Un día con los voluntarios que recorren
el desierto de Arizona en busca de migrantes en riesgo: "Ayudar no puede
ser un crimen"
Varias organizaciones de voluntarios rastrean desde hace 20
años el desierto de Arizona para prestar ayuda humanitaria a los migrantes que
intentan cruzar la frontera de EEUU
Recorremos parte de la ruta con tres voluntarios de Tucson, que llevan comida y agua para depositarla en el camino
Por esta labor, varios voluntarios han sido
acusados de fomentar la inmigración y ser cómplices de las mafias
David López Canales
eldiario.es - Desalambre
29 de julio de 2019
Voluntarios de 'No more Deaths'
recorren el desierto de Arizona.
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más INFO
"¿Hay alguien ahí? ¡Somos amigos. Venimos de una iglesia a
ayudarlos!", chilla en castellano María Ochoa, nacida en Texas. Unos
minutos más tarde volverá a intentarlo. De nuevo, solo le responde el silencio
del desierto. Atravesar Sonora para llegar a Estados Unidos implica caminar
decenas de kilómetros. Este no es el desierto de las películas.
No es ese territorio de arena naranja, atardeceres rojos y cactus como
espantapájaros por el que cabalgaban los vaqueros. Sonora es tierra árida.
Paisaje pedregoso y colinas en las que crecen árboles y arbustos que aguantan
la sequía. Una zona de temperaturas drásticas, de frío extremo al caer la noche
y calor asfixiante durante el día. Los migrantes necesitan cruzarla arropados
por la oscuridad y esquivando las torres de vigilancia de la Patrulla Fronteriza.
Es domingo y recorremos parte de la ruta con tres voluntarios de Tucson. Pertenecen
a una organización que se hace llamar los Samaritanos, que cuenta con medio
centenar de activistas. Todos los días, en pequeños grupos, organizan viajes a
pie y en coches todoterreno por las rutas de los migrantes en Arizona. Llevan
comida y agua que depositan en las zonas de paso y analizan los restos de
comida u objetos personales hallados en su recorrido, incluso la fecha de
caducidad de las botellas, para averiguar cuándo pasaron por allí y qué caminos
son los más transitados. Buscan estudiar los trayectos donde más necesaria
resulta su ayuda.
Durante el camino recorrido en la mañana del domingo, los voluntarios
encuentran entre el secarral del desierto restos de ropa, botellas y bidones de
plástico negro para cargar agua. Su color oscuro no es casual: estas garrafas
permiten no deslumbrar los prismáticos de la Patrulla Fronteriza y pueden
encontrarse en determinadas tiendas de México regentadas por coyotes
–hombres a sueldo de los traficantes de personas que cobran a los migrantes por
ayudarlos a atravesar el desierto–.
No más muertes
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Desde hace ya casi 20 años, cuando fue creada los Samaritanos, varias
organizaciones de voluntarios como esta patrullan los primeros kilómetros de
desierto en tierra estadounidense. Durante los primeros años, si se encontraban
con un migrante herido o débil lo trasladaban en coche al hospital. Dejaron de
hacerlo cuando la presión sobre su labor aumentó y corrían el riesgo de ser
detenidos. Hasta hace cinco años, era común encontrarse con los migrantes en su
camino a EEUU. Ahora, también debido al incremento de la atención
sobre ellos, es poco frecuente toparse con quienes tratan de sortear la frontera.
Los migrantes con quienes se chocan suelen haber tenido algún
problema que les ha empujado a quedarse atrás de sus compañeros de viaje. También
aquellos que se han quedado atrás en una estampida del grupo con el
que caminaba, despertada tras ser detectados por una patrulla o alguna de las
torres de vigilancia ubicadas en la zona.
"No sé si mis compatriotas saben lo que sucede aquí"
"¿Sabe qué? Este es un área de avistamiento de aves. Yo no
sé si mis compatriotas, si la gente de Arizona que viene a ver pájaros, conoce
de verdad lo que sucede aquí", dice Rick Saling, tras su frondoso bigote
gris, pensando en voz alta. Saling nació en Seattle y cuenta que ha sido
activista por los derechos humanos desde los años sesenta. Cuando se jubiló
tras haber hecho carrera en Microsoft decidió mudarse a Tucson para ayudar.
