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Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar

Nixon, Kissinger y Bangla Desh: Sangre en sus manos

Por Susannah York | 10 de abril de 2014 | Periódico Revolución | revcom.us

30 de marzo de 2014. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. .

El telegrama de Blood Nixon, Kissinger y un genocidio olvidado (Alfred Knopf, 2013) del profesor Gary J. Bass de la Universidad de Princeton, pone al descubierto el siniestro papel desempeñado por el entonces presidente Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger en 1971 durante la masacre de nueve meses de bengalíes por parte de Pakistán en lo que era Pakistán oriental, hoy Bangla Desh. Según diversas fuentes, cientos de miles y tal vez hasta 3 millones de personas fueron asesinadas. Cerca de 10 millones de refugiados, la mayoría hindúes, huyeron a India, donde eran mantenidos en desesperantes campamentos donde morían de hambre, falta de agua potable y enfermedades prevenibles.

El telegrama de Blood es una descripción detallada, fascinante y reveladora de la diplomacia cínica —de hecho criminal—, así como de los rumores y difamaciones frecuentemente crueles y traidores, entre los diversos actores: Nixon, Kissinger, el gobernante de Pakistán el general Agha Yahya Khan, la dirigente de India Indira Gandhi y otros funcionarios del gobierno indio, personajes del Departamento de Estado estadounidense, y los representantes de Estados Unidos en Pakistán y en India como Archer Blood [cuyo apellido irónicamente significa “sangre”]. El autor Bass escudriñó miles de páginas de material recién desclasificado de la biblioteca Nixon, los Archivos Nacionales de Washington y archivos de la India, entrevistas con el personal de la Casa Blanca, diplomáticos y generales indios y cintas de la Casa Blanca anteriormente no escuchadas y más bien sórdidas. Casi cada párrafo de su libro tiene una nota de pie de página, con 2.600 notas en total.

Este libro es detallado y personal, revela la inmoralidad y bajeza especialmente de Nixon y Kissinger, quienes a sabiendas y con regularidad mentían al público, al Congreso de Estados Unidos y otros gobiernos y violaban la ley que afirmaban representar durante la guerra civil entre el Pakistán oriental y el occidental.

El cónsul general estadounidense en Daca, Archer Blood, envió muchas advertencias sobre un inminente baño de sangre, diciendo que no había oportunidad de que Pakistán se mantuviera unido. La respuesta de Nixon fue, “Considero que todo lo que se pueda hacer para mantener a Pakistán como un país viable es sumamente importante”. Kissinger comentó, “¿Por qué deberíamos decirle algo [a Yahya] que desestimule la fuerza [en Pakistán oriental]?”

Algo de contexto

Cuando India logró su independencia de Gran Bretaña en 1947, ésta aprovechó las divisiones que había ayudado a avivar y otros factores para dividir su excolonia en dos Estados basados en la religión, la República Islámica de Pakistán y la India mayoritariamente hindú. Con la partición, unos dos millones de personas murieron y 15 millones se convirtieron en refugiados, definidos por su filiación religiosa, huyendo de la tierra en que habían vivido por generaciones y cruzaron las fronteras a ambos lados (los hindúes que vivían en Pakistán se trasladaron a India y los musulmanes de India a Pakistán) hacia regiones completamente ajenas.

Esta rara creación geográfica nacida de intereses reaccionarios en contienda, combinó diferentes grupos étnicos tanto en el Pakistán oriental como en el occidental. Había pastunes, punyabís y baluchis en Pakistán occidental que principalmente eran musulmanes. Pakistán oriental estaba compuesto por bengalíes y biharíes, una mayoría musulmana y una considerable minoría hindú. La partición de la colonia británica dejó a India y a Pakistán devastados, cobrando muchas vidas en protestas, violaciones, masacres y saqueos. Este fue el crimen inicial que montó el escenario para los horrendos acontecimientos de 1971.

La diferencia entre Pakistán oriental y Pakistán occidental era mucho más que la distancia, los 1.500 km de territorio indio que los separaba. El occidental estaba económicamente mejor, en él estaba el gobierno central, las instituciones militares y estaba tratando que el urdu fuera el idioma oficial del país. Los pakistaníes orientales eran en su mayoría musulmanes y principalmente hablaban bengalí y se consideraban bengalíes. Los biharíes musulmanes urdu-hablantes que se pasaron a Pakistán oriental tras la partición fueron una excepción. Los pakistaníes orientales eran discriminados por los pakistaníes occidentales. Los pakistaníes occidentales sólo eran 25 millones comparados con los 57 millones de pakistaníes orientales. Desde el principio la cuestión del idioma oficial del país fue motivo de mucha protesta.

