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Cómo Cheney y sus aliados crearon la crisis de Corea del Norte

El ‘lobby’ armamentístico y los halcones republicanos son los responsables de la actual crisis con Corea del Norte

Gareth Porter
9 de enero de 2018


La administración Trump ha estado diciendo a la gente durante meses que la crisis con Corea del Norte es el resultado de la amenaza nuclear que el régimen de Pionyang representa para EEUU y de sus falsos acuerdos diplomáticos pasados. Sin embargo, Corea del Norte llegó a acuerdos con los gobiernos de Clinton y George W. Bush que podían haber evitado esta crisis si se hubieran respetado.

Pero un grupo de miembros de la administración Bush, encabezado por el entonces vicepresidente Dick Cheney, saboteó ambos acuerdos, tras lo cual Pionyang aceleró su programa nuclear y de misiles. Esto condujo, finalmente, al reciente éxito de las pruebas norcoreanas de lanzamiento de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) en noviembre de 2017.

Además, Cheney y sus compinches desbarataron los esfuerzos diplomáticos para frenar el desarrollo nuclear y de misiles norcoreanos, no porque se opusieran al “control de armamentos” (después de todo, los acuerdos negociados solo habrían limitado las armas de Corea del Norte), sino porque esos acuerdos habrían supuesto un obstáculo político para al principal objetivo del grupo: el financiamiento y puesta en marcha, lo antes posible, de un sistema nacional de defensa antimisiles. La historia de las maniobras de Cheney para acabar con los acuerdos muestra cómo el verdadero interés nacional de la seguridad de EEUU fue, en realidad, sacrificado en el altar de los intereses de poderosos contratistas que buscaban un mayor y antieconómico gasto militar.

¿Frenar la defensa norcoreana?

En octubre de 1994, la administración de Bill Clinton llegó a un acuerdo histórico con Corea del Norte denominado “Acuerdo Marco”, por el cual Pionyang aceptaba congelar sus trabajos en el reactor de plutonio y en las instalaciones conexas en el plazo de un mes, bajo la supervisión del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), y desmantelarlas tan pronto como pudieran reemplazarlas con reactores de agua ligera. Washington se comprometió a proporcionar los reactores, así como el combustible hasta que aquellos fueran construidos. Y lo que es aún más importante, EEUU también se comprometió a dar pasos para poner fin a la enemistad hacia Corea del Norte y normalizar las relaciones entre los dos países.

Sin embargo, tan pronto como la administración Clinton negoció el “Acuerdo Marco”, los republicanos consiguieron el control de ambas cámaras del Congreso en las elecciones de 1994. Ese cataclísmico cambio político permitió que el poderoso lobby de los contratistas militares presionara en favor del desarrollo de un sistema nacional de defensa antimisiles y su inmediato despliegue.

Fue una convergencia fatídica, porque la estrategia del lobby consistió en crear una sensación de urgencia ante una supuesta e inminente amenaza procedente de ICBMs equipados con armas nucleares de “estados delincuentes” como Irak, Irán y Corea del Norte.

Y el acuerdo del gobierno de Clinton con Pionyang — el único “estado delincuente” que tenía un programa de armas nuclear y de misiles balísticos — era una amenaza, sí, para los intereses del lobby.

Cuando la CIA dijo en 1995 que ninguno de los tres “estados delincuentes” tendría misiles balísticos capaces de amenazar a EEUU al menos durante 15 años, el lobby logró que el Congreso aprobara una ley con el fin de crear una “comisión nacional” que estudiara la amenaza de los estados terroristas y contradijera la evaluación de la CIA. La comisión, dirigida por el líder republicano Donald Rumsfeld, afirmó en su informe final de julio de 1998 que Irak y Corea del Norte podían adquirir ICBMs capaces de atacar a EEUU en tan solo cinco años. Bajo fuertes presiones políticas, la CIA dio marcha atrás y adoptó en gran medida el argumento de la comisión.

