Las cifras de muertos de la guerra de Irak revelados por WikiLeaks no son
sino la punta de un iceberg
Nicolas Davies Warisacrime.org 30 de octubre de 2010
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Los documentos sobre la guerra de Estados Unidos en Irak publicados por
WikiLeaks contenían datos sobre 15.000 iraquíes asesinados en incidentes
no recogidos ni por los medios occidentales ni por el Ministerio de Sanidad de
Irak y que, por tanto, no figuraban en los recuentos de los muertos de guerra
iraquíes de Iraqbodycount.org. Los medios occidentales se han puesto
diligentemente a añadir estas 15.000 muertes a sus supuestas “estimaciones” de
la cifra total de iraquíes asesinados en la guerra. Pero esa cifra es engañosa
en grado sumo. Lo que las muertes no recogidas demuestran es que la metodología
pasiva de esos recuentos es una forma deplorablemente equivocada de calcular el
número de muertos en una zona de guerra. Esas 15.000 muertes son sólo la punta
de un iceberg de cientos de miles de iraquíes asesinados de los que no se ha
informado y que ya detectados a través de estudios epidemiológicos más serios y
científicos, pero que los gobiernos británico y estadounidense habían logrado
anular confundiendo a los medios y a la gente acerca de sus métodos y exactitud.
No es nada inusual que en una zona de guerra se queden sin registrar gran
número de muertos. La experiencia de los epidemiólogos que trabajan en las zonas
de guerra por todo el mundo corrobora ese hecho, que la “búsqueda pasiva de
información” de los muertos en una guerra sólo recoge entre el 5% y el 20% de la
cifra total de muertes. Esto es consecuencia, parcialmente, de la transformada
naturaleza de la guerra moderna. Alrededor del 86% de las personas asesinadas en
la Primera Guerra Mundial eran combatientes uniformados cuyas identidades fueron
meticulosamente registradas. El 90% de la gente asesinada en las guerras
recientes han sido civiles, haciendo que el recuento y su identificación sea
mucho más difícil.
En mi libro “Blood on our hands: the American invasión and destruction of
Iraq”, expliqué los esfuerzos para contar los muertos en Irak. Lo
que expongo a continuación es un fragmento bastante amplio del libro, y les
insto a leerlo si realmente quieren aprehender la medida de la matanza masiva
que nuestro país le ha infligido al pueblo de Irak:
“El Ministerio de Sanidad del gobierno interino de Irak empezó en 2004 a
recoger cifras de mortalidad de civiles en los hospitales, y en junio de aquel
año, empezó a desglosar las cifras de las personas muertas por las fuerzas de la
resistencia de los muertos por las fuerzas ocupantes estadounidenses y sus
aliados. A la corresponsal de Knight Ridder, Nancy Youssef, se le dieron
cifras del período comprendido entre el 10 de junio y el 10 de septiembre de
2004, que ella expuso en el artículo del Miami Herald titulado ‘U.S.
attacks, no insurgents, blamed for most Iraqi deaths’ [Los ataques
estadounidenses, y no los insurgentes, son los culpables de la mayoría de las
muertes iraquíes] (135).
Durante ese período de tres meses, el Ministerio de Sanidad contó hasta 1.295
iraquíes asesinados por las fuerzas ocupantes y 516 en lo que el Ministerio
denominó como operaciones terroristas, pero se mostró conforme con los
responsables de los hospitales que le dijeron a Youssef que esas cifras captaban
tan sólo una parte del número total de víctimas. La oficina de prensa de la
CENTCOM [Mando Central de EEUU] se negó a proporcionarle una estimación
alternativa, aunque admitió que el mando estadounidense tenía una, y el Comité
Internacional de la Cruz Roja le dijo que no tenía en Irak personal suficiente
como para poder recopilar esa información.
Youssef preguntó si algunos de los iraquíes registrados como muertos por las
fuerzas ocupantes podían haber sido combatientes de la resistencia, pero el Dr.
Shihab Yasim, de la sección de operaciones del Ministerio de Sanidad le dijo que
el Ministerio estaba convencido de que casi todos los muertos eran civiles,
porque un miembro de una familia no iría a informar al Ministerio de Sanidad,
controlado por la ocupación, que su familiar había muerto combatiendo para el
Ejército del Mahdi u otras fuerzas de la resistencia. Este punto de vista fue
corroborado por el Dr. Yasin Mustaf, administrador adjunto del Hospital al-Kimdi
en Bagdad: ‘La gente que participa en el conflicto no viene al hospital. Sus
familias temen que les castiguen. Normalmente, es la gente civil inocente la que
viene al hospital. Eso es lo que esas cifras reflejan’.