Con la independencia de Gran Bretaña, la gente en Pakistán oriental era inicialmente leal al gobierno en Pakistán occidental, pero gradualmente sintieron que el colonialismo británico había sido reemplazado por la dominación de Pakistán occidental. El Pakistán occidental sospechaba de los bengalíes y de la minoría hindú en Pakistán oriental, y los veían como pro-indios. Para 1958, los generales pakistaníes impusieron la ley marcial en Pakistán oriental, proscribieron los partidos políticos e hicieron imposible que los bengalíes expresaran sus reclamos.

Las demandas por más autonomía en Pakistán oriental eran una constante. Tras dos décadas como Estado, la oposición creció y muchas manifestaciones de estudiantes y trabajadores presionaban por autonomía. Enfrentando una seria crisis de legitimidad, el gobernante militar de Pakistán occidental, el general Yahya, finalmente estuvo de acuerdo con celebrar elecciones.

El desastroso ciclón Bhola de noviembre de 1970 golpeó Pakistán oriental y las consecuencias atizaron la indignación contra Pakistán occidental. La devastación cobró las vidas de 500 mil personas en las zonas bajas de Pakistán oriental. Un testigo relató cómo tras ser azotados por vientos de 250 km por hora, no se veían más que cadáveres de personas y ganado esparcidos por el suelo. Algunos habían sido lanzados a 10 metros de altura en los árboles o hacia el mar. Vista desde un helicóptero, el área golpeada por la tormenta parecía “un enorme pudín de chocolate salpicado de uvas pasas” —viendo más de cerca la horrible realidad era que las “pasas” eran cadáveres.

La reunión del presidente Nixon y el presidente de Pakistán Yahya Khan, 1970. Foto: Servicio Nacional de Archivos y Registros

Después del ciclón, el general Yahya visitó la zona pero se mantuvo impasible ante el sufrimiento y la devastación. La casi total falta de apoyo del gobierno asentado en Pakistán occidental creó mayor hostilidad entre los pakistaníes orientales que eran los que padecían esta crisis. Esto ayudó a preparar el terreno para la rebelión que pronto tendría lugar. Cuando por fin se realizaron las elecciones, la Liga Awami de Mujibur Rahman en Pakistán oriental hizo campaña prometiendo más autonomía de modo que Pakistán oriental pudiese definir sus propias relaciones comerciales, emitir su propia moneda y crear una milicia. El general Yahya se negó a aceptar la mayoría parlamentaria lograda de manera aplastante por la Liga Awami.

El cónsul general estadounidense Blood, inspirado por algunas manifestaciones nacionalistas bengalíes que llenaban las calles, creyó que su gobierno debía intervenir para impedir una masacre y esperaba una solución política. Había conversaciones en curso entre los políticos de Pakistán oriental y Pakistán occidental. Blood pensaba que Yahya estaba ganando tiempo para poder emplazar más de su ejército en Pakistán oriental. Blood envió reiteradas descripciones del aumento de efectivos militares y de la crisis inminente, llamando a que Estados Unidos interviniera contra esto, todo lo cual Nixon y Kissinger siguieron ignorando. Barcos repletos de armamento fueron descargados en la ciudad portuaria de Chittagong a pesar de los esfuerzos en un bloqueo realizado por bengalíes enfurecidos. El 25 de marzo de 1971 empezaron serios abaleos. Hubo grandes explosiones por toda la ciudad de Daca, y columnas de tropas marcharon por la ciudad encabezadas por tanques proporcionados por Estados Unidos. Había comenzado la guerra civil.

El telegrama de Blood

Tras dos semanas de masacre en Pakistán oriental, y enfurecido por el silencio de Nixon y Kissinger, Blood envió un telegrama de cinco páginas firmado por él y por gran parte de su personal denunciando la política de Estados Unidos como una “bancarrota moral” por excusar las atrocidades (a las que llamó genocidio porque las matanzas fueron principalmente contra bengalíes hindúes) y la supresión de los resultados electorales, y por el continuo respaldo y suministro de armamento de Estados Unidos al general Yahya.

