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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



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Debra Sweet


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La cultura que mató a Tyler Clementi

Nota de la redacción: El 10 de octubre, el candidato Carl Paladino para gobernador del estado de Nueva York les dijo a unos dirigentes judíos ortodoxos: “No quiero que [los niños] tengan el cerebro lavado de modo que crean que la homosexualidad sea una opción igualmente válida o exitosa. No lo es”. Paladino declaró: “Dios no nos creó así”. El 14 de octubre el Departamento de Justicia del gobierno de Obama apeló un fallo del tribunal que anuló la política de las fuerzas armadas estadounidenses de “no preguntar, no decir”. La maniobra de Obama sostiene oficialmente la discriminación impuesta contra las lesbianas y los gays en las fuerzas armadas. A comienzos de octubre se dio el arresto de alto perfil de unos hombres latinos jóvenes en el Bronx acusados de darle una paliza y violar a tres otros hombres jóvenes a los cuales sospechaban que eran gays. Lo siguiente es una versión abreviada de una carta de la articulista de Revolución Sunsara Taylor (la versión completa está en línea en revcom.us). Trata la cultura y la institucionalización de la intolerancia que estos sucesos y otras cuestiones representan.

“Piense en qué quiere decir que hoy para los hombres no hay ningún insulto que les duela más que se le llamara un ‘puto’ o ‘maricón’. Ahora, imagínese un día en que la gente del futuro repasara las restrictivas nociones de género de hoy —de lo que implica ser un “hombre” y lo que implica ser una ‘mujer’— como si fueran alucinantes idioteces del pasado opresivo de la humanidad”.

Del número especial de Revolución, Una declaración: Por la liberación de la mujer y por la emancipación de toda la humanidad”.

Los sucesos que llevaron al suicidio de Tyler Clementi, un estudiante gay de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, ahora se habrían informado ampliamente. El 19 de septiembre, Tyler le pidió al estudiante con quien compartía un cuarto, Dharun Ravi, que le dejara disfrutar a solas el cuarto porque iba a tener una visita privada. Poco después, Ravi mandó un mensaje por Twitter: “Compañero de cuarto pidió el cuarto hasta la medianoche. Me fui al cuarto de Molly y prendí mi cámara web. Lo vi besándose con un hombre. Bien”. Enseguida Ravi se puso a difundir las imágenes íntimas de Tyler en vivo por la red. Dos días más tarde, Ravi envió otro mensaje acerca de Tyler: “Cualquier persona que tenga iChat, le desafío a chatear conmigo entre las horas de 9 y media y la medianoche. Sí, todo está pasando de nuevo”.

Ese mismo día, al hablar sobre su reacción, Tyler escribió en línea: “Así que pienso que fue una cosa de ‘miren qué tan maricón es mi compañero de cuarto...’. Otras personas han comentado en su página, preguntándole cosas como: ‘¿Cómo lograste regresar al cuarto?’ y ‘¿Estás bien?’ y el hecho de que la gente con quienes él estaba, consideraba que el escándalo era que yo besara a un hombre, cuando por favor... ÉL ESTABA ESPIÁNDOME... ¿No ven ellos nada malo en eso?”

Más tarde, Tyler Clementi dijo en Facebook: “Me voy a tirar por el puente gw disculpas”.

Por tres días, Tyler había bregado con cómo responder a la invasión de su privacidad, la transmisión en vivo de su relación sexual y el hecho de que su compañero de cuarto y otros se burlaban de su orientación sexual en línea. Ya por 18 años, había estado bregando con cómo vivir en una sociedad que no permite casi ninguna indulgencia para el inconformismo y que de mil maneras, horrorosas además de sutiles, mostraba hostilidad hacia los elementos más íntimos y vulnerables de su ser.

Los dos estudiantes involucrados en filmar y transmitir los momentos privados de Tyler, Dharun Ravi y Molly Wei, se han convertido en el centro de grandes debates. Muchos, incluidos las autoridades y los medios de comunicación, han pedido que se les presenten cargos criminales. Y muchos, desde moralistas hipócritas hasta estudiantes, grupos pro derechos de los gays y otras personas con un verdadero interés, están discutiendo su conducta reprensible. Por cierto Ravi y Wei, al explotar los estigmas antigay de la sociedad para ganar una popularidad pasajera y convertir la invasión de la privacidad de Tyler en una diversión, hicieron un mal de brutos.