María y Rick lamentan la persecución contra su labor, después de que
varios voluntarios de otras organizaciones hayan sido
investigados acusados de colaborar en el tráfico de personas por dar
asistencia humanitaria a los migrantes. "Pero no se
trata de eso, esto es una emergencia y lo que hacemos es ayuda humanitaria. Y
esa ayuda no puede ser nunca un crimen", responde la activista. Recorren
esta zona del desierto, la conocida como 'sector de Tucson', debido a su
proximidad a la frontera más importante, que acumula más de 2.000 muertes
de migrantes. El año pasado se localizaron 123 cuerpos sin vida. En los
primeros cinco meses de 2019 han aparecido 79 cadáveres. Los restos de aquellos
que intentaron cruzar y no lo lograron.
Como sucede con las ONG que trabajan por salvar vidas en el
Mediterráneo, en los últimos años se ha incrementado el acoso hacia las
organizaciones que apoyan a los migrantes en el desierto de Arizona. Durante el
verano de 2017, cuatro voluntarias de No More Deaths, una organización similar
a los Samaritanos, fueron arrestadas por haber entrado sin permiso
en una reserva natural, según justificaron. En marzo, las estadounidenses fueron condenadas a 15 meses de
libertad condicional y 250 dólares de multa por dejar agua y comida en esta
zona protegida para evitar la muerte por deshidratación de las personas que la atravesaban.
La persecución de la ayuda, en aumento
El año pasado, Scott Warren, un profesor de geografía de
Tucson voluntario de la misma ONG, fue detenido por dar cobijo y ayudar a
dos migrantes centroamericanos. Warren fue acusado de conspiración para
transportar y alojar migrantes, el mismo cargo por el que son juzgadas las
mafias que se lucran del tráfico de personas. El fiscal pedía 20 años de
cárcel, pero el pasado mes de junio el juzgado no logró alcanzar un veredicto
unánime. Posteriormente, la Fiscalía ha retirado esta acusación,
pero mantiene una más leve por "complicidad" cuya vista está
prevista para noviembre.
El caso de Warren es crucial en este punto de la frontera. Su desenlace
marcará un precedente que podrá condicionar el trabajo de los voluntarios. "Nosotros
seguimos con nuestra misión. Aunque hay algunas milicias, algunos grupos
organizados que recorren la misma zona que nosotros para vigilar que nadie
cruce, a nosotros no nos molestan", cuenta Ochoa. No obstante, la
activista explica que la tensión ha subido debido a la campaña del
presidente Donald Trump contra los migrantes centroamericanos tras el aumento
del flujo migratorio.
Estamos a cuatro kilómetros de la frontera, de esa valla color ocre y
barrotes cuadrados de una docena de metros de altura que separa los dos países
y divide el mismo desierto como un costurón de hierro. Nos cruzamos con varias
patrullas de los agentes fronterizos. Su relación con los Samaritanos
es cordial. No interfieren ni se oponen a la colocación de bidones de agua en
diversos puntos del trayecto.
Los migrantes caminan entre 20 y 70 kilómetros de desierto. La distancia
depende de el punto por donde traten de atravesar la frontera, así como por el
lugar donde serán recogidos en coche para ser trasladados a casas seguras
en Phoenix, el punto y final de los servicios contratados con los coyotes. De
ahí que el cruce suela hacerse en grupos, la mayoría de hombres solos. Las
familias con niños suelen optar a entrar a EEUU a través de Texas.
Los coyotes –traficantes– reciben cerca 5.000
dólares de media por cada viaje, aunque el precio va al alza desde que Donald
Trump ocupa la Casa Blanca, aseguran las ONG. A ello se suma el impuesto
revolucionario de 700 u 800 dólares extra para el cartel de la droga que
controle la zona, según las estimaciones de los trabajadores del albergue
San Juan Bosco, en Nogales. Las mujeres deberán abonar en muchas ocasiones,
además, otros 1.000 dólares para asegurarse no ser asaltadas y violadas durante
el viaje.
Los voluntarios, en su búsqueda de personas en riesgo, rastrean con aún más
atención los cauces secos de los arroyos. A su paso por este punto,
localizan numerosos restos. Botellas de agua negras y varas mochilas. En
ellas pueden leerse varios nombres inscritos: Jonatan, Óscar, Erecia, David… Se
desconoce qué ocurrió.
Estos puntos conforman los conductos más transitados por los migrantes
debido a dos razones: hay sombra y desde el exterior apenas se ven; a simple
vista aparentan ser terrenos llanos. "A veces sientes que hay alguien
escondido. Por eso chillamos quiénes somos, para que no se asusten y salgan si
necesitan ayuda", explica Saling. Hoy nadie responde.
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