Corea del Norte solo había efectuado dos pruebas de misiles de mediano y largo alcance entre 1988 y 1998 y ambas fueron fallidas. Así pues, la administración Clinton no se centró en las supuestas amenazas de ICBMs y solo celebró dos rondas de conversaciones sobre el programa de misiles balísticos entre 1996 y 1998.

De hecho, no fue Washington, sino Pionyang quien propuso en 1998 un acuerdo que pondría fin a su desarrollo de nuevos misiles como parte de un tratado de paz más amplio con EEUU.

Después de que Washington no aceptara la propuesta, Corea del Norte lanzó el 31 de agosto de 1998 un cohete llamado Taepodong. Esto fue presentado por el lobby y los principales medios de comunicación estadounidenses como un importante paso del régimen de Pionyang para dotarse de ICBMs. El lobby presionó para que se aprobara una legislación que estableciera como objetivo de política nacional el despliegue de un “sistema nacional de defensa antimisiles eficaz”, en cuanto fuera tecnológicamente posible.

El líder norcoreano Kim Jong-Il utilizó el despliegue de misiles como una forma de conseguir que EEUU negociara un acuerdo que incluyera pasos concretos hacia la normalización de las relaciones. De hecho, llegó a enviar a un representante a Washington para que presentara un esbozo de una nueva oferta norcoreana, por la que renunciaría al sistema de ICBMs, así como al programa de armas nucleares. En octubre de 2000, la secretaria de estado Madeleine Albright se trasladó a Pionyang y las dos partes acercaron sus posturas, dando la impresión de que un acuerdo final era factible.

Pero Clinton no fue a Pionyang para firmar el acuerdo en los últimos meses de su presidencia y la elección de George W. Bush en noviembre de 2000 supuso un gran triunfo del lobby armamentístico. Bush nombró a Rumsfeld, el principal adalid de un sistema de defensa antimisiles, como su secretario de defensa. No menos de ocho personajes con vínculos directos o indirectos con Lockheed Martin, el principal contratista de defensa, se convirtieron en altos responsables en la nueva administración. El más importante de ellos fue Dick Cheney, cuya esposa, Lynn Cheney, había ganado más de medio millón de dólares como miembro de la junta directiva de Lockheed Martin entre 1994 y 2001.

Cheney se puso manos a la obra para cargarse el Acuerdo Marco y sacar adelante el sistema de defensa antimisiles antes incluso de que Bush entrara en la Casa Blanca. Cheney eligió a Robert Joseph, un firme partidario de la defensa antimisiles y enemigo acérrimo de todo acuerdo con Corea del Norte, como miembro clave del equipo de transición encabezado por él. Luego, Cheney nombró a Joseph director del Consejo de Seguridad Nacional, con responsabilidades en el sistema de defensa antimisiles y la política de proliferación de “armas de destrucción masiva”.

“Joseph odiaba realmente el Acuerdo Marco”, dijo Larry Wilkerson, entonces miembro del equipo de planificación política del Departamento de Estado, al periodista Mike Chinoy. “Su objetivo era primero liquidar el Acuerdo Marco y asegurarse de que nada parecido pudiera volver a acordarse”.

El primer proyecto de Joseph fue redactar una directiva presidencial de seguridad nacional que estableciera un “nuevo marco estratégico”, construido, básicamente, en torno a un sistema de defensa antimisiles balísticos, tal como le reconoció Joseph a un investigador de la Universidad de Defensa Nacional.

Joseph redactó un discurso que el presidente pronunció el 1 de mayo de 2001, en el que Bush debutó con un nuevo argumento central para la defensa nacional antimisiles. “La disuasión ya no puede basarse únicamente en la amenaza de represalias nucleares”, declaró Bush, añadiendo que el sistema de defensa antimisiles podría “fortalecer la disuasión al reducir el incentivo de la proliferación”.

Cheney y Bolton liquidan el acuerdo

El Departamento de Estado de Colin Powell fue el principal obstáculo a los planes del grupo de Cheney para tirar el Acuerdo Marco al cubo de la basura. La Oficina de Asia Oriental del departamento obtuvo la aprobación de Bush para realizar una revisión formal de la política hacia Corea del Norte, que concluyó definiendo el objetivo político de explorar un acuerdo con Pionyang que implicara “una mejor relación”.