Pero no se puede explicar esta muerte horrorosa centrándose solo en dos universitarios de primer año. La verdad más condenatoria es que su conducta estaba completamente en sintonía con la cultura dominante de homofobia, crueldad y destrucción de la privacidad.

Una cultura de intolerancia y una epidemia de suicidio entre adolescentes gays

En las diferentes páginas para conmemorar a Tyler en Facebook y YouTube, se ven principalmente un gran apoyo y comprensión, pero también hay comentarios que mandan al infierno a Tyler y a otras personas gays, diciendo que la homosexualidad es un “pecado”, e incluso que celebran el hecho de que Tyler se quitó la vida. Esto es típico.

Uno de los cambios culturales más favorables de las últimas décadas ha sido la creciente aceptación de la gente gay, lesbiana, bisexual y transgénera, pero esta aceptación se ha contrastado marcadamente con condenas y ataques homofóbicos muy enquistados y siempre más vitriólicos, que van acompañados por una creciente movilización política.

La polarización es extrema y va en aumento. Se ve a más gente abiertamente gay que nunca en los medios de comunicación, en la política y en la farándula, pero los gays siguen siendo tema constante de bromas en las comedias y otros programas de televisión, y para locutores de radio y cómicos profesionales. Crecientes cantidades de gente apoyan la plena igualdad y aceptación de los gays, pero todavía es el caso que por ley la mayoría de los estados les privan a los gays del derecho fundamental de casarse con su enamorado, de visitarlo en el hospital cuando este muere o compartir la custodia de sus propios hijos. Y todavía es demasiado común que un senador pez gordo pone en el mismo plano la homosexualidad y la bestialidad, o un predicador de megavatio insiste en que la homosexualidad es un “pecado” o una “enfermedad” que requiere una “curación”.

Esta polarización no es una cosa que está pasando simplemente entre dos sectores de la población. En todo nivel, las fuerzas de la tradición y del poder —sean los principales formadores de opinión pública, o los guardianes del cristianismo y de la fe tradicional, o los niveles superiores de los tribunales, la legislatura y el poder ejecutivo— han dictado en contra de una aceptación de la plena humanidad de los gays. No olvidemos que incluso el “gran progresista”, el presidente Obama, tomó una postura contra el matrimonio gay, y además invitó a Rick Warren —el intolerante intérprete literal de la biblia que desempeñó un papel importante en la prohibición del matrimonio gay en California y que tiene vínculos con fuerzas internacionales resueltas a ejecutar a todos los gays— para dar la invocación en su toma de posesión en 2008.

Todo eso da fuerza y apoyo a los impulsos más atrasados en la sociedad y contribuye a una situación en que los chistes, el acoso y la violencia anti-gays son tan generalizados que el suicidio de adolescentes gays es cosa común. Más del 85 por ciento de estudiantes lesbianas, gays, bisexuales o transgéneros dicen que han sido hostigados debido a su identidad sexual o de género, y más del 20 por ciento dice que han sido atacados físicamente.

Al día siguiente del suicidio de Tyler, Asher Brown, que tenía 13 años de edad y vivía en Houston, Texas, se dio un tiro en la cabeza en la casa de sus padres. Solo unos días antes, Seth Walsh, también de 13 años, se ahorcó en el jardín de su casa en California. Poco más de una semana antes de eso, Billy Lucas, de 15 años, se ahorcó en un granero en Indiana. Todos fueron víctimas del acoso anti-gay.

En una reunión de jóvenes la semana pasada en el Centro Comunitario Gay y Lesbiana del Sur de Nevada, 15 de los 16 adolescentes presentes dijeron que habían pensado suicidarse en algún momento. Como un adolescente lo expresó: “Yo ya no quería estar ahí. Prefería no despertarme. Me sentí como una especie de error o equivocación”.

