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21 de agosto de 2015

El Mundo no Puede Esperar moviliza a las personas que viven en Estados Unidos a repudiar y parar la guerra contra el mundo y también la represión y la tortura llevadas a cabo por el gobierno estadounidense. Actuamos, sin importar el partido político que esté en el poder, para denunciar los crímenes de nuestro gobierno, sean los crímenes de guerra o la sistemática encarcelación en masas, y para anteponer la humanidad y el planeta.



Del directora nacional de El Mundo No Puede Esperar

Debra Sweet


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Revolución #173, 16 de agosto de 2009

La mano yanqui en la masacre de 2001 en Afganistán:

Masacre en masa en el desierto de Dasht-i-Leili

En noviembre de 2001, una masacre de al menos 2.000 presos talibanes tuvo lugar en Afganistán, y muchos de los muertos fueron enterrados en el desierto de Dasht-i-Leili. Pero solamente ahora, después de casi ocho años, empieza a salir a la luz una historia más completa de cómo altos funcionarios del gobierno de Bush repetidamente frustraron los esfuerzos de investigar lo que pasó, incluso, en particular cuál pudo haber sido el rol de las fuerzas armadas estadounidenses en la masacre.

Un artículo de primera plana del 11 de julio en el New York Times escrito por el reportero investigativo James Risen ilustra cómo los funcionarios del gobierno de Bush frustraron los llamamientos para una investigación sobre este incidente. Risen dice que esto se debe principalmente a que el señor de la guerra afgani cuyas fuerzas llevaron a cabo la masacre, el general Abdul Rashid Dostum, “estaba en la nómina de la CIA y su milicia trabajaba de cerca con las Fuerzas Especiales estadounidenses en 2001”. No obstante, Risen decidió no seguir a dónde bien pudiera haber llevado esta información importante, como vamos a ver.

* * * * *

Inmediatamente después del 11-S y al inicio de la “guerra contra el terror” en noviembre 2001, Estados Unidos encabezó una invasión de Afganistán que, aliados con los señores de la guerra tribales afganis, provocó el colapso del gobierno talibán. A fines de noviembre, miles de talibanes se entregaron a las fuerzas de Dostum en la ciudad norteña de Kunduz. Los presos fueron metidos en 30 contenedores metálicos de carga que fueron puestos en camiones para llevarlos a una prisión cerca del pueblo de Shibarghan.

Los sobrevivientes y testigos dijeron al New York Times y a la revista Newsweek en 2002 que los presos nunca recibieron comida ni agua durante el viaje de tres días. Muchos se asfixiaron mientras que otros fueron asesinados cuando los guardias balearon los contenedores.

Ahmed Rashid, un periodista establecido en Pakistán y un autor exitoso que aparece regularmente en la CNN y la BBC y que escribe para el Wall Street Journal y el Washington Post, ha puesto al descubierto en detalle esta masacre yanqui. En su libro, Descent into Chaos: The U.S. and the Failure of Nation Building in Pakistan, Afghanistan, and Central Asia [Caída en el caos: Estados Unidos y el fracaso de la construcción nacional en Pakistán, Afganistán y Asia Central], Rashid describe que solo “un puñado de personas de cada uno de los 30 contenedores sobrevivió el viaje; en un contenedor solo seis de los 220 sobrevivieron, según funcionarios de la ONU” (p. 93). Rashid también relata que, cuando los camiones llegaron a Shiberghan, los muertos fueron llevados rápidamente al desierto y enterrados en grandes fosas excavadas por un buldózer, en un claro esfuerzo de enterrar la evidencia.

En el artículo en el New York Times, Risen dice que a principios de 2002 Dell Spry, el alto representante de la FBI en la prisión de detenidos en la Bahía de Guantánamo, Cuba, “escuchó historias sobre los muertos de parte de los agentes que él había supervisado ahí. Además de eso, alrededor de 10 prisioneros llevados desde Afganistán dijeron que habían estado ‘amontonados como leña’ en contenedores de carga y tuvieron que lamerse el sudor de unos a otros para poder sobrevivir, recordó el Sr. Spry. Contaron historias similares de asfixiamientos y fusilamientos, dijo. Un informe desclasificado de la FBI fechado enero de 2003 confirma que los detenidos dieron tales versiones”.

Spry mandó la información a su cadena de mando, pero un alto funcionario de la FBI le ordenó olvidar el asunto porque, escribe Risen, “correspondería a la fuerzas armadas estadounidenses investigar eso”. Pero éstas no demostraron ningún interés en el asunto. Los portavoces del Pentágono, según Risen, “han dicho que el Comando Central de Estados Unidos condujo una ‘investigación informal’, preguntando a los integrantes de las Fuerzas Especiales que trabajaban con el general Dostum si sabían de una masacre en masa cometida por sus elementos. Cuando dijeron que no, la investigación terminó”.

