¿Están desertando los pilotos de la guerra teledirigida
de Washington?
Pratap Chatterjee
TomDispatch.com
11 de marzo de 2015
Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza
Una nueva forma de guerra podría estar provocando un nuevo trastorno mental
La guerra de drones que EE.UU. está llevando a cabo en buena parte del Gran
Oriente Medio y zonas de África está en crisis, y no precisamente porque estén
muriendo civiles o porque en Washington se esté cuestionando la lista de
objetivos de esa guerra o el derecho a llevarla adelante en casi cualquier
lugar del planeta. Está en juego algo mucho más básico: los pilotos de drones
están renunciando en un número sin precedentes.
Actualmente hay aproximadamente unos 1.000 pilotos de drones trabajando para la Fuerza
Aérea de EE.UU., conocidos en el sector como "18X" [capacitados solo
para volar aviones no tripulados ]. Otros 180 se gradúan cada año al concluir
un programa de
formación de un año de duración en las bases aéreas de Holloman y Randolph, situadas en los estados de
Nuevo México y Texas respectivamente. Resulta que en esos mismos 12 meses, unos
240 pilotos ya formados renuncian, y la Fuerza Aérea no sabe explicar tal
fenómeno. (En el conocido programa de asesinatos selectivos con drones de la
Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. también participan pilotos de la Fuerza Aérea
prestados para las misiones encubiertas).
El cuatro de enero de 2015, el Daily Beast reveló
una nota interna sin fecha del general Herbert "Hawk" Carlisle
dirigida al jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general Mark Welsh,
señalando que "la creciente fuga [de pilotos] perjudicará la disposición y
la capacidad de combate del MQ-1 y del MQ-9 [Predator y Reaper] en los próximos
años", y añadía que él estaba "extremadamente preocupado". Once
días después, el asunto ocupó un lugar destacado en una sesión informativa de
alto nivel sobre el estado de la Fuerza Aérea. La secretaria de la Fuerza Aérea
Deborah Lee James y Welsh abordaron juntos la cuestión. "Se trata de una
fuerza que está bajo un estrés importante; un estrés importante generado por el
ritmo imparable de las operaciones", dijo a los medios.
En teoría, los pilotos de drones tienen una vida fácil. A diferencia de los
soldados que sirven en "zonas de guerra", ellos pueden seguir
viviendo con sus familias aquí en EE.UU. No saben lo que son las trincheras
embarradas ni los barracones azotados por una tormenta de arena en el desierto
bajo la amenaza de un ataque enemigo. Estos tecno-guerreros se desplazan
diariamente a su trabajo como cualquier empleado de oficina y se sientan
delante de la pantalla de un ordenador a manejar un joystick,
a jugar lo que la mayoría consideraría un glorioso videojuego.
Lo normal es que "vuelen" misiones sobre Afganistán e Irak, donde su
tarea consiste en recoger fotografías y señales de video, y en vigilar a los
soldados estadounidenses que están sobre el terreno. Unos pocos elegidos son
designados para volar misiones de asesinato de la CIA sobre Paquistán, Somalia
o Yemen, donde se les ordena que maten a "objetivos de alto valor"
desde el aire. En los últimos meses, algunos de estos pilotos también han
participado en la nueva guerra en las zonas fronterizas de Siria e Irak,
dirigiendo ataques letales contra los milicianos del EIIL.
Cada una de estas patrullas aéreas de combate cuenta con tres o cuatro drones,
normalmente Predator y Reaper armados con misiles Hellfire construidos por
General Atomics en el sur de California, y para volar cada uno de ellos hacen
falta hasta 180 trabajadores . Además de los pilotos, están los operadores de
cámara, los expertos de inteligencia y comunicaciones y los técnicos de
mantenimiento. (Las novísimas patrullas de vigilancia Global Hawk necesitan un
equipo de apoyo de hasta 400 personas).
En estos momentos la Fuerza Aérea tiene instrucciones de proveer de personal las
veinticuatro horas del día a 65 de estas "patrullas aéreas de
combate" regulares, así como de apoyar a la Fuerza de Respuesta Global,
disponible para misiones militares y humanitarias de emergencia. Para todo esto
harían falta, idealmente, 1.700 pilotos entrenados. En cambio, ante la
acelerada tasa de abandono que ha llevado esta cifra por debajo de los 1.000,
la Fuerza Aérea ha tenido que presionar a pilotos de carga y de reactores, así
como a reservistas, para que se convirtiesen de inmediato en pilotos de drones
con el fin de hacer frente al enorme apetito del Pentágono por señales de video
en tiempo real de todo el mundo.