La destrucción de la intimidad y el fin de la privacidad

Los amigos de Dharun Ravi han dicho a los medios de comunicación que éste no es particularmente homofóbico, que nada más era una broma y que él habría actuado de la misma forma si su compañero de cuarto hubiera invitado a casa a una mujer. Sea verdad o no, ese tipo de “defensa” señala otro rasgo extremadamente perturbador de la cultura actual. Parece que a toda una generación se le ha dado la idea de que los momentos de intimidad no son más que cosas para ser filmadas, ridiculizadas y aprovechadas para aumentar el prestigio social.

Esta generación ha crecido con la cosificación propia y con una pornografía cada vez más violenta y más degradante. Los jóvenes han llegado a la mayoría de edad en un mundo en que un fotógrafo tiene el éxito asegurado si puede sacar, justamente en el momento en que una joven famosa baja de su limusina, una toma de todo lo que la falda esconde. Les ha moldeado una cultura que exige desnudos de las celebridades, sea por medio de un corto “filtrado” de sus relaciones sexuales o un vídeo subido de tono, para que sigan siendo cotizadas una vez pasada la preadolescencia. Los agreden cada día las revistas, los canales de televisión y los portales dedicados al chismorreo, y los medios establecidos cuyas “noticias” comercian en trivialidades, en hacer pasar vergüenza a todas y en una crueldad voyeurista que celebra las penas y los problemas del ajeno.

El resultado de todo eso ha sido insensibilizar a enormes cantidades de jóvenes de esta generación al punto de no poder sentir empatía hacia los demás, y despojarlos de la idea de que la vulnerabilidad, la intimidad y la privacidad desempeñen algún papel en las relaciones sexuales.

Una cultura de consumismo, conformidad y crueldad

Ha comenzado mucha especulación sobre el grado de responsabilidad de los medios sociales como Facebook y Twitter. Por un lado, la red ha contribuido a romper el aislamiento de las y los jóvenes gays de las zonas rurales. Por el otro, ha llegado a ser el foco de una intensificación de la intolerancia y del acoso.

La realidad es que la tecnología, aunque neutral en sí o en el abstracto, no existe independientemente de la sociedad. La tecnología y todas las innovaciones pasan por el tamiz de las relaciones económicas, la estructura del poder político y la cultura dominantes de esa sociedad. Incluso el tipo de tecnología producido, financiado y puesto de moda es un reflejo de la sociedad en general y de sus valores.

Eso significa que en una sociedad verdaderamente liberada, donde la revolución se ha hecho, y un nuevo estado y un nuevo sistema se han establecido, la red podría ser parte de alentar la efervescencia intelectual y un aprendizaje mutuo que ocurre más ampliamente entre la gente. Pero en esta sociedad, junto con el afán capitalista de ganancias y como parte de él, el internet ha llegado a ser una supercarretera en expansión exponencial de todo lo cruel, lo insípido y lo envilecido de esta cultura.

Una fuerza que ha impulsado la expansión de la tecnología de la red —incluida la presencia generalizada del internet y cable de alta velocidad en los hogares, la capacidad de transmisiones en vivo por internet y la disponibilidad de cámaras web secretas— es la pornografía, que ha sido notable por su escalada de degradación y violencia contra las mujeres y las muchachas. Otra gran fuente de expansión ha sido el consumo de bienes materiales: se puede hacer compras en línea, buscar “súper gangas”, comparar los precios y hacer ofertas por los productos.

Hasta la tecnología creada para desarrollar las “redes sociales” se ha caracterizado por la superficialidad, la segregación y la atomización típicas de nuestros tiempos, y termina reforzándolas. Dígame, ¿qué textura y profundidad hay en “amigos” que muchas veces no pasan de ser avatares de pantalla? ¿Qué valor profundo tiene una “comunicación” limitada a 140 caracteres? ¿Qué pasará con las emociones cuando las reemplazan emoticones con caras de historieta? ¿Qué pasará con la individualidad de las personas cuando todo se reduce a las respuestas a un cuestionario estandarizado para determinar el perfil?

Aunque existen tendencias positivas que van en contra de esa corriente, las “redes sociales” tal como son casi garantizan la dominación de la superficialidad y la alienación. Para desarrollar relaciones auténticas —que no simplemente refuerzan las camarillas sociales, los estereotipos y las divisiones ya existentes—, hay que interactuar a un ritmo y con una profundidad que permiten la exploración, el estiramiento de límites y matices. En lugar de eso, hoy las personas son aplanadas, generalizadas y privadas del espacio necesario para las dudas y la exploración. Se apagan el pensamiento crítico, la curiosidad y la empatía emocional. Todo eso amplia la tendencia que existe en la sociedad en general de reducir a un gran sector de jóvenes a un estereotipo odiado; y así ser gay —o negar que se es gay o reprimir el deseo de experimentar— es la única característica permitida para definirlos.

