¿Heil Trump?
David Brooks
La Jornada
22 de julio de 2019
▲ Donald Trump, quien enfrenta críticas por
sus ataques a legisladoras demócratas, regresó a la Casa Blanca tras pasar unos
días en Bedminster, Nueva Jersey. Foto Afp
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Después de la semana pasada, es imposible no
preguntar si el presidente de Estados Unidos es un fascista. Lo único que lo
salva, tal vez, de ganarse esa etiqueta es que el autoproclamado genio muy
estable no tiene la capacidad o disciplina intelectual como para formular
una ideología, ni un plan estratégico para implementarla, comparable al de las
figuras históricas más reconocidas que por lo menos sabían a qué se refería ese
termino: Hitler, Mussolini, Franco, y sus herederos en tiempos más recientes.
Por lo tanto, algunos sugieren que quizá se le podría llamar proto-fascista o un “fascista& wannabe”.
En los últimos días, el jefe del régimen estadounidense acusó, al atacar a
cuatro representantes federales progresistas y feroces críticas de su gobierno,
que si no están de acuerdo con él y su visión de este país, odian a
Estados Unidos, deberían de regresarse de donde vinieron (aún si son
ciudadanas), y afirmó que nadie debería criticar a Estados Unidos bajo su
mandato: no puedes hablar así de nuestro país, no mientras sea presidente.
Esta misma semana, frente a un mitin de campaña de reelección en Carolina
del Norte, sus fanáticos corearon que las regresen, que las
regresen cuando mencionó el nombre de las legisladoras (tres de ellas
nacidas aquí, otra llegó de niña como refugiada, ninguna blanca). Con todo esto
no sólo resucitó la disputa histórica sobre quién es, o no, estadounidense y
quién lo decide, sino también continuó convocando a las fuerzas supremacistas
nacionales y/o fascistas siempre presentes en este país.
Ante todo esto, algunos expertos y comentaristas, junto con víctimas de
regímenes fascistas de otros países y tiempos, están haciendo sonar las alarmas.
Jason Stanley, profesor de filosofía en la Universidad de Yale, autor del
libro Cómo funciona el fascismo e hijo de sobrevivientes de la persecución nazi en Alemania, comentó en reacción
al mitin de Trump cuando se coreó que las regresen, que “estamos
enfrentando una emergencia… ésta es la cara del mal, conozco al fascismo cuando
lo veo”. Explicó que todo esto forma parte de esa ideología que vincula
ciudadanía a una esencia étnica o nacional mítica, y demanda una lealtad
incuestionable a su líder y sus símbolos. Se llama fascismo.
El presidente de la ONG nacional de defensa del consumidor Public Citizen,
Robert Weissman, circuló una carta alertando de que Trump está fomentando
un movimiento fascista en este país.
Un experto en políticas migratorias señala que el uso del sufrimiento
impuesto contra inocentes como la deshumanización sistemática burocratizada
contra inmigrantes en Estados Unidos es comparable a tácticas de los nazis
contra judíos y otras minorías en Europa.
Hasta la mandataria alemana Angela Merkel –líder de un país que sabe algo
de esto– condenó los ataques racistas de Trump y expresó su solidaridad con las
diputadas estadunidenses. Vale recordar que en 2017, la revista nacional
alemana Stern puso en su portada a un Trump envuelto en la bandera estadounidense haciendo un saludo
nazi (https://bit.ly/30IwaDO).
La lista de medidas, maniobras y tácticas que nutren el argumento de que el
señor es un proto-fascista incluyen: la demonización de migrantes
como invasores y colocar sus niños en jaulas, establecer campos de
concentración para familias migrantes, el constante autoelogio del líder, su
obsesión con desfiles militares (a pesar de que evadió su servicio militar), su
cariño por otros líderes con tendencias autoritarias, sus medias bromas de que
debería de ser presidente vitalicio, su constante ataque contra las medios de
comunicación como enemigos del pueblo, sus amenazas de encarcelar a opositores,
su acusación (reiterada en los días recientes) de que sus críticos liberales
buscan la destrucción de Estados Unidos, y, resucitando ese viejo
espectro: renovamos nuestra decisión de que Estados Unidos jamás será un
país socialista, repitió otra vez la semana pasada en el mitin.
“Esto ya se trata de defender la idea de que Estados Unidos debería ser un
país para todo su pueblo… Lo que harán ahora los estadounidenses frente a esto
nos definirá para siempre”, advirtió Adam Serwer del The Atlantic.
Pero la respuesta de otros pueblos y gobiernos ante esto también definirá
quiénes somos todos ante esta amenaza a escala mundial.
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