La Fuerza Aérea explica la salida de estos pilotos de drones en los términos más
sencillos. Se están yendo porque tienen exceso de trabajo. Los propios pilotos
dicen que resulta humillante ser menospreciados por sus compañeros de la Fuerza
Aérea como ciudadanos de segunda clase. Algunos incluso han salido a decir que
los horrores de la guerra vistos de cerca en las pantallas de video, un día sí
y otro también, están provocando una versión inaudita y a larga distancia del
síndrome de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés).
¿Es posible que una nueva forma de guerra –por control remoto– esté generando una nueva
tensión psicológica todavía sin etiquetar? Algunos se han referido a la guerra
de drones como una " guerra de cobardes " (una opinión que, según los
informes de algunos que quedaron traumatizados por los drones en lugares como
Yemen y Paquistán, es secundada por sus víctimas). ¿Podría ocurrir que el
sentimiento esté siendo compartido incluso por los propios pilotos de drones,
que la sensación de deshonor al luchar desde detrás de una pantalla a miles de
kilómetros de los daños esté teniendo un efecto inesperado que los psicólogos
nunca habían visto hasta ahora?
Asesinato íntimo y personal desde lejos
No existe ninguna duda de que a los pilotos de drones les molesta que los otros
pilotos de la Fuerza Aérea los consideren ciudadanos de segunda clase. "Es
duro trabajar en turnos de noche viendo a tus colegas hacer grandes cosas en el
campo mientras tú estás dando vueltas en el aire", manifestó un instructor
de drones llamado Ryan en la revista Mother Jones. Sus compañeros,
dice, se autodenominan la "generación perdida".
"Los demás creen que el programa entero o la gente detrás de él son un chiste, que
somos guerreros de videojuego, que somos guerreros de Nintendo", explicó a Democracy Now
Brando Bryant, ex operador de cámara de drones que trabajó en la base de la
Fuerza Aérea de Nellis.
Definitivamente no hay nada de segunda clase en el ritmo de trabajo de los drones. Los pilotos
dedican 900-1.800 horas anuales frente a un máximo de 300 horas de los pilotos
regulares de la Fuerza Aérea. Y el ritmo es implacable. "Una persona
normal desempeñando esta tarea durante los últimos siete u ocho años ha
trabajado seis o siete días a la semana, doce horas al día", dijo
recientemente el general Welsh en la NPR. "Y ese descanso de uno o dos
días al final de la semana no es suficiente para cuidar de la familia y del
resto de tu vida".
Los pilotos están completamente de acuerdo. "Es como cuando el indicador de la
temperatura del motor en el salpicadero del coche está llegando al área roja y,
en vez de reducir la velocidad y disminuir el estrés del motor, pisas a fondo
el acelerador", explicó a Air Force Times un
piloto de drones. "Estás sacrificando el motor para dar un breve acelerón
sin tener en cuenta el daño provocado".
La Fuerza Aérea ha ideado una deslucida "solución" provisional. Está
planeando ofrecer a los pilotos de drones con experiencia una subida diaria de
unos 50 dólares. Pero hay un problema: dado que muchos pilotos abandonan el
servicio anticipadamente, solo un puñado reúne los suficientes años de
experiencia para poder recibir esta bonificación. De hecho, la Fuerza Aérea
admite que solo el 10% podrá reclamar la paga extra este año, sorprendente
testimonio para los alarmantes niveles de cambio de empleo entre dichos pilotos.
La mayoría de los 18X dicen que su trabajo es más duro y significativamente más
franco y personal que el de los mucho más sofisticados pilotos de reactores.
"Un operador de Predator está mucho más involucrado en lo que pasa que el
piloto medio de un caza, o los pilotos de los B-52, B-1 y B-2, que ni siquiera
verán jamás sus objetivos", afirma el teniente coronel Bruce Black, ex
piloto de drones de la Fuerza Aérea. "Un piloto de Predator ha estado
observando a sus objetivos, los conoce intimidante, sabe donde están y sabe lo
que pasa a su alrededor".
Algunos dicen que la guerra de drones los ha llevado a rebasar el límite.
"¿Cúantas mujeres y niños han visto ustedes incinerados por un misil
Hellfire? ¿Cuántos hombres han visto arrastrándose a través de un campo,
tratando de llegar a la comunidad más cercana en busca de ayuda mientras se
desangraban, con sus piernas amputadas?", escribió en The
Guardian Heather Linebaugh, ex analista de imagen para operaciones con drones. "Cuando uno
está expuesto a ello una y otra vez se termina convirtiendo en un pequeño video
empotrado en la cabeza que se repite y se repite, provocando un dolor
psicológico y un sufrimiento que afortunadamente mucha gente no experimentará jamás."
"Fue terrorífico darse cuenta de lo fácil que era. Me sentí un cobarde porque estaba
al otro lado del mundo y el tipo nunca supo que yo estaba allí", declaró
Bryant en la KNPR Radio de Nevada. "Sentía como si me persiguiera una
legión de muertos. Mi salud física estuvo al límite, mi salud mental se
derrumbó. Sufría tantísimo que estaba dispuesto a meterme una bala yo
mismo".