Pero Cheney tenía una estrategia burocrática para frustrar esos planes y acabar con el Acuerdo Marco. El personal del Consejo de Seguridad Nacional inició una “revisión de la postura nuclear”, que se llevó a cabo sin la participación de los aliados de Powell. El documento final incluyó a Corea del Norte en una nueva lista de países que podrían ser atacados por EEUU con armas nucleares.


El exvicepresidente de EEUU Dick Cheney se reúne con otros miembros del gobierno en la Casa Blanca el 5 de julio de 2006. (Foto: Brooks Kraft LLC / Corbis via Getty Images)

Esa maniobra, que fue filtrada a la prensa en marzo de 2002, entraba en conflicto directo con la promesa de EEUU de “dar garantías formales a la República Democrática Popular de Corea contra una amenaza o uso de armas nucleares por parte de EEUU”, contenida en el Acuerdo Marco.

El mensaje de Bush sobre el estado de la unión de enero de 2002 introdujo la idea de que Corea del Norte formaba parte del “eje del mal”, junto a Irán e Irak. No eran unas palabras secundarias o desechables introducidas por el escritor de los discursos del presidente, sino que reflejaban las presiones de Cheney y Rumsfeld para “endurecer las sanciones y el aislamiento y sentar, así, las bases para el cambio de régimen en Corea del Norte”, según se reconoce en las memorias de Condoleezza Rice, No Higher Honor.

John Bolton, un aliado de Cheney en el Departamento de Estado en los temas relacionados con la proliferación, escribe en sus memorias, Surrender is Not an Option (La rendición no es una opción), que él consideró que el discurso sobre el “eje del mal” era una señal de que, a partir de ese momento, podía comenzar una ofensiva burocrática contra el Acuerdo Marco. Bolton recuerda que presionó al Departamento de Estado para que aceptara que Corea del Norte no estaba cumpliendo el Acuerdo Marco, ya que “no había hecho una declaración completa y precisa de sus actividades nucleares y se negó a permitir una inspección de las instalaciones relacionadas”.

En realidad, Bolton estaba tergiversando los términos del acuerdo, ya que, en realidad, este establecía que Corea del Norte cumpliría plenamente con su acuerdo de salvaguardias, incluyendo la exactitud y exhaustividad de su declaración sobre su programa nuclear, “cuando una parte significativa del proyecto LWR [reactor de agua ligera] fuera completado, pero antes de la entrega de componentes nucleares clave”. La construcción del reactor de agua ligera ni siquiera había comenzado en 2002, cuando el Departamento de Estado notificó al Congreso que Pionyang no estaba cumpliendo el acuerdo.

El plan de Bolton se vio frustrado temporalmente por la resistencia del Consejo de Seguridad Nacional, bajo la influencia de la consejera Condoleezza Rice. Pero el golpe decisivo al Acuerdo Marco se produjo en julio de 2002, cuando, según sus propias memorias, Bolton consiguió que una evaluación de inteligencia declarara que Corea del Norte había “comenzado a buscar materiales relacionados con la centrifugación en grandes cantidades” en 2001, y que había “obtenido equipos adecuados para su uso en sistemas de alimentación y extracción de uranio”. Bolton recuerda que el nuevo informe de inteligencia fue “el martillo que estaba buscando para destrozar el Acuerdo Marco”. En diversas reuniones de la administración, argumentó que Pionyang se había comprometido a “tomar medidas para aplicar la Declaración Conjunta [de las dos Coreas] sobre la desnuclearización de la Península de Corea” y que, por lo tanto, cualquier movimiento norcoreano hacia el enriquecimiento de uranio violaba su compromiso.

Bolton estaba creando otra mentira. Robert Carlin, experto en Corea del Norte y asesor de los negociadores estadounidenses, ha señalado que la mención de ese documento fue una “ocurrencia de último momento” y que “nadie creía realmente que la referencia a los acuerdos entre las dos Coreas constituyera una de las obligaciones fundamentales de la República Democrática Popular de Corea” en el acuerdo marco.