El Dr. Walid Hamed, otro responsable del Ministerio de Sanidad le dijo a
Youssef: ‘Todo el mundo tiene miedo de los estadounidenses, no de los
combatientes. Y deberían temerles también’. Otro doctor con quien habló había
perdido a su propio sobrino de tres años en un tiroteo en un control, y un
doctor de la morgue de Bagdad le habló de una familia de ocho miembros
asesinados por un helicóptero de combate en una azotea a la que habían subido a
dormir para escapar de la canícula veraniega. En conjunto, las autoridades
atribuían el alto número de víctimas civiles asesinadas por las fuerzas
ocupantes más a los ataques aéreos que a los disparos de las fuerzas
terrestres.
También en septiembre de 2004, un equipo internacional de epidemiólogos,
dirigidos por Les Roberts y Gilbert Burnham, de la Escuela Johns Hopkins de
Sanidad Pública, y los Dres. Lafta y Judhairi, de la Universidad Al-Mustansiriya
de Bagdad, dirigieron el primero de dos estudios mucho más científicos sobre la
mortalidad en Irak. Ese estudio cubría los primeros dieciocho meses de guerra.
Roberts había trabajado con un equipo conjunto del Centro para el Control de
Enfermedades y con Médicos Sin Fronteras en Ruanda en 1994, y había dirigido
estudios parecidos en zonas en guerra por todo el mundo. Las estimaciones de la
mortalidad que encontró en la República Democrática del Congo (RDC) en 2000
fueron ampliamente citadas por los dirigentes británicos y estadounidenses y,
tras ese informe, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas redactó una
resolución que exigía la retirada de todas las fuerzas extranjeras de la
RDC.
En Irak, los epidemiólogos hallaron que: ‘se habían generalizado las muertes
violentas… que se atribuían principalmente a las fuerzas de la coalición. La
mayoría de las víctimas presuntamente asesinadas por esas fuerzas eran mujeres y
niños… Haciendo un cálculo conservador, pensamos que ha habido un exceso de
100.000 muertos o más desde que se produjo la invasión de Irak en 2003. La
violencia responsable de la mayor parte del exceso de muertes y los ataques
aéreos de las fuerzas de la coalición explican la mayor parte de las muertes
violentas’. Ese informe se publicó en The Lancet, la revista
médica británica, en noviembre de 2004 (136).
A la luz de las pruebas ya existentes que dejaban claro que los ataques
aéreos de la ‘coalición’ habían matado a miles de civiles, tanto durante como
después de la invasión, no había nada sorprendente en sus conclusiones. Sin
embargo, los gobiernos británico y estadounidense rechazaron velozmente ese
informe. Los medios estadounidenses, siguiendo con su tradición de deferencia
hacia sus autoridades, tomaron ejemplo del gobierno y más o menos ignoraron el
estudio. Tras la publicación del estudio del segundo equipo epidemiológico en
2006 (*), que cosechó un poco más de atención, el Presidente Bush dijo
tan sólo: ‘No lo considero un informe creíble’.
El cinismo de esos desprecios oficiales quedó expuesto finalmente en otra
serie de documentos británicos filtrados. El 26 de marzo de 2007, la BBC
publicó un memorandum de Sir Roy Anderson, el científico asesor-jefe del
Ministerio británico de Defensa, en el cual describía los métodos de los
epidemiólogos como ‘lo más cercano a la buena práctica’ y el diseño del estudio
como ‘robusto’. Esos documentos incluían memorandos enviados de ida y vuelta
entre preocupados funcionarios británicos, que decían cosas como: ‘¿Estamos
realmente seguros de que es probable que ese informe se ajuste a la verdad? Eso
es ciertamente lo que implica el escrito’. Otro funcionario contestaba: ‘No
aceptamos la exactitud de las cifras que aparecen en la investigación de The
Lancet’, pero añadía, en el mismo email: ‘No podemos desechar la metodología
de investigación utilizada, se trata de una forma probada y contrastada de medir
la mortalidad en zonas de conflicto’ (137).