Masacre de bangladesíes: Unos estudiantes, quienes se tapan la cara debido al hedor de los cadáveres putrefactos, desentierran los cuerpos de sus difuntos compañeros de clase y profesores cerca de Daca, Pakistán Oriental (hoy Bangla Desh), diciembre 1971. Foto: AP

El contenido del telegrama de Blood pronto se hizo público y ganó credibilidad en diversos círculos del gobierno. Pero Nixon y Kissinger estaban decididos a seguir respaldando a Yahya. Pakistán era ya receptor de miles de millones de dólares en jets, bombarderos, tanques artillados y vehículos militares de Estados Unidos. Visto por Nixon y Kissinger como traidor, a Blood lo sacaron del consulado y le asignaron un trabajo de oficina en Washington.

Nixon racionalizó lo que falazmente llamó la inacción de Estados Unidos, comparando la situación en Pakistán oriental con la masacre del pueblo de Biafra cuando éste intentó separarse de Nigeria en 1967-1970, diciendo que sería hipócrita intervenir en los asuntos internos de Pakistán cuando Estados Unidos no había hecho nada en Biafra. Kissinger también intentó pintar la política estadounidense como de no intervención. A medida que las masacres quedaron más al descubierto, el Congreso prohibió el suministro de armas y piezas militares estadounidenses a Pakistán. Para eludir la ley, Nixon y Kissinger arreglaron bajo cuerda con el rey Hussein de Jordania y el Sha de Irán que esos países sirvieran como canales para el envío de armas y aviones estadounidenses para el ejército pakistaní, con garantías en privado de que no habría sanciones por violar la prohibición. La prohibición del Congreso a los envíos de armas sirvió como una cortina de humo para tapar lo que en verdad sucedía.

Para finales de junio, un corresponsal del New York Times en el sur de Asia calculó que en Pakistán oriental habían muerto 200 mil personas y que 154 mil refugiados huían cada día. Entretanto Nixon insistía en que Yahya era un buen amigo y un hombre decente que hacía “un trabajo difícil, intentando mantener unidas esas dos partes del país separadas por miles de kilómetros… [y que] estaba mal asumir que Estados Unidos debería andar diciéndoles a otros países cómo arreglar sus asuntos políticos”.

Las relaciones entre Pakistán e India ya eran enconadas desde la independencia y la partición resultante. India tenía sus propios intereses estratégicos fríos y calculadores. Estaba engarzada en una lucha con Pakistán por el empeño de India de anexar a Cachemira. Bass dice que Indira Gandhi estaba preocupada de que la rebelión en Pakistán oriental alentara una rebelión en su propia población intranquila, por la tremenda pobreza del pueblo y sus movimientos contra el gobierno. Ella también temía que esto pudiera abrirle paso al movimiento revolucionario maoísta naxalita, que en ese momento ardía en el estado indio de Bengala occidental y otras partes. Bass la cuestiona por su “falta de preocupación por los derechos humanos”. Este prisma de los derechos humanos le impide a él ver a Gandhi como la líder de una clase explotadora compradora (dependiente del imperialismo) en contubernio con la Unión Soviética, que a pesar de que conservaba algunas características del socialismo —una economía planificada y la propiedad estatal— había restaurado el capitalismo, se había convertido en una superpotencia imperialista y estaba contendiendo con Estados Unidos por la dominación mundial.

Cuando los refugiados de Pakistán oriental que huían a las masacres empezaron a entrar por montones por la frontera india, Indira Gandhi trató de adjudicarse la superioridad moral. Su gobierno habló de forma emotiva sobre los millones de refugiados. Pero en privado le preocupaba que los exiliados pudieran ser revolucionarios y no regresaran luego a su país. Entre muchos en su gobierno había un clamor de guerra. Públicamente Gandhi afirmaba que India no tenía intenciones de ir a la guerra, pero empezó a entrenar a esos pakistaníes orientales que querían tomar las armas — el Mukti Bahini (Ejército de Liberación) inicialmente bajo dirección india pero que a la larga se zafó de sus garras. Cuando ella les preguntó a sus generales cuánto le tomaría al ejército indio estar listo para la guerra, le respondieron que en seis meses y empezaron los preparativos.