El negociador de Bush con Corea del Norte, Charles L. Pritchard, sugirió incluir el enriquecimiento de uranio en el Acuerdo Marco como baza negociadora, según Bolton. También advirtió que si EEUU se retiraba del acuerdo, Corea del Norte reanudaría su programa de plutonio o comenzaría un nuevo programa de uranio.

Sin embargo, Bolton recuerda haberle dicho a Pritchard que eso no supondría “la más mínima diferencia”, porque Pionyang ya tenía suficiente plutonio para “varias armas”. Lo cierto es que no estaba nada claro que Pionyang ya hubiera convertido el plutonio en un arma nuclear.

Pero Bolton no mostró ninguna preocupación aparente por el programa norcoreano de misiles de largo alcance, que la administración Clinton y Corea del Norte habían acordado que sería negociado conjuntamente con los pasos hacia la normalización de relaciones. “Quería una conclusión decisiva de que el Acuerdo Marco estaba muerto”, escribe Bolton.

En octubre de 2002, el subsecretario de estado [para asuntos asiáticos] James Kelly fue a Pionyang con órdenes explícitas, que Rice atribuye a aquellos que estaban saboteando la diplomacia con el fin de acusar al régimen norcoreano de burlar el acuerdo y haber adquirido uranio enriquecido. El primer viceministro de asuntos exteriores de Corea del Norte, Kang Sok Ju, no negó el interés de su gobierno en el enriquecimiento de uranio, pero dijo que se trataba de una respuesta a las claras intenciones de la administración Bush de no mejorar las relaciones. También dijo que Corea del Norte estaba dispuesta a negociar el programa de enriquecimiento de uranio si EEUU cambiaba su política hostil.

No obstante, en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional celebrada una semana después, nadie discrepó con la afirmación de que el Acuerdo Marco estaba muerto, según Bolton. En diciembre de 2002, la administración Bush armó fuertemente a sus aliados japoneses y surcoreanos para poner fin a su suministro de petróleo a Corea del Norte, dando por terminado oficialmente el Acuerdo Marco.


Cheney y sus aliados estaban despejando el camino para lograr la financiación total del sistema nacional de defensa antimisiles, que querían desplegar lo antes posible. Rumsfeld había creado una nueva Agencia de Defensa Antimisiles en el Pentágono a comienzos de 2002, con una libertad sin precedentes frente a la supervisión del Congreso y del Departamento de Defensa.

Estaban, también, abriendo las compuertas para el desarrollo nuclear y de misiles de Corea del Norte.

Cheney rompe el acuerdo con Corea del Norte

Durante los tres años siguientes, la administración Bush rechazó las negociaciones directas con Pionyang. Pero la secretaria de estado Condoleezza Rice consiguió que Bush acordara, en septiembre de 2005, una declaración conjunta de principios con Corea del Norte en el contexto de las Conversaciones de las Seis Partes.

En octubre de 2007, Washington y Pionyang negociaron un acuerdo en virtud del cual Corea del Norte sellaría primero y luego inutilizaría sus instalaciones de plutonio para el envío de combustible pesado y proporcionaría información completa de todo su programa nuclear, incluido el de uranio. Por su parte, EEUU se comprometía a retirar a Corea del Norte de su lista de estados patrocinadores del terrorismo y a levantar otras restricciones comerciales. En una fase posterior, ambas partes acordarían un sistema de verificación, así como medidas conducentes a la normalización de las relaciones.

Pero Cheney saboteó el nuevo acuerdo. En abril de 2007, Israel afirmó que Siria había construido un reactor nuclear en el este del país con ayuda de Corea del Norte. Todos los asesores de Bush dieron por cierta la afirmación israelí, pero casi una década después, el experto de la OIEA sobre reactores norcoreanos ofreció las pruebas técnicas que le habían llevado a concluir con absoluta certeza de que el sitio sirio no podía ser un reactor nuclear diseñado por Corea del Norte.