La metodología a la que los funcionarios británicos se referían se había
basado en una ‘investigación mediante muestras de grupos’, el mismo tipo de
estudio que Les Robert había utilizado en la República Democrática del Congo en
2000. El Primer Ministro Blair había citado públicamente esas cifras del estudio
en la Conferencia de 2001 del Partido Laborista para justificar la política
británica en África, pero rechazó el estudio realizado en Irak declarando ante
los periodistas en diciembre de 2004: ‘Las cifras aportadas por el Ministerio
iraquí de Sanidad, que responden a una investigación realizada en sus
hospitales, son, bajo nuestro punto de vista, la investigación más exacta
existente’. Esto resulta de interés a la luz del informe de Youssef. Blair
rechazó las cifras totales del informe de Lancet, pero evitó la pregunta,
mucho más sensible, de quién había matado a toda esa gente, cuestión ésta en la
que tanto el Ministerio de Sanidad como los epidemiólogos estaban completamente
de acuerdo.
Los medios occidentales han venido citando al Ministerio de Sanidad iraquí a
muy amplios niveles y a Iraqbodycount.org como fuentes de las cifras de
mortalidad civil, pero ambos habían utilizado una metodología pasiva para contar
las muertes, añadiendo simplemente aquellas de las que se había informado bien
en los registros de los hospitales o en los relatos de los medios occidentales.
La experiencia de los epidemiólogos que trabajan en las zonas de guerra por todo
el mundo corrobora ese hecho, que la ‘búsqueda pasiva de información’ de las
cifras de muertos en una guerra sólo capta entre el 5% y el 20% del total de
muertes. Por esa razón es por la que han desarrollado la investigación por
muestreo para conseguir un cuadro más exacto del impacto letal de los conflictos
en los civiles, para así facilitar que los gobiernos, las agencias de las
Naciones Unidas y las ONG respondan de forma más adecuada.
El método de investigación por muestreo utilizado en zonas de guerra se
adoptó a partir de la práctica epidemiológica en otros tipos de crisis de
sanidad pública, mediante la investigación de una muestra representativa de
grupos de población para valorar la extensión total de un problema sanitario que
afecte a toda la población. Como Les Robert señalaba: ‘En 1993, cuando el Centro
para el Control de Enfermedades de EEUU seleccionó al azar 613 hogares en
Milwaukee y concluyó que 403.000 personas habían desarrollado
Cryptosporidum en el mayor brote jamás recogido en el mundo desarrollado,
nadie dijo que las 613 unidades familiares no fueran una muestra suficientemente
grande. Resulta extraño que la lógica de la epidemiología abrazada cada día por
la prensa en relación a nuevas medicinas o riesgos sanitarios cambie de alguna
manera cuando el mecanismo que produce la muerte son sus fuerzas armadas’
(138).
En Irak, en septiembre de 2004, los equipos epidemiológicos investigaron 988
unidades familiares en 33 grupos de diferentes partes del país, tratando de
equilibrar el riesgo de los equipos de investigación con el tamaño necesario
para una muestra significativa. Michael O’Toole, director del Centro
Internacional de Salud en Australia, dijo: ‘Es un tamaño clásico de muestra. No
veo prueba alguna de exageración significativa… En todo caso, creo que las
muertes deben haber sido más porque no han podido trabajar con las familias
donde todos sus miembros habían muerto’.
Más allá de la falsa controversia en los medios acerca de la metodología de
esos estudios epidemiológicos, había una cuestión importante en el estudio de
2004 en relación con las cifras, que fue la decisión de excluir de los datos a
un grupo de Faluya debido al altísimo número de muertes que se sabía se habían
perpetrado allí (incluso aunque la investigación se completara antes del ataque
final contra la ciudad en noviembre de 2004). Roberts escribió en una carta a
The Independent: ‘Por favor, comprendan que fuimos extremadamente
conservadores: hicimos una estimación para el estudio de 285.000 personas
muertas en los primeros dieciocho meses de invasión y ocupación, y acabamos
informando que habían sido al menos 100.000’.
