Las atrocidades son sistemáticas en la ocupación
de Afganistán
¿Hay una diferencia moralmente significativa
entre el asesinato, como la masacre de Panjwai, y los daños colaterales?
Pregúnteselo a los civiles
afganos. |
Ross
Caputi disenso.wordpress.com 20 de marzo de 2012
La muerte de civiles inocentes no es nada nuevo en Afganistán, pero estas
16 víctimas, nueve de ellas niños, fueron supuestamente asesinadas por un
mal soldado, no por los asesinos habituales: los ataques con aviones no
tripulados, los ataques aéreos y las balas perdidas. Este incidente ha provocado
la ira de los afganos y occidentales por igual. Pero, ¿por qué los occidentales
no se sienten igualmente indignados cuando los aviones no tripulados matan a
familias enteras?
Los ataques con aviones teledirigidos, no tripulados, que matan a civiles
caen, normalmente, en la categoría de ‘daños colaterales’, porque los civiles
muertos no eran un objetivo específico, y tratamos esta categoría como una
consecuencia lamentable de la guerra, no como un asesinato. Los afganos lo ven
de una forma un poco diferente —correcta, en mi opinión—, porque sus seres
amados están muertos debido a acciones deliberadas de las fuerzas de la OTAN.
Esta distinción entre daño colateral y asesinato parece reducirse a una
cuestión de intencionalidad. Tomás de Aquino fue uno de los primeros en afinar
esta distinción con su doctrina del doble
efecto, que todavía se utiliza hoy para justificar los daños colaterales. En
Occidente se cree que la muerte de un inocente es excusable en la guerra,
siempre y cuando no sea intencionada, aunque dichas muertes sean previsibles.
Pero si las muertes de civiles son previsibles en el curso de una acción y, no
obstante, llevamos adelante esa acción, ¿no son deliberadas? Dudo que los
afganos sientan mucho consuelo al saber que sus familiares no fueron objetivos
deliberados: creíamos que nuestras acciones solo matarían a unas pocas personas,
y lo que sucedió con sus familiares fue un desafortunado efecto colateral de la
guerra.
Sin embargo, los occidentales se sienten tranquilizados al saber que la
mayoría de las muertes de civiles en Afganistán no fueron deliberadas. Solo se
indignan cuando los marines y los soldados toman a civiles como objetivos y matan
a mujeres y niños, orinan sobre sus
cuerpos y exhiben
partes de sus cuerpos como trofeos. Desde Abu Ghraib a Faluya, Haditha y,
ahora, Panjwai, las fuerzas estadounidenses han cometido masacres contra
civiles. Estos incidentes llaman la atención a la mentalidad occidental, pero
para los afganos y los iraquíes no son diferentes de las matanzas diarias de
civiles por los aviones no tripulados, ataques aéreos, uranio empobrecido y
balas perdidas.
Díganle a una madre de Faluya, cuyos hijos han sufrido horribles deformaciones debido
al uranio empleado en algunas municiones, que el sufrimiento de sus hijos no fue
causado deliberadamente, aunque los efectos sobre la
salud de ese tipo de municiones son bien conocidos. Díganles a los
supervivientes de los ataques con aviones no tripulados que sus familiares
muertos no eran objetivos de dichos ataques, y que sus muertes fueron una
consecuencia lamentable de la guerra. ¿Es su dolor diferente del que sufre el
padre cuya familia toda fue asesinada en esta última atrocidad? Si el daño
colateral es previsible, si es realmente un hecho de guerra, como la mayoría
cree que es, ¿no es un crimen comprometerse en una guerra en la que, se sabe,
morirán inocentes de forma inevitable?
¿Existe realmente una diferencia moralmente significativa entre asesinato y
daño colateral?