Cheney utilizó el supuesto reactor nuclear sirio para arrebatar a Rice el control sobre la política hacia Corea del Norte. En sus memorias In My Time, recuerda cómo, en una reunión celebrada el 4 de enero de 2008 en la Casa Blanca, presionó a Bush y Rice para que aceptaran su idea de que “no admitir que [Corea del Norte] ha estado ayudando a los sirios sería un mal negocio”. Dos meses después, Bush otorgó a Cheney el poder de aprobar cualquier texto negociado con Pionyang por el Departamento de Estado.

Bajo la presión de Cheney, Rice adoptó una nueva estrategia diplomática. Además de sus obligaciones en las dos primeras fases del acuerdo de octubre de 2007, escribe Rice en No Higher Honor, “los norcoreanos tendrán que aceptar un protocolo de verificación que rija la inspección in situ de todos los aspectos de su programa nuclear”.

Ese protocolo de verificación — y no las medidas aceptadas por Pionyang en el acuerdo de octubre de 2007 — sería ahora la base para decidir si el gobierno de EEUU sacaría a Corea del Norte de la lista de patrocinadores del terrorismo y detendría la aplicación de la ley de comercio con países enemigos.

Tras todo lo sucedido, Rice cambió las reglas del juego. Después de que Corea del Norte emitiera su declaración sobre el programa de enriquecimiento de plutonio a finales de junio de 2008, los negociadores estadounidenses solicitaron el acuerdo de Pionyang para que los inspectores entraran en cualquier instalación, declarada o no, incluyendo sitios militares sensibles. Pionyang expresó sus fuertes objeciones a semejantes pretensiones, así como a la toma de muestras medioambientales por parte de los inspectores. El periodo de 45 días durante el cual se suponía que EEUU iba a dar sus dos pequeños pasos hacia la normalización de las relaciones llegó y se fue.

Corea del Norte acusó inmediatamente a EEUU de violar el acuerdo de octubre y suspendió la inhabilitación de sus instalaciones nucleares. El negociador estadounidense Chris Hill obtuvo lo que él consideraba un visto bueno verbal de Pionyang para una versión enmendada del protocolo de verificación, pero Corea del Norte no la firmó. Sobre la base de ese acuerdo no escrito, Bush aceptó retirar a Corea del Norte de la lista estadounidense de países patrocinadores del terrorismo, y se completó la inhabilitación física del complejo de plutonio norcoreano.

Pero Bush insistió en que Corea del Norte firmara el protocolo de verificación, y en diciembre, después de la elección de Barack Obama, Pionyang rechazó la reescritura unilateral del acuerdo por parte de la administración Bush, declarando que solo aceptaría inspecciones especialmente intensivas si EEUU terminaba su “política hostil y de amenaza nuclear” contra Corea del Norte. La diplomacia estadounidense y norcoreana sobre el acuerdo de 2007 llegó a un punto muerto.

Cheney y sus aliados habían impedido la conclusión exitosa de dos acuerdos que podrían haber evitado la crisis actual con Corea del Norte. Cuando Bush asumió la presidencia en 2001, se creía que Corea del Norte no tenía plutonio suficiente para construir una bomba atómica. Al final de su segundo mandato, Corea del Norte ya era una potencia nuclear, con varias armas atómicas.

Más importante todavía es que la administración Bush nunca intentó negociar los límites del programa de misiles de largo alcance de Corea del Norte. Eso fue muy costoso para el pueblo estadounidense, pero fue un regalo para el programa nacional de defensa antimisiles.


Gareth Porter es un periodista independiente de investigación e historiador que escribe sobre la política de seguridad nacional de EEUU. Su último libro, Manufactured Crisis: The Untold Story of the Iran Nuclear Scare, fue publicado en febrero de 2014. Twitter: @GarethPorter

Publicado en How Cheney and His Allies Created the North Korea Nuclear Missile Crisis, Truthout, 28 de diciembre de 2017

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

Fuente: https://medium.com/diferencias/ c%C3%B3mo-cheney-y-sus-aliados-crearon-la-crisis-de-corea-del-norte-f9efd9e1f90


 

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