Se necesita: Una cultura de rebeldía contra esta cultura asquerosa

Mientras que los políticos y los formadores de opinión debaten la posibilidad de acusar de homicidio involuntario a Dharun Ravi y Molly Wei, es dudable que estos pudieran haber comprendido plenamente el peso y las posibles repercusiones de sus actos. No obstante, NO HAY DUDA ninguna que esta sociedad y esta cultura seguirán generando la clase de dolor profundo, alienación y pesar que llevan a las y los jóvenes gays a quitarse la vida con una frecuencia tres o cuatro veces mayor que otros jóvenes.

Mientras lees esto, jóvenes gays están en sus dormitorios, en la red, en las iglesias y las escuelas. Están sufriendo hostigamiento, humillaciones y abusos. No les dan espacio para decidir siquiera quiénes son, cómo sienten y cómo quieren amar. Están solos y sienten abrumados. Están preguntando si el dolor y la vergüenza desaparecerán jamás. Están preguntándose qué les hizo ser el objeto de tanto desprecio. Están dudando que tengan —o si tendrán jamás— un lugar en este planeta.

Lo que todavía no entienden es que no son ellos, sino esta cultura asquerosa, esta sociedad de alienación y su brutal ignorancia, que merecen el desprecio. Lo que todavía no entienden es que no son ellos, sino este sistema, que hace mucho tiempo quedó obsoleto. Lo que todavía no entienden es que pueden desempeñar un papel que tiene sentido y que apremia ahora, así como pueden hacerlo todos los que se rehúsan a interiorizar el odio en su contra por no acomodarse a la sociedad y que dirigen su indignación contra la fuente, con el fin de construir una resistencia y, al final, hacer la revolución para poner fin a este sistema, a su cultura y a sus crímenes.

Hay una necesidad apremiante ahora mismo para demostrar una repugnancia radical hacia todos los factores que llevaron al suicidio de Tyler Clementi.

Ya basta con estar atomizados, segregados, insensibilizados y hecho ignorantes. Es hora de dejar atrás la pantalla de la computadora y dirigirse a las escuelas, a las calles e ir en las propias narices de la gente. El mundo es demasiado grande, los problemas que requieren solución son demasiado grandes, las ideas que merecen abordarse son demasiado fascinantes, las posibilidades de lo que se puede crear para la humanidad con la revolución son demasiado bellas y estimulantes para mantenerse atrapados en la intolerancia o el chismorreo, en la mentalidad cerrada o el ensimimismo. Urge AHORA forjar una moral y una cultura que sean distintas y mucho mejores, en las cuales las personas pueden relacionarse como seres humanos plenos en vez de ser reducidas a su orientación sexual o su género, a la región del mundo donde nacieron o el idioma que hablan, al color de la piel o las mentiras que este sistema propaga sobre ellas. Donde comerciar en la intolerancia es muy mal visto, pero tener la valentía de oponerse a la intolerancia es valorada y encuentra apoyo. Donde leyes y fallos jurídicos contra la gente gay encuentran una férrea resistencia visible, y no respuestas acomodaticias o llamamientos desmovilizadores a “buscar puntos en común”. Donde la privacidad se defiende y no se acepta inmiscuirse en asuntos privados. Donde la amistad y los vínculos personales, incluidas las relaciones sexuales y la intimidad, no se basan en aprovecharse de la otra persona ni en ganar popularidad, sino en llegar a conocer a esa persona como un ser humano pleno, basándose en el respeto mutuo y la igualdad, y dándole espacio para la exploración y una confianza genuina. Donde todos aprenden unos de otros, y se transforman a sí mismos en el proceso de transformar el mundo. ¡Donde esta cultura asquerosa se enfrenta al desafío de una cultura de rebeldía que es desenfrenadamente creativa, totalmente desafiante y completamente impenitente!


 

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