Después de trece años en Guantánamo, torturado por un
crimen que no cometí, nunca estaré libre de sufrimiento
Younus Chekkouri, Metro. Viernes 20 de julio de 2018
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar
Conocí varios torturadores en los 13 años que EE.UU.
me mantuvo prisionero. Estaba Ana (por lo menos así era como se llamaba), la
interrogadora estadounidense en Guantánamo que seguido amenazaba con colgarme.
Todavía la veo en mis pesadillas.
También estaban los guardias, que me golpeaban con sus
botas y se reían cuando pedía ropa más suelta porque el dolor era tan grande.
Decían que me la darían si confesaba que era un miembro de Al-Qaeda, pero no
podía porque no sabía nada de terrorismo.
Mi ex esposa y yo veníamos de Marruecos y estábamos en
Afganistán buscando un trabajo para una organización extranjera cuando las
fuerzas estadounidenses invadieron en el 2002. Escapamos de la guerra a
Pakistán, en donde fuimos capturados por fuerzas de seguridad locales, acusados
de ser guerrilleros extranjeros y posteriormente fuimos vendidos al ejército estadounidense
por $5,000 (£3,800). Después me enteré de que esto le sucedió a cientos de
otros hombres desafortunados.
Nunca olvidaré a mis torturadores, ¿Quién olvida la primera vez?
Los estadounidenses pusieron una bolsa sobre mi cabeza y me
golpearon sin piedad, una y otra vez. Un guardia afgano que trabajaba con ellos
puso una pistola en mi cabeza y amenazó con jalar el gatillo. Esto fue en
Kandahar, en un aeropuerto que convirtieron en centro de detención.
No todos eran estadounidenses.
Una noche, después de dos meses en la prisión, me
despertaron a la mitad de la noche. Los guardias me esposaron, me arrastraron
de la celda y comenzaron a golpearme en la cara y en el resto del cuerpo. Para
cuando llegué al cuarto de interrogación, mi ropa estaba rasgada y yo estaba
temblando de miedo y enojo.
Los dos hombres que estaban esperándome iban vestidos
de civiles. Hablaban en dialecto árabe egipciano, fluido. Amenazaron con
enviarme de regreso a Marruecos para ser torturado. Cuando intenté explicarles
que había ocurrido una terrible equivocación, se burlaron de mí. “Ya salam”,
decía uno sarcásticamente, “¿en serio?”.
Sospecho que eran británicos porque me enseñaron
fotografías de marroquines y otros africanos viviendo en el Reino Unido. Había
cientos de fotos, de hombres y mujeres, y un sin fin de preguntas, acerca de
los prisioneros británicos detenidos en el centro y acerca de lugares en los
que yo no había estado y gente que nunca había conocido. Después de esa noche,
me interrogaron dos veces antes de volarme a Guantánamo.
Ahora leo que el parlamento británico publicó un
reporte, documentando lo que yo y otras víctimas de tortura del programa
estadounidense de rendición sabíamos que era verdad: espías
británicos fueron testigos de la tortura de prisioneros, entregaron preguntas
cuando sabían que las técnicas mejoradas de interrogación eran tortura y
recibieron información como resultado de las mismas.
Sé que es fácil de creer, porque lo experimenté yo.
Fui interrogado en dos ocasiones más, por agentes británicos, en Guantánamo. Lo
que es difícil de creer es que un país, fundado bajo la ley, un país que aclama
liderazgo moral, pueda tolerar no saber qué abusos se cometen en su nombre.
¿Estoy en el reporte? Está incompleto, encapado con
palabras en código, para que no haya una manera certera de decir. Pero yo sé
que mi tortura e interrogación sucedieron.
Está en las pesadillas ahora, pero el dolor, el miedo
y la humillación fueron reales. Hace tres años, los americanos me liberaron de
Guantánamo. Nunca fui acusado de algún crimen, nunca se disculparon, nunca
trataron de explicar cómo acabé ahí. Solo se lavaron las manos.
Ahora, aunque soy un hombre libre, no puedo dormir.
Tomo pastillas para la ansiedad y mi cuerpo me duele, recordándome de las
golpizas. Nunca estaré libre de sufrimiento. Lentamente estoy reconstruyendo mi
vida en Marruecos. Gané
mi demanda legal, me volví a casar y tengo una bebita.
Pero todavía veo la cara de Ana, todavía escucho su voz de burla con cada muy británico “Ya salam”.
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