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Vaciar Guantánamo no es lo mismo que cerrarla

A menos que la prisión eterna post 11/9 sea permanentemente cerrada, será sólo cuestión de tiempo antes de que los sucesores de Biden retomen el llamado de Trump para volver a llenarla con “algunos tipos malos”

Por Spencer Ackerman
The Nation
30 de abril de 2023

Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 3 de mayo de 2023

soldier leads prisoner in Guant´namo Bay

Un detenido es escoltado por policía militar para ser interrogado por oficiales militares en el Camp X-Ray de la base naval estadounidense en la bahía de Guantánamo, Cuba, el 6 de febrero del 2002. (Lynne Sladky / AP Photo)

Pocos de nosotros estamos poniendo atención a Guantánamo ahorita. Pero un reporte reciente de las Naciones Unidas revela que la prisión eterna post 11/9 está entrando a una nueva fase macabra: proveer cuidados de final de vida para sus cautivos envejecidos con su característica brutalidad. Es un triste testimonio de cuánto está normalizada Guantánamo en la Estados Unidos del S. XXI.

Algunos verán las inminentes muertes de detenidos en Guantánamo como una solución al problema mismo. Para el crédito del presidente Biden, él no es uno de ellos. Ha acelerado las transferencias desde Guantánamo, pero su abordaje tiene un defecto central: incluso si las transferencias pudieran desalojar el centro de detención, vaciar Guantánamo no es lo mismo que cerrarla- Y, a menos que el centro quede permanentemente cerrado, es sólo una cuestión de tiempo antes de que uno de los sucesores de Donald Trump retome el llamado anterior para llenarlo con “algunos malos tipos”. Podría ser el gobernador de Florida Ron DeSantis, quien está a punto de ser el primer candidato presidencial con Guantánamo en su currículum.

En enero, Fionnuala Ní Aoláin, relatora especial en lucha antiterrorista y derechos humanos para las Naciones Unidas, dio un alarmante recuento de lo que significa “cuidado” en la bahía de Guantánamo. Ní Aoláin y sus co autores describieron “fallas sistemáticas de cuidados de salud” que han llevado a “importante deterioro” en la salud física y mental de Nashwan al-Tamir, un detenido con discapacidad espinal que ha pasado por seis cirugías durante su tiempo ahí. Al-Tamir, también conocido como Abd al-Hadi al-Iraqi, se declaró culpable en un tribunal militar el año pasado para que pudiera ser transferido a algún lugar con cuidado médico adecuado.

Leyendo el reporte de Ní Aoláin, es difícil distinguir cuidado para los enfermos, del castigo. En septiembre del 2021, un “oficial médico senior” supuestamente les ordenó a los guardias que agarraran a al-Tamir en lo que el reporte describe como un intento “para probar sus habilidades físicas”. Cuando los guardias lo soltaron, al-Tamir “colapsó de manera inmediata ya que no tenía la fuerza para sostener su propio peso”. El mismo oficial acusó a al-Tamir de “fingir”, contrario a las valoraciones de los doctores.

Ní Aoláin dirigió su reporte a una administración que ha hecho avances para reducir el número de detenidos. Biden ha restaurado el enfoque que adoptó Barack Obama después de que el congreso bloqueara su intento de cerrar Guantánamo: enviar a los detenidos a países extranjeros. En dos años, Biden ha transferido un cuarto de la población de detenidos que heredó de Trump. Algunos son sobrevivientes de los sitios obscuros de la CIA, a quienes la agencia preferiría, sin duda, no dejar libres.

