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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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Después de trece años en Guantánamo, torturado por un crimen que no cometí, nunca estaré libre de sufrimiento

Younus Chekkouri, Metro. Viernes 20 de julio de 2018

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar

Conocí varios torturadores en los 13 años que EE.UU. me mantuvo prisionero. Estaba Ana (por lo menos así era como se llamaba), la interrogadora estadounidense en Guantánamo que seguido amenazaba con colgarme.

Todavía la veo en mis pesadillas.

También estaban los guardias, que me golpeaban con sus botas y se reían cuando pedía ropa más suelta porque el dolor era tan grande. Decían que me la darían si confesaba que era un miembro de Al-Qaeda, pero no podía porque no sabía nada de terrorismo.

Mi ex esposa y yo veníamos de Marruecos y estábamos en Afganistán buscando un trabajo para una organización extranjera cuando las fuerzas estadounidenses invadieron en el 2002. Escapamos de la guerra a Pakistán, en donde fuimos capturados por fuerzas de seguridad locales, acusados de ser guerrilleros extranjeros y posteriormente fuimos vendidos al ejército estadounidense por $5,000 (£3,800). Después me enteré de que esto le sucedió a cientos de otros hombres desafortunados.

Nunca olvidaré a mis torturadores, ¿Quién olvida la primera vez?

Los estadounidenses pusieron una bolsa sobre mi cabeza y me golpearon sin piedad, una y otra vez. Un guardia afgano que trabajaba con ellos puso una pistola en mi cabeza y amenazó con jalar el gatillo. Esto fue en Kandahar, en un aeropuerto que convirtieron en centro de detención.

No todos eran estadounidenses.

Una noche, después de dos meses en la prisión, me despertaron a la mitad de la noche. Los guardias me esposaron, me arrastraron de la celda y comenzaron a golpearme en la cara y en el resto del cuerpo. Para cuando llegué al cuarto de interrogación, mi ropa estaba rasgada y yo estaba temblando de miedo y enojo.

Los dos hombres que estaban esperándome iban vestidos de civiles. Hablaban en dialecto árabe egipciano, fluido. Amenazaron con enviarme de regreso a Marruecos para ser torturado. Cuando intenté explicarles que había ocurrido una terrible equivocación, se burlaron de mí. “Ya salam”, decía uno sarcásticamente, “¿en serio?”.

Sospecho que eran británicos porque me enseñaron fotografías de marroquines y otros africanos viviendo en el Reino Unido. Había cientos de fotos, de hombres y mujeres, y un sin fin de preguntas, acerca de los prisioneros británicos detenidos en el centro y acerca de lugares en los que yo no había estado y gente que nunca había conocido. Después de esa noche, me interrogaron dos veces antes de volarme a Guantánamo.

Ahora leo que el parlamento británico publicó un reporte, documentando lo que yo y otras víctimas de tortura del programa estadounidense de rendición sabíamos que era verdad: espías británicos fueron testigos de la tortura de prisioneros, entregaron preguntas cuando sabían que las técnicas mejoradas de interrogación eran tortura y recibieron información como resultado de las mismas.

Sé que es fácil de creer, porque lo experimenté yo. Fui interrogado en dos ocasiones más, por agentes británicos, en Guantánamo. Lo que es difícil de creer es que un país, fundado bajo la ley, un país que aclama liderazgo moral, pueda tolerar no saber qué abusos se cometen en su nombre.

¿Estoy en el reporte? Está incompleto, encapado con palabras en código, para que no haya una manera certera de decir. Pero yo sé que mi tortura e interrogación sucedieron.

Está en las pesadillas ahora, pero el dolor, el miedo y la humillación fueron reales. Hace tres años, los americanos me liberaron de Guantánamo. Nunca fui acusado de algún crimen, nunca se disculparon, nunca trataron de explicar cómo acabé ahí. Solo se lavaron las manos.

Ahora, aunque soy un hombre libre, no puedo dormir. Tomo pastillas para la ansiedad y mi cuerpo me duele, recordándome de las golpizas. Nunca estaré libre de sufrimiento. Lentamente estoy reconstruyendo mi vida en Marruecos. Gané mi demanda legal, me volví a casar y tengo una bebita.

Pero todavía veo la cara de Ana, todavía escucho su voz de burla con cada muy británico “Ya salam”.


 

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