Hermano mayor
David Brooks La Jornada
10 de junio de 2013
Esta columna muy posiblemente ya fue revisada por el gobierno de Estados
Unidos antes de ser publicada y los lectores de este periódico, al igual que
millones de personas en el planeta, que hayan utilizado servicios cibernéticos o
telefónicos para comunicarse, ahora tendrán que suponer que también están bajo
vigilancia.
El hermano mayor (Big Brother) nos escucha, nos observa cuando
quiere, sin previo aviso, para ver si estamos creando algo, comentando algo,
expresando ira o amor, bromas o propuestas o, peor, filtrando algo que no quiere
que se sepa. Eso fue lo que se nos reveló la semana pasada.
Cuando The Guardian y el Washington Post divulgaron la
noticia explosiva de que el gobierno de Barack Obama, específicamente la agencia
de inteligencia más grande y más secreta, la Agencia de Seguridad Nacional
(NSA), tenía la capacidad no sólo de revisar la entrada y salida de llamadas
manejadas por la gigantesca empresa de telecomunicaciones Verizon para millones
de sus clientes, sino que podía ver el contenido de cualquier comunicación –sea
chat, correo, fotos, videos y más– que se maneja por nueve de las principales
empresas del mundo cibernético: Microsoft, Google, Yahoo, Facebook, Skype, en
este país reapareció el fantasma creado por George Orwell.
Tal vez la frase más escalofriante fue la del que filtró esta información,
quien este domingo reveló su identidad en The Guardian: Edward Snowden,
de 29 años, quien ha trabajado en la NSA durante cuatro años como contratista
privado y decidió filtrar la información sobre el programa secreto porque estaba
horrorizado por su alcance y su intrusión en la privacidad, y quien señaló al
Post: literalmente pueden observar cómo formas tus ideas mientras
tecleas.
Al estallar la controversia y alarma entre defensores de las libertades
civiles, el gobierno de Obama fue obligado a confirmar la existencia de estos
programas, aunque aseguraron que no tenían tal alcance, que el gobierno no
obtiene esta información de manera unilateral, sino que las empresas cooperan
por orden judicial (de un tribunal secreto), en consulta con legisladores y sólo
cuando existe un propósito de inteligencia extranjera. Indicó que todo es legal
de acuerdo con el Acta Patriota y que el programa ha sido vital para proteger la
seguridad del país.
Obama defendió el programa con las mismas justificaciones que antes usaba
George W. Bush, y que él mismo criticó como candidato: se tiene que hacer esto
para defender al país del terrorismo. El presidente dijo que los ciudadanos
tienen que tomar decisiones entre la privacidad y la seguridad, y aseguró: nadie
está escuchando tus llamadas telefónicas. El colmo fue cuando se atrevió a
afirmar: confíen en mí, estamos haciendo lo correcto. Sabemos quiénes son los
malos.
La página editorial del New York Times, la más influyente del país,
y una que suele apoyar a Obama, expresó, ante estos argumentos, que este
gobierno ha perdido toda credibilidad, al afirmar que Obama está comprobando que
el Ejecutivo utilizará todo poder que le es otorgado y muy probablemente abusará
de él.
Recientemente, cuenta Jane Mayer, de The New Yorker, un ex oficial
de la NSA decidió jubilarse porque temía que los programas de minar datos eran
ya tan amplios que podrían crear un estado orwelliano.
Ante todo esto, el gobierno de Obama no sólo intentó defenderse, sino que,
como siempre, también atacó a los mensajeros. Acusó que quienes filtran
información hacen favores al enemigo y ponen en riesgo a su país. James Clapper,
director de Inteligencia Nacional, no dudó en llamar las filtraciones
reprensibles y acusó que divulgar información sobre los métodos específicos que
el gobierno utiliza para recaudar comunicaciones obviamente puede darle un
manual a nuestros enemigos sobre cómo evadir la detección.
Vale recordar que este gobierno actualmente procede penalmente contra el
doble de filtradores que el total combinado de todos los presidentes en la
historia. El de mayor perfil hoy día es la corte marcial contra Bradley
Manning.
Y eso que Obama, cuando fue candidato presidencial, elogió a cualquier
funcionario que actuaba para el bien público, considerando que éstos eran actos
de valentía y patriotismo que no deberían ser reprimidos como lo han sido
durante el gobierno de Bush.
Glenn Greenwald, uno de los periodistas de The Guardian que divulgó
la información sobre los programas de espionaje de comunicaciones la semana
pasada (y prometen más), escribió este fin de semana que los que filtran
información están bajo ataque de este gobierno y son héroes, ya que a gran
riesgo personal y sacrificio lo hicieron por una gran razón: dar a conocer a sus
conciudadanos lo que el gobierno realiza a oscuras. Su objetivo es educar,
democratizar y hacer que los que están en el poder rindan cuentas.
Greenwald denuncia que al amenazar investigaciones, el gobierno busca
disuadir e intimidar a cualquiera que desea transparentar el poder. “La manera
en que deben de funcionar las cosas es que nosotros deberíamos saber casi todo
lo que ellos hacen: por eso se llaman servidores públicos. Ellos deberían saber
casi nada de lo que nosotros hacemos: por eso nos llaman individuos privados.
Esta dinámica –la definición de un sociedad saludable y libre– ha sido
radicalmente revertida. Ahora ellos saben todo lo que hacemos… Mientras nosotros
sabemos cada vez menos lo que ellos hacen”.
Unos seis años después de que Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de
poner fin a las políticas abusivas de Bush y asegurar que encabezaría un
gobierno transparente que respetara la privacidad individual y la libre
expresión, hoy es cada vez más difícil identificar qué hay de diferente en este
rubro.
De hecho, en un tuit, el ex secretario de prensa de Bush, Ari
Fleischer, comentó: “ataques con drone, intervenciones de
comunicaciones, Gitmo (Guantánamo). O está llevando a cabo el cuarto periodo
(presidencial) de Bush”, refiriéndose a Obama.
Tal vez la diferencia es un secreto de Estado.
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