El dilema al que se enfrentaron fue éste: en los 33 grupos investigados, 18
informaron de muertes no violentas (incluido uno situado en Ciudad Sadr), los
otros 14 grupos informaron de un total de 21 muertes violentas y la muestra de
Faluya informó de 52 muertes violentas. Esta última cifra es conservadora por la
razón subrayada por Michael O’Toole. Como el informe afirmaba: ‘23 hogares de
los 52 visitados habían sido temporal o definitivamente abandonados. Los vecinos
entrevistados describieron una gran mortalidad en la mayor parte de los hogares
abandonados pero no pudieron dar detalles precisos como para poder incluirlos en
la investigación’.
Dejando a un lado este último factor, había tres posibles interpretaciones de
los resultados de Faluya. La primera, que fue la que los epidemiólogos
adoptaron, era que el equipo había tropezado al azar con una muestra de hogares
donde el número de muertos era tan alto que no resultaba representativo y por
tanto no era importante para la investigación. La segunda posibilidad era que
ese resultado considerado entre los 33 grupos, en el que la mayor parte de las
víctimas pertenecían a un grupo y muchos otros daban cero víctimas, era una
representación precisa de la distribución de víctimas civiles en un país
sometido a bombardeo aéreo de ‘precisión’. La tercera posibilidad, que
incorporaba eficazmente las dos anteriores era que el grupo de Faluya era
atípico, pero no lo suficientemente anormal como para justificar su exclusión
total del estudio, por eso el número real de exceso de muertes está en algún
lugar entre las cifras de 100.000 y 285.000.
Sin embargo, en cada caso, esas cifras eran sólo el punto medio de un
registro estadístico, dejando una considerable incertidumbre acerca del número
actual de muertos. Los epidemiólogos hallaron, con un 95% de seguridad, que el
exceso de muertes como resultado de la guerra, excluyendo el 3% del país
representado por la muestra de Faluya, estaba en algún punto entre 8.000 y
194.000. En sí mismo, esto no apenas podía ser una conclusión sólida o
satisfactoria.
No obstante, era muy improbable que el número actual de muertos estuviera
cercano a cualquiera de esos extremos y había un 90% de probabilidades de que
fueran más de 44.000.
La muestra de Faluya, al representar estadísticamente al 3% más devastado del
país, informaba de 52 del total de 73 muertes violentas halladas en la
investigación. Incluso aunque esta no fuera una representación perfecta de la
distribución de las muertes violentas, por definición, esas zonas del país
sufrieron considerablemente mucho más que otras áreas y, sin embargo, la
estimación publicada de 100.000 muertes violentas incluía efectivamente cero
muertes violentas en esas zonas. El equipo investigador que visitó Faluya
informó que ‘inmensas zonas de la ciudad habían quedado tan devastadas en igual
o peor grado que la zona que había elegido al azar para investigar’, por tanto
el área elegida pareció de hecho ser representativa de muchas zonas gravemente
bombardeadas. Uno podía por tanto llegar a la estimación de ‘alrededor de un
exceso de 100.000 muertes o más’ al estudiar los datos de la investigación de
varias formas, lo que hizo que los autores confiaran firmemente en su
interpretación. Hubo otros sesgos conservadores integrados en el estudio, como
el de ignorar las casas vacías y bombardeadas, como Michael O’Toole indicaba,
pero no se hizo ninguna crítica seria de que su método pudiera provocar una
sobrevaloración de muertes. La principal crítica, formulada por políticos y
periodistas, fue que estos estudios producían estimaciones más altas que las del
recuento pasivo, pero eso es exactamente lo que uno podía esperar.
Una investigación más amplia que produjo menores cifras de mortalidad civil
fue la denominada Irak Living Conditions Survey [Investigación sobre las
Condiciones de Vida en Irak, ICVI]. Fue el Ministerio de Planificación y
Cooperación para el Desarrollo de la Autoridad Provisional de la Coalición quien
la llevó a cabo en abril y mayo de 2004 y el Programa para el Desarrollo de las
Naciones Unidas (PNUD) la publicó en mayo de 2005. El imprimátur del PNUD y el
amplio tamaño de la muestra dieron credibilidad a su tranquilizadora baja cifra
de alrededor de 24.000 ‘muertes por la guerra’ (139).
No obstante, su estimación del número de muertos por la guerra se derivaba de
una única pregunta planteada a las familias en el curso de una entrevista de 90
minutos de duración sobre las condiciones de vida dirigida por los funcionarios
del gobierno de la ocupación. A diferencia, los estudios sobre mortalidad
publicados en The Lancet se diseñaron con el único propósito de averiguar
cifras exactas de mortalidad e incluían grandes precauciones para garantizar el
anonimato de los entrevistados y para tranquilizarles sobre la independencia de
los equipos investigadores.