Una diplomacia pública y mucha coacción y amenazas tras bambalinas tuvieron lugar entre Estados Unidos e India. Ambos países insistían en que no estaban dándole apoyo a ninguna de las partes en la guerra pero bajo cuerda no sólo se preparaban para una guerra total entre India y Pakistán sino también trataban de llevar a China y la Unión Soviética a tomar parte en sus respectivos bandos. Por razones que mencionaremos en adelante, Kissinger fue en secreto a China para arreglar una cita para Nixon con Mao Tsetung. Mientras estaba allá llamó al gobierno chino, que consideraba a Pakistán como un aliado contra la Unión Soviética e India (China e India ya se habían trenzado en conflictos armados dos veces), a enviar soldados a la frontera chino-india y crearle problemas a India en su frontera norte, en caso de que India fuera a la guerra con Pakistán. Por otra parte, algunos funcionarios indios estaban considerando la posibilidad de ayuda militar de la Unión Soviética en caso de un ataque chino. Y mientras se preparaba para la guerra con Pakistán, Gandhi quería asegurarse de que pareciera que India ayudaba a huir a los bengalíes de las masacres realizadas por el ejército de Pakistán occidental.

Para finales de noviembre tuvieron lugar un choque fronterizo y una batalla aérea, en el que Pakistán e India se culparon mutuamente. A partir de ahí, el ejército indio lanzó crecientes ataques por tierra en Pakistán oriental, aunque al mismo tiempo se negaba a admitir que lo hacía. El 3 de diciembre de 1971, Pakistán lanzó ataques aéreos contra los principales aeropuertos indios en el norte, en los estados de Punjab, Rajastán y Uttar Pradesh. Esto le dio a Gandhi la excusa que quería para lanzar un ataque total sobre Pakistán. El ejército indio avanzó rápidamente para tomar Daca en Pakistán oriental. Enfurecido, Nixon ordenó parar toda la ayuda de Estados Unidos a India, calificando la guerra como agresión india. Kissinger la llamó “la confabulación indio-soviética, violando a un amigo nuestro”. Derrotado, el ejército pakistaní firmó un tratado de paz el 16 de diciembre, poniendo fin a la guerra y creando un nuevo Estado, Bangla Desh. Ocurrió un rápido crecimiento de las fuerzas comunistas revolucionarias, junto con un amplio apoyo entre las masas y el desarrollo de algunas zonas liberadas fuera del control de los diversos ejércitos reaccionarios. (En esta reseña no se aborda la complejidad de lo que sucedió en Bangla Desh durante ese periodo).

Es importante que el libro de Bass haya desenmascarado por completo el papel poco conocido (fuera del sur de Asia) jugado por Nixon y Kissinger en la guerra de Bangla Desh. Al centrarse en este suceso particular, proporciona una visión reveladora de las sórdidas relaciones entre gobiernos reaccionarios que se dan tras bambalinas en el complejo desarrollo de las crisis, con frecuencia de su creación y por lo general ocultas a la mirada pública.

En un libro anterior Bass defiende la necesidad de la intervención humanitaria para impedir o detener masacres masivas donde sea que se den en el mundo. En El telegrama de Blood, Bass argumenta que debían haber intervenido para impedir la matanza, pero a cambio siguieron otras políticas por dos razones, la añeja alianza de Estados Unidos con Pakistán y la amistad personal de Nixon con su dictador el general Yahya, y el deseo de no arriesgar el papel de Yahya en facilitar la esperada visita de Nixon a China, vista como un importante golpe en la guerra fría por parte de Nixon y Kissinger.

Pero el libro se olvida del contexto mundial y deja libre de culpa al gobierno estadounidense en la promoción de sus intereses nacionales. Quizás Nixon y Kissinger sean excepcionales por su abierta bajeza, pero no eran simplemente un par de individuos. Fueron cómplices y facilitaron la matanza de pakistaníes orientales no sólo por sus deseos subjetivos o su inmoralidad personal sino por los intereses globales a los que servían. Eran importantes representantes de los intereses de una clase dominante imperialista, los capitalistas monopolistas que gobiernan a Estados Unidos, quienes desde antes de esos sucesos y hoy tienen una larga historia de mantener y buscar expandir un imperio mundial de explotación y opresión.

