó Trump, y rara vez su entrada es consecuencia de la trata de personas. Son llevados por sus padres, seres queridos o confiados a adultos porque sus vidas están en peligro, porque sus padres quieren que encuentren libertad y seguridad. Y están cruzando de la forma en que lo hacen porque les están impidiendo pasar por los puertos de entrada.

Por último, los muros fronterizos no sirven para mucho. La mayoría son fáciles de escalar, romper, excavar por debajo o apoyar una escalera en ellos.

Hay una crisis real en la frontera. Y esta crisis gira en torno a los miles de niños que permanecen encerrados en el campamento de Tornillo, Texas. Afecta a las familias que siguen estando separadas y traumatizadas. Se centra en la evisceración de las leyes de asilo. Y se manifiesta en las decenas de miles de inmigrantes y solicitantes de asilo enjaulados en el archipiélago, cada vez más grande, de los centros de detención. Lo que impulsa esta crisis es la inestabilidad y la violencia provocadas y respaldadas por los estadounidenses en América Central y México a través de la explotación económica y la guerra contra la droga.

Esta crisis llega hasta lo más profundo de los EE. UU. Se puede ver en los vecindarios de todo el país, donde personas indocumentadas están siendo arrancadas de sus trabajos, familias y hogares, encerradas y expulsadas del país. A veces, la crisis es consecuencia de políticas impredecibles: incluso aquellos que cuentan con estatus provisional -DACA y Temporary Protected Status- [siglas en inglés de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia y Estatus de Protección Temporal] no están seguros de cómo se desarrollarán los ataques de la administración contra ellos en los tribunales. La crisis está en los desiertos de la frontera sur, que las agencias de control de inmigración han utilizado como arma durante mucho tiempo, provocando al menos, en las últimas dos décadas, la muerte de siete mil personas en el intento de cruzar la frontera, y convirtiendo zonas del suroeste estadounidense en lo que el antropólogo Jason de León ha calificado de “pasajes de la muerte”.

En su discurso del martes, Trump terminó con un giro hacia un racismo casi definitorio, lamentando selectivamente las muertes de estadounidenses, algunos de los cuales fueron asesinados por indocumentados. No mencionó las muertes de Jackeline Caal y Felipe Alonzo-Gómez, de 7 y 8 años de edad, respectivamente, ambos fallecidos recientemente bajo custodia de la Patrulla Fronteriza. De forma despiadada, la administración culpó a los padres por la muerte de sus hijos, pero cualquiera que esté familiarizado con las dificultades del cruce de la frontera -una estrategia deliberada que se ha venido estableciendo durante décadas- y la negativa a procesar las solicitudes de asilo en los puertos de entrada, o las insalubres, superpobladas, inhumanas y congeladas hieleras donde se almacena a los migrantes mientras esperan su procesamiento, sabrían que la enfermedad, el sufrimiento y en ocasiones la muerte no solo son inevitables, sino estratégicos. Christina Fialho, directora ejecutiva de Freedom for Immigrants, calificó las políticas de la administración de “brutalidad sistémica”.

Lo que demuestran las caravanas migratorias y los campamentos de refugiados en Tijuana es que la crisis no solo está en curso, sino que está al borde de convertirse en permanente. Un “muro” profundizará la crisis, impactando no sólo en la destrucción del medio ambiente sino en un inconmensurable sufrimiento humano.

John Washington escribe sobre temas de inmigración y política fronteriza, así como sobre justicia penal y literatura. En la actualidad está preparando un libro (que publicará próximamente Verso) sobre los solicitantes de asilo. Es asimismo traductor y ha traducido recientemente A Massacre in Mexico: The True Story Behind the Missing 43, de Anabel Hernández, y Blood Barrios, de Alberto Arce, que ganó un Premio PEN Translates. Es un colaborador frecuente de The Nation.

Fuente: http://theintercept.com/2019/01/08/trump-border-crisis-speech/


 

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