Los consecuencialistas argumentarán que los buenos resultados superan a los
malos, que la democracia, la libertad y la liberación de las mujeres afganas
mejorarán las vidas de los afganos en tal medida que las muertes de unos pocos
están justificadas. Este es un juicio fácil para los occidentales, hecho en el
confort de sus casas, pero desprende el mismo paternalismo y arrogancia con que
el hombre blanco justificó el colonialismo durante tantos años. ¿Ha consultado
alguien a los afganos si creen que el bien que los occidentales han prometido
que vendrá gracias a su ocupación compensa las muertes de sus familiares?
La ocupación de Afganistán es una ‘situación que produce atrocidades’, como
lo fue la ocupación de Irak, y hemos ‘reclutado’ a los afganos e iraquíes en
contra de su voluntad.
La naturaleza de estas ocupaciones fomenta las atrocidades. El enemigo
inventado, la ausencia de un campo de batalla vacío de civiles, la supuesta
superioridad moral de los ocupantes, los oscuros objetivos de la misión, los
métodos de entrenamiento que preparan a los soldados para la ocupación y los
métodos de la guerra, todo hace inevitable el asesinato de civiles. En la guerra
moderna, el 90 por ciento de
las víctimas son civiles, pero esta es una realidad que Occidente prefiere
ignorar.
En mi propia experiencia, los soldados y los marines enfrentaron una presión
y una responsabilidad insoportables, y esto conduce inevitablemente a cometer
atrocidades. Cuando fui desplegado en Irak en 2004, con el Primer Batallón de
Infantería de la 8ª Compañía de Marines, nos encontramos con expectativas
contradictorias de nuestros líderes, que querían obediencia ciega, de nuestra
sociedad, que quería una victoria y un final feliz al estilo de Hollywood, de
nuestras familias, que querían que pusiéramos sus necesidades en primer lugar,
de nuestros camaradas de armas, que querían nuestra lealtad, y de nosotros
mismos, que luchábamos para conservar nuestra humanidad. Por mucho que
quisiéramos agradar a todos, no podíamos. Éramos solo seres humanos, a los que
se pedía llevar una carga inhumana, y el resultado fue conductas inhumanas.
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A menudo jugamos con las ideas del suicidio y el homicidio, y bromeábamos
sobre ellas. Nos reíamos ante la posibilidad de que algún día pudiéramos
terminar en la calle, sin techo, o disparando a los transeúntes desde un
campanario en alguna parte. Sabíamos que estas posibilidades eran reales y
teníamos miedo de ellas. Ah, es la gloria, nos reíamos. Era humor negro,
producto de una oscura realidad que hizo que muchos de nosotros estuviéramos
realmente a punto de suicidarnos o de matar a otros.
Sin embargo, en territorio ocupado, la violencia que de otra manera podía ser
canalizada hacia dentro, a veces se expresaba hacia fuera. En Faluya fui testigo
de todas nuestras frustraciones, nuestra soledad, nuestro dolor, nuestra
confusión, odio, miedo y rabia que allí se desató, y por lo que los residentes
de Faluya pagaron un alto precio. Fui testigo de cómo buenas personas hacían cosas horribles. Casi
cualquier persona en esa situación habría actuado con igual crueldad. Algunos de
mis mejores amigos mutilaron cadáveres, saquearon los bolsillos de los
combatientes muertos, destruyeron casas y mataron civiles.
Incidentes como el acontecido en Panjwai el domingo no puede ser atribuido a
una manzana podrida. Incidentes similares son el producto de una ocupación
inhumana e inmoral. Las atrocidades no terminarán hasta que la ocupación no
termine. ¿Cuándo venceremos la ilusión de que la guerra puede ser librada
humanamente?
Ross Caputi ha sido marine de EEUU entre 2003 y 2006. Tomó parte en la
segunda batalla de Faluya, Irak, en noviembre de 2004. En la actualidad estudia
en la Universidad de Boston y es director de Justice for Fallujah Project. Está
trabajando en un libro titulado Both Ends of the Gun, junto a Feurat
Alani.
Publicado originalmente en: The
systemic atrocity of Afghanistan’s occupation, The Guardian,
13/03/2012
Traducción: Javier Villate
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