El libro de Bass califica la política de Nixon y Kissinger en Bangla Desh como uno de los peores crímenes del siglo 20 y demuestra su planteamiento en gran detalle. Sin embargo ignora parte de la evidencia que él mismo saca a la luz, y especialmente las conclusiones a las que esta evidencia apunta objetivamente. En su prólogo dice que “el respaldo” de Nixon y Kissinger “a una dictadura militar involucrada en masacres en masa es un recordatorio de cómo puede verse el mundo con un desinterés total por el dolor de extraños distantes”. Sin embargo, si bien es cierto que a Nixon y Kissinger no les importaban la vida de los bangladesíes, sí estaban sumamente preocupados por los intereses imperialistas estadounidenses. El respaldo encubierto de Estados Unidos a Pakistán occidental, por un lado, y por otro su negativa pública a intervenir para detener la masacre llevada a cabo por Pakistán occidental en Bangla Desh, eran dos caras de la misma moneda: los intereses por mantener y expandir el imperio estadounidense frente a la rivalidad soviética por la dominación mundial.

Estados Unidos se alió con el régimen de Yahya porque la clase dominante estadounidense consideraba a Pakistán como un aliado confiable en sus esfuerzos por “contener” (rodear) a la Unión Soviética y contrarrestar a una India respaldada por los soviéticos. La búsqueda por parte de Nixon y Kissinger de diálogos con China estaba basada no sólo ni principalmente en sus ambiciones personales sino en la misma necesidad del imperio.

Bass quiere mostrar que Estados Unidos debió intervenir en Bangla Desh por los derechos humanos, y que el más grande crimen de Nixon y Kissinger fue no permitir que se diera. Él no comprende cabalmente que la intervención por parte de Estados Unidos históricamente solo ha sido y solo puede ser en función de sus propios intereses estratégicos y no por ninguna necesidad humanitaria. Los argumentos sobre la intervención o la interferencia en los asuntos internos de un Estado soberano siempre se han decidido sobre la base de objetivos del imperio estadounidense largoplacistas y cortoplacistas y no por razones morales. De hecho, como Bass lo documenta extensamente, en Bangla Desh en 1971 Nixon y Kissinger sí intervinieron, a favor del bando que en su opinión mejor representaba los intereses globales de Estados Unidos.

La importancia de la guerra fría

Si bien reconoce en cierta medida la importancia de la guerra fría, Bass la resta peso a la confabulación y especialmente la contienda entre Estados Unidos y la Unión Soviética como la fuerza motriz de los acontecimientos mundiales en esa época. Después de la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría pasó por muchas fases diferentes. Para mediados de la década de 1950 la Unión Soviética ya era socialista de palabra, pero en los hechos era capitalista e imperialista. La contienda Estados Unidos-URSS sobre esferas de influencia en Asia, África y Latinoamérica llevó a una carrera armamentista nuclear y a la creciente posibilidad de una guerra nuclear.

Irónicamente, Nixon había sido identificado personalmente con el intento de Estados Unidos de estrangular desde el principio a la revolución china, pero, con el desarrollo de la marcha de los acontecimientos mundiales, él y Kissinger llegaron a ver la apertura de canales con China como una maniobra estratégica para impulsar los intereses estadounidenses en la contienda de la guerra fría y apuntalar esferas de influencia. En ese tiempo China, que todavía era un país socialista, estaba adoptando ciertas medidas tácticas, entre ellas una “apertura al Occidente” como parte de lidiar con la amenaza de ataque muy concreta por parte de la Unión Soviética. Como ex aliado socialista, China había denunciado a la Unión Soviética por convertirse en capitalista. Hubo intensas escaramuzas en la frontera chino-soviética. Nixon y Kissinger entendieron esta tensión y pensaron que buscando relaciones con China, podría tenerse una alianza táctica con China contra la Unión Soviética.

