La amenaza de separación familiar empieza a hacer mella en los migrantes que pretenden cruzar la
frontera con EEUU
Las mujeres y niños que confían en llegar a Estados Unidos se enfrentan a un dilema: quedarse y
arriesgarse a morir o sufrir la separación forzosa en Texas
Nina Lakhani – Tijuana
eldiario.es/The Guardian
20 de junio de 2018
Migrantes centroamericanos protestan a su paso por la población de Nicolás Romero en el
estado de Oaxaca (México), en una imagen del pasado 3 de abril. EFE /LUIS VILLALOBOS
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Son un grupo de mujeres, están cansadas y revisan
una maleta llena de ropas usadas en el sombrío patio de un refugio para
migrantes cerca de la frontera mexicana con Estados Unidos. Sus bebés toman el
pecho o duermen la siesta en camas improvisadas. Los niños se turnan para
tirarse por un tobogán pintado de brillantes colores.
La mayoría de las 60 mujeres que vive en el Madre Assunta
Scalabrini, un refugio de monjas de Tijuana, se ha apuntado en una lista
de espera que crece a toda velocidad para solicitar asilo junto a sus hijos al
otro lado de la frontera, en San Diego. Allí esperan que las autoridades
estadounidenses se apiaden de ellas.
Ana Ramírez, de 34 años, llegó hace 12 días desde la
violenta ciudad costera de Acapulco, en el sur de México. Vino con tres hijos,
de entre 11 y 17 años; y su nieto, de 18 meses. Huían de un grupo de hombres
armados que amenazaba con matar a la familia si el hijo mayor, que tiene 14
años y está estudiando la secundaria, no accedía a vender drogas para la banda.
Los mismos hombres se habían llevado a tres de sus compañeros de clase,
desaparecidos desde entonces.
Ramírez denunció las amenazas ante las autoridades y allí
fue donde les aconsejaron que se fueran: no podían garantizar la seguridad de
la familia. Aterrados, dejaron su casa, su ropa, sus juguetes, el trabajo en el
hotel y la escuela de los niños. Con dinero prestado volaron hasta Tijuana. El
martes, la familia ya estaba en el puesto 400º de la cola para solicitar asilo.
Habían avanzado un trecho desde el número por encima de 1.000 que les dieron al llegar.
"Si volvemos, nos matan a todos"
Como la mayoría de las mujeres en el refugio, Ramírez no
sabe nada de las nuevas restricciones para solicitar asilo anunciadas la semana
pasada por el fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, que perjudican
especialmente a las víctimas de violencia de las bandas y abuso doméstico.
El asilo es para los perseguidos por su religión, sus
creencias políticas o su pertenencia a grupos sociales, dijo Sessions, y no
para los que huyen del crimen.
Ramírez ha venido preparada con un informe policial con
el que espera persuadir a las autoridades de inmigración estadounidenses para
que le concedan el asilo. "Tengo pruebas, si volvemos, se llevarán a mi
hijo o nos matarán a todos, estoy tratando de mantener a la familia unida.
Estoy pidiendo asilo, no entraría de forma ilegal".
Hay al menos 3.700 niños separados de sus padres, un número que aumenta rápidamente por la política de tolerancia cero con que la
Administración Trump pretende disuadir a inmigrantes y solicitantes de asilo.
La mayoría de las familias separadas viene del triángulo norte de América
Central: El Salvador, Honduras y Guatemala, la zona más peligrosa del mundo sin
estar en guerra.
Amnistía Internacional ha calificado la práctica como
tortura según el Derecho internacional. No hay un plan coherente para reunir a
las familias.
Ramírez ha escuchado rumores de niños hondureños siendo
separados de sus padres, pero sólo cuando son mayores de 14. Se echa a llorar y
abraza fuerte a su nieto cuando le enseñan las fotos de niños en jaulas
publicadas en los últimos días. "No dejaré que eso suceda,
regresaré".
Algunas no han oído nada sobre esta polémica. Laura Ruiz,
de 18 años, de Copán (Honduras), está amamantando a su niño de dos años, que a
duras penas mantiene los ojos abiertos. Llegaron después de un viaje agotador y
no han visto ninguna noticia ni han oído nada sobre lo que está ocurriendo a
pocos kilómetros de allí, al otro lado de la frontera.
Su plan es cruzar de forma ilegal junto al padre del
bebé, que vive en el refugio masculino de al lado. "Estamos tan cerca que
tenemos que intentarlo".
Muchas de las mujeres entrevistadas por The Guardian
mantienen la esperanza, alentadas por las historias de familiares y amigos que
en los últimos meses y años sí pudieron solicitar asilo. Exactamente los casos
que la Administración de Trump dice que quiere cerrar.
"¿Tú qué harías?"
Esther Castro, de 21 años, viaja con su pequeña y ruidosa
hija de dos años, no puede dejar de llorar por el agotamiento, la desesperación
y un punzante dolor de espalda que no ha podido curarse por falta de dinero. Es
madre soltera, vino de Michoacán y lleva gravemente deprimida desde que la
violaron a los 17 años.
En las últimas semanas, recibió una avalancha de llamadas
anónimas de personas que la amenazaban con violarla a ella y a su hija. Se
asustó tanto que metió algunas cosas en la maleta y se fue. "Voy a
contarles mi historia, como te dije, y voy a tener fe en Dios y en que nos
dejarán pasar... Si tratan de llevarse a mi hija, regresaré, no lo
permitiré".
De acuerdo con los expertos consultados, no está tan
claro que pueda regresar. Probablemente, dependa de su nacionalidad, del punto
en el que entró a Estados Unidos y de la disponibilidad de los centros de detención.
En un año normal, el refugio Madre Assunta acoge a unas 1.200 mujeres y niños. Pero
en los primeros cinco meses de 2018, el número se ha disparado hasta 1.560. En
un cambio radical con relación a 2017, este año cerca del 80% ha venido de
México, en su mayor parte de los castigados estados de Guerrero y Michoacán.
Allí los grupos armados controlan todo, desde los mercados de drogas hasta las
granjas de aguacate. El resto de las residentes del refugio proviene en su
mayoría de América Central, y unas pocas de países africanos como Sudán y la
República Democrática del Congo.
Con casi 30.000 asesinatos, 2017 fue el año más violento registrado en México. En
lo que va de 2018, la tasa de asesinatos ha aumentado un 20%. En la frontera,
muchas prefieren arriesgarse a una posible separación en EEUU antes que la
violencia garantizada de sus hogares.
A Mary Galván, una trabajadora social de Madre Assunta, le horroriza la nueva política
de Estados Unidos y le enoja que el Gobierno mexicano no la condene de forma
inequívoca. "[Trump] Es el anticristo. Pero ponte en el lugar de estas
mujeres, imagínate que tienes que elegir entre quedarte en casa y ser
asesinada, o cruzar la frontera y arriesgarte a que tus hijos sean encerrados
en jaulas y tratados violentamente, pero con un poco de esperanza, ¿tú qué
harías?".
En esta crónica se han cambiado los nombres de los que participaron para
proteger su identidad.
Traducido por Francisco de Zárate
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