Muchos pilotos de drones, sin embargo, defienden su papel en los asesinatos
selectivos. "No estamos matando gente por diversión. Sería lo mismo si
nosotros fuésemos los tipos sobre el terreno", le dijo la controladora de
misión Janet Atkins a Chris Wood, autor de Sudden Justice.
"Tienes que alcanzar [al enemigo] de alguna manera o todos ustedes morirán".
Otros, como Bruce Black, están orgullosos de su trabajo. "Estaba disparando a las
dos semanas de llegar y salvé a cientos de personas, incluyendo iraquíes y
afganos", explicó al periódico de su ciudad natal en Nuevo México.
"Nos íbamos al Buffalo Wild Wings, bebíamos cerveza y dábamos parte. Era
surrealista. No tardabas mucho en darte cuenta de lo importante que es este
trabajo. El valor que el sistema de armas aporta al combate no resulta aparente
hasta que estás allí. A veces La gente lo pasa mal viéndolo".
Medir el estrés de los pilotos
Entonces, ¿a quién creer? ¿A Janet Atkins y Bruce Black, que aseguran que los pilotos de
drones son héroes sobrecargados de trabajo? ¿O a Brandon Bryant y Heather
Linebaugh, que afirman que los asesinatos selectivos teledirigidos les provocan
problemas de salud mental?
Se ha pedido a los psicólogos militares que estudien el fenómeno. Un equipo de
psicólogos de la Facultad de Medicina Aeroespacial de la Fuerza Aérea, Base
Wright-Patterson, Ohio, ha publicado una serie de estudios sobre el estrés de
los pilotos de drones. Un trabajo de 2011 reveló que casi la mitad de ellos
presentaban "elevados niveles de estrés operacional". Cierto número
también presentaba "distrés clínico", es decir, ansiedad, depresión o
estrés lo suficientemente severo como para afectarles en su vida personal.
Sin embargo, Wayne Chappelle, el autor principal de varios de estos estudios,
concluye que el problema es sobre todo una cuestión de sobrecarga de trabajo a
causa de la escasez crónica de pilotos. Sus estudios parecen demostrar que los
niveles de estrés postraumático entre los pilotos de drones son en realidad más
bajos que los observados entre la población general. Otros, sin embargo, ponen en cuestión esas cifras. Jean Otto y Bryant Webber,
del Centro de Monitoreo de la Salud de la Fuerzas Armadas (AFHSC, por sus
siglas en inglés) y la Universidad de Ciencias de la Salud de los Servicios
Uniformados (USUHS, por sus siglas en inglés), advierten de que la falta de
informes de estrés puede que solo "refleje un sub-registro artificial de
las preocupaciones de los pilotos debido a los efectos negativos que los diagnósticos
[de salud mental] tienen en la carrera, incluyendo la retirada de la condición
activa de vuelo, la pérdida de la paga de vuelo y menores posibilidades de
promoción".
Ver todo, pasar por alto lo obvio
Una cosa está clara: los pilotos no solo están matando "tipos malos" y lo
saben porque, como señala Black, ven todo lo que sucede antes, durante y
después de un ataque con drones.
De hecho, la única transcripción detallada de una misión de vigilancia y asesinato
selectivo llevada a cabo por drones de la Fuerza Aérea que se ha hecho pública
lo ilustra demasiado bien. Los registros grabaron la charla del 21 de febrero
de 2010 entre operadores de drones en la base de la Fuerza Aérea de Creech,
Nevada, coordinándose con los analistas de video del centro de operaciones
especiales de la Fuerza Aérea en Okaloosa, Florida, y con pilotos de la Fuerza
Aérea en una zona rural de la provincia de Daikondi en el centro de Afganistán.
Ese día, antes del amanecer se divisó un convoy de tres vehículos, cada uno de
los cuales transportaba aproximadamente una docena de personas. Guiándose por
la creencia errónea de que el grupo lo formaban "insurgentes" que
habían salido a matar a unos soldados estadounidenses que estaban cerca
realizando una misión, el equipo de los drones decidió atacar.
Controlador: "Creemos que podemos tener un mando talibán de alto nivel".
Operador de cámara: "Sí, alertaron de un hombre de edad militar con un arma montado
en la parte trasera de la camioneta".
Coordinador de inteligencia: "El screener dijo
que hay al menos un niño cerca del vehículo".
Controlador: "¡Y una mierda! ¿Dónde? No creo que tengan niños fuera a esta hora. Ya sé
que son rastreros, pero ¡venga ya!"
Operador de cámara: "¡Qué [palabrota]! ¡Madre mía! ¡El vehículo de cabeza se escapa
y entran los helos!"