Jon Pederson, el diseñador noruego de la ICVI, dijo él mismo que sus cifras
de mortalidad eran ciertamente demasiado bajas. Los equipos de investigación que
volvieron a las mismas casas y preguntaron sólo sobre las muertes de niños se
encontraron con casi el doble de las que aparecían en la encuesta principal.
Esto sugería precisamente que existía resistencia a informar de las muertes
violentas que Roberts y sus colegas trataron de superar haciendo mucho hincapié
en su imparcialidad. Y en abril o mayo de 2004, una pregunta sobre los “muertos
de la guerra” podía todavía interpretarse que se refería sólo a la invasión
misma, en oposición a la larga guerra de guerrillas que la siguió. Esta
interpretación se apoya en el hecho de que más de la mitad de las muertes
informadas en la ICVI se habían producido en la región sur de Irak, que se llevó
la peor parte de la invasión pero que posteriormente estuvo más tranquila que
otras regiones.
En enero de 2005, el Ministerio de Sanidad proporcionó a la BBC un
extracto de la investigación hecha en su hospital durante los seis meses
anteriores que describía un cuadro similar al que se le dio a Nancy Youssef, del
Knight Ridder, en septiembre. Recogía 2.041 civiles asesinados por las
fuerzas estadounidenses y sus aliados, y 1.233 por supuestos insurgentes.
Después de que la BBC transmitiera esas cifras por todo el mundo, recibió
una llamada del Ministro de Sanidad del gobierno de la ocupación afirmando que
el informe de su ministerio estaba falseado y que el número de muertos atribuido
a las fuerzas ocupantes no era exacto. La BBC se retractó y el Ministerio
de Sanidad dejó de proporcionar desgloses de cifras que atribuyeran cualquier
responsabilidad a las fuerzas ocupantes por las muertes de civiles
(140).
Otro recuento a nivel nacional de civiles asesinados lo publicó un grupo
llamado Iraqiyun el 12 de julio de 2005. Iraqiyun era un grupo
humanitario iraquí dirigido por el Dr. Hatim Al-Alwani y afiliado al partido
político del presidente interino Ghazi Al-Yawer. Recogía en aquel momento
128.000 muertes violentas, de las cuales el 55% eran mujeres y niños menores de
12 años. El informe especificaba que incluía sólo muertes confirmadas de las que
se había informado a los familiares, omitiendo cifras importantes de personas
que habían sencillamente desaparecido sin dejar huella alguna en medio de la
violencia y el caos. Era muy improbable que un esfuerzo como ese recogiera todos
y cada uno de los muertos que hubieran podido producirse pero era un recuente
importante, por las razones ya mencionadas (141).
Después, entre mayo y julio de 2006, Roberts, Burnham y Lafta dirigieron un
segundo estudio epidemiológico en Irak para actualizar su estimación de al menos
100.000 muertes entre marzo de 2003 y septiembre de 2004. Aumentaron el tamaño
de su muestra a 1.849 hogares, que comprendían 12.801 individuos en 47 grupos.
Investigaban en esta ocasión los resultados de cuarenta meses de guerra. Estos
factores les permitieron limitar el alcance estadístico de sus resultados. Esta
vez pudieron decir, con el 95% de certeza, que entre 426.000 y 794.000 iraquíes
habían muerto violentamente como consecuencia de la guerra. Estimaron que, en el
mejor de los casos, había habido un exceso de 655.000 muertes, de las cuales
alrededor de 600.000 fueron muertes violentas. Pudieron validarse los resultados
de la anterior investigación de que en octubre de 2004 habían muerto al menos
100.000 iraquíes, con una nueva estimación de exceso de muertes, para ese
período, de 112.000. Esto validó también el supuesto conservador de que la
muestra de Faluya era inusual pero no irrelevante (142).
Encontraron también algunos cambios en el modelo de muertes violentas. Los
tiroteos eran ahora la causa más común en el número global de muertes, y ‘la
proporción de muertes atribuidas a la coalición había disminuido en 2006, aunque
las cifras actuales habían ido aumentando cada año’. Sin embargo, su conclusión
global fue que: ‘La cifra de gente que muere asesinada en Irak sigue
aumentando’.