Lo que falta en el artículo de Risen

Sin embargo, lo que Risen no dice en el artículo del 11 de julio es que muchos de los detenidos de Guantánamo que hablaron con los entrevistadores del FBI bajo la dirección de Spry dijeron que personal estadounidense estaba presente durante la masacre. En un informe del 22 de julio, salon.com habla de una reciente entrevista exclusiva que se celebró con Spry, en la cual éste dijo que “le informó a Risen sobre las imputaciones adicionales de que las fuerzas estadounidenses estaban presentes”. Salon se comunicó con Risen y éste confirmó que Spry le había informado de las imputaciones. Pero Risen le dijo a Salon que decidió no publicar lo que los detenidos habían dicho “en parte, porque él no les creía”. Risen dijo: “Me pareció que no se podía probar el asunto general de la posible participación estadounidense en la masacre y que no tenía nada concluyente. Francamente, no lo creo, y que eso le quita peso al resto del artículo. Eso había sido un impedimento para este artículo por un tiempo” (vea salon.com/news/feature/2009/07/22/mass_graves/print.html).

Esto, por no decir algo peor, es un ultraje. Parece que Risen (tal vez con la aprobación de la redacción del New York Times) se ha tomado la responsabilidad para censurar las afirmaciones potencialmente explosivas de los detenidos acerca de la posible participación de Estados Unidos en la masacre porque las afirmaciones “no podrían ser probados” y “no eran concluyentes”. Bien, por un lado, todavía no hay evidencia concluyente, de una u otra manera, principalmente porque por casi ocho años el gobierno de Estados Unidos ha levantado obstáculo tras obstáculo en el camino de aquellos que exigen una minuciosa investigación, lo que incluye a solicitudes de algunos de sus propios funcionarios del FBI y el Departamento de Estado, junto con la Cruz Roja y los grupos de derechos humanos como Médicos por los Derechos Humanos, algunos de cuyos miembros descubrieron el lugar de un fosa común en 2002 y desde entonces han estado exigiendo una investigación.

En Descent into Chaos, Ahmed Rashid escribió que “...los testigos que han dado testimonio desaparecieron misteriosamente, como los conductores de los camiones. Las versiones de testigos y las secuencias filmadas mostraron que las Fuerzas de Operaciones Especiales de los Estados Unidos estaban presentes en Kunduz y que se le preguntaba repetidamente al Pentágono por qué los soldados estadounidenses no trataron de impedir que se metieran los prisioneros en los contenedores” (p. 94).

El mismo Risen informa que “varios testigos afganis” de la masacre “fueron más tarde torturados o asesinados”. Debemos preguntarnos, ¿qué vieron en los hechos esos testigos torturados, asesinados o desaparecidos?

Además, ¿el señor Risen no está enterado de los años y años de encubrimientos de la masacre por las fuerzas de Estados Unidos, en un incidente de miles de civiles durante la guerra de Corea? O ¿la tentativa de encubrir desde altos niveles oficiales la masacre de casi todos los habitantes, incluso a mujeres y niños, de una aldea vietnamita, My Lai, durante la guerra de Vietnam? O ¿de la más reciente tentativa de encubrir la tortura de muchos iraquíes en la prisión de Abu Ghraib?

Otra promesa de Obama

Poco después de la publicación del artículo de Risen del 11 de julio, el presidente Obama le dijo a Anderson Cooper en una entrevista de la CNN, que ha ordenado que su equipo de Seguridad Nacional indague la masacre diciendo que si la conducta de Estados Unidos en esa ocasión “de alguna manera apoyó la violación de los códigos de guerra, pues yo pienso que, me entiende, tenemos que saber acerca de eso”.

Queda por verse lo que va a pasar en los hechos. Pero hay que recalcar que en sus primeros seis meses en el cargo, Obama ha prometido un “cambio” que ha devenido en nada menos que en las mismas políticas del régimen de Bush con una envoltura más fina. En mayo, por ejemplo, Obama cambió su posición previamente anunciada y dijo que bloquearía la publicación de algunas 2.000 fotos que documentan la tortura de prisioneros en Irak y Afganistán por parte del personal de las fuerzas armadas de Estados Unidos, alegando que divulgarlas “encendería aún más la opinión antiamericana y pondría a nuestras tropas en más peligro”. Pero ahora Obama está enviando 21.000 tropas adicionales a Afganistán para sumarse a las 38.000 que ya están allá. ¿Obama consideraría una investigación seria de lo que pasó en Afganistán en noviembre de 2001 y la publicación de todo lo que se ha descubierto, como una cosa más que “encendería aún más la opinión antiamericana” (¿¡y por qué no!?) y que “pondría a nuestras tropas en más peligro”?

Pero mientras Obama se preocupa por la seguridad de las tropas yanquis que están llevando a cabo tales crímenes de guerra, tenemos que preguntarnos qué significa esta creciente ocupación para el pueblo afgani. Un descarnado ejemplo: el 4 de mayo de 2009, un bombardeo aéreo yanqui dejó a más de 140 personas muertas en la provincia occidental de Farah. Los funcionarios yanquis dijeron que el ataque estuvo dirigido contra los combatientes talibanes, pero los aldeanos que sobrevivieron dijeron que los talibanes se habían ido antes de que empezara el ataque aéreo. Las familias dijeron que se estaban sentando a la mesa para cenar cuando cayeron las bombas.

Las atrocidades del sistema del imperialismo yanqui continúan... así como los encubrimientos.


 

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