Unos instantes después, los pilotos de un helicóptero Kiowa descendieron y
dispararon misiles Hellfire contra el vehículo.
Controlador: "Echad un vistazo. Le dieron de lleno. ¡Está un poco tostada! ¡Esa
camioneta está frita!"
En 20 minutos, después de que los sobrevivientes del ataque se hubieran rendido, la
trascripción recogió la angustia de los pilotos de drones cuando descubrieron
mujeres y niños en el convoy y no pudieron hallar ninguna prueba visual de las armas.
Una investigación posterior sobre el terreno concluyó que las personas asesinadas
no eran más que aldeanos comunes. "La tecnología, de vez en cuando, puede
darte una falsa sensación de seguridad de que puedes verlo todo, de que puedes
oírlo todo, de que lo sabes todo", dijo después el general de división de
la Fuerza Área James Poss, entrevistado por Los Angeles Times.
Por supuesto, los funcionarios de la administración Obama aseguran que tales
incidentes son raros. En junio de 2011, cuando el director de la CIA John
Brennan era todavía el asesor de contraterrorismo de la Casa Blanca, abordó el
tema de las muertes de civiles en los ataques con drones e hizo esta
provocativa declaración : "En el último año no ha habido una sola muerte
colateral gracias a la excepcional habilidad y precisión de los aparatos que
hemos podido desarrollar".
Su afirmación y otras similares de carácter oficial son, dicho educadamente,
hiperbólicas. "Nadie muere dos veces", un nuevo informe de Jennifer
Gibson para la organización británica de derechos humanos Reprieve, resuelve la
cuestión rápidamente demostrando que algunos hombres de la "kill list"
de la Casa Blanca, la lista de sospechosos de terrorismo que deben ser
eliminados, han "'muerto' hasta siete veces".
Gibson añade: "Descubrimos 41 nombres de hombres que parecían haber conseguido lo
imposible. Esto plantea una pregunta muy cruda. Tras cada intento fallido de
asesinar a uno de los hombres de la kill list, ¿quién ocupaba su
lugar en la bolsa del cadáver? Reprieve descubrió que, en las numerosas
ocasiones que se persiguió a esos 41 "objetivos", un número estimado
de 1.147 personas fueron asesinadas por drones en Pakistán. Un caso típico fue
el del actual líder de Al-Qaida Ayman al-Zawahiri. En dos ataques contra
"él" a lo largo de los años han muerto 76 niños y 29 adultos, pero no
al-Zawahiri, según Reprieve.
Abandonar la cabina
De vuelta en EE.UU., una combinación de estatus inferior dentro del ejército,
sobrecarga de trabajo y trauma psicológico parece estar pasando factura mental
a los pilotos de drones. Durante la Guerra de Vietnam los soldados desertaban,
huían a Canadá e incluso mataban a sus oficiales con granadas de fragmentación
["fragging"]. Pero, ¿qué haces cuando ya no quieres seguir con tu
guerra pero tu puesto de batalla es una cabina en Nevada y tu arma un teclado?
¿Es posible que, como sus víctimas en Paquistán y Yemen, que afirman que se van a
volver locos a causa del zumbido constante de los drones sobre sus cabezas y el
temor de una muerte repentina, sin aviso, los pilotos de drones también huyan y
se oculten tan pronto como puedan? Desde la Guerra Civil estadounidense
cualquier tipo de guerra moderna ha provocado trastornos mentales que han
recibido distintas etiquetas, incluyendo lo que hoy llamamos PTSD. En cierto
modo, sería sorprendente que una forma completamente nueva de guerra no
produjese una nueva forma de trastorno.
Todavía no sabemos en qué resultará todo esto, pero no presagia nada bueno para el tipo
de batalla de la que la Casa Blanca se siente más orgullosa: el enfrentamiento
publicitado, elegante, novedoso, robotizado, y sin víctimas que hoy domina la
guerra contra el terror. Ahora bien, si los propios pilotos están renunciando a
seguir matando desde su escritorio, ¿sobrevivirá esta nueva forma de guerra?
Pratap Chatterjee, colaborador habitual de TomDispatch, es director ejecutivo de
CorpWatch. Es autor de Halliburton's Army: How A Well-Connected Texas Oil Company Revolutionized the Way America
Makes War e Iraq, Inc: A Profitable Occupation. Su próximo libro, Verax, una
novela gráfica sobre whistleblowers y la vigilancia masiva, escrito conjuntamente con Khalil Bendib, será publicado por
Metropolitan Books en 2016.
Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175964/
¡Hazte voluntario para traducir al español otros artículos como este! manda un correo electrónico a espagnol@worldcantwait.net y escribe "voluntario para traducción" en la línea de memo.
E-mail:
espagnol@worldcantwait.net
|