Esta tendencia general era extremadamente preocupante, con cada período
recogiendo más muertes violentas que en el anterior y con una proliferación de
los tipos de violencia según pasaba el tiempo. Los ataques aéreos eran ahora
causa de sólo el 13% del total de muertes violentas, pero seguían siendo
responsables de las muertes de alrededor de la mitad de todos los niños
asesinados en Irak, resaltando la naturaleza inherentemente indiscriminada del
potente armamento lanzado desde el aire. Se había registrado un inmenso aumento
en las muertes violentas entre los varones de edades comprendidas entre los 15 y
los 44 años, reflejando ahora el 59% de todas las muertes violentas, pero los
epidemiólogos decidieron no intentar diferenciar entre muertes de combatientes y
de no combatientes. Con gran parte de la población implicada ahora en la
resistencia armada frente a la ocupación, sentían que hacer preguntas sobre este
extremo podía poner a los equipos de la investigación ante graves riesgos y que
las respuestas no iban a ser en ningún caso fiables.
Los hogares atribuyeron el 31% de las muertes violentas a las fuerzas de la
coalición, lo que suponía una estimación de al menos 180.000 personas asesinadas
directamente por los estadounidenses y otras fuerzas extranjeras ocupantes. Sin
embargo, el informe señalaba que: ‘No se clasificaron algunas de las muertes
como provocadas por las fuerzas de la coalición si en los hogares habían algún
tipo de incertidumbre sobre la parte responsable; en consecuencia, la cifra de
muertes y la proporción de muertes violentas atribuibles a la coalición se
ajusta a criterios conservadores’. Asimismo, las fuerzas iraquíes reclutadas y
entrenadas por las fuerzas de EEUU y bajo su mando jugaron un papel cada vez
mayor en la guerra, en particular en el reino del terror lanzado en Bagdad en
mayo de 2005. Esas fuerzas fueron responsables de las ejecuciones sumarias de
miles de hombres jóvenes y adolescentes, pero esas muertes no se atribuyeron en
ese estudio a las fuerzas de la ‘coalición’.
En enero de 2008, se publicaron dos estudios más sobre la mortalidad en Irak.
El primero fue la Irak Family Health Survey [Investigación sobre la Salud
Familiar en Irak, ISFI), que realizó el mismo grupo (COSIT, por sus siglas en
inglés) que había dirigido el estudio de 2004, la ICVI citada arriba. Este
estudio se centró exclusivamente en la cifra de muertos y contó con alguna
cooperación de la Organización Mundial de la Salud. Se publicó en el New
England Journal of Medicine. Investigó las muertes habidas sólo hasta junio
de 2006, para proporcionar una comparación con la segunda investigación de
Roberts, Burnham y Lafta. Aunque también encontró pruebas de un inmenso
incremento en la tasa de mortalidad desde la invasión, la ISFI concluyó con una
estimación mucho más baja, alrededor de 150.000 muertes violentas
(143).
Lamentablemente, hay varias razones para dudar de la exactitud de esta cifra
más baja. Al igual que la ICVI de 2004, este estudio lo llevaron a cabo los
empleados de un gobierno que formaba parte de la violencia que se intentaba
cuantificar. Por tanto, podía predecirse que las cifras reales iban a
subestimarse. En segundo lugar, sus cálculos acerca de la tasa de mortalidad
anterior a la invasión para el año 2002 fue de alrededor de la tercera parte de
la tasa oficial de mortalidad recogida por la OMS. En tercer lugar, no encontró
incrementos en la tasa de muertes violentas de año en año entre 2003 y 2006.
Cualquier otra serie de datos de que se dispuso, desde los estudios de
mortalidad a las estadísticas sobre violencia en Irak del Pentágono, mostraban
que la violencia aumentaba año tras año. En cuarto lugar, se halló que sólo una
de cada seis muertes tras la invasión se debía a la violencia, frente a la
mayoría de muertes por la violencia de otros estudios epidemiológicos y de
investigaciones independientes en los cementerios.