Las masacres de 1971 y los 10 millones de refugiados tuvieron lugar durante una época en que Nixon propagaba su “teoría del loco”, según la cual el mundo debía entender que él estaba lo suficiente loco como para usar armas nucleares. Nixon y Kissinger amenazaron con usarlas contra los vietnamitas. Pero la lucha de liberación vietnamita y otros factores a la larga obligaron a Nixon a firmar un acuerdo de paz. En 1973, el mismo gobierno de Nixon/Kissinger que había argumentado públicamente contra la intervención en Bangla Desh, organizó un golpe de estado militar contra el gobierno electo de Salvador Allende en Chile, al que veían como una amenaza a cierto nivel a los intereses de Estados Unidos porque éste temía que dicho gobierno favoreciera la influencia política soviética en Latinoamérica y otras partes. Esos sucesos fueron atizados por la contienda de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. Con la caída del muro de Berlín, la guerra fría terminó con el triunfo de Estados Unidos. Los objetivos estratégicos de Estados Unidos eran desmantelar el bloque soviético y establecerse como la única superpotencia.

No olvidar la historia

Comenzando mucho antes de la guerra fría y a lo largo de la historia de Estados Unidos, las invasiones, masacres, ocupaciones, golpes de estado militares, el uso de armas nucleares sobre poblaciones civiles (en 1945) y amenazas de usarlas contra muchos otros países, y el respaldo a escuadrones de la muerte y tiranos han sido parte de la estructura y los cimientos históricos del imperio estadounidense.

Durante los casi 70 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos segó gratuitamente millones y millones de vidas —abrumadoramente de civiles— con frecuencia para aterrorizar y aplastar a poblaciones enteras. Mataron a unas tres millones de personas con armas convencionales en el sureste de Asia durante la guerra de Vietnam, más de 500 mil con su respaldo y organización de los escuadrones de la muerte en Centroamérica en la década de 1980, por no mencionar una continuación de esos crímenes cuando la guerra fría ya no les servía de excusa, como los más de 500 mil iraquíes—en su mayoría niños— que murieron durante la década de 1990 mediante la imposición de paralizantes sanciones económicas y las ocupaciones de Afganistán e Irak. Según Estados Unidos, los intereses de la humanidad y la vida de miles de millones de personas no tienen ninguna importancia en comparación con las consideraciones del imperio.

Lo que sucedió en Pakistán en 1971 es parte de esta dinámica, y no es una aberración de Nixon/Kissinger. Nixon (quien luego de su muerte ha sido un tanto exonerado por los creadores de opinión pública) y Kissinger (quien a pesar de sus crímenes aun es tenido en alta estima en los círculos imperialistas) basaron todas sus acciones principalmente en términos de protección y expansión del imperio estadounidense y sus esferas de influencia.

Pakistán: un polvorín hecho en Estados Unidos

El mismo Pakistán es un ejemplo de cómo Estados Unidos ha usado a países enteros en beneficio de sus propios intereses y objetivos estratégicos. Por décadas Estados Unidos lo vio como un contrapeso a la India que estaba aliada con la Unión Soviética. Durante buena parte de su existencia Pakistán ha sido gobernado por juntas militares que impulsaron la islamización como un pilar de su legitimidad, como una herramienta del Estado y como un medio para sofocar a las masas. Cuando la Unión Soviética invadió a Afganistán en la década de 1980, Estados Unidos aumentó el apoyo militar y económico a Pakistán a fin de ayudar a la oposición islámica contra los soviéticos. Posteriormente Estados Unidos financió la ISI (servicios de inteligencia) pakistaní en sus labores de poner a los talibanes en el poder, lo que Pakistán veía como una forma de asegurar que Afganistán permaneciera bajo su influencia, en vez de caer bajo la de India. Una vez más, los crímenes sientan las bases para más crímenes.

Luego del colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos pasó a promover a India como su principal aliado en la región, lo que suscitó una creciente rivalidad entre India y Pakistán. En la invasión a Afganistán en 2001 Estados Unidos sacó a los talibanes y otros islamistas de Afganistán hacia Pakistán, y luego incitó más odio en Afganistán y Pakistán por medio de sus bombardeos masivos de civiles y la brutalidad general de su ocupación — mediante la detención ilegal y tortura de pakistaníes y afganis, el uso de ataques de aviones no tripulados y otras operaciones militares que mataron a muchos civiles.

La intervención de las potencias imperialistas y otros Estados reaccionarios, sin importar con que apariencia, se debe entender de esta manera. La intervención por parte de Estados Unidos o cualquier otra potencia imperialista nunca traerá nada bueno. Cuando se piense en Ucrania o Siria, es importante recordar lo que Estados Unidos hizo en Bangla Desh.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.


 

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