Pero el statu quo de la era de Obama tiene desventajas. Por un año, Biden ha disentido sobre una decisión de un acuerdo negociado que podría evitarles la pena de muerte a los conspiradores del 11/9 y sacar al gobierno de un tribunal que ha sido desbordado con audiencias previas por más de una década. Pero la Casa Blanca eventualmente dejará de tener gente que transferir. Se quedará con aquellos acusados en comisiones militares, así como la gente que jamás ha sido o será acusada, como el hombre conocido como Abu Zubaydah, la primera persona que la CIA torturó después del 11/9. La experiencia de al-Tamir señala al resultado más probable para ellos si el sistema continúa su trayectoria: crueldad médica, seguida por una muerte dentro de Guantánamo. Vaciar el centro de detención es un microcosmo del acercamiento liberal más amplio de la guerra contra el terror: no le pongas fin — sólo hazlo poco notorio.

Cada día que Guantánamo permanece abierto es otra oportunidad para llenarla. Un aspecto subvalorado de QAnon, la teoría de conspiración trumpista, es el rol que juega Guantánamo en su imaginación: Guantánamo es el lugar en donde Q fantasía que tendrá juicios y ejecuciones de traidores demócratas. Obviamente, poco ha sucedido como lo predijo Q. Pero más importante que su antecedente, es su deseo de poder, particularmente su duradero uno de Guantánamo para sus enemigos. Llámalo el pago psíquico de normalizar Gitmo.

Otras consecuencias ya se han manifestado. Como reportara por primera vez Mike Prysner en su podcast Eyes Left, los detenidos de Guantánamo que tomaron parte en la huelga de hambre del 2006 recuerdan a Ron DeSantis. En ese entonces, DeSantis era un oficial de la marina parte del staff legal de Guantánamo que consideraba que las huelgas de hambre eran “una batalla a favor de la yihad” al reusarse a comer y les aconsejó a los comandantes de la prisión “puedes alimentarlos de manera forzada”. La alimentación forzada es un proceso muy doloroso de insertar tubos en la nariz o garganta del detenido. Un sobreviviente de Guantánamo Mansoor Adayfi, lo recuerda como una sensación parecida a ahogarse. Escribió en una columna para Al Jazeera que DeSantis “estaba sonriendo y riéndose con otros oficiales mientras yo gritaba de dolor”.

DeSantis entiende el papel de Guantánamo en su mente conservadora: es en donde la impunidad — alimentada por la venganza patriótica — posa como legal. No es difícil ver cómo alguien que aprendió esa lección podría aplicar como gobernador a políticas como atacar el derecho de la gente de color a votar, prohibir libros y perseguir a la gente de la comunidad LGTB+. Es por eso que un anuncio apoyando la primera elección gubernamental de DeSantis presumió que tuvo que lidiar “con terroristas en la bahía de Guantánamo”. El coronel retirado Mike Bumgarner, que manejó el centro de detención cuando DeSantis estuvo ahí, le dijo al The Washington Post que estaba seguro de que el servicio de DeSantis lo “endureció” a través de la exposición al “lado verdaderamente malo de los seres humanos, de la naturaleza humana”. Bumgarner seguramente se refería a los detenidos, no al sadismo institucionalizado que enforzó.

Para aquellos que preferirían no esperar para el siguiente turno del trinquete de la historia, el cierre de Guantánamo es urgente. El congreso debe pasar leyes que explícitamente prohíban detención de campo de batalla en un lugar fuera de y desencadenen procesos legales debidos de derechos en tribunales federales después de que la detención de campo de batalla haya durado cierto número de días, debería también declarar a los cautivos prisioneros de guerra con protecciones bajo las Convenciones de Ginebra. Y remover toda la ambigüedad de nuestra era post 11/9, post QAnon; el congreso debería dejar claro que los ciudadanos estadounidenses que no son miembros de servicio no pueden ser detenidos o enjuiciados por autoridades militares. Finalmente, el ejército debería regresarles Guantánamo a sus dueños cubanos antes de que lo que queda del estado de derecho muera ahí con los detenidos.

Spencer Ackerman, periodista ganador del premio Pulitzer y de la National Magazine, es el autor de Reign of Terror: How The 9/11 Era Destabilized America and Produced Trump.


 

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