Un quinto factor que seguramente contribuyó a la baja cifra de mortalidad de
la ISFI fue que era imposible investigar la mortalidad en las zonas más
peligrosas, el 11% de Irak. Se intentó compensar esto basándose en la
distribución regional de muertes violentas de Iraqbodycount.org (IBC),
que registra las muertes recopilándolas a partir de los informes de los medios
internacionales. Sin embargo, como las áreas no investigadas eran también las
más peligrosas para los periodistas internacionales, inevitablemente, IBC
desestimaba también las muertes de esas zonas. Y la ISFI utilizó todo ese modelo
distorsionado basado en la información pasiva para hacer su estimación sobre las
muertes en las partes más letales del país.
La otra investigación, publicada en enero de 2008, la dirigió entre agosto y
septiembre de 2007, Opinion Research Business (ORB), una firma de
encuestas británica, conjuntamente con el Instituto Independiente de Irak para
la Administración y Estudios de la Sociedad Civil. Investigaron en 2.414 hogares
y les preguntaron si habían perdido a algún miembro de la familia a causa de la
violencia desde que se produjo la invasión. No pudieron investigar en tres
provincias (Anbar, Karbala e Irbil), y la mayoría del 8% de los hogares que se
negaron a contestar pertenecía a Bagdad, donde las tasas de mortalidad eran de
las más altas. Estos factores contribuyeron a crear un sesgo conservador en sus
estimaciones. A pesar de todo esto, ORB halló que alrededor del 20% de los
hogares investigados habían perdido al menos a uno de sus miembros, y estimaron
que habían muerto en la guerra alrededor de 1,03 millones de personas. Sin
tratar de compensar los sesgos conservadores mencionados, sus datos y el tamaño
de la muestra otorga un 95% de fiabilidad a una cifra de muertos de entre
946.000 y 1,12 millones (144).
Tras la publicación del segundo estudio epidemiológico en The Lancet
(*), la escala de muertes violentas que reveló fue gradualmente
reconociéndose entre los círculos educados de Occidente, incluido Estados
Unidos. La investigación de ORB proporcionó confirmación independiente del nivel
de violencia. También sugería que las muertes habían continuado aumentando
durante al menos otro año tras la publicación del citado segundo estudio de
The Lancet y que es muy probable que la cifra total superara el millón de
muertes violentas.
El trabajo de todos estos investigadores mostró que Estados Unidos y otros
gobiernos modernos no pueden desencadenar un tipo de violencia así en ningún
otro país sin tener que hacer frente finalmente a las consecuencias de la
preocupación de la opinión pública por la naturaleza y magnitud de sus efectos.
Y, aunque las autoridades estadounidenses nunca lo admitan en público, la
publicación de estos estudios servirá probablemente para refrenar algunos de sus
más violentos impulsos de los comportamientos en una guerra.”
Notas:
135. Nancy Youssef: "U.S. attacks, not insurgents, blamed for most Iraqi
deaths”, Miami Herald, 25 septiembre 2004: http://www.commondreams.org/headlines04/0925-02.htm
136. Les Roberts et al.: "Mortality before and after the 2003 invasion of
Iraq: cluster sample survey”, The Lancet, Vol. 364, 20 noviembre
2004.
137. Owen Bennett-Jones: "Iraq deaths survey was robust”, BBC World
Service, 26 marzo 2007: http://news.bbc.co.uk/1/hi/uk_politics/6495753.stm
138. Nicolas J. S. Davies: "Burying the Lancet report” Z
Magazine, febrero 2006.
139. http://www.iq.undp.org/ilcs.htm
140. "BBC obtains Iraq casualty figures”, BBC News, 28 enero
2005. Informe original en: http://www.informationclearinghouse.info/article7906.htm
141. "Iraqi civilian casualties”, United Press International,
12 julio 2005. http://www.upi.com/Security_Terrorism/Analysis/2005/07/12/iraqi_civilian.2280/
142. Gilbert Burnham et al.: "Mortality after the 2003 invasion of Iraq: a
crosssectional cluster sample survey”, The Lancet, 11 octrubre
2006.
143. Iraq Family Health Survey Study Group, "Violence-related
mortality in Iraq from 2002 to 2006”, New England Journal of
Medicine, Vol. 358: 484-493, 31 enero 2008.
144. http://www.opinion.co.uk/Newsroom_details.aspx?NewsId=88
N. de la T.
(*) Véase traducción informe completo investigación 2006 de The
Lancet en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=39504
Fuente:
http://warisacrime.org/content/unreported-iraqi-war-deaths-revealed-wikileaks-are-